Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 116
Descripción:
"La imagen del desarrollo de la nación también fue representada por Velasco mediante la figura del tren; sin duda, el emblema de la idea del progreso durante el siglo XIX. Sus obras documentan el sistema ferroviario del a cañada de Metlac en Veracruz. Como parte de la línea del Ferrocarril Mexicano, que iba del Distrito Federal al puerto de Veracruz, se construyó un puente de hierro que cruza la cañada. El puente de Metlac, que operó de 1873 a 1985, fue en su tiempo una de las obras de ingeniería más importantes del país, así como el emblema de la revolución industrial. La obra con 138 metros de longitud y 28 de altura estaba hecha en su totalidad de hierro, con durmientes de madera de zapote y un novedoso guarda riel que impedía el descarrilamiento. Como varios críticos han comentado, la imagen de tren atravesando el paisaje natural en Citlaltépetl (Cañada de Metlac), 1897, es una representación del progreso de la nación. Velasco enmarca el paisaje, situando en el mismo plano al tren con el Pico de Orizaba, la cumbre más alta en el territorio.
Mauricio Tenorio Trillo ha discutido cómo los paisajes de Velasco sobre "naturaleza, progreso e historia" fueron formando el rostro nacional. Exhibidos en varias de las Exposiciones Universales parisinas del último cuarto del siglo XIX, los cuadros operaban para atraer la "confianza de emigrantes, inversionistas y gobiernos internacionales". Obras como Citlaltépetl mostraban el progreso de la nación y la accesibilidad del territorio para inversionistas y viajeros. Esta misma mezcla, entre celebración del progreso industrial y estrategia mercantil internacional, es apreciable en el Álbum del Ferrocarril Mexicano publicado por la misma compañía en 1877 con cromolitografías de Casimiro Castro y un texto de Antonio García Cubas que se lee como una guía turística. Las imágenes de Castro muestran paisajes marcados por las vías de un tren, las estaciones del Ferrocarril Mexicano y los puentes construidos en algunos de sus tramos. En el caso del puente de Metlac, Castro también muestra la escala de la infraestructura fuera de cualquier medida humana. La descripción del viaje entre Veracruz y la Ciudad de México, realizada por García Cubas, detalla múltiples maravillas naturales, reforzando las ideas de riqueza y abundancia del territorio mientras que las enmarca bajo una noción muy específica de paisaje. Esta noción es apreciable en su descripción del trayecto sobre la cañada de Metlac:
A medida que se avanza en el camino y empiezan a descubrirse los elevados machones que sostienen el gran puente, y las bocas tenebrosas de los túneles extremos 3 y 4 que le dan inmediato acceso, el viajero, aturdido ante la magnificencia del espectáculo, ahoga en su pecho un grito natural de sorpresa; demostración que al fin estalla en el momento en que a la salida del túnel se empieza a recorrer el grandioso viaducto, cuya curvatura permite, aunque rápidamente por el movimiento del tren, admirar en su conjunto aquella obra colosal. El fondo de la barranca que baña el río, cuyas aguas rompen sus cristales en las columnas de fierro; los árboles, plantas y flores que aparecen en miniatura bordando las riberas; los voluminosos enhiestos machones con sus férreas celosías que surgen de entre los matorrales, y el aspecto general de la barranca, ahuyentan el terror que momentáneamente se apodera del ánimo del viajero, ante el peligro, para dar lugar a esa inefable sensación que experimenta en presencia de todo lo grande y maravilloso.
Al parecer, en términos de paisaje, el siglo XIX contaba con una predilección por lo sublime. Esta categoría pone parámetros a la descripción de García Cubas y parece estar en juego en la obra de Velasco que articula, como no se había hecho, una épica nacional a través de la vasta extensión de territorio y su naturaleza, la monumentalidad de la historia y el poder del progreso tecnológico."
(Garza, Daniel, 2011, p. 60-62)
Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 70-71
Descripción:
"En 1882, Velasco advertía: "Los naturalistas extranjeros han trabajado mucho para dar a conocer la naturaleza de México en sus diversos ramos, al grado que se experimenta cierta pena por lo muy poco que hacemos". Con todo, la aportación de la flora del pintor mexiquense es enlistada por Nicolás León en su Biblioteca Botánico-Mexicana de 1895. Esta inclinación por advertir a detalle la identidad espacial, determinó su concepción plástica.
Por ello, no es casual que, además de sus trabajos científicos, fuera minucioso en sus paisajes al dibujo, acuarela o al óleo, incluyendo detalles que sugerían una valoración y memoria del espacio propio. En Bosque de Pacho (1875), Puente curvo del Ferrocarril Mexicano en la cañada de Metlac (1881), (FIG. 33) Cárdon (1887), (FIG. 45) Vista de la fábrica de hilados La Carolina (1887), Volcán de Orizaba desde la Hacienda de San Miguelito (1892), Hacienda de Chimalpa (1892) (FIG. 37) y Cañada de Metlac (1897), (FIG. 34) aparecen de manera notable helechos, enredaderas, mafafas, liquidámbar, hojas de corazón, xerófilas, cladonios, palmas silvestres y encinos, entre otros más. Para él, no existía separación entre estos conocimientos, pues se sirvió del arte para dar claridad a la ciencia y la ciencia para dar veracidad del arte.
Aunque lo pareciera por su rigor científico, Velasco no fue hijo del positivismo, ya que a la vez que representaba detalles orográficos y botánicos que daba a sus obras un carácter de verdad; también alteraba el tamaño de las rocas, movía sutilmente la ubicación de los volcanes y ponía vegetación donde no la había. Con todo, el valle parecía ser como lo pintó, pero más animado por estas variaciones que su espíritu le otorgaba.
Las vistas del valle de Velasco fueron asimiladas con entusiasmo por los grupos acomodados en el poder. Se encontraban a gusto con esta imagen del valle, de vastedad y su centro. Ese paisaje equilibrado donde desaparecían los conflictos políticos y sociales, con la pureza natural del aire, se convirtió en una visión utópica de armonía, en una ficción que aprovechó el Porfiriato para captar la mirada de capitalistas en las exposiciones internacionales de París (1889) y Chicago (1893) y en la Exposición de Aguascalientes (1891) y la de Bellas Artes del Círculo Católico de Puebla (1900).
Velasco realizó óleos con otros entornos provinciales, pero también continuó con sus valles. Sus pinturas tituladas Valle de México desde el río de los Morales (1891), (FIG. 13) Valle de México desde el cerro del Tepeyac (1894, 1901, 1905), Valle de México desde el Molino del Rey (1895, 1898 y 1900), (FIG. 31) Vista de la Fábrica de Hilados de la Carolina (1880, 1887), Volcán de Orizaba desde la Hacienda de San Miguelito (1891), Hacienda de Chimalpa (1893), Hacienda de Coapa y los volcanes (1897) y Cañada de Metlac (1897), exponían a un país con identidad. La incorporación del ferrocarril y los sembradíos extensos mostraban la modernidad en unidad con la tradición de las haciendas triunfantes. El engrandecimiento del espacio y la monumentalidad de los volcanes, exhiben una mirada que inicia de la periferia al centro, donde el poder se muestra con una perspectiva de vastedad y distancia y, al mismo tiempo, de simbólica aglutinación de economía y sociedad."
(Reséndiz Rodea, Andrés, 2013, p. 23, 33)
Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 116
Descripción:
"La imagen del desarrollo de la nación también fue representada por Velasco mediante la figura del tren; sin duda, el emblema de la idea del progreso durante el siglo XIX. Sus obras documentan el sistema ferroviario del a cañada de Metlac en Veracruz. Como parte de la línea del Ferrocarril Mexicano, que iba del Distrito Federal al puerto de Veracruz, se construyó un puente de hierro que cruza la cañada. El puente de Metlac, que operó de 1873 a 1985, fue en su tiempo una de las obras de ingeniería más importantes del país, así como el emblema de la revolución industrial. La obra con 138 metros de longitud y 28 de altura estaba hecha en su totalidad de hierro, con durmientes de madera de zapote y un novedoso guarda riel que impedía el descarrilamiento. Como varios críticos han comentado, la imagen de tren atravesando el paisaje natural en Citlaltépetl (Cañada de Metlac), 1897, es una representación del progreso de la nación. Velasco enmarca el paisaje, situando en el mismo plano al tren con el Pico de Orizaba, la cumbre más alta en el territorio.
Mauricio Tenorio Trillo ha discutido cómo los paisajes de Velasco sobre "naturaleza, progreso e historia" fueron formando el rostro nacional. Exhibidos en varias de las Exposiciones Universales parisinas del último cuarto del siglo XIX, los cuadros operaban para atraer la "confianza de emigrantes, inversionistas y gobiernos internacionales". Obras como Citlaltépetl mostraban el progreso de la nación y la accesibilidad del territorio para inversionistas y viajeros. Esta misma mezcla, entre celebración del progreso industrial y estrategia mercantil internacional, es apreciable en el Álbum del Ferrocarril Mexicano publicado por la misma compañía en 1877 con cromolitografías de Casimiro Castro y un texto de Antonio García Cubas que se lee como una guía turística. Las imágenes de Castro muestran paisajes marcados por las vías de un tren, las estaciones del Ferrocarril Mexicano y los puentes construidos en algunos de sus tramos. En el caso del puente de Metlac, Castro también muestra la escala de la infraestructura fuera de cualquier medida humana. La descripción del viaje entre Veracruz y la Ciudad de México, realizada por García Cubas, detalla múltiples maravillas naturales, reforzando las ideas de riqueza y abundancia del territorio mientras que las enmarca bajo una noción muy específica de paisaje. Esta noción es apreciable en su descripción del trayecto sobre la cañada de Metlac:
A medida que se avanza en el camino y empiezan a descubrirse los elevados machones que sostienen el gran puente, y las bocas tenebrosas de los túneles extremos 3 y 4 que le dan inmediato acceso, el viajero, aturdido ante la magnificencia del espectáculo, ahoga en su pecho un grito natural de sorpresa; demostración que al fin estalla en el momento en que a la salida del túnel se empieza a recorrer el grandioso viaducto, cuya curvatura permite, aunque rápidamente por el movimiento del tren, admirar en su conjunto aquella obra colosal. El fondo de la barranca que baña el río, cuyas aguas rompen sus cristales en las columnas de fierro; los árboles, plantas y flores que aparecen en miniatura bordando las riberas; los voluminosos enhiestos machones con sus férreas celosías que surgen de entre los matorrales, y el aspecto general de la barranca, ahuyentan el terror que momentáneamente se apodera del ánimo del viajero, ante el peligro, para dar lugar a esa inefable sensación que experimenta en presencia de todo lo grande y maravilloso.
Al parecer, en términos de paisaje, el siglo XIX contaba con una predilección por lo sublime. Esta categoría pone parámetros a la descripción de García Cubas y parece estar en juego en la obra de Velasco que articula, como no se había hecho, una épica nacional a través de la vasta extensión de territorio y su naturaleza, la monumentalidad de la historia y el poder del progreso tecnológico."
(Garza, Daniel, 2011, p. 60-62)
Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 70-71
Descripción:
"En 1882, Velasco advertía: "Los naturalistas extranjeros han trabajado mucho para dar a conocer la naturaleza de México en sus diversos ramos, al grado que se experimenta cierta pena por lo muy poco que hacemos". Con todo, la aportación de la flora del pintor mexiquense es enlistada por Nicolás León en su Biblioteca Botánico-Mexicana de 1895. Esta inclinación por advertir a detalle la identidad espacial, determinó su concepción plástica.
Por ello, no es casual que, además de sus trabajos científicos, fuera minucioso en sus paisajes al dibujo, acuarela o al óleo, incluyendo detalles que sugerían una valoración y memoria del espacio propio. En Bosque de Pacho (1875), Puente curvo del Ferrocarril Mexicano en la cañada de Metlac (1881), (FIG. 33) Cárdon (1887), (FIG. 45) Vista de la fábrica de hilados La Carolina (1887), Volcán de Orizaba desde la Hacienda de San Miguelito (1892), Hacienda de Chimalpa (1892) (FIG. 37) y Cañada de Metlac (1897), (FIG. 34) aparecen de manera notable helechos, enredaderas, mafafas, liquidámbar, hojas de corazón, xerófilas, cladonios, palmas silvestres y encinos, entre otros más. Para él, no existía separación entre estos conocimientos, pues se sirvió del arte para dar claridad a la ciencia y la ciencia para dar veracidad del arte.
Aunque lo pareciera por su rigor científico, Velasco no fue hijo del positivismo, ya que a la vez que representaba detalles orográficos y botánicos que daba a sus obras un carácter de verdad; también alteraba el tamaño de las rocas, movía sutilmente la ubicación de los volcanes y ponía vegetación donde no la había. Con todo, el valle parecía ser como lo pintó, pero más animado por estas variaciones que su espíritu le otorgaba.
Las vistas del valle de Velasco fueron asimiladas con entusiasmo por los grupos acomodados en el poder. Se encontraban a gusto con esta imagen del valle, de vastedad y su centro. Ese paisaje equilibrado donde desaparecían los conflictos políticos y sociales, con la pureza natural del aire, se convirtió en una visión utópica de armonía, en una ficción que aprovechó el Porfiriato para captar la mirada de capitalistas en las exposiciones internacionales de París (1889) y Chicago (1893) y en la Exposición de Aguascalientes (1891) y la de Bellas Artes del Círculo Católico de Puebla (1900).
Velasco realizó óleos con otros entornos provinciales, pero también continuó con sus valles. Sus pinturas tituladas Valle de México desde el río de los Morales (1891), (FIG. 13) Valle de México desde el cerro del Tepeyac (1894, 1901, 1905), Valle de México desde el Molino del Rey (1895, 1898 y 1900), (FIG. 31) Vista de la Fábrica de Hilados de la Carolina (1880, 1887), Volcán de Orizaba desde la Hacienda de San Miguelito (1891), Hacienda de Chimalpa (1893), Hacienda de Coapa y los volcanes (1897) y Cañada de Metlac (1897), exponían a un país con identidad. La incorporación del ferrocarril y los sembradíos extensos mostraban la modernidad en unidad con la tradición de las haciendas triunfantes. El engrandecimiento del espacio y la monumentalidad de los volcanes, exhiben una mirada que inicia de la periferia al centro, donde el poder se muestra con una perspectiva de vastedad y distancia y, al mismo tiempo, de simbólica aglutinación de economía y sociedad."
(Reséndiz Rodea, Andrés, 2013, p. 23, 33)