La historia de la pintura mexicana tiene en la zona poblana uno de los focos más productivos, originales y representativos de las expresiones plásticas con elementos regionales ¿reconocibles tanto por especialistas como por los que no lo son-; y con configuraciones significativas para la identidad nacional.
Estos dos cuadros presentan una continuidad de la tradición novohispana habitual entre los artistas gremiales, no están firmados por sus creadores, son anónimos y prototipos de dos géneros menores que se cultivaron con profusión en la región, lo mismo en el circulo de la escuela académica de la angelópolis como entre los artistas tangenciales, en torno al mediar del siglo XIX. Se trata del tema de retrato de la gente común y representativa de los sectores populares y de aquellos en ascenso socioeconómico ¿asunto en mayor grado trazado por autodidactas de mediana a nula formación pictórica-; y el género de naturalezas muertas o bodegones, con una larga tradición en Europa: los ¿stilleven¿, pero ahora con un sabor local a través de los frutos y platillos típicos, de variedades ricas, propios de la fértil comarca mexicana. Para muestra se aprecia en la obra, dispersos sobre una humilde mesa de madera: el pulque, los aguacates, las tortillas, los chiles en nogada, la carne en salsas, el pollo en mole o el chocolate caliente.
El retrato ingenuo de una poblana con arreglo de rosas en la diestra y ataviada a la usanza de las ¿chinas¿, tan recurrentes en la literatura romántica decimonónica, muestra a un artista poco diestro en la acertada proporción de la figura humana y la verdad en la recreación meticulosa de las facciones. Sin embargo, la paleta cromática rica y peculiar; y el hecho de configurar a una mujer de los nuevos acaudalados, quienes estaban ávidos de querer plasmar su efigie para la posteridad ¿es evidente la combinación del típico atavió con lo suntuoso del collar de perlas, aretes de filigrana, anillos de oro, finos encajes y el libro en la zurda que señala su condición de letrada-, constituye un ejemplo artístico e histórico de una modalidad propia de aquel ámbito: la presentación retratada y valorativa de los miembros de la ¿nueva burguesía pueblerina¿ con un estilo plástico semi-académico que evidencia el eslabón entre el arte virreinal y la pintura mexicana moderna, tratando asuntos que ensalzan la búsqueda de una identidad figurativa de la joven nación.
Por otra parte, la temática de mesas puestas o naturalezas muertas ¿también conocido este género como bodegón en España- era hasta cierto punto nuevo en México, con pocos ejemplos que se remontan a la segunda mitad del siglo XVIII. Es una temática tardía comparada a la ¿Edad de oro¿ del barroco, en el siglo XVII, y que en las escuelas de los Países Bajos, España e Italia, había tenido su apogeo con ocultos lenguajes simbólicos, los cuales en muchos casos estaban relacionados con una interpretación teológica de la historia bíblica.
Las cocinas poblanas que tuvieron como máximo representante las mesas puestas y las alacenas de Agustín Arrieta (1803-1874), lejos de estos significados místicos, pueden representar cosas tan banales como el nivel de la economía doméstica del comitente o el comprador del cuadro, importante para entender, los hábitos de consumo de las nuevas clases media y burguesa del México inmediatamente posterior a la Independencia; así como la experiencia sensitiva del sugestivo mundo de colores, olores, sabores y formas de la rica gastronomía poblana, hoy elevada al grado de ¿joya¿ de la compleja cocina mexicana.
VRR
La historia de la pintura mexicana tiene en la zona poblana uno de los focos más productivos, originales y representativos de las expresiones plásticas con elementos regionales ¿reconocibles tanto por especialistas como por los que no lo son-; y con configuraciones significativas para la identidad nacional.
Estos dos cuadros presentan una continuidad de la tradición novohispana habitual entre los artistas gremiales, no están firmados por sus creadores, son anónimos y prototipos de dos géneros menores que se cultivaron con profusión en la región, lo mismo en el circulo de la escuela académica de la angelópolis como entre los artistas tangenciales, en torno al mediar del siglo XIX. Se trata del tema de retrato de la gente común y representativa de los sectores populares y de aquellos en ascenso socioeconómico ¿asunto en mayor grado trazado por autodidactas de mediana a nula formación pictórica-; y el género de naturalezas muertas o bodegones, con una larga tradición en Europa: los ¿stilleven¿, pero ahora con un sabor local a través de los frutos y platillos típicos, de variedades ricas, propios de la fértil comarca mexicana. Para muestra se aprecia en la obra, dispersos sobre una humilde mesa de madera: el pulque, los aguacates, las tortillas, los chiles en nogada, la carne en salsas, el pollo en mole o el chocolate caliente.
El retrato ingenuo de una poblana con arreglo de rosas en la diestra y ataviada a la usanza de las ¿chinas¿, tan recurrentes en la literatura romántica decimonónica, muestra a un artista poco diestro en la acertada proporción de la figura humana y la verdad en la recreación meticulosa de las facciones. Sin embargo, la paleta cromática rica y peculiar; y el hecho de configurar a una mujer de los nuevos acaudalados, quienes estaban ávidos de querer plasmar su efigie para la posteridad ¿es evidente la combinación del típico atavió con lo suntuoso del collar de perlas, aretes de filigrana, anillos de oro, finos encajes y el libro en la zurda que señala su condición de letrada-, constituye un ejemplo artístico e histórico de una modalidad propia de aquel ámbito: la presentación retratada y valorativa de los miembros de la ¿nueva burguesía pueblerina¿ con un estilo plástico semi-académico que evidencia el eslabón entre el arte virreinal y la pintura mexicana moderna, tratando asuntos que ensalzan la búsqueda de una identidad figurativa de la joven nación.
Por otra parte, la temática de mesas puestas o naturalezas muertas ¿también conocido este género como bodegón en España- era hasta cierto punto nuevo en México, con pocos ejemplos que se remontan a la segunda mitad del siglo XVIII. Es una temática tardía comparada a la ¿Edad de oro¿ del barroco, en el siglo XVII, y que en las escuelas de los Países Bajos, España e Italia, había tenido su apogeo con ocultos lenguajes simbólicos, los cuales en muchos casos estaban relacionados con una interpretación teológica de la historia bíblica.
Las cocinas poblanas que tuvieron como máximo representante las mesas puestas y las alacenas de Agustín Arrieta (1803-1874), lejos de estos significados místicos, pueden representar cosas tan banales como el nivel de la economía doméstica del comitente o el comprador del cuadro, importante para entender, los hábitos de consumo de las nuevas clases media y burguesa del México inmediatamente posterior a la Independencia; así como la experiencia sensitiva del sugestivo mundo de colores, olores, sabores y formas de la rica gastronomía poblana, hoy elevada al grado de ¿joya¿ de la compleja cocina mexicana.
VRR