El altorrelieve El descendimiento de Cristo es una escultura que se exhibió en la novena exposición de la Academia en 1856 y ganó el segundo lugar aún sin estar terminada, mostrando la destreza que Felipe Sojo poseía en la elaboración de la talla directa sobre una placa de yeso. Con el premio obtuvo una gratificación económica que le permitió terminar la obra dos años más tarde. Sojo esculpía sus piezas después de haber ejercitado en el dibujo la anatomía, mediante un estudio de composición donde las proporciones y la posición de los cuerpos fueran apropiadas y acordes con el ideal de las esculturas grecolatinas. Este ejercicio de altorrelieve se asignaba a los alumnos que estaban por finalizar sus estudios en la Academia, por la dificultad de la talla y detalle que implicaba el ejercicio. La obra de Felipe Sojo destacó por su gran tamaño y por la sensibilidad que otorgó a las forma, revelando el inanimado cuerpo de Cristo, la fuerza muscular de Nicodemo al sujetar el brazo izquierdo de peste y la postura doliente de los demás personajes. El escultor se concentró únicamente en las figuras de tal manera que creó una intensa unidad narrativa. Esta característica, llamada purismo académico, fue impuesta por su maestro Manuel Vilar y sustentada por Sojo cuando ocupó un lugar como profesor de escultura en la Academia de San Carlos.
A diferencia de la temática y el tratamiento que confiere Sojo a sus obras, Bosco Sodi mezcla recursos plásticos como aserrín, pegamento blanco que son dispuestos al azar sobre la tela, despreocupado de la forma. El interés consiste en mostrar la acumulación aleatoria de materiales vertidos en un lienzo donde las texturas difieren en cuanto a su volumen. Una vez que la mezcla esta ceca, se manifiesta el “accidente”- craqueladuras que aparecen en la superficie de la obra medida que fragua – y se consolida finalizando su proceso. La irregularidad de las obras de Sodi contrasta con la búsqueda de la perfección en las figuras de Felipe Sojo, cuyo proceso artístico fue ponderado por la Academia de su tiempo como uno de los más minuciosos para trabajar la tersura de las superficies. Asimismo, el diálogo ofrece una reflexión en torno al nominalismo que sostiene el arte contemporáneo frente a las composiciones y temáticas convenidas siglos antes, tal como la escena de la deposición de la cruz.