Descripción
En posición frontal, con el rostro levemente inclinado hacia abajo, el rey Carlos IV viste casaca, de entre cuyos botones sobresale una camisa con olanes de encaje. Lleva prendido el Toisón de Oro.
Comentario
En tanto que la Academia novohispana estaba puesta "bajo el real amparo" era ineludible que las imágenes de los monarcas, ya intramuros o extramuros, tuvieran que recordar a todos sus miembros esa condición de privilegio. Así, pues, la "soberana protección" dispensada a la escuela quedaba manifiesta no sólo desde su mismo nombre "augusto", en la inserción de los escudos reales en el de la institución (una forma de "condecorarla") o en la efigie regia que ornaba las medallas que se daban como premio, sino también con el otorgamiento que Carlos III hizo de los estatutos y que le daban personalidad legal. Para corresponder a tanta honra, la Junta directiva de la Academia, encabezada por Posada y Mangino, le decía al rey en 1784: "¿Que poder pues hazer esta nueva Academia para significar de alguna manera los íntimos sentimientos de fidelidad y gratitud? Ella en algún tiempo representar en hermosas pinturas las insignes acciones de su augusto fundador, las gravar en curiosas medallas, las expresar vivamente en estatuas de mármol, y de bronze, y le levantar en fin magníficas columnas y obeliscos, que las conserven y trasladen hasta las edades más distantes."
En ausencia del rey, los maestros y discípulos harían las veces de artistas de corte y todo parecía anunciar, en efecto, la importancia que tendría el trabajo propagandístico de Gil y el de Manuel Tolsá, mediante variadas alegorías regiopolíticas. La llegada a México en 1793 de los enormes lienzos de Mariano Salvador Maella, con las figuras de cuerpo entero de Carlos III y Carlos IV, para presidir la sala de juntas de la Academia, es la mejor expresión de este afán institucional por exaltar la titularidad "real" de la escuela. En este contexto, pues, hay que mirar la remisión desde España del primer busto que se conociera del sucesor de Carlos III.
Es muy probable que esta obra (inv. 39) haya llegado como parte de la gran colección de vaciados que trajo Manuel Tolsá en 1791, a pedimento de Gil y que fueron gestionados en la metrópoli por Mangino. El mismo artista que hizo los vaciados, José Panucci, también hizo esta aclaración al final de su informe: "Además hai el real busto de S. M. que Dios guarde de tamaño natural." Y en la remesa quedó enlistado con el número 46 "El retrato del Rey Nuestro Señor (que Dios guarde)"; menciones que por desgracia no aclaran la autoría de esta obra. Se trata sin duda de la misma pieza que fue consignada en 1905 en el catálogo de Manuel Revilla con el número 109: "Retrato del Rey Carlos IV, señalado protector de la Academia de San Carlos. Busto en yeso por un escultor español desconocido." Sin embargo, las editoras de este documento han querido identificar el busto en cuestión como copia de un mármol del escultor Juan Adán (1741 -1816) que conserva la Academia de San Fernando y que, por comparación fotográfica, pienso que en realidad se trata de dos obras bien distintas. (inv. 1286) no hay mayor evidencia documental y es posible, dada la menor destreza y el acabado parco que presenta respecto del primero, que se tratara de una obra hecha ya en el seno de la Academia mexicana como otro de sus tantos modelos para estudio. La procedencia es la misma que la del número 39.
Descripción
En posición frontal, con el rostro levemente inclinado hacia abajo, el rey Carlos IV viste casaca, de entre cuyos botones sobresale una camisa con olanes de encaje. Lleva prendido el Toisón de Oro.
Comentario
En tanto que la Academia novohispana estaba puesta "bajo el real amparo" era ineludible que las imágenes de los monarcas, ya intramuros o extramuros, tuvieran que recordar a todos sus miembros esa condición de privilegio. Así, pues, la "soberana protección" dispensada a la escuela quedaba manifiesta no sólo desde su mismo nombre "augusto", en la inserción de los escudos reales en el de la institución (una forma de "condecorarla") o en la efigie regia que ornaba las medallas que se daban como premio, sino también con el otorgamiento que Carlos III hizo de los estatutos y que le daban personalidad legal. Para corresponder a tanta honra, la Junta directiva de la Academia, encabezada por Posada y Mangino, le decía al rey en 1784: "¿Que poder pues hazer esta nueva Academia para significar de alguna manera los íntimos sentimientos de fidelidad y gratitud? Ella en algún tiempo representar en hermosas pinturas las insignes acciones de su augusto fundador, las gravar en curiosas medallas, las expresar vivamente en estatuas de mármol, y de bronze, y le levantar en fin magníficas columnas y obeliscos, que las conserven y trasladen hasta las edades más distantes."
En ausencia del rey, los maestros y discípulos harían las veces de artistas de corte y todo parecía anunciar, en efecto, la importancia que tendría el trabajo propagandístico de Gil y el de Manuel Tolsá, mediante variadas alegorías regiopolíticas. La llegada a México en 1793 de los enormes lienzos de Mariano Salvador Maella, con las figuras de cuerpo entero de Carlos III y Carlos IV, para presidir la sala de juntas de la Academia, es la mejor expresión de este afán institucional por exaltar la titularidad "real" de la escuela. En este contexto, pues, hay que mirar la remisión desde España del primer busto que se conociera del sucesor de Carlos III.
Es muy probable que esta obra (inv. 39) haya llegado como parte de la gran colección de vaciados que trajo Manuel Tolsá en 1791, a pedimento de Gil y que fueron gestionados en la metrópoli por Mangino. El mismo artista que hizo los vaciados, José Panucci, también hizo esta aclaración al final de su informe: "Además hai el real busto de S. M. que Dios guarde de tamaño natural." Y en la remesa quedó enlistado con el número 46 "El retrato del Rey Nuestro Señor (que Dios guarde)"; menciones que por desgracia no aclaran la autoría de esta obra. Se trata sin duda de la misma pieza que fue consignada en 1905 en el catálogo de Manuel Revilla con el número 109: "Retrato del Rey Carlos IV, señalado protector de la Academia de San Carlos. Busto en yeso por un escultor español desconocido." Sin embargo, las editoras de este documento han querido identificar el busto en cuestión como copia de un mármol del escultor Juan Adán (1741 -1816) que conserva la Academia de San Fernando y que, por comparación fotográfica, pienso que en realidad se trata de dos obras bien distintas. (inv. 1286) no hay mayor evidencia documental y es posible, dada la menor destreza y el acabado parco que presenta respecto del primero, que se tratara de una obra hecha ya en el seno de la Academia mexicana como otro de sus tantos modelos para estudio. La procedencia es la misma que la del número 39.