Las representaciones de martirios de santos fueron
temas recurrentes en la producción plástica novohispana y varios artistas las
integraron en su repertorio plástico. Tal fue el caso de Hipólito de Rioja, cuñado
del pintor Baltasar de Echave Ibía, quien trabajó en la segunda mitad del siglo
XVII. El martirio de san Lorenzo y El martirio de santa Catalina de
Alejandría muestran similitudes en su formato y composición, por lo cual
probablemente formaron parte de una serie. En el primero se representó, al centro
de la composición, la figura del santo de origen español, quien está sentado
sobre una parrilla avivada por el fuego. Narra la historia que el propio
Lorenzo pidió a sus verdugos invirtieran su cuerpo para ser quemado también por
el dorso. Es por ello que en la mayoría de sus representaciones se le ve con el
cuerpo hacia arriba. Un gran número de personajes presencian la escena y están
dispuestos alrededor del martirizado, cada uno en una actividad diferente, pero
siempre atentos al calvario. El artista los dispuso espacialmente en un forma
circular, lo cual le da mayor movimiento compositivo a la obra. El trabajo del claroscuro
es evidente, especialmente en las partes que iluminan la escena, las cuales se concentran
en el cuerpo desnudo del santo y en la figura del ángel que abre la gloria.
Éste porta la palma de martirio que ofrecerá al martirizado y su actitud
permite un diálogo visual entre ambas figuras, como si fuera un salvador que
ofrece el cielo al doliente. El rompimiento de gloria también se encierra en
una figura circular bordeada por un gran número de angelillos que crean un
equilibrio compositivo. La pintura de santa Catalina de Alejandría también muestra
el justo momento en que la intervención divina le ayuda a enfrentar la prueba del
martirio. Catalina fue condenada a ser degollada después de haber colocado su
cuerpo sobre una rueca, la cual reventó al momento de iniciar su calvario. En
esta pieza, Hipólito de Rioja también gustó por trabajar el claroscuro, los
contrastes lumínicos son importantes y se remiten a la parte superior y a la
figura de la santa. El artista dividió espacialmente la composición en dos
mundos: el terreno, donde aparecen los verdugos y la multitud que corre asustada,
y el mundo celestial, en el que Jesús abre la gloria y porta el estandarte rojo
como símbolo de la resurrección. Asimismo, lleva la palma y la corona en sus
manos, las cuales dará a la santa. Un aspecto a notar es que la división entre
ambas dimensiones se une por la presencia de un ángel, quien descendió del
cielo al mundo terrenal para indicar con su brazo derecho el camino de
salvación que deberá recorrer Catalina, quien dirige su cabeza al cielo. Las
dos pinturas hacen alarde del estilo del pintor y narran el pasaje más
dramático de la vida de los dos santos. La fuerza expresiva que contienen los
personajes, el empleo de la luz, la disposición espacial y formal de las
figuras, así como su encerramiento geométrico le dan un carácter dinámico a las
pinturas. Ambas obras provienen de la Pinacoteca Virreinal de San Diego e
ingresaron al acervo del MUNAL en el año 2000.