Museo Nacional de Arte

Cristóbal Colón en la corte de los Reyes Católicos




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Cristóbal Colón en la corte de los Reyes Católicos

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Cristóbal Colón en la corte de los Reyes Católicos

Artista: JUAN CORDERO   (1822 - 1884)

Fecha: 1850
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

Interior palaciego, decorado con estatuas y pintura y visto ligeramente al sesgo. Al centro, sobre la mancha de oro y carmesi del dosel y doble trono, destacan los tres protagonistas: Colón y Don Fernando el Católico, de pie; la reina Isabel, sentada. Los rodean más de una docena de personajes; muy iluminados, las damas de honor, los pajecillos, un fraile dominico, los soldados y caballeros españoles; en penumbra, ocupando el angulo inferior izquierdo,  tres indigenas portadores de ofrendas varias, en actitud de respeto y sumisión. Los pormenores del mobiliario y del fondo a es para recrear lña atmósfera cultural de los reinos unidos por la alianza matrimonial de los Reyes Catolicos.

Comentario

Dedico el cuadro a la Academia de San Carlos su benefactora eventual, enviado en 1850 a México desde Roma; este lienzo figuro en la tercera exposición de la Academia (diciembre de 1850). La pintura desperto un interes especial, se publicaron varias notas sobre el trabajo de Cordero en diversos periodicos. "La Ilustración Mexicana", El Siglo XIX, "El democrata" y el "Espectador de México.

Inscripción

A la Academia de S Carlos [México] / en testimonio de gratitutd / J. Cordero. / Roma/ 1850

Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 235

Descripción:

"En 1850, Cordero había enviado desde Roma una ambiciosa composición, dedicada "A la Academia de San Carlos de México en testimonio de gratitud", y que representaba a Cristóbal Colón en la corte de los Reyes Católicos. El texto explicativo del catálogo correspondiente a la tercera exposición (enero de 1851), donde figuró el envío de Cordero, decía:

De vuelta Colón del nuevo mundo que acaba de descubrir, presenta a los príncipes católicos, Da. Isabel y D. Fernando, varios naturales de la nueva tierra y ricos regalos de los productos de aquel suelo. Sentados los reyes debajo de un rico dosel, se levanta D. Fernando para honrar al afortunado marino, que acercándose a los soberanos, indica con una mano los presentes de la tierra descubierta: muchas damas de honor y caballeros están presentes a esta escena gloriosa para España.

Cordero empezó a trabajar la composición en 1849, dando como explicación de sus motivos la siguiente:

El inmortal navegante es digno de que se hubiesen ocupado y se ocupasen más de él los más distinguidos profesores y aunque es demasiada audacia en mí, principalmente, me decidí al fin después de largas vacilaciones, a consagrar el tributo de mi más pobre pincel a la manera imperecedera de ese punto histórico. Ese asunto lo elegí para mi cuadro, tanto por el alto interés que inspira al mundo y principalmente a los americanos y europeos, tanto porque no ha llegado a mí noticia de que haya sido tratado por ningún otro artista, creo que no desagradará.

La disposición de los personajes dentro del escenario y el formato del cuadro de Cordero tienen algunas semejanzas con el de Delacroix (hoy, en el Toledo Museum of Art, Ohio): los reyes están colocados a la derecha, sobre una plataforma y bajo dosel, mientras que la comitiva que acompañaba a Colón ocupa el lado izquierdo; también aparece en ambos, en posición análoga, la figura del confesor dominico con su inconfundible hábito negro y blanco. Pero son igualmente notables las diferencias: mientras que en la composición de Delacroix las figuras protagónicas (los reyes y Colón) se encuentran sensiblemente desplazadas a la mitad derecha, en la de Cordero están distribuidas en forma más convencional, con la de don Fernando marcando el eje central. Los indios traídos a presentar por el almirante, y que tanta curiosidad y admiración suscitaron en España, se acomodan sobre la escalinata en un segundo término en Delacroix; en Cordero, en cambio, se hallan en el primer término de la izquierda, si bien en actitud reverencial y oscurecidos por las sombras. El Colón de Cordero es mucho más viejo que el de Delacroix: un verdadero anciano, de noble porte. Pero acaso la diferencia más acusada radique en que la escena del encuentro pintada por el francés tiene lugar al aire libre, en conformidad con lo que las crónicas relatan, mientras que la de Cordero transcurre en el interior del palacio real de Barcelona: esto le permite, al primero, explotar la sensación de monumentalidad espacial que el fondo de arquitecturas proporciona así como la inclusión de jinetes y animales y de una profusión de figurantes, lo que contribuye al efecto de suntuosidad y de triunfo; el cuadro de Cordero, por contraste, se antoja más íntimo y aburguesado.

A ello confluye también el acabado lamido de nuestro académico frente a la técnica de manchones a grandes trazos del romántico francés. Semejante acatamiento del pintor mexicano ante las exigencias del canon pareciera tener su correlato pictórico en la pose del indio de rodillas, presunto autorretrato de Cordero, sumiso delante del poder que impone.

Es inescapable la voluntad del artista de subrayar el doble protagonismo del navegante y del rey (de pie al centro de la composición), en su activo papel de agentes de la historia, frente a la actitud avasallada y pasiva que los indígenas asumen, como manteniéndose a la sombra de los primeros. Se plantea así una noción del descubrimiento como un romance, y no como una tragedia Prevalece la impresión de un encuentro amable, y no de un choque brutal, entre dos realidades diferentes: el Nuevo Mundo, bajo la figura de sus habitantes semidesnudos, gentiles y sumisos, irrumpe como una suerte de ornamento arcaico y maravilloso que viniese a engalanar todavía más el refinamiento cortesano. Deslumbrados, los indios semejan reconocer la "natural" superioridad del monarca, a quien ahora rinden pleitesía.

Junto a la acusada verticalidad de la mayoría de las figuras masculinas contrasta la postura sensiblemente curvada no sólo de los indígenas sino también de la reina y de una de sus damas, en una vinculación formal e iconográfica muy sugerente: una simpatía compasiva pareciera unir desde aquel momento a los naturales con la soberana católica que, mediante la promulgación de las Leyes de Indias, intentaría protegerlos y librarlos de la crueldad de conquistadores y encomenderos. La autoridad jurídica del monarca y la piedad cristiana de la reina, en conjunción con el rendido vasallaje delos indios, formarían las bases constitutivas del pacto fundador del Nuevo Mundo. La estructura narrativa del cuadro pareciera pretender enlazar, así, el presente y el porvenir de la empresa colombina en una conciliadora "historia sin conflictos".

Otro elemento iconográfico del mayor interés, en este mismo sentido, lo constituye un par de figuras colocadas en el extremo derecho de la composición: se trata del fraile dominico y un galante guerrero barbado y con reluciente armadura. Jaime Cuadriello me ha hecho notar el parecido de sus facciones con las adjudicadas a Cortés en sus presuntos retratos, aunque el personaje del cuadro de Cordero sin duda aparenta menor edad. Sea o no precisamente Cortés, la asociación del religioso con el guerrero contribuye a sugerir el "espíritu de cruzada", tan destacado por los historiadores del siglo XIX, y la idea de la futura conquista y cristianización de los habitantes del mundo recién descubierto por Colón. Así, pues, la pintura de Cordero parecería encuadrable dentro de las premisas del pensamiento conservador, pese a que a él no le haya tocado formarse en la Academia de los tiempos de Clavé y Couto".

(Ramírez, Fausto, 2000, p. 236, 238)