Museo Nacional de Arte

San Ignacio de Loyola




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San Ignacio de Loyola

San Ignacio de Loyola

Artista: MIGUEL CABRERA   (ca.1695 - 1768)

Fecha: ca. 1750-1760
Técnica: Óleo sobre lámina de cobre
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Transferencia, 2000. ExPinacoteca Virreinal de San Diego.
Descripción

 

Rogelio Ruiz Gomar. Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte Pintura Nueva España T. II pp. 137

Descripción

San Ignacio de Loyola se encuentra parado sobre una nube, de tres cuartos y perfil derecho, con el brazo izquierdo levantado y sujetando contra el cuerpo un libro abierto con el brazo derecho. Vestido con los ropajes oscuros de la Compañía de Jesús, su figura se destaca sobre un fondo de nubes en tonalidades grises y azulosas que viran hacia tonos dorados por el ángulo superior derecho, a excepción del círculo que queda junto a la cabeza del santo con un triángulo en su interior. Casi a medio pecho le cuelga una especie de rosario. A sus pies se aprecia la media figura de una mujer desnuda con una serpiente y unos libros entre sus pechos. A media altura vuela por el lado izquierdo un angelillo que sostiene un estandarte rojo con el "IHS" envuelto en rayos en dorado. Un par de querubines completa la composición hacia el ángulo superior izquierdo.

Comentario

Aunque no se puede descartar la posibilidad de que esta lámina hubiesen formado parte de una serie integrada por más cuadros con santos jesuitas, por las características que presentan está claro que al menos estas dos piezas formaban juego; en efecto, las imágenes de san Ignacio de Loyola. no sólo quedan dispuestas sobre nubes, símbolo del cielo, y guardan la misma escala, sino que por tratarse de los dos santos más importantes de la orden jesuita (el fundador y el gran embajador de la misma en tierras de actividad misionera, como era el caso de la Nueva España) es relativamente frecuente que se les represente juntos.2 Es por ello que las estatuas de ambos suelen estar en la entrada de algunas iglesias jesuitas (verbigracia en Roma y Nápoles) y que se les acostumbre reproducir unidos en muchas pinturas. Baste recordar, para el caso novohispano, la representación de ambos en uno de los lienzos que decoran la sacristía del templo de la Compañía, en Guanajuato, o la escena de su glorificación en la bóveda del presbiterio de la iglesia del colegio en Tepotzotlán, simulacros ejecutados por Miguel Cabrera, que es el autor, también, del par de pinturas sobre lámina que aquí se comenta.

  Contemporáneo del Concilio de Trento, por más de que ya no alcanzó el final del mismo, san Ignacio participó activamente en el movimiento de la Contrarreforma, y fue considerado el "anti-Lutero" al poner al servicio del Papa la Compañía de Jesús por él fundada en 1560, y emprender una serie de acciones tendientes a restablecer en Europa el orden mermado por los luteranos y calvinistas, y devolverle al catolicismo el puesto que los reformadores le habían intentado arrebatar.3 Además, este soldado de Cristo emprendió con su preparada y disciplinada tropa una lucha tenaz por extender, tanto en las Indias Orientales como en las Occidentales, la doctrina de Cristo, mediante sus misiones y colegios. Es seguramente a causa de ello que Cabrera ha representado a san Ignacio en su calidad de campeón del catolicismo, con la mirada y un brazo dirigidos hacia lo alto, en una pose heroica. En efecto, le ha imaginado erguido, en actitud triunfante, aplastando a la herejía, significada en la mujer y los libros con la doctrina perversa que aparecen a sus pies,4 mientras él sostiene en alto el libro de la "verdad" en el que se lee la divisa Ad Maiorem Dei Gloria, y que puede ser el de las Constituciones de la nueva orden por él fundada o el de los Ejercicios espirituales que escribió y que tanta influencia habrían de alcanzar en la vida espiritual del mundo católico.

  No obstante que san Ignacio no permitió que en vida se le hiciese ningún retrato, es sin duda uno de los santos más fáciles de identificar, gracias a que su rostro fue repetido por los artistas en numerosas obras y casi siempre de manera uniforme y correcta. Ello se atribuye a que desde muy temprano circularon algunos retratos suyos que dieron origen a un tipo iconográfico que se mantuvo sin cambios.

Dichos retratos o fueron sacados "de memoria" o de la mascarilla mortuoria en yeso que se le tomó el día de su muerte, así como de alguna de las varias réplicas en cera que se sacaron de la mascarilla original. Para el caso particular de la Nueva España fue Miguel Cabrera quien más veces le representó y también quien con más fidelidad reprodujo su rostro. Para explicar esa característica se ha argumentado la posibilidad de que llegara a la provincia mexicana de los jesuitas una de las réplicas de la mascarilla, y que fuesen los propios padres quienes se la mostraran a Cabrera para que éste pudiese alcanzar con más propiedad el parecido del santo fundador, lo cual no tendría nada de extraño, pues es bien sabido que los jesuitas acostumbraban proporcionar a los artistas las fuentes o modelos que consideraban pertinentes para la realización de las obras que les encargaban.

  Cabrera le ha vestido todo de negro, con la sobria sotana ceñida a la cintura por una faja y envuelto en los barrocos pliegues del manteo; asimismo, ha resaltado su calidad de fundador, pues ha acomodado a su lado la banderola con el anagrama del nombre de Jesús, el cual es también el emblema de la Compañía de Jesús.

  El círculo con el triángulo que aparece suspendido cerca de la cabeza del santo quizá se explique por la devoción que profesó Ignacio a la Santísima Trinidad. Sabemos que en los momentos difíciles Ignacio se sentía acompañado de la Virgen, pero ocurre que también por la Santísima Trinidad, a la que tuvo una verdadera devoción, especialmente después de la visión o experiencia mística que tuvo en las gradas de la iglesia de Santo Domingo, en que "estando orando comenzó a levantar en espíritu su entendimiento, y representándosele, como si la viera con los ojos, una figura de la Santísima Trinidad, que exteriormente le significaba lo que interiormente sentía".

   Esta lámina  viene a sumar a la larga lista de obras con temas y santos de la Compañía de Jesús hechos por Cabrera. Y aunque no se puede asegurar que los cuadritos que nos ocupan hubiesen sido hechos por encargo de los jesuitas, es bien sabido que entre el artista y la orden religiosa existió una magnífica relación, misma que se prolongó por varios años y de la que ambas partes salieron beneficiadas, pues si por un lado el artista a la cabeza de su taller pudo desplegar una intensa actividad para satisfacer los continuos y apetecibles encargos que emanaban de dicha orden, por el otro, los jesuitas pudieron disponer de un buen número de obras que, amén de que daban cuentan del talento del mejor pintor de su tiempo, les permitía dignificar y engalanar los distintos espacios de las numerosas casas, iglesias, colegios y misiones que poseían y que se encontraban diseminados por prácticamente todo el territorio de la Nueva España. Así, por medio de la exaltación del fundador y del misionero, los jesuitas difundían y reafirmaban la imagen de la propia Compañía de Jesús, a la que presentaban, con un tono abiertamente propagandístico, como una orden combativa.

  Prolífico como pocos, buena parte de la fama de Cabrera se halla fincada en la elegancia de sus figuras y la suavidad de sus colores, pero indudablemente también por su habilidad para componer. Su obra abarca pinturas de grandes, medianas y pequeñas dimensiones. Pero no debemos olvidar que su talento y buen oficio le permitieron incursionar con éxito en diversos medios (lienzo, lámina, madera, muro) y pasar con éxito del trazo amplio y efectista que exigía la pintura mural (bóvedas de la iglesia de San Francisco Xavier, en Tepotzotlán) a la pincelada apretada y al trabajo minucioso y delicado de los escudos de monjas o las pequeñas láminas, como las que nos ocupan.

Sea como fuere, lo cierto es que en su ejecución, y a pesar de sus reducidas dimensiones, Cabrera también nos asombra por su admirable facilidad para componer. En efecto, no podemos dejar de señalar que con una gran economía de medios nuestro pintor logró imprimir en las imágenes de estos dos santos un gesto corporal natural y eficaz. Al respecto, es necesario resaltar cómo, pese a quedar sobre el eje vertical al centro de la composición, la figura de san Ignacio resulta animada por la diagonal que desciende del ángulo superior derecho al ángulo inferior izquierdo, marcado por la dirección del brazo en alto y la del cuerpo de la mujer en la parte baja; eje que, por otra parte, se ve reforzado por otros dos ejes diagonales que con distintas aberturas salen del mismo punto, señalados por los perfiles de las negras telas del hábito en brazos y piernas. De menor fuerza, pero igualmente dinámico, es el eje diagonal que en dirección contraria marca la postura del angelillo y el trazo de la vara del estandarte que porta.

 

Aunque sin especificar autor, ni soporte ni medidas, es muy probable que los cuadros que aquí se comentan sean los que se registran en el "Inventario" de las obras pertenecientes a la antigua Academia en i 879: "2 cuadros que representan: uno a San Ignacio de Loyola, y uno a San Francisco Javier (marcos de cristal)". Si fuera así, ello nos permitiría saber que ya para entonces ambas láminas habrían ingresado a las colecciones de aquella institución. Mayor probabilidad existe en identificarlas con el par de pinturas, igualmente de la autoría de Cabrera, que se registra en otro inventario de dichas colecciones, levantado en el año de 1917, pues valuadas en 200 pesos cada una, presentan medidas muy semejantes (69 por 50 y 67.5 por 51.5 cm, respectivamente), sólo que por error la de Francisco Xavier se consigna como de "San Francisco de Sales",

Inscripciones

[3054. En el libro que sostiene san Ignacio:]

AD M A / I O / R EM / / DEI GLO/RI/AM.