Descripción
Extático, de tres cuartos, con la vista elevada y fuera del cuadro, san Francisco Xavier se lleva las manos al pecho en ademán de mostrarlo abierto e inflamado; Alzíbar emplea una retórica "prodigiosa" muy propia para representar un trance místico. De medio busto, la cabeza está nimbada por un aura anaranjada apenas perceptible dada la oscuridad del fondo. Viste la sotana negra de los jesuitas y el alzacuello. La iluminación lateral, que pega sobre su rostro ligeramente barbado, viene precisamente del punto alto hacia donde dirige la mirada.
Comentario
Este lienzo de grandes dimensiones con figuras de tamaño natural ciertamente no formó parte de la afamada serie de la Vida de san Ignacio que hoy se custodia en el ex colegio de Tepotzotlán y que en un principio se hallaba en la Casa Profesa de la ciudad de México, pero es menester acercarlo a esa tradición de representación episódica, ya que sí me parece una obra del taller cabreriano no obstante que los retratos de san Ignacio de aquella serie sean tan distintos a éste, que nos parece de tratamiento menos diferenciado. Aquí san Ignacio no es el personaje de nariz aguileña, calvo y cejijunto al que estamos acostumbrados en su iconografía tradicional, pero hay que tomar en cuenta tanto su temprana juventud durante ese lance, como el que, repito, haya sido obra de taller y exista un descuido en la descripción de sus rasgos precisos.
No hay que olvidar que en ese claustro jesuítico fue "estrenada" una vida ignaciana el 31 de julio de 1757, vistiendo de manera impresionante sus vastos muros. En el centro de esa fundación, dedicada a los ejercicios "de san Ignacio", quedó desplegado en forma episódica ¿por medio de 32 cuadros¿ el origen histórico y espiritual de ese mismo instituto. Así, los internos podían recorrer con los ojos los pasos más significativos de la hagiografía ignaciana, conforme a lo narrado en el libro del padre Pedro Ribadeneira llamado Vida de san Ignacio. A raíz de la beatificación de san Ignacio en 1609, vio la luz una edición de la obra de Ribadeneira ilustrada con láminas a página entera por los aguafuertistas flamencos Teodoro y Cornelio Galle, Adrián Collaert y Carlos van Mallery1 (Amberes, 1610). Un año antes el grabador Barbé había editado en Roma una "vida ilustrada" para apurar la causa de beatificación con algunos diseños de, al parecer, el joven Rubens.2 Ambas versiones son consideradas las más fidedignas y aceptadas, ya que están basadas en los escritos de Ribadeneira, quien era de los discípulos más jóvenes de san Ignacio y quien desde 1546 comenzó a reunir materiales para escribir la vida de su maestro, muerto diez años más tarde.
Sin embargo, la primera colección flamenca "descrita en imágenes al vivo" estaba basada, a su vez, en una serie pictórica matritense de Juan de Mesa (1600), misma que había sido supervisada por el biógrafo oficial de la Compañía, el padre Ribadeneira. Así, con un carácter eminentemente narrativo, la Vita beati patris Ignatii Loyolce, no sólo recoge en imágenes de carácter marcadamente protagónico, y momento a momento, los avatares espirituales de san Ignacio, sino que, para poner énfasis convenientemente en el punto cumbre de cada una, incluye una o varias escenas accesorias que se suceden en distintos planos (tal como se insinúa en esta "conversión" que aquí se comenta).
En 171 o Cristóbal de Villalpando ya había realizado en la Nueva España la serie más completa de iconografía ignaciana ¿ hasta entonces conocida¿ para el claustro bajo del noviciado jesuítico de Tepotzotlán. En 28 lienzos con formato de medio punto (quedan 22), Villalpando conservó el sentido dramático del asunto central y los episodios alternos que sugerían los grabados flamencos.3 El asunto de La conversión de san Ignacio, que corresponde al periodo de reclusión y convalecencia, luego de su herida y captura en la batalla de Pamplona frente a los franceses (1521), ya había sido tratado por Villalpando en la correspondiente obra, apegada de forma más directa al grabado original. Pertenece a la etapa "caballeresca" y juvenil del hijo de Loyola, cuando, ya restablecido a su castillo, se vio obligado a guardar cama so peligro de perder la pierna derecha, fracturada y desgarrada. Habiendo recaído gravemente por el mal arreglo que tuvo la soldadura de sus huesos, tuvo que ser intervenido mediante una cirugía aparatosa que le hizo temer la llegada de la muerte. La aparición reconfortante de san Pedro le ayudó en este trance. Durante su recuperación se aficionó a la lectura de obras sacras (La leyenda dorada de De la Vorágine y la Vida de Cristo de Rodolfo de Sajonia) y, merced a esto y al dolor experimentado, operó su transformación de vida. Todo lo cual fue coronado con una visión privilegiada que tuvo lugar a mediados de agosto del mismo año, reconstruida en este cuadro y que es, además, el momento cumbre en el proceso de conversión: "Y fue así, que estando él velando una noche, le apareció la esclarecida y soberana Reina de los ángeles, que traía en brazos a su preciosísimo Hijo, y con el resplandor de su claridad alumbraba, y con la suavidad de su presencia le recreaba y esforzaba. Y duró buen espacio de tiempo esta visión la cual causó en él tan grande aborrecimiento de su vida pasada."4 Acto seguido se levantó, se despidió de sus familiares y comenzó su peregrinaje a Montserrat, renunciando a su herencia, lujos y porvenir, y vistiendo un sayal raído propio del hombre penitente. Éste fue, pues, el factor decisivo en la conversión y, como en tantas otras escenas teatralizadas del barroco, la Vita beati patri Ignatii Lojolce ilustraba los sorpresivos y contrastados caminos que llevaban al encuentro con Dios.
No está por demás traer a colación lo que el mismo san Ignacio escribió en su Autobiografía aunque entonces no fuera un texto al alcance de los artistas (ca. 1555, publicada en latín apenas en la segunda mitad del siglo XVIII), relativo a este asunto: "Y ya se le iban olvidando los pensamientos pasados con estos santos deseos que tenía, los cuales se confirmaron con una visitación de esta manera. Estando una noche despierto, vio claramente una imagen de nuestra Señora con el santo Niño Jesús, con cuya vista por espacio notable recibió consolación muy excesiva, y quedó con tanto asco de toda la vida pasada, y especialmente de las cosas de la carne; y por este efecto se puede juzgar haber sido la cosa de Dios, aunque él no osaba determinarlo, ni decía más que afirmar lo susodicho. Más así su hermano como todos los demás de casa fueron conociendo por lo exterior la mudanza que se había hecho en su ánima interiormente."6 En efecto, nos parece que los familiares de Iñigo son testigos a posteriori de este tránsito espiritual, sugerido simbólicamente por el despejo de la oscuridad y la iluminación paulatina que cae sobre un soldado converso y que hace a un lado, así, sus sueños de "grandeza caballeresca". Hay conversiones repentinas y otras que suceden merced a un proceso más complejo, retardado y en el que interviene una lucha interior. Ésta fue el segundo caso.
Que la serie sobre la vida de san Ignacio estuviera dispuesta en una casa de ejercitantes de encierro, lo mismo que la de Valdés Leal en Sevilla, nos parece que era una nota más de los efectos persuasivos que perseguía la pedagogía ignaciana, basada en el movimiento de la devotio moderna iniciada por Tomás de Kempis. El padre Jerónimo Nadal había luchado con las reticencias del santo para que contase su vida, cosa que finalmente logró, con el objeto de que sirviese de ejemplo y ayuda a otros semejantes. El método ignaciano veía en el arte un medio, y reconocía el poder que tiene su discurso ¿ junto a la imaginación¿ para traer ante la vista la "composición de un lugar"; un medio que, yendo de lo mental a lo visual, mueve finalmente a la adoración de Dios y a practicar las obras de piedad. Y fueron Nadal y los grabadores de Ribadeneira quienes pusieron en práctica el mejor repertorio de imágenes contrarreformistas para orar y meditar conforme al método ópticointuitivo de san Ignacio, ya expuesto en sus Ejercicios, comenzando con reconstruir las múltiples escenas místicas sobresalientes en la vida del fundador; auxiliadas, además, con sus recuadros complementarios y leyendas al pie, como si se tratase del mejor espejo de edificación espiritual con base en secuencias visuales imitables para ejercitantes o novicios.
Este encargo fue sin duda, junto con la decoración del conjunto de Santa Prisca de Taxco, la empresa más ambiciosa de Cabrera y hace patentes las fuertes ligas que siempre mantuvo, este infatigable y fecundo "Michel Angelo americano", con sus mecenas de la Compañía de Jesús. Esta pintura, al parecer aislada, no es ciertamente una tela donde se pongan de manifiesto las reconocidas virtudes del pincel cabreriano, que en otros momentos destaca por la armonía, la elegancia y el modelaje de sus figuras. Se trata más bien, junto con la serie queretana, de una muestra elocuente de la enorme capacidad de trabajo que por entonces desplegaba su célebre taller. Couto asegura que la serie de la Profesa fue realizada en un lapso de 14 meses (la habría empezado el 7 de junio de 1756) y se admiraba de la habilidad para manejar, convenientemente ambientadas, la multitud de figuras dispuestas casi todas de tamaño natural.8 Un trabajo desconcertante para los siglos XIX y XX, máxime si se considera que ese mismo año también realizó la Vida de santo Domingo para el claustro de los dominicos de México, de similares proporciones y número y por desgracia desaparecida.
La serie de la Casa Profesa fue muy elogiada por los viajeros y la crítica decimonónica. El conde Beltrami encabezó la lista (1825) y desde entonces era un lugar común entre los forasteros hacer una visita a estos corredores y sus galerías anexas. Sin embargo, la estima que tuvo la Vida de san Ignacio entre mexicanos y extranjeros no la puso a salvo de la barbarie (algunas de las telas hoy se encuentran ennegrecidas y mutiladas). Abelardo Carrillo y Gariel ha seguido las desgracias de esta colección errabunda: en 1857 la soldadesca estuvo accidentalmente a punto de incendiarla, a raíz de lo cual fue retirada y pasó a la parte alta del mismo claustro. La demolición del edificio que la albergaba en 1861, y la consecuente apertura de la calle de Cinco de Mayo, obligó a los padres filipenses a refundirla en la actual crujía alta (hoy pinacoteca). El fuego de 1914 que afectó parte de la iglesia también la dañó.10 Para julio de 1964 los oratorianos la cedieron a sus antiguos propietarios y, en un estado deplorable, fue trasladada a los muros laterales del recién estrenado templo de San Ignacio de Loyola de la colonia Polanco. Se desconoce la fecha de traslado de 31 de los lienzos a las bodegas del Museo Nacional del Virreinato, ex colegio de Tepotzotlán, donde actualmente sólo se registran 28 lienzos. Es curioso que esta escena, tan medular en la hagiografía del hijo de Loyola, no aparezca en dicho conjunto.
Ignoramos la ubicación original precisa que haya tenido La conversión de san Ignacio de Loyola, pero por sus dimensiones y por el tipo de patrocinio, como lo indica la inscripción "A devoción de¿", es muy posible que también hubiese estado emplazada en un ambulatorio colegial o en un espacio semejante. La cercanía con el taller cabreriano, no obstante la merma que ha tenido el color y el acabado "abocetado" de las figuras, me parece muy factible, cuenta hecha de dos motivos pictóricos peculiares: las caritas mofletudas de los querubines que sirven de escabel a la Virgen y, sobre todo, la aureola de rayos y estrellas que acompaña a esta última y que apreciamos en otros cuadros de la serie ya comentada. Era parte del acervo de la Pinacoteca Virreinal de San Diego desde su apertura en 1964. Está ausente del inventario de la serie que realizó Carrillo y Gariel en su monografía publicada en 1966. Forma parte del acervo de origen del Museo Nacional de Arte desde su apertura en 1982.