Ana Paulina Gámez. Catálogo comento del acervo del Museo Nacional de ARte Pintura Nueva españa T. II pp. 103
Descripción
La figura alada de san Rafael Arcángel se exhibe en un espacio intemporal rodeada de nubes y posada sobre una de ellas, que parece más oscura y compacta que las demás, casi como si fuera una roca. Su cabeza ligeramente inclinada a su derecha y la mirada dirigida a las alturas, junto con la diestra colocada suavemente sobre el pecho, le dan un aspecto de recogimiento; la mano izquierda lleva un bordón de peregrino y un pez; mientras que la posición de las piernas da la idea de estar en marcha.
Su atuendo le da un grácil aspecto, al usar géneros de tonos suaves y de una vaporosa ligereza, tanto en los vestidos como en el manto; otros elementos que contribuyen a este aspecto etéreo son las sobrias sandalias de listones azules atados y entrecruzados hasta media pantorrilla y la capa, guarnecida con dos conchas, reducida a su mínima expresión, como para no obstaculizar el airoso vuelo de las telas. Sus alas de un gris verdoso están coloreadas en los bordes superior y exterior con un rojo ligeramente más intenso que el tono de sus vestiduras.C
Comentario
Como los otros arcángeles, Rafael puede representarse tanto de acuerdo con escenas de alguna narración bíblica, en su caso el libro de Tobías, del Antiguo Testamento, del que también toma sus emblemas, como ubicarse en espacios intemporales, lo que ocurre en esta pieza; el colocarlo entre nubes alude a una dimensión divina, a la que Rafael tiene acceso, ya que el texto antes mencionado advierte que es "uno de los siete arcángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la gloria del Señor" (Tb 6, 14- i S ) .
Según la antigua historia, Rafael, sin revelar su identidad angélica, acompañó a Tobías, hijo del anciano y ciego Tobit, durante un largo y difícil viaje para recuperar el dinero que su padre había dejado en manos de un amigo en la ciudad de Media. Ya de camino, a orillas del Tigris, Tobías captura un enorme pez; entonces Rafael le enseña como preparar con su corazón, hígado y hiel remedios útiles ¿con los dos primeros para ahuyentar demonios y con la última para curar la ceguera¿, que le serían muy útiles más adelante para librar a su prima y futura esposa, Sarra, del acecho del demonio Asmodeo y, al final del viaje, para aliviar la ceguera de su padre.
El hecho de acompañar al joven Tobías durante su recorrido aporta a la iconografía de Rafael la capa y el bordón, elementos que comparte con otros santos peregrinos como Santiago, san Roque o san Francisco Xavier. El pez tiene una construcción simbólica más compleja, que se relaciona con los poderes curativos de sus vísceras, instrumentos de los cuales Rafael, "el médico divino", se sirvió para cumplir la misión que le fue encomendada por Dios:
Dentro de la iconografía rafaeleana fue común colocar a Tobías y a su perro al lado del arcángel, en dicho caso, era el muchacho quien cargaba el pez, mientras el ángel llevaba, en las manos, una pequeña caja redonda con las vísceras del animal o el bordón de peregrino, como lo vemos en el lienzo anónimo del siglo XVIII hecho "a devoción" de la madre Mariana de San Miguel, de la colección de la ex Pinacoteca Virreinal. Al desaparecer el joven y el can como atributos del arcángel, es éste quien acarrea el pez, su emblema más propio. Así se aprecia tanto en el Rafael Arcángel que forma parte del retablo de Guadalupe del templo de Santa Rosa de Viterbo, de la ciudad de Querétaro, como en nuestra pieza, ambas atribuidas al mismo autor.
El atuendo es una reminiscencia de anteriores atavíos angélicos, pero con un porte más etéreo; a diferencia de aquellos, prescinde de telas rígidas, pesadas y ricamente ornamentadas, así como de las joyas de abundante pedrería, más bien usa géneros de tonos tenues y de una sutil ingravidez en los vestidos y en el manto. Además, contribuyen a este aspecto etéreo, las sobrias sandalias de listones azules atados y entrecruzados hasta media pantorrilla, que han sustituido las botas de media caña, y la capa, que per mite ese grácil vuelo de las telas.
La vestimenta usada por nuestro arcángel parece que se difundió entre los artistas novohispanos desde la mitad del siglo XVIII, como se observa en obras de Juan Patricio Morlete Ruiz, Cristo consolado por los ángeles (inv. 3155), y de José de Alzíbar, La bendición de la mesa (inv. 2927), y en dos lienzos anónimos de la ex Pinacoteca Virreinal: San Gabriel (inv. 3009) y El tránsito de una monja (inv. 3036).
Vale la pena mencionar que este ropaje angélico se difundió incluso en la escultura. El mejor ejemplo es, precisamente, el san Rafael Arcángel policromado y dorado de la colección Franz Mayer, que ha dejado atrás los resplandores áureos de la técnica del estofado por superficies mates de colores suaves con salpicaduras doradas y, al igual que nuestro ángel, las telas ricas y la joyería, además de las botas de caña por las sandalias de listones. Por otro lado, también guardan semejanzas en las soluciones formales respecto a la iconografía propia del tema, como la diminuta capa sobre la que se coloca un manto que, aunque no levanta vuelos tan airosos en la escultura, sí le da una sensación de ligereza. A pesar de que la talla ha perdido algunos atributos, seguramente, por la naturaleza preciosa de su material (plata), podemos distinguir por los ademanes de sus manos que llevaba el bordón (la derecha) y el pez (la izquierda) y, si bien no son los mismos que los de la pintura, junto con la inclinación de su cabeza y la dirección de su mirada dan el mismo sentimiento de introspección que tiene la pintura. Finalmente, las piernas, que también asoman por las aperturas del faldón, sugieren el mismo movimiento de marcha.
Tal pareciera que esta nueva forma de indumentaria angélica busca, por medio de la sobriedad y la ligereza, dar la impresión de una mayor espiritualidad en estos personajes. Por otro lado, la coincidencia en la resolución formal de los atributos iconográficos sugiere la difusión de un modelo para la representación del arcángel Rafael.