Descripción
Al centro, una construcción clásica de orden toscano con un tímpano decorado por un canasto de frutas, sirve de trono a Minerva, diosa de la Sabiduría. Lleva túnica verde y manto rojo, además de su consabido yelmo dorado y su broquel ornado con la cabeza de Medusa, signo de su triunfo sobre las fuerzas irracionales. A sus pies, en una grada inferior, se hallan dos figuras alegóricas, identificadas mediante sendas inscripciones talladas debajo de cada cual en falso relieve: la de la izquierda representa a la Ciencia, y es una joven de pelo oscuro, con los hombros descubiertos, que extiende su mano derecha hacia un aparato metálico, reconocido como una "brújula de senos"; la de la derecha significa a la Industria, su pelo es rubio, apoya su brazo derecho sobre una esfera, acaso para indicar su imperio sobre el mundo, mientras que en la mano izquierda porta una varilla con la que acciona dentro de un matraz en donde el vapor bulle, como en actitud de estudiar y controlar los fenómenos de dilatación y desprendimiento del mismo. En los declives del frontón que corona el trono de Minerva, dos geniecillos sentados blanden sendas guirnaldas de laurel y encino, emblemas de la gloria y de la fuerza. Delante del globo en que la Industria se apoya, está sentado un tercer geniecillo llevándose el índice de su mano izquierda a la altura de los labios, en admonitorio gesto de silencio. Bajo los nombres de la Ciencia y de la Industria se leen sendas inscripciones: "Saber para prever" y "Prever para obrar".
Detrás del templete o trono de la Sabiduría, y a cada uno de sus flancos, se desarrollan sendas escenas. La del lado izquierdo figura una nave en el momento de arribar a puerto: al pie de un mástil, se ve a un marino empuñando un remo, mientras que dos estibadores descargan, respectivamente, un tonel y un fardo; de esta manera quedan aludidos el arte náutico y el comercio marítimo. La escena del flanco derecho, situada a un nivel considerablemente más alto que la complementaria, presenta a un ferrocarril rodando por una planicie, cerrada en el horizonte por una cadena de montañas. Entre el ferrocarril y el trono tienen cabida otras dos figuras alegóricas, que completan el sentido de la composición: una primera figura gesticulante y sombría, de cabellos serpentinos y erizados, con la cabeza vuelta hacia los personajes del frente y en actitud de huir de ellos, representa a la Envidia y la Ignorancia, desterradas por el Conocimiento; en un segundo término, una mujer con alas, absorta en la tarea de escribir sobre una gran tableta vertical, es la musa de la Historia.
Comentario
}El interés fundamental de esta pequeña tela, de factura mediocre, reside en ser, por ahora, el único testimonio visual para hacerse una idea, a escala mínima, del cuadro mural ejecutado por Juan Cordero en la meseta superior de la escalera que daba paso a los corredores principales de la Escuela Nacional Preparatoria. Este mural, pintado al temple, fue inaugurado en una ceremonia solemne que tuvo lugar el 29 de noviembre de 1874, en donde se laureó al pintor con una corona de oro, luego de que se pronunciaran varios discursos y de que Guillermo Prieto leyera una poesía.Entre los discursos pronunciados en aquella festividad sobresalen el del director de la Preparatoria, Gabino Barreda, y el que leyó, a nombre de los catedráticos de la Escuela, Rafael Ángel de la Peña; dichos textos (junto con el juicio crítico que, con el mismo motivo, Felipe López López publicó en El federalista) han venido constituyendo piezas clave para interpretar la composición en un sentido positivista.
Vale recordar que la Escuela Nacional Preparatoria fue creada, por decreto oficial, en diciembre de 1867 y reputada como la institución modelo que encarnaría ejemplarmente la moderna orientación laica y cientificista que pretendía dar a la educación el presidente Benito Juárez. El plan de estudios fue concebido e implantado por el primer director de aquella escuela, el doctor Gabino Barreda, entusiasta propagador en México de la filosofía positivista de Auguste Comte y cercano colaborador de Juárez en sus planes educativos. La nueva Preparatoria abrió sus puertas a los alumnos el 3 de febrero de 1868, habiendo quedado instalada en el edificio del antiguo colegio jesuítico de San Ildefonso, por razones así prácticas como simbólicas.
El 7 de febrero de 1874 se publicó en el periódico La Tribuna un laudatorio artículo del joven Justo Sierra, "Una visita a la Escuela Preparatoria" en el cual la única tilde que a ésta se le ponía era su aspecto deprimente de inmueble desmantelado, sobre todo por lo que tocaba al patio y a las escaleras, antaño ornados con abundantes pinturas religiosas. Las leyes de nacionalización de bienes eclesiásticos, aplicadas a partir de 1861, y la reforma educativa de 1867 hicieron necesaria la remoción de aquellos signos pictóricos del poderío de la Iglesia, dejando las paredes del viejo colegio en un lamentable "estado de desnudez"; como dijo Sierra:
El aspecto del patio y de las escaleras oprime el corazón. Cuando se iba a pintar el edificio, se mandó raspar toda la vieja pintura y apareció entonces la primitiva, tan perfectamente adherida a la piedra, que ha sido imposible borrarla del todo. Este estado pasajero de desnudez tiene que desaparecer, aun cuando la suma destinada a la conservación del colegio es tan corta (cuatrocientos pesos anuales) que apenas bastan para la reparación de techos que se desploman o de entarimados que se hunden.
Fue en estas circunstancias cuando a Gabino Barreda se le ocurrió encomendarle la decoración del muro de la escalera principal a Juan Cordero, con cuya familia el director de la Preparatoria tenía relación. Barreda debe de haberle dictado al pintor el tema, a tono con el ideario que la Escuela impulsaba, y que suponía un avance "positivo" respecto de los ideales teológicos y metafísicos propios de etapas precedentes: Triunfo de la ciencia y el trabajo sobre la envidia y la ignorancia. Se trata de una alegoría, al modo académico tradicional, que exalta la idea de una educación científica, experimental y práctica, como la exigían los propósitos del Estado mexicano de consolidar una nación moderna.
No es casual que la pintura haya incorporado explícitamente, al pie del trono de Minerva, los lemas de Barreda que inspiraban los estudios preparatorianos ("Saber para prever. Prever para obrar") y que toda la composición exalte el ideal de "Orden y progreso" que la Escuela pretendía fomentar, para hacer de México una nación "rica, sabia y feliz", tal como los exégetas de la composición se apresuraron a subrayar. Así, Rafael Ángel de la Peña caracterizó a la obra de Cordero como "...una oda en que el pintor poeta canta las glorias de la Ciencia, los triunfos de la Industria, la prosperidad del Comercio, la paz y el bienestar de las nacionesEn cuanto a la concepción compositiva del mural, ya Felipe López López evocó una prestigiosa fuente pictórica que Cordero debió de haber tenido en mente: la Apoteosis de Homero (1827), de Jean-Baptiste-Dominique Ingres (Museo del Louvre), de donde pudo tomar la idea de colocar una figura entronizada delante de un templo clásico, con figuras aladas flotando por arriba y, a los pies, un par de personificaciones alegóricas (en el caso de Homero, la Ilíada y la Odisea). Vale recordar que en la biblioteca de la Escuela Nacional de Bellas Artes existía la colección de obras de Ingres, grabadas en acero y publicadas por A. Beveil (París, 1851).
Así pues, si bien es lamentable que el mural haya sido destruido a escasos veinticinco años de su develación, tal eliminación acabó por resultar significativa de un irreversible e inexorable cambio de sensibilidad. Por fortuna, antes de su desaparición, Juan Pacheco (entonces alumno de José Salomé Pina en la Escuela Nacional de Bellas Artes) alcanzó a ejecutar este minúsculo trasunto, en circunstancias todavía no documentadas. El cuadrito tiene en el reverso la inscripción siguiente: ¿Juan M. Pacheco. Mexiquense (copia) del cuadro de Cordero que existe en preparatoria¿. Adviértase el uso del verbo en tiempo presente: ¿existe¿. Su ejecución debe de ser, pues, anterior pero cercana a 1900.
Hay que subrayar que Pacheco, igual que Revilla antes que él, y que otros intelectuales ligados con la vida institucional de la antigua Academia, como Francisco M. Álvarez, Jesús Galindo y Villa y Mateo Herrera, no desaprovecharon oportunidad para hacer pública su oposición a la actitud iconoclasta que el modernismo asumió frente a la tradición académica, en especial la que se vinculaba a la concepción artística de mediados del siglo XIX, y en especial la que Pelegrín Clavé había propugnado. No sería raro que Pacheco haya pintado la copia del mural de Cordero, de motu proprio, acaso al enterarse de su inminente desaparición, para dejar al menos un testimonio visual de su aspecto compositivo, figural y colorístico.