Descripción:
"Las nubes -esa forma teatral de visualizar lo sagrado- se abren para iluminar y dar paso a una escena milagrosa: la aparición de la Virgen María entronizada en un banco de querubines con Jesús Niño en sus brazos. María aparece como una mujer joven, rubia -como los ángeles y querubines- y esplendorosa, lujosamente ataviada con un manto que se sujeta con un rico broche de piedras preciosas. María no es la única que lleva joyas, pues también lo hacen los ángeles, quienes lucen broches en los cuellos, las mangas y las botas. El brillo del oro y de las piedras está hecho con pinceladas cortas cargadas con un amarillo suave. Esto pone énfasis en la diferencia del grupo divino con la humilde figura de san Francisco, cuyo pelo es negro, así como el bigote, la barba y las cejas, y cuyo hábito tiene además el borde de las mangas y la capucha raídas. El cordón que lo ciñe cae al suelo y se convierte en una flor más al lado de las que tiran los putti desde el cielo. Flor de obediencia, castidad y pobreza brindada, como las otras, para el servicio y gloria de Dios.
El niño ofrecido al santo está representado con un desnudo correcto, de dibujo cerrado y apenas cubierto con una pequeña sábana. La figura de san Francisco se presenta delgada y pálida, recorrida por un profundo claroscuro que destaca el gesto de las manos levantadas hacia el Niño -a quien va a recibir- y la humildad expresiva de la mirada y del rostro en general. El gesto de su entrega es claro, san Francisco, de rodillas frente a ellos, en una posición que podría describirse como insostenible, extiende sus brazos para recibirlo. La humildad del hábito franciscano está acorde con la imagen general del santo. Su rostro tiene los pómulos muy altos y marcados por la huella de la abstinencia y la penitencia. Nuevamente se ve el uso del recurso de la sombra ondulante recorriendo el rostro del santo. Los ojos, manchados de rojo, están rodeados por aureolas violeta [sic] y la mirada se eleva hacia la Virgen y el Niño con expresión de humildad. Toda la gestualidad del cuerpo refuerza esta impresión porque está de rodillas y porque ambas manos se acercan al Niño, pero no lo tocan." p. 123
"Frente a la tensión interna de san Francisco, la expresión de la Virgen, en cambio, es de gran tranquilidad y dulzura. La Madre que da a su Hijo con tanta confianza, que extiende sus brazos en entrega absoluta, no deja el mínimo margen para especular más cerca de la importancia del personaje arrodillado. San Francisco merece que María le entregue lo más preciado que existe para cualquier madre: el cuerpo pequeño y frágil de su hijo, cuya desnudez acentúa la idea de fragilidad. Esta relación entre el que da y el que recibe está creada visualmente por una elipse formada por los brazos extendidos (los de la Virgen y los de san Francisco). En medio de ella está el Niño, que ve con complacencia a quien lo espera con los brazos abiertos.
La expresión y la gestualidad de la corte de ángeles que rodea al grupo central es diferente: sus miradas y sonrisas ante el hecho milagroso, así como el juego de sus manos que lo señalan, refuerzan ese carácter: el milagro, la sorpresa, lo sobrenatural del hecho, aun cuando ellos también son seres sobrenaturales. Participan, acompañan, nos introducen, construyen un espacio dentro del espacio, pues a rodear a la Virgen, al Niño y al santo, crean un lugar sagrado, escenario del milagro: los pies del ángel que está de espaldas nos llevan hacia adentro, los pies del ángel de la derecha nos sacan de él.
Los nueve ángeles son de los más hermosos de la pintura de Juárez. Llenan el espacio de alegre sensualidad. Tienen grandes alas multicolores y están pintados con especial detenimiento, tanto en la diferencia de los colores para cada uno de sus brillantes vestidos, como por las posiciones de cabezas y manos. Son rubios, blancos, sonrosados, fuertes y hermosos. Están ataviados con túnicas enjoyadas, detalle que también es notorio en el calzado que cubre los pies.
Los ángeles de José Juárez son monumentales, heroicos, pero al mismo tiempo alegres y sensuales, especialmente los dos primeros de cada lado, que al estar dispuestos de frente y espalda, abren y cierran la lectura de la escena milagrosa, a la manera de un biombo.
En brillante primer plano se van perdiendo hacia atrás en un contraste que recuerda algunas obras de su padre y, por supuesto, ciertas soluciones adoptadas por Francisco de Herrera el Viejo. Pero este efecto de contraste gradual se hace violento en las figuras de san Francisco –cuyo cuerpo se recorta sin ninguna debilidad contra el fondo- y los ángeles de izquierda a derecha, de espalda y de frente respectivamente, que repiten el mismo juego de contraste lumínico. También parece inevitable la referencia a los grabados de Bartolomeus Spranger que circulaban a través de la obra de Goltzius, en la que este recurso de contraste gradual – como a manchones- es muy evidente…
Un elemento de gran importancia que no mencioné todavía es el espacio virtual que forman las alas de los ángeles, que, como agudas lanzas, recorren el fondo luminoso y marcan una dirección opuesta a la de la escena central, pero al mismo tiempo, señalan ese espacio sagrado. No deja de llamar la atención el azul intenso de las alas del quinto ángel de la izquierda, quien también está muy concentrado en la escena y esboza una suave sonrisa…
Es posible que en el global de la obra de José, éste sea uno de los cuadros con mayor uso de color: frente a una tonalidad que gira entre el gris y el pardo, con combinaciones de rojo y verde aquí podría hablarse incluso de una cierta audacia cromática. Combinación multicolor que resulta bastante extraña en el conjunto de la producción de José Juárez. Juego cromático que hace más atractiva esta pintura, aunque todavía conserva viejos recursos de iluminación: en el ángel del primer plano de la derecha el rosa está iluminado con amarillo, siguiendo las fórmulas manieristas de Echave Orio. Del lado izquierdo combina el amarillo-naranja con verde, violeta y, atrás, con azul. Esta interesante relación de primarios y complementarios se verá cambiar en la década siguiente." p. 125-128
"Un conocedor de nuestra pintura colonial, Bernardo Couto, reivindicó a esta obra como de Juárez. Después de describir el tema, le hace decir a Pesado: "lástima que ese lienzo haya sufrido, o del tiempo, o de mano de los limpiadores. Sin embargo, ofrece rasgos que descubren un autor inteligente." A pocos años de distancia, en 1884, la obra figuró entre las que fueron enviadas por la Academia de Bellas Artes a la Exposición Universal de Nueva Orleans y aparece en la lista con el número 3.
Justino Fernández consideró que La Aparición de la Virgen a san Francisco es el cuadro más característico de José Juárez, "en el que llevó a un límite todas sus posibilidades, puede decirse que es su obra maestra" Fernández estudió la estructura de la obra y concluyó que le da a la misma cierta severidad, pero que el ritmo en la disposición de los personajes "sensualiza la rigidez geométrica". En cuanto al color y la luz, vio al primero contrastado, "pero a la vez lleno de suavidades", y a la segunda haciendo "vibrar todo el cuadro, resultando así como flamígero y dinámico". Fernández concluye en que especialmente en esta obra puede verse cómo Juárez había asimilado de una manera muy personal, no solamente la manera barroca de López de Arteaga y Zurbarán, sino también la de Rubens.
La obra formó parte de la colección de la Pinacoteca Virreinal y en el año 2000 pasó al Museo Nacional de Arte." p. 130