Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 34
Descripción:
"Cuando las circunstancias prometían un tiempo de plenitud, la inesperada pérdida en un accidente de aviación de su único hijo, el joven arquitecto Enrique Asúnsolo Barany, de 37 años de edad, estrecho colaborador suyo en obras monumentales, lo empuja a un pozo de angustia. Quiere abandonar toda actividad y vivir para el dolor, para la íntima y callada lamentación. Serán amigos muy cercanos como la crítica de arte Margarita Nelken o el escultor Mathias Goeritz y, sobre todo, Mireille, su compañera durante cuarenta años, golpeada igualmente por el destino, quienes le ayudarán a sobreponerse de un dolor sin consuelo. Vuelve al trabajo, pero ahora más que nunca se ahonda la diferencia entre su escultura pública y su escultura privada.
"Los dos últimos monumentos trabajados por Asúnsolo serán la neoclásica estatua ecuestre de Ignacio Zaragoza (FIG. 65) y la gran figura de Cuitláhuac, (FIG. 12) estructurada de manera escueta, como los jóvenes adolescentes que sostienen a la Patria en el Monumento a los Niños Héroes. Pero en la soledad de su taller, pellizcando el yeso con rito de autoconfesión, produce en pequeño formato una serie de figuras en la que vuelca de manera directa, con sinceridad, sin ambages, su meditación existencial, su quebrantamiento.
La primera figura de esa serie última es su Autorretrato, así titulada aunque no es un retrato convencional; es, sí, el retrato de su postración psicológica, del llanto de un ser humano agobiado físicamente por el sufrimiento espiritual y el terror por la impotencia del destino. Siguen después otras piezas dentro de esta manera de una escultura muy pictórica, que de alguna forma se hermana con los trabajos escultóricos hechos por pintores como Pierre Bonnard o Henri Matisse. La masa queda sometida a la vibración de las texturas: El hombre que ha perdido la cabeza (llamada también Rodando por la tierra), (FIG. 13) Desolación, (FIG. 14) Agonía…"
(Tibol, Raquel, 2013, p. 30, 33)
"Las figuras masculinas que se apoyan a manera de columnas contra el pedestal en el Monumento a los niños héroes (FIG. 3) en el Castillo de Chapultepec, mantienen una tensión corporal que las contrae, las induce hacia sí mismas. Son el antecedente del Cuitláhuac (FIG. 12) que Asúnsolo produce mucho más tarde y le heredan esa característica: ser figura mítica antes que heroica. Tiene una levedad que no es la del héroe sino la del mito. Al abrirse, el Cuitláhuac pierde la contención y la distancia que requiere para ser heroico, pero simultáneamente beneficia su carácter alegórico de mito. Sin atributos podría muy bien tratarse de un Apolo, por ello en lo que a representación concierne es más eficaz la figurilla del Ariel que adoptó la industria cinematográfica o su proyecto de Mercurio. Confundir héroe y mito, modifica el sentido de la representación, y esto ya le había causado dificultades al maestro, cuando Vasconcelos, que esperaba mucho de las estatuas de las cuatro razas, decidió cancelarlas.
En Ignacio Asúnsolo la intención no es ideológica: tiene que resolver formalmente cuestiones de ideología, desde luego, pero no procede desde ella. Si observamos con detenimiento la forma en Asúnsolo, el modelado de una mano o un rostro, la cantidad de detalles a menudo literales que se expresan a través de menor textura por oposición a multiplicidad de superficies lisas, la acción sobre la materia remite primero al relieve, más tarde a dos dimensiones para posteriormente acceder al volumen. No se trata de subrayar modelado sobre talla, sino entender que su proceso, que parte del relieve, manifiesta un desprendimiento notable en un tiempo histórico tan agitado y cargado de tendencias fuertemente ideologizadas.
"Por supuesto, la mitología no se constituye con formas puras al contrario, da pie a combinatorias múltiples, a hibridaciones; aunque en muchos casos, las presenta como naturaleza pese a ser sólo imaginario edificado". En ese sentido la obra de Ignacio Asúnsolo, incluso en aquellas figuras sometidas a necesidades alegóricas, es inequívoca porque se sustenta en una coherencia formal interior que remite a la escultura como tal, precede al tema y no se deja dominar por él. Asúnsolo no era un teórico, dependía de una intuición marcada en primer lugar por el placer táctil, y eso puede verse sistemáticamente en casi cualquiera de sus obras. Puede permitirse e incluso requerir de una fuerte carga de hibridación que no debería prestarse a confusión porque es componente de su desapego."
(Zuñiga Laborde, Ariel, 2013, p. 46, 48)