Descripción
Por un terreno fragoroso caminan un anciano y un joven, vistos de media pierna para arriba. Son Abraham y su hijo Isaac, quienes se dirigen al monte Moriah para consumar el sacrificio que Yahve le ha exigido al patriarca, según lo relata el Antiguo Testamento (Génesis, 22, 1-19).. El anciano va vestido con una túnica blanca y una capa de color rosa subido, bajo la cual aparece a medias oculto un cuchillo curvo, con mango dorado, que lleva en la mano izquierda como estrechándola contra su corazón; mientras que con la mano derecha sostiene un leño encendido. El joven viste una sencilla túnica blanca, corta y sin mangas, cubierta por una amplia capa de color ocre claro, ribeteada de rojo; sobre el hombro izquierdo carga un grueso haz de leña, ayudándose con ambas manos . La brevedad de su túnica nos permite apreciar la firmeza de su avance, expresada por el amplio ángulo de separación de sus piernas. Isaac tiene girada la cabeza hacia su padre, situado en la mitad derecha del cuadro; y mientras que la mirada del joven denota confianza e inocencia, la del barbado patriarca, dirigida hacia lo alto, pone de manifiesto el dilema afectivo en que se halla preso. Las oscuras moles del monte que se ven al fondo resaltan el protagonismo de las figuras y enmarcan con eficacia retórica el contrastado juego de las expresiones.
Comentario
El catálogo de la novena exposición anual de la Academia de San Carlos, en diciembre 1856, informaba respecto a esta pintura enviada por "D. José Salomé Pina, pensionado por esta Academia en Europa":
En efecto, Pina estaba a la sazón en París, a donde había llegado en 1854 en camino hacia Roma, como pensionado de la Academia mexicana. Una pensión que había obtenido con el San Carlos Borromeo repartiendo limosna al pueblo, presentada en la sexta exposición. Pero lo que debía de haber sido una escala de viaje se convirtió en una estancia de cinco años. En París, Pina se inscribió como alumno en el taller de Marc-Gabriel-Charles Gleyre, uno de los pintores académicos franceses más abiertos y comprensivos de las dotes de sus alumnos.
Lo que sorprende aquí es el regreso a una deliberada simplicidad compositiva que el joven artista parecía haber rebasado en el transcurso de sus estudios académicos bajo el magisterio de Clavé. No sólo se ha contraído a la representación de sólo dos personajes, sino que ni siquiera los pinta de cuerpo entero, sino de tres cuartos. Y, con todo, nada falta ni sobra. Se trata de un cuadro compuesto con sabiduría y buen gusto, con gran delicadeza y emotividad. En realidad, se trata de una suerte de vuelta a los principios para reiniciar, ahora con una originalidad propia, el camino de la auténtica madurez. No es casual que, al cabo de un par de años, Pina realizaría dos obras magistrales: La educación de la Virgen (1858) y, sobre todo, La Piedad, con San Carlos Borromeo y San Bernardo (1859), y enviadas ambas de París para la duodécima exposición en la Academia de San Carlos (1862.
Parece, pues, que el joven pensionado no defraudó a sus admiradores, quienes echaran de menos su participación en exposiciones precedentes. Para la exposición de 1856, Pina remitió desde Europa dos "bocetos" o copias: uno basado en Rubens, que representaba "cuando Longinos atraviesa de un lanzazo el divino costado del Salvador"; el otro, tomado de Delacroix, a "Dante y Virgilio en la barca de Aqueronte".Además del Abraham e Isaac, sobre el que el crítico Tomás Zuleta escribió lo que sigue en El siglo XIX:
Bien conocido este aprovechado alumno de la Academia por las lindísimas obras que aquí ejecutó, [...] se esperaba con impaciencia, tanto por la junta directiva, como por sus profesores y alumnos, que llegase a la capital su primera obra, para ver si correspondía a las esperanzas que se habían concebido justamente y a la bien cimentada reputación que antes de su partida había dejado. En efecto, el cuadro ha agradado sobremanera, y ha hecho una grande y general impresión, confirmando las esperanzas de que su joven y humilde autor obtendrá innumerables adelantos con su permanencia en Europa
Semejante prolijidad y exceso de estudio, traducido en largos períodos de concepción y preparación, caracterizarán el hacer pictórico del futuro pintor maduro, quien no pocas veces no logrará pasar adelante y dejará las obras en estado de boceto. El asunto representado por Pina viene en el Génesis (22, 1-19, y en particular versículos 6-8). Abraham es el hombre de la fe, capaz de sacrificar por mandato divino a su único vástago (un tema con sugerentes paralelismos cristológicos, que el sistema de la tipología medieval exploró a profundidad.Así lo interpretó otro crítico de la época en una revista que publicó el Eco Nacional, y para quien el cuadro de Pina había sido "el más notable de los expuestos en este año por discípulos de la Academia o pensionados suyos en Roma"
Esta elevada estima no siempre fue avalada por la crítica. Ignacio M. Altamirano, por ejemplo, pasaba por alto este cuadro, en favor de los de Sagredo y de alguno de Ramírez. Con todo, al correr de los años, algunos críticos no vacilaron en incluirlo en el canon de las obras maestras existentes en las galerías históricas de la Escuela de Bellas Artes: así lo hizo, por ejemplo, Manuel G. Revilla en 1892, quien afirmaba que este Isaac, de Pina, junto con algunas pinturas de Clavé (Isabel de Portugal), de Sagredo (El Salvador), de Rebull (Isaac), de González Pineda (Otelo) y de Parra (Fray Bartolomé), y de algunas obras maestras de autores europeos (como "algunos Murillos, Riberas y Zurbaranes", el San Juan de Ingres, paisajes de Markó, o las Siete Virtudes, atribuidas a Leonardo), existentes en el mismo acervo, formaban "el tesoro artístico de nuestra Academia" El cuadro se quedó en las galerías de la Escuela. En 1885 fue enviado a la Exposición Universal de Nueva Orléans. En 1982, ingresó al acervo constitutivo del Museo Nacional de Arte.