Museo Nacional de Arte

La muerte de san Francisco Xavier




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La muerte de san Francisco Xavier

La muerte de san Francisco Xavier

Artista: AUTOR SIN IDENTIFICAR (siglo XVII)   ((activo en el siglo XVII))

Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Adjudicación, 1992
Descripción

Descripción

Recostado en una roca, san Francisco Xavier abraza sobre el pecho un crucifijo mientras eleva el rostro, con los ojos en blanco, y recibe un torrente de luz celestial. Los rayos de luz se filtran por la techumbre de una choza improvisada, casi una enramada, elevada con troncos y tablazones a la orilla del mar. Pálido y descalzo, viste la sotana jesuítica y descansa el cuerpo sobre un pellico de lana. Se dejan ver, a su vera, otros dos de sus atributos característicos: una rama de azucenas y un libro de predicación. Sobre el nublado horizonte marítimo, una ensenada de aguas agitadas, destaca un peñón junto al que se encuentra un navio con sus velas hinchadas.

Comentario

Algunos rasgos de la vida del apóstol del Lejano Oriente e Indias, y la significación que tenían sus imágenes, han sido descritos en los comentarios 23 y 26 (páginas 56-59 y 239-240) de este catálogo. Toca aquí detenerse en el episodio del tránsito a los cielos, que tuvo lugar en una isla de nombre Sanchón, provincia de Shangchwan, frente a la costa de Cantón, el 3 de diciembre de Su propósito era el de evangelizar la China, luego de haber establecido el cristianismo en el Japón. Murió en ese paraje en medio de la soledad, aunque se dice que acompañado de un intérprete, mientras esperaba un bajel que lo trasladara a las tierras continentales.1 Esta escena, cuyos pormenores fueron recogidos por sus hermanos de misión, era un vivo ejemplo de la buena muerte que alcanza al hombre justo que, aún consciente de sus facultades, logra percibir con claridad la llegada de su salvación, gracias a sus méritos y a la voluntad del Creador. Así, luego de una vida apostólica de la que se cuentan grandes hazañas, san Francisco Xavier expiró alejado de los suyos pero envuelto en el gozo del éxtasis. Por todo eso se le llama "el apóstol gloriosísimo".

  Según las crónicas de sus correligionarios novohispanos (verbi gratia Pérez de Ribas), muchos de ellos también misioneros que imitaban su ejemplo en las agrestes tierras del septentrión, este pasaje podía tenerse como el más grande y "eterno monumento" del celo con que llevó la luz del Evangelio hasta los confines del mundo.2

  Esta obra anónima debe ponerse en relación con un nutrido grupo de ejemplos similares, pintados a partir de la jura de su patrocinio sobre la ciudad de México de 1660, como abogado contra las pestes, y de la dedicación del colegio de Tepotzotlán de 1670. Aquí podrían citarse los casos de Diego de Borgraf (templo de Analco, Puebla), Francisco de León (Santuario de Zapopan) y Conrado (Pinacoteca de la Casa Profesa). Es evidente que todas estas obras contemporáneas entre sí, con profundos paisajes y cuidadoso dibujo naturalista, derivan de un modelo gráfico común que retrata la geografía tan remota y la pobreza en que murió el apóstol del Japón y la India. La paleta azulada y los mismos rasgos naturalistas con que están representadas las partes anatómicas del santo la emparentan, aunque con menos pretensiones, con todas las firmas ya citadas pertenecientes a la segunda mitad del siglo XVII. El gesto suspendido en un momento de climax, como es la expiración, subrayado por los ojos en blanco y la boca entreabierta, es otro de los mecanismos retóricos de esta modalidad del barroco.

  Se desconoce su procedencia original. Del acervo del Instituto Nacional de Bellas Artes, al que probablemente ingresó como parte de los fondos de la Academia de San Carlos, fue depositado en comodato por más de 30 años en el Museo Michoacano de Morelia y de ahí se integró al acervo del Museo Nacional de Arte en 1992.