Museo Nacional de Arte

San Francisco Xavier




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San Francisco Xavier

David Álvarez Lopezlena

San Francisco Xavier

Artista: MIGUEL CABRERA   (ca.1695 - 1768)

Fecha: ca. 1750-1760
Técnica: Óleo sobre lámina de cobre
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Transferencia, 2000. ExPinacoteca Virreinal de San Diego.
Descripción

Sobre una nube que hace las veces de peana se encuentra san Francisco Xavier de cuerpo entero y de pie, flanqueado por dos angelillos hacia el lado izquierdo y por un robusto hombre arrodillado del lado contrario. Dispuesto contra un fondo de nubes, el santo es un hombre de mediana edad que viste el hábito negro de la Compañía de Jesús más una esclavina de tono pardo, con dos pequeñas veneras sobre los hombros; un sombrero pende a su espalda y un bordón con la espiga metálica descansa en su brazo izquierdo. Tiene la mirada dirigida hacia lo alto, al tiempo que sostiene una venera con la mano derecha y acaricia con la izquierda la cabeza del hombre que está hincado a su lado, el cual se encuentra casi de espaldas con el torso y las piernas desnudas. Los dos angelillos quedan casi enfrontados pero a distintas alturas y portan una pila bautismal que adopta también una forma de concha, así como un bonete de tres picos y un enorme libro. Completan la composición dos pares de querubines en la parte superior, a los lados de la cabeza del santo.

 

Rogelio Ruiz Gomar.Catálogo comentado del acervo del Museo Nacionald e Arte Pintura Nueva España T. II pp. 137

Comentario

Sobre una nube que hace las veces de peana se encuentra san Francisco Xavier de cuerpo entero y de pie, flanqueado por dos angelillos hacia el lado izquierdo y por un robusto hombre arrodillado del lado contrario. Dispuesto contra un fondo de nubes, el santo es un hombre de mediana edad que viste el hábito negro de la Compañía de Jesús más una esclavina de tono pardo, con dos pequeñas veneras sobre los hombros; un sombrero pende a su espalda y un bordón con la espiga metálica descansa en su brazo izquierdo. Tiene la mirada dirigida hacia lo alto, al tiempo que sostiene una venera con la mano derecha y acaricia con la izquierda la cabeza del hombre que está hincado a su lado, el cual se encuentra casi de espaldas con el torso y las piernas desnudas. Los dos angelillos quedan casi enfrontados pero a distintas alturas y portan una pila bautismal que adopta también una forma de concha, así como un bonete de tres picos y un enorme libro. Completan la composición dos pares de querubines en la parte superior, a los lados de la cabeza del santo.

Descrpción

Aunque no se puede descartar la posibilidad de que esta lámina hubiesen formado parte de una serie integrada por más cuadros con santos jesuitas, por las características que presentan está claro que al menos estas dos piezas formaban juego; en efecto, las imágenes de san Ignacio de Loyola y de san Francisco Xavier, los "dos soles gemelos de la Compañía de Jesús", no sólo quedan dispuestas sobre nubes, símbolo del cielo, y guardan la misma escala, sino que por tratarse de los dos santos más importantes de la orden jesuita (el fundador y el gran embajador de la misma en tierras de actividad misionera, como era el caso de la Nueva España) es relativamente frecuente que se les represente juntos. Es por ello que las estatuas de ambos suelen estar en la entrada de algunas iglesias jesuitas (verbigracia en Roma y Nápoles) y que se les acostumbre reproducir unidos en muchas pinturas. Baste recordar, para el caso novohispano, la representación de ambos en uno de los lienzos que decoran la sacristía del templo de la Compañía, en Guanajuato, o la escena de su glorificación en la bóveda del presbiterio de la iglesia del colegio en Tepotzotlán, simulacros ejecutados por Miguel Cabrera, que es el autor, también, del par de pinturas sobre lámina que aquí se comenta.

  Contemporáneo del Concilio de Trento, por más de que ya no alcanzó el final del mismo, san Ignacio participó activamente en el movimiento de la Contrarreforma, y fue considerado el "anti-Lutero" al poner al servicio del Papa la Compañía de Jesús por él fundada en 1560, y emprender una serie de acciones tendientes a restablecer en Europa el orden mermado por los luteranos y calvinistas, y devolverle al catolicismo el puesto que los reformadores le habían intentado arrebatar.3 Además, este soldado de Cristo emprendió con su preparada y disciplinada tropa una lucha tenaz por extender, tanto en las Indias Orientales como en las Occidentales, la doctrina de Cristo, mediante sus misiones y colegios. Es seguramente a causa de ello que Cabrera ha representado a san Ignacio en su calidad de campeón del catolicismo, con la mirada y un brazo dirigidos hacia lo alto, en una pose heroica. En efecto, le ha imaginado erguido, en actitud triunfante, aplastando a la herejía, significada en la mujer y los libros con la doctrina perversa que aparecen a sus pies,4 mientras él sostiene en alto el libro de la "verdad" en el que se lee la divisa Ad Maiorem Dei Gloria, y que puede ser el de las Constituciones de la nueva orden por él fundada o el de los Ejercicios espirituales que escribió y que tanta influencia habrían de alcanzar en la vida espiritual del mundo católico.

Dichos retratos o fueron sacados "de memoria" o de la mascarilla mortuoria en yeso que se le tomó el día de su muerte, así como de alguna de las varias réplicas en cera que se sacaron de la mascarilla original.5 Para el caso particular de la Nueva España fue Miguel Cabrera quien más veces le representó y también quien con más fidelidad reprodujo su rostro.6 Para explicar esa característica se ha argumentado la posibilidad de que llegara a la provincia mexicana de los jesuitas una de las réplicas de la mascarilla,7 y que fuesen los propios padres quienes se la mostraran a Cabrera para que éste pudiese alcanzar con más propiedad el parecido del santo fundador, lo cual no tendría nada de extraño, pues es bien sabido que los jesuitas acostumbraban proporcionar a los artistas las fuentes o modelos que consideraban pertinentes para la realización de las obras que les encargaban.

  Cabrera le ha vestido todo de negro, con la sobria sotana ceñida a la cintura por una faja y envuelto en los barrocos pliegues del manteo; asimismo, ha resaltado su calidad de fundador, pues ha acomodado a su lado la banderola con el anagrama del nombre de Jesús, el cual es también el emblema de la Compañía de Jesús.

  El círculo con el triángulo que aparece suspendido cerca de la cabeza del santo quizá se explique por la devoción que profesó Ignacio a la Santísima Trinidad. Sabemos que en los momentos difíciles Ignacio se sentía acompañado de la Virgen, pero ocurre que también por la Santísima Trinidad, a la que tuvo una verdadera devoción, especialmente después de la visión o experiencia mística que tuvo en las gradas de la iglesia de Santo Domingo, en que "estando orando comenzó a levantar en espíritu su entendimiento, y representándosele, como si la viera con los ojos, una figura de la Santísima Trinidad, que exteriormente le significaba lo que interiormente sentía".

  Por su parte, san Francisco Javier, que representa al valeroso e incansable miembro de la Compañía que llevó la luz del Evangelio a tierras lejanas y desterró de los corazones de sus moradores las tinieblas de la idolatría, gozó de alta estima en la Nueva España y fue muy exaltado por los miembros de aquélla. Y no podía ser de otra forma, pues de manera clara aludía a la idea base que esgrimían los jesuitas ¿al igual que los miembros de las demás órdenes religiosas que trabajaron en México¿ como justificación para su presencia en este Nuevo Mundo: contribuir a la conversión de los gentiles por medio de la divulgación de la doctrina de Cristo.

   Prolífico como pocos, buena parte de la fama de Cabrera se halla fincada en la elegancia de sus figuras y la suavidad de sus colores, pero indudablemente también por su habilidad para componer. Su obra abarca pinturas de grandes, medianas y pequeñas dimensiones. Pero no debemos olvidar que su talento y buen oficio le permitieron incursionar con éxito en diversos medios (lienzo, lámina, madera, muro) y pasar con éxito del trazo amplio y efectista que exigía la pintura mural (bóvedas de la iglesia de San Francisco Xavier, en Tepotzotlán) a la pincelada apretada y al trabajo minucioso y delicado de los escudos de monjas o las pequeñas láminas, como las que nos ocupan.

  Es probable que para la composición de estas pinturas Cabrera contara con algún modelo. Así lo afirma Xavier Moyssén, quien concluye que, a diferencia de lo que pasa con otras obras suyas, en el par de láminas que nos ocupa, Cabrera se muestra menos original, pues para su elaboración "recurrió a unos grabados de procedencia alemana y de gran divulgación en la época".9 Por su parte, Héctor Schenone apunta que en la figura de san Ignacio, Cabrera ha seguido el modelo de la "estatua marmórea de Camilo Rusconi para la iglesia de San Pedro, de Roma, muy difundida por grabados que fueran copiados tanto en España como en América".10

  Sea como fuere, lo cierto es que en su ejecución, y a pesar de sus reducidas dimensiones, Cabrera también nos asombra por su admirable facilidad para componer. En efecto, no podemos dejar de señalar que con una gran economía de medios nuestro pintor logró imprimir en las imágenes de estos dos santos un gesto corporal natural y eficaz. Al respecto, es necesario resaltar cómo, pese a quedar sobre el eje vertical al centro de la composición, la figura de san Ignacio resulta animada por la diagonal que desciende del ángulo superior derecho al ángulo inferior izquierdo, marcado por la dirección del brazo en alto y la del cuerpo de la mujer en la parte baja; eje que, por otra parte, se ve reforzado por otros dos ejes diagonales que con distintas aberturas salen del mismo punto, señalados por los perfiles de las negras telas del hábito en brazos y piernas. De menor fuerza, pero igualmente dinámico, es el eje diagonal que en dirección contraria marca la postura del angelillo y el trazo de la vara del estandarte que porta. Por su parte, en la lámina de san Francisco Xavier se desprende un mayor sosiego, pero aun en ella se puede apreciar el manejo del eje diagonal que anima la escena, mismo que nace en el par de querubines del ángulo superior izquierdo y viene a terminar en el brazo y en la pierna hincada del hombre a los pies del santo.

  Por el formato que exhiben y por la medida de las láminas usadas como soporte, se antoja pensar que estas dos pinturas hubiesen estado destinadas a un oratorio casi privado o a una capilla de modestas dimensiones. Asimismo, el hecho de que un santo vea hacia el lado derecho y el otro al lado izquierdo permite inferir que debieron de estar colocadas a los lados de un altar, viendo hacia el centro. En este sentido, y por compartir con éstas muchas notas del lenguaje plástico, no podemos evitar recordar el par de láminas con Santa María Egipciaca y La Magdalena (69.2 por 59.4 cm) que, realizadas por el mismo Cabrera, se encuentran en el Museo Ponce, de Puerto Rico.

  Aunque sin especificar autor, ni soporte ni medidas, es muy probable que los cuadros que aquí se comentan sean los que se registran en el "Inventario" de las obras pertenecientes a la antigua Academia en i 879: "2 cuadros que representan: uno a San Ignacio de Loyola, y uno a San Francisco Javier (marcos de cristal)". Si fuera así, ello nos permitiría saber que ya para entonces ambas láminas habrían ingresado a las colecciones de aquella institución. Mayor probabilidad existe en identificarlas con el par de pinturas, igualmente de la autoría de Cabrera, que se registra en otro inventario de dichas colecciones, levantado en el año de 1917, pues valuadas en 200 pesos cada una, presentan medidas muy semejantes (69 por 50 y 67.5 por 51.5 cm, respectivamente), sólo que por error la de Francisco Xavier se consigna como de "San Francisco de Sales",