El artista jalisciense Jesús Guerrero Galván encontró en María Asúnsolo la especial afinidad que caracterizó la producción que se dedicó a enaltecerla plásticamente. Sus brazos son gruesos en tanto que sus manos destacan por su gran delicadeza. Su pose es totalmente hierática e inexpresiva, y observa directamente al espectador. En esta obra se observa de manera elocuente el estudio de Guerrero Galván por la retratística del Renacimiento, ya que se convierte en una referencia visual de la Mona Lisa de Leonardo da Vinci (1452 1519) o algún retrato de Giovanni Bellini (ca. 1430- 1516). La figura femenina se encierra en una estructura piramidal, tal como se pintaban las madonas del Quattrocento, las cuales desplegaban un halo de luz que denotaba santidad. Esa luz se funde con las nubes que aquí circundan la cabeza de María. La pintura también coincide en la división del espacio compositivo determinada por el marco de una ventana -recurso del cuadro dentro del cuadro-, donde también se observa un paisaje diurno conformado por nubes y pequeños montículo mismos que simbolizaban opuestos reconciliados. La profundidad de la pintura, establecida por la ventana y los juegos cromáticos de color, determina un especial vínculo entre eI paisaje y la modelo. Esta pintura es el retrato más temprano de la famosa galerista, quien se afirmó como un canon de belleza y adoración platónica que inspiró a un nutrido grupo de pintores, escultores y fotógrafos. La obra ingresó al MUNAL como parte de la donación de María Asúnsolo en 1988.
Dafne Cruz Porchini