Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 94-95
Descripción:
"Hacia 1930, Ramón Cano era ya un artista que había ganado fama internacional gracias a la medalla recibida en la Exposición Iberoamericana de Sevilla. Su participación como maestro de Dibujo Preparatorio en las Escuelas de Pintura al Aire Libre, desde 1924, hizo que en 1930 ocupara la dirección del plantel de Los Reyes, Coyoacán, donde su estética y práctica docente siguieron íntimamente ligados. Fue en ese año que pintó la obra por la que tal vez es más reconocido: su serie autobiográfica. (FIG. 22) La conforman 54 cuadros de pequeño formato que representan hechos de su infancia y juventud en los estados de Puebla y Veracruz, entre 1892 y 1905. A cada óleo le acompaña un título que sirve para describir la escena del cuadro, además de indicar el año en el que el hecho ocurrió originalmente.
A tono con el resto de su producción artística, la serie exalta la vida campesina, además de tener una intención didáctica y moralizante. La serie se puede confrontar con el libro Prisiones de Valle Nacional que Cano Manilla escribió en 1955, en el cual narra las escenas de los cuadros de la serie con una ingenuidad casi infantil:
Estas páginas que han sido escritas con la misma ingenuidad que las hubiera escrito un niño, abrigan dos esperanzas:
1ª. Que siendo su contenido de un profundo sentido humano, y de un deseo muy grande y sincero de mejoramiento social, puedan llegar a servir para adquirir una vez más, con su pequeñísimo grano de arena, esa chispa de origen divino que, en 1910, conmovió en extremo a otro de la República el corazón dormido, si se quiere, pero no muerto de todos los mexicanos.
La Revolución destruyó, y borró todo lo que era necesario destruir, quemar y borrar para hacer de México, de acuerdo con la sublime ideología que la abanderó, un país fuerte, floreciente, culto, estimado y respetado, para ocupar el lugar que tan dignamente merece en el consorcio de todas las naciones del mundo.
En estas páginas, escritas con tanto verismo por haber sido realmente vividas por su autor, y que están al margen de toda fantasía, […] encontrará el lector mexicano o de otros países, motivos tan claros como la luz del día, para ser justificable, urgentísimo o imprescindible, la erupción de este último titánico volcán que, al reventar, produjo el milagro de cambiar de una manera total, hasta los cimientos, la vida de nuestro querido México.
En segundo lugar, el autor desea de todo corazón que, muy especialmente los jóvenes mexicanos, encuentren al leer estas páginas motivos suficientes para pensar antes de obrar.
Su autobiografía pictórica expresa los diferentes aspectos de la vida campesina. Cano Manilla se convierte en pintor y protagonista, en primer lugar, de la vida hogareña, las escenas escolares, el juego y las actividades al aire libre. En los cuadros que corresponden a su adolescencia se refiere al trabajo del campo, como arriero, vaquero, domador de caballos, al marcar el ganado, en el aserradero, etcétera. Incluye también las fiestas y los huapangos. Llama la atención una pequeña versión de La danza de Xóchitl-Pitzáhuac en donde se lee: "Cuando mis padres apadrinaban a los inditos en sus bodas, yo bailaba el Xochitl Pitzáhuac con mis comadres las inditas" (FIG. 23). El cuadro se fecha en 1929, por lo que puede considerarse un ejercicio del cuadro que llevó a gran formato un año más tarde. Escenas que narran las aventuras y los problemas que Cano Manilla vivió con su amigo José Mendoza conforman la última parte de la serie autobiográfica. Termina el grupo con un cuadro en donde se retrata a sí mismo como una persona madura, en su estudio, rodeado de sus óleos y de una de las pocas esculturas que hizo al final de su carrera."
(Garay Molina, Claudia, 2013, p. 51-52)