Museo Nacional de Arte

La primera caída




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La primera caída

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La primera caída

Artista: AUTOR SIN IDENTIFICAR (siglo XVII)   ((activo en el siglo XVII))

Fecha: s/f
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

El Nazareno, con una rodilla en tierra, carga sobre el costado izquierdo una cruz de troncos sin desbastar y apoya la mano derecha sobre una piedra, por lo que da la impresión de intentar incorporarse luego de un tropiezo en su camino al Calvario. Dirige la mirada al espectador, lo que resulta impresionante, tanto por los ojos enrojecidos como por el resplandor ambarino que permite apreciar su corona de espinas, tejida en forma de casquete. En los pies, la frente y el cuello corren algunos hilillos de sangre. El fondo es tenebrista y la iluminación lateral acentúa el patetismo de este pasaje que pertenece al ciclo de la Pasión.

Comentario

La obra es una versión reducida de la tercera estación del vía crucis cuando Jesús, según la tradición, avanza por las calles de Jerusalén y cae bajo el peso de la cruz, aunque todavía no de bruces como en la segunda y la tercera caídas. Es de notarse, sin embargo, que no posee del todo el carácter narrativo del vía crucis tradicional, ya que Cristo no sólo se encuentra solo, sin los sayones que lo acosan, sino que con la mirada clavada en el espectador produce en éste una profunda conmoción al ser, así, reconocido en un hecho tan dramático. A c t o seguido, el espectador queda hondamente estimulado para la meditación piadosa, muy del gusto del barroco.

Con la elección de un episodio aislado, intencionada e intensificadamente, se conseguía

"suscitar sentimientos profundos como la pietas y el pathos".] A este efecto contribuyen algunos recursos formales puestos en juego con habilidad: el escorzo de las extremidades y la profundidad que esto genera en tan breve espacio subrayan el sentimiento de compasión o conmiseración que transmite el rostro.

  Este tipo de Nazareno, vencido por el peso de su instrumento de martirio, llegó, incluso, a ser una figura devocional que, llevada en andas procesionales, era muy popular en la capital de la Nueva España.

  La pintura que nos ocupa debe contarse como uno de los escasos ejemplos del "tenebrismo" novohispano, si es que se le puede etiquetar como tal, que de forma pasajera se hizo presente a partir de la llegada de Sebastián López de Arteaga hacia 1640. De tal forma, podría fecharse pasada la medianía del siglo XVII y no sólo por el manejo contrastado de la luz sino por la calidad con que están dibujados las manos y los pies, notas propias del naturalismo sevillano que introdujo ese artista. Estos elementos de origen zurbaranesco distinguen a dos artistas seguidores de López de Arteaga (vía José Xuárez), en cuyo círculo podría situarse esta obra: Antonio Rodríguez y Pedro Ramírez.

  Se desconoce su procedencia anterior a su traslado desde la Pinacoteca de San Diego. Forma parte del acervo constitutivo del Museo Nacional de Arte desde 1982.