Beatriz Berndt León Mariscal. Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte Pintura Nueva España T. I pp. 345
Descripción
En el primer plano de la composición, santa Bárbara sostiene con su mano derecha la palma del martirio y aparece vestida con una túnica cubierta por un manto rojo con movimiento en los pliegues. Su apacible rostro está rodeado por una aureola que resalta el arreglo de su cabello con gasas y perlas. En el ángulo superior izquierdo y entre nubosidades, hay dos ángeles abrazados, uno sostiene una vara con azucenas como símbolo de la pureza virginal de María, en tanto que el otro está en el acto de colocar una corona de flores sobre la cabeza de la santa. En el suelo yace la espada con la cual Bárbara fue decapitada y a su espalda está la torre en que su padre la encerró, así como un paraje boscoso detrás de una balaustrada.
Comentario
El fervor religioso hacia santa Bárbara nació en Oriente y se popularizó en Occidente en el siglo XIII a partir de la inclusión de su vida en La leyenda dorada de Santiago de la Vorágine. La historia cuenta que, para alejarla del cristianismo, su padre Dióscuro la encerró en una torre, más un sacerdote se hizo pasar por médico y la adoctrinó en la religión, llegando incluso a bautizarla. La joven nacida en Nicomedia mandó abrir en el edificio una tercera ventana para expresar su devoción a la Santísima Trinidad, y Dióscuro, al enterarse de la inevitable conversión de su hija, la amenazó por vez primera con la espada. Tiempo después, Bárbara fue apresada, sometida a terribles tormentos por orden del gobernador Marciano y decapitada por la propia mano de su padre, quien moriría fulminado por un rayo tras llevar a cabo el filicidio, razón por la cual esta santa es considerada como protectora contra los truenos, rayos e incendios y contra la muerte súbita, a la par de ser la abogada de artilleros, campaneros, arquitectos, presos y mineros, entre otros oficios.
Desde el final de la Edad Media gozó de gran prestigio en la piedad popular junto con santa Margarita y santa Catalina de Alejandría, siendo esta última figura con la cual suele estar más asociada, pues Bárbara fungió como patrona de la milicia en tanto que Catalina lo fue de clérigos, complementándose así el cobijo a la vida activa y a la contemplativa. A su vez, ambas comparten el patrocinio de moribundos, de escolares y estudiantes, por lo cual cabe preguntarse si José de Ibarra realizó el par de óleos como imágenes de culto para ayudar a bien morir o a solicitud de una institución educativa.
Los lienzos firmados por José de Ibarra son una copia casi exacta de dos obras de Peter Paul Rubens (1577-1640) grabadas por SchelteAdams Bolswert (ca. 1581 -1659), en donde las santas fueron representadas con algunos de sus atributos, omitiéndose cualquier referencia a sus suplicios. Estos modelos gráficos enriquecieron el repertorio pictórico de la Nueva España, además de que se advierte la influencia que tuvo en este reino la producción de Rubens, de cuyas imágenes se retomaron elementos formales, estilísticos, gestuales e iconográficos. Si bien desde el siglo XVII artífices como Sebastián López de Arteaga, Pedro Ramírez, Baltasar de Echave y Rioja,3 Cristóbal de Villalpando y Juan Correa reutilizaron composiciones del flamenco, en los dos cuadros de ibarra se advierte su vigencia en el ámbito artístico hacia la primera mitad del siglo XVIII, no sólo como consecuencia del aprendizaje de taller y del reconocimiento a la práctica de maestros anteriores, sino como una prueba de la habilidad del pintor para adaptar una composición del pasado al lenguaje pictórico de una nueva época, por lo que en los traslados al óleo se observa una paleta cálida, un dibujo más suelto, menos interés en la fuerza de las figuras y en el contraste lumínico. Por otro lado, Ibarra modificó el trabajo de los paños y la expresividad de los rostros, a la par de omitir algunos detalles de la fuente original, como las flores en el piso en el grabado de santa Bárbara o aquellas que deja caer un ángel en el de Catalina.
En un listado de pinturas que pertenecían a la Academia Imperial de San Carlos y que serían llevadas a Palacio para adornarlo durante las fiestas de Corpus de 1866 se indicó que entre los lienzos de Ibarra había una Santa Catarina mártir y una Santa Inés, la cual podría ser Bárbara en caso de que hubiese un error de atribución iconográfica.4 Al revisar fuentes historiográficas posteriores de estudiosos como Manuel Revilla o Diego Angulo lñiguez se advierte que omitieron cualquier mención a estas piezas, si bien Agustín Velázquez Chávez las incluyó como parte del acervo de la Escuela de Artes Plásticas en la edición de 1939 de Tres siglos de pintura colonial mexicana. En 1964 fueron remitidas para integrarse al acervo de la Pinacoteca Virreinal de San Diego.