Museo Nacional de Arte

La caridad




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La caridad

La caridad

Artista: MANUEL OCARANZA   (1841 - 1882)

Fecha: s/f
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

En el interior de una capilla, una madre vestida con un suntuoso vestido de terciopelo carmesí y tocada con una mantilla de encaje negro, carga con el brazo izquierdo a su bebé vestido con ropón blanco mientras que con la mano derecha toma la de su hijo y se inclina para conducirlo a depositar la moneda que lleva en un cepo; sobre éste se encuentra un tablero con la leyenda siguiente: ¿Para los huérfanos. Por amor de Dios¿. Una imagen de San Vicente de Paul acompañado de dos niños, remata el tablero. Detrás de la madre se encuentra un altar con un jarrón con flores y sobre él, una pintura de grandes dimensiones que representa la Anunciación a María.

Comentario

El tema de la caridad en las diversas modalidades de su tradición iconográfica gozó de gran aceptación en la Academia desde la década de los cincuenta, así lo prueban las pinturas que se presentaron en las exposiciones, entre las que se encuentran: La caridad (1855) de Lorenzo Aduna, La limosna (1871) de José Obregón, La caridad romana (1873) de Luis Monroy, Una joven mendiga en la puerta de un templo (1877) de Marcos Jasso, La mayor y más noble distinción: la benévola caridad (1879) de Felipe Ocadiz, Educación moral (1879) de Alberto Bribiesca y La limosna (1881) de Alejandro CasarínPara el concurso bienal de 1883 las autoridades de la ENBA dieron como asunto a los alumnos ¿representar un acto sublime de caridad En 1870 Petronilo Monroy ejecutó un cuadro con el tema de la caridad para Ignacio Cumplido. En la escultura, Gabriel Guerra realizó un grupo sobre este tema.Todas estas producciones abordan la representación de la caridad desde distintos ángulos iconográficos; sin embargo, parece que el asunto, tratado desde la perspectiva del pensamiento liberal y/o la sensibilidad burguesa, fue el que más interesó a artistas y coleccionistas en el ambiente mexicano de los años setenta y ochenta.

Con el propósito de formar ciudadanos productivos y útiles al estado, los filósofos ilustrados promovieron en la segunda mitad del siglo XVIII el ejercicio de una maternidad responsable y comprometida, dedicada y amorosa; en realidad, contraria a los usos sociales de entonces. Con el asentamiento de la burguesía en el siglo XIX, este discurso sobre los beneficios y las bondades de la maternidad se propagó y alcanzó su mejor expresión social y plástica convirtiéndolo en uno de los baluartes angulares de la cultura occidental.En el siglo XIX Auguste Comte y sus seguidores asignaron a la mujer la tarea de regular la moral en el hogar y apelaron a su autoridad para facilitar la transición de la etapa teológica y metafísica hacia la construcción de la sociedad positivista. En México, con el triunfo del liberalismo y posteriormente con la controvertida difusión de la doctrina positivista, el papel de la mujer como transmisora de los valores morales y los sentimientos patrióticos, fue propagado y encomiado por algunos pensadores liberales como Justo Sierra

En el cuadro de Ocaranza la caridad se concibe como un valor moral expresado en términos religiosos y se formula en un ámbito institucional: la capilla de una iglesia, así lo revelan el cepo con la imagen de San Vicente de Paul, la repisa cubierta de carpetas y el florero bajo la imagen de una pintura de gran formato con un tema, no por azar mariano: la Anunciación. Desde la más tierna edad, la madre burguesa inculca en su hijo uno de los fundamentos del cristianismo: el amor dei como amor proximi que debía traducirse en el auxilio a los desposeídos, a los enfermos y a los presos, ya que éstos encarnaban la presencia de Dios en la tierra. Desde este punto de vista, la madre además de educar con el ejemplo, llevaba a la práctica una de las máximas de ¿La perfecta ama de casa¿ del libro de los Proverbios: ¿Abre su mano para socorrer al mendigo y extiende sus brazos para amparar al necesitado¿ (31: 20). En este sentido, cabría señalar el proceso de feminización que caracterizó a las prácticas religiosas en la cultura católica del siglo XIX. Como respuesta a la propagación de librepensadores y la consecuente pérdida de feligreses entre la población masculina, la Iglesia intensificó el culto mariano y demandó la participación más activa de las mujeres en los ejercicios religiosos. De esta forma, la devoción a la Virgen se convirtió en uno de los pilares fundamentales del catolicismo y constituyó la plataforma para la glorificación de la maternidad terrena.

La mujer debía asumir su función como educadora moral en el hogar, como lo sostenía Guillermo Prieto en 1875: ¿el verdadero templo de la moral es el hogar, porque el ara santa de la moral son las rodillas de la madre, porque el único agente que despierta el desarrollo de esa moral es el autor de nuestra vida- Por su parte, Altamirano estaba convencido de que "el clero [una vez] arrojado de los conventos se [había] refugiado en el hogar". Los liberales temían a la religiosidad exacerbada de los sectores femeninos y lo veían como uno de los mayores obstáculos para que las madres pudieran dar cabal cumplimiento a su "santa misión". El problema desde su perspectiva era: cómo conservar los sentimientos religiosos, indispensables para sustentar los valores morales sin caer en el fanatismo. Los ideólogos liberales propugnaban por una religiosidad femenina íntima, discreta y moderada como lo concebía Sierra: ¿La mujer mexicana será el ángel del porvenir, ella nos salvará socialmente pero se regenerará por el sentimiento religioso, substituyente de la devoción y la superstición; el amor de la patria será parte integrante de esa religión. dos versiones de una idea común: la exaltación de la maternidad como un medio de consolidar la moral de la sociedad, de ahí la importancia que en el siglo XIX se pretendió dar a la educación para las mujeres con el propósito de que pudieran cumplir con la misión que la sociedad les confiaba.

La caridad no esta fechada; pero el corte del vestido que lleva la madre nos permite ubicar la realización de la pintura en la década de 1870. Esta particularidad aunada a la presencia en la pintura de una estampa de san Vicente de Paul, fundador de la congregación de las Hermanas de la caridad, no puede dejar de sugerir la alusión, al menos en forma velada, a esta comunidad de religiosas y a su expulsión del país a raíz de las reformas hechas a la Constitución el 14 de diciembre de 1874 que desconocían las órdenes monásticas y prohibían su establecimiento. Este hecho causó una acalorada polémica, incluso entre los mismos miembros del partido liberal, y la indignación de gran parte de la población por el afecto que se les prodigaba ya que su misión era ¿constituirse en sirvientes del pobre y madres del huérfano,¿ dedicadas como estaban a socorrer a los enfermos, a los niños y a los presos. En este caso, la identificación del comitente o del coleccionista de la pintura, resulta indispensable para su mejor lectura, de la misma manera que la certeza de su autoría.

El hecho de que Ocaranza haya firmado sus obras desde el inicio de sus estudios en la Academia y de que La caridad carezca de rúbrica, ello sumado que la obra no aparece registrada en los catálogos de la ENBA ni mencionada en los archivos de la institución sino hasta 1942, pone en cuestión la autoría de la pintura. Sin embargo, luego de observar que el diseño del marco labrado en la ventana de El amor del colibrí, cuya autenticidad está probada, es el mismo que aparece detrás del cepo en La caridad, nos lleva a seguir aceptando la atribución a Ocaranza.

La pintura no fue expuesta en los salones de la ENBA. En 1942, Juan de Mata Pacheco, director de las galerías de la Academia de San Carlos, solicitó el traslado de la obra al Jefe de la Caja Infantil de Ahorros de la Secretaría de Educación Pública, en donde se encontraba. Desde 1982 forma parte del acervo constitutivo del Museo Nacional de Arte.