Museo Nacional de Arte

San Isidro Labrador




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San Isidro Labrador

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San Isidro Labrador

Artista: JUAN BELLIDO   (1829 - ¿?)

Fecha: 1856
Técnica: Yeso
Tipo de objeto: Escultura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

 

San Isidro, vestido con una túnica ceñida por un angosto cinturón, del que cuelga  una escarcela de cuero, lleva en la mano izquierda un bieldo con los picos apoyados en el suelo; la mano derecha abierta apunta hacia abajo, a la tierra que se encuentra trabajando, mientras que su mirada se dirige hacia lo alto en actitud de imploración. Lleva el pie izquierdo ligeramente avanzado y, detrás del pie derecho, están tirados unos haces de trigo que, a la vez que le suministran a la figura un  amplio apoyo, asegurando su estabilidad material, sirven de emblema de las labores en que el santo se ocupaba (cuando la oración no lo distraía de ellas).


Comentario

 

San Isidro formó parte del grupo de estatuas encargadas por José Urbano Fonseca, y que serían obsequiadas por la Academia para varias escuelas superiores. Como es lógico, la efigie de este santo estuvo destinada a la de Agricultura, de la que Isidro, criado de un labrador madrileño del siglo XII, es el patrono tradicional en el ámbito hispanoamericano.

Como era usual en él, el director del ramo de escultura de la Academia, Manuel Vilar, se involucró cabalmente en la realización de esta obra, cuya ejecución mecánica" quedó encomendada a su discípulo Juan Bellido, pensionado en aquella institución. En abril de I856, Vilar fue en compañía de don Urbano al Colegio de agricultura "para tomar las medidas del altar de la capilla para la estatua que se ha hacer en mármol de san Isidro". Aquel colegio, establecido en 1843, estuvo inicialmente alojado en el colegio de San Pedro y San Pablo; pero apenas en 1853, confirmado su establecimiento al tiempo que se creaba el Ministerio de Fomento, había sido trasladado al ex convento u hospicio de San Jacinto, sobre la calzada de San Cosme, por los rumbos de Popotla, donde permanecería por muchas décadas hasta que en 1924 se le asignó como sede la antigua hacienda de Chapingo.

 

Bellido obtuvo el segundo premio en la clase de estudio de la composición, categoría Estatuas.3 El 25 de enero de 1857, Vilar propone a la junta de gobierno la adquisición de la "Estatua semicolosal de San Isidro Labrador, de don Juan Bellido" para que se quede en la Academia; se la valúa en 180 pesos.

Meses antes de que el modelo fuese exhibido, ya Vilar se ocupaba en encargar a Italia, siempre por la intermediación de Pietro Tenerani, el bloque de mármol requerido; hizo para ello las mediciones y los cálculos necesarios, de manera que no hubiese equivocación en la piedra escogida y en su primer desbaste.5 Salvador Moreno ha publicado un dibujo de mano del maestro con una vista de espaldas y una lateral, del flanco izquierdo de la figura, cuajado de números y medidas, sin duda con el objeto indicado.

Es posible que el modelo expuesto a fines de 1856 haya sido el original trabajado en barro, o un vaciado provisional e insatisfactorio en yeso. El yeso definitivo era encomendado, por lo común, a un enmoldador y vaciador profesional. Esto lo confirma la documentación existente: varios meses después de haber sido mostrado "el modelo en grande" del San Isidro en aquel certamen, Vilar ocuparía un día de agosto de 1857 en "formar el presupuesto importe del molde bueno y vaciado de la estatua de San Isidro.  El asunto se trató, al parecer, en la junta que tuvo lugar en la Academia el 6 de septiembre de 1857. Con todo, habría de pasar algún tiempo antes de tomarse una determinación: Vilar informa que en marzo de 1858, dedicó otro día "para convenir con los señores Couto y Fonseca para hacer un molde bueno, y un vaciado de yeso de la estatua de San Isidro Labrador para la Escuela de Agricultura; ver a los vaciadores para arreglar su importe y hacer las contratas para la ejecución de estos trabajos".

Al fin, se ajustó con un vaciador de apellido Zaroni, por la cantidad de 160 pesos, la ejecución del "molde bueno" y del vaciado en yeso, "de tamaño mayor del natural", que fue conducido en mayo de 1858 al Colegio de Agricultura, también por supuesto bajo la dirección de Vilar. Esto significa que ya se había renunciado a su traslado al mármol.

No sé si el San Isidro fue colocado en el altar de la capilla de aquel establecimiento, como se había planeado dos años antes; es muy posible. Si así se hizo, semejante ubicación contrasta con el destino dado a la estatua de San Lucas, de Soriano, solemnemente instalada en el salón de actos de la Escuela de Medicina; es probable que la creciente secularización experimentada por la profesión médica a lo largo del siglo XIX haya contribuido a decidirse por asignarle a aquélla un lugar

claramente "profano".

Por otra parte, contrasta igualmente el carácter intelectual propio de Lucas, empapado de cultura griega clásica, con la sencilla condición de criado de un labriego madrileño de Isidro. Basta comparar las acciones y los atributos respectivos de las estatuas que los representan: mientras que san Lucas está rodeado de emblemas del saber letrado y aparece "en el momento de inspirarse para consignar en el  papiro que tiene en una mano, los hechos referidos en su evangelio" (según la descripción del catálogo correspondiente), Isidro, en su "candorosa inocencia", pide a Dios, bieldo en mano, "una abundante cosecha". En vez de la caja (scrinium) con sus escritos, como a Lucas, lo que lo caracteriza son las haces de trigo recogido. Además, el gesto coloquial de su brazo derecho lo sitúa en un plano retórico totalmente distinto.

No es de extrañar, pues, que las leyendas piadosas rodeen la figura del santo patrono de los agricultores (y la de santa María de la Cabeza, su mujer, canonizada al igual que él): los ángeles haciéndose cargo del arado, en lugar suyo, mientras Isidro se demoraba en sus oraciones, recorriendo distintas iglesias de Madrid; el santo rescatando a su pequeño hijo de un pozo profundo al que se había precipitado; resucitando bestias y dando de comer a las aves el trigo que llevaba al molino, para que luego el poco grano que le restaba rindiera cantidades fabulosas de harina; Isidro obrando múltiples acciones caritativas; los ángeles encendiendo todos los sábados, por gran tiempo después de muerto, la lámpara de su sepulcro, y acompañándolo difunto como lo acompañaran en las arduas labores del arado...

 

Todo este mundo portentoso y, a la vez, ingenuo y arcaizante encuentra mejor cabida en la narrativa literaria y en el anecdotismo pictórico que no en la sobriedad de la estatuaria. Pero algo de ello alcanza a translucirse en la simplicidad de la figura semicolosal de Bellido. El tratamiento de los drapeados, por ejemplo, es mucho más sencillo en la predominancia de pliegues verticales cayendo en ondas paralelas, con sólo uno que se incurva sobre la pierna izquierda del santo, que la solución más compleja de ropajes entrecruzados formando diagonales y vueltas utilizado en las estatuas de San Lucas y de San Pablo, de efecto majestuoso. También el rostro de san Isidro parece construido por una suma de planos angulosos, que evoca la talla en madera de una arcaica escultura medieval, y que le confieren una apariencia un tanto "rústica".