María Teresa Suárez. Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de ArtePpintura Nueva España T. II pp.145
Descripción
En un formato ovalado, la figura de san Joaquín ocupa el centro de la composición. Se trata de un hombre anciano, de mirada dulce. Sentado en una posición de tres cuartos, su mirada se dirige al espectador. Viste una túnica azul marina y un manto rojo con aplicaciones doradas en forma de llores y, en el borde del manto, de grecas. Un armiño lo cubre como una pequeña capa y calza unas sandalias. Lleva con sus dos manos un libro también con aplicaciones doradas y está sentado sobre las nubes, las cuales ocupan todo el fondo de la composición. A los lados, en la parte superior, aparecen dos parejas de querubines.
Comentario
La historia de san Joaquín la conocemos por los Evangelios Apócrifos. En ellos se narra la historia de un hombre mayor cuyas ofrendas son rechazadas en el templo por no haber tenido descendencia. El Protoevangelio de Santiago dice:
[...] Y Joaquín se contristó en gran medida, y se dirigió a los archivos de las doce tribus de Israel, diciéndose: Veré en los archivos de las doce tribus si soy el único que no ha engendrado vástago en Israel. E hizo perquisiciones, y halló que todos los justos habían procreado descendencia en Israel. Más se acordó del patriarca Abraham, y de que Dios, en sus días postrimeros, le había dado por hijo a Isaac.
Ciertos elementos de esta historia se repiten con frecuencia en el Antiguo Testamento. Es una narración semejante a la de Hanna, la madre de Samuel, escrita en los dos primeros capítulos del Libro de los Reyes. "El tema de los viejos esposos que después de largos años de matrimonio estéril son gratificados con un niño por la gracia divina, reaparece muchas veces en la Biblia que a su vez lo ha tomado de la leyenda universal. Es la historia de Abraham y de Sara, padres tardíos de Isaac, de Manué, padre de Sansón, de Zacarías e Isabel, padres de Juan Bautista."3 La autenticidad de la existencia de san Joaquín ha sido puesta en duda por los estudiosos de la Biblia desde hace siglos, y se piensa que se trata más bien de una denominación simbólica. Su nombre significa "Preparación del Señor" y sería una derivación de Eliachim, diminutivo de Elias.4
En nuestro caso, el modelo que ha utilizado Miguel Cabrera para pintar a san Joaquín es el mismo que aparece en muchas de sus representaciones de Dios Padre, por ejemplo en las pinturas de la sacristía de Santa Prisca de Taxco, como La Anunciación y La Purísima Concepción. La dulzura de su expresión sigue de cerca las recomendaciones de los teóricos españoles Pacheco y Palomino acerca de que las pinturas debían transmitir "suavidad, hermosura y relieve". Según Guillermo Tovar, "para simbolizar esa sacralidad, los artistas novohispanos del siglo XVIII recurrieron a formas más que humanas, las de una belleza convencional, entendida como idealización. El imperativo de esas formas caracteriza a la obra de Miguel Cabrera, artista que entendió que lo sagrado era bello, convencionalmente, al grado de formular fisonomías y aplicarlas a cualquier advocación."5
En este caso, Cabrera ha vestido al santo como si se tratara de un rey. Ha utilizado el mismo armiño con el que representó al rey mago Melchor en la Adoración de los reyes de Santa Prisca; en otras pinturas del mismo artista, las vestiduras de san Joaquín llevan una franja de armiño en la orilla del manto. En la iconografía novohispana, este tipo de atuendo fue utilizado, desde el siglo XVIII, por pintores como Juan Sánchez Salmerón, como puede verse, por ejemplo, en La Purísima Concepción del Museo Nacional del Virreinato. No se sigue así la iconografía tradicional que viste a san Joaquín con la túnica de los rabinos ceñida con una ancha faja anudada por delante y con un manto que lo cubre desde la cabeza, portando un cayado curvo en forma de muleta.6 En efecto, el atributo del libro no suele asociarse con el santo, aunque pudiera hacer una referencia a la genealogía de Israel consultada por el padre de la Virgen, según la leyenda.