Descripción
Ángulo del patio del Colegio de Infantes, donde habitaban y se educaban los 24 niños que servían de acólitos y formaban la "capilla" o coro infantil de la catedral metropolitana, y que por su vestimenta eran apodados "los coloraditos". En las gradas de una fuente, al centro del primer término, se ve a dos "coloraditos": uno, sentado, contempla a un perro husmeando entre el follaje; el otro, de pie, señala hacia el corredor alto a la izquierda, donde está, apoyado sobre el barandal y mirando hacia el patio, el rector del colegio. Bajo un tejadillo del lado derecho descansa una familia de limosneros; por una puerta, al fondo, una cocinera se asoma a mirarlos. Un fresno, algunos rosales y otros arbustos ponen la indispensable nota vegetal al patio.
Comentario
En los breves años que duró su actividad como estudiante de pintura de paisaje en la Academia de San Carlos, José Jiménez (aventajado discípulo de Landesio, prematuramente fallecido) pintó unas ocho vistas de interiores de edificios, por lo general eclesiásticos, poblados de episodios costumbristas.
Los méritos visuales del cuadro aquí comentado son incuestionables: lo bien dispuesto de la perspectiva; su grata armonía cromática, con las rojas manchas del traje de los "coloraditos" ocupando el centro de una rica paleta de ocres, verdes, blancos, negros y azules, que se ven realzados por contraste; la intensa y bien lograda luminosidad y lo variado de su episodio. Repárese, por ejemplo, en el pormenor fragmentario de los dos niños que suben por las escaleras acudiendo, ellos sí, al llamado del rector; es muy posible, además, que la figura de éste, inclinada sobre el barandal, constituya un retrato del bachiller José Manuel Encarnación Rosales, que en aquella sazón detentaba el cargo. No es raro que un paisaje contuviera verdaderos retratos. En la clasificación que el maestro Landesio hacía de los "episodios" de un paisaje estaban considerados justamente los retratos.A sus cualidades pictóricas, esta tela suma el valor que posee como documento visual de un edificio y una institución venerables hace ya mucho tiempo desaparecidos.
En efecto, el Colegio de Infantes fue fundado en 1725 y ocupaba un edificio propio, al lado noreste de la catedral y formando cuerpo con ella. Los niños eran admitidos, si tenían disposiciones para la música y el canto, a la edad de ocho a diez años, y salían cuando la voz les cambiaba.Tenían la obligación de conservarse aseados y bien vestidos durante el día, por si se les llamaba a ayudar a la misa o a cualquier otro menester. Llevaban una túnica de paño encarnado, con roquete blanco encima, razón por la cual los apodaban popularmente "los coloraditos". El Colegio dejó de funcionar en 1861, al perder las fincas de su dotación, con la desamortización de los bienes del clero decretada por las Leyes de Reforma. El edificio acabó por ser demolido en 1908.
El cuadro de Jiménez que lo representa figuró en la décima exposición de la Academia de San Carlos, junto con el Interior de un patio (Loreto). Al año siguiente, concurriría por última vez a la decimoprimera exposición (1858), donde presentó otro par de paisajes, para sumar así las ocho composiciones originales en este género que logró completar antes de su fallecimiento.
Este paisaje, conservado en una colección particular hasta 1990, ingresó al acervo por una donación del Patronato del Museo Nacional de Arte, A. C. , que vino a complementar lo obtenido mediante una suscripción pública.