Museo Nacional de Arte

Caballos y potrillos




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Caballos y potrillos

David Álvarez Lopezlena

Caballos y potrillos

Artista: ERNESTO ICAZA   (1866 - 1926)

Fecha: 1916
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Tres caballos e igual número de potrillos, libres de monturas y demás accesorios, gozan de un momento de tranquilidad; es una pausa dentro de la agitada relación hombre-equino.

     Las bestias, colocadas por el artista de costado, de tres cuartos y de frente, se encuentran dentro de un corral de trancas, ubicándose los potrillos entre los mayores que, atentos, observan un suceso fuera de la escena y que atrae su atención. Entorno a ellos, el paisaje los sitúa en un escenario natural, el cual se compone, en planos sucesivos: de la terrecería del potrero, de una área de arbustos con un par de árboles y de dos desdibujadas lomas en el horizonte.


Archivo del Departamento de Documentación del Acervo. Víctor T. Rodríguez Rangel

Ernesto Icaza y Sánchez nació en la ciudad de México en 1866, en la calle de Puente de Alvarado -Calzada de Tacuba- y fue bautizado en la Parroquia de la Santa Veracruz[1], frente a la Alameda, dentro de los cuarteles de la capital. Toda su vida vivió en esta metrópoli, aunque pasó largas temporadas como huésped en múltiples haciendas del centro del país y donde encontró las puertas abiertas por provenir de una ilustre familia conservadora[2]. En esas fincas, primero gustó de practicar las faenas y labores charras para luego, ya de adulto, dedicarse a pintar lo que más apreció en su vida, al charro, en su actividad cotidiana y festiva, y al caballo, al que le consagró el mayor esmero en bien lograr su figura, su color y sus proporciones.

     Al peculiar trajín de la ruda brega campirana y al ajetreo de los ejercicios vaquerizos que Icaza recreó a través de su plástica en muchas de sus obras, se contrapone esta escena de quietud y serenidad. El descanso de los caballos, dentro de un potrero que nos indica su pertenencia a un propietario, se interrumpe por la atenta dirección de la mirada de cuatro de los seis que integran la pintura, lo que indica que observan algo, hacia la derecha de la composición, fuera de la escena y que los perturba, pero sin llegar a agitarlos.

     Los animales adultos, los más atentos en algo no figurado pero insinuado por el artista, presentan distintos tonos en su pelaje, que en el vocabulario hípico mexicano, es, de derecha a izquierda: un bayo dosalbo trasero -café claro con dos patas blancas traseras-, un tordillo rodado palomo -blanco con manchones redondos grises- y un alazán lucero dosalbo trasero -canela con mancha blanca en la frente y dos patas blancas traseras[3]. Estos, protegen a los tres potrillos de color alazán que, por su alzada, no superan los tres años y por lo tanto son ¿brutos¿ -que no han sido domados- y no tienen la edad para su primera rienda[4].

     El primer término, compuesto por los caballos y el potrero, está bien logrado, por lo que el artista se vio exigido en precisar y dar veracidad tanto a la composición y solución de las figuras equinas, como en el hecho de situar estas figuras adecuadamente dentro del espacio, que en este caso es un corral rústico donde se proyectan las sombras de las bestias afines en su dirección y donde se logra, con distintas tonalidades de café; sepia y ocre, el efecto del terreno disparejo. No pasa lo mismo con el follaje y las lomas en lontananza, estos planos, menos esmerados, se presentan descuidados e irreales.

     En esta pintura está ausente el hombre del campo, personaje esencial en una gran parte de las escenas plásticamente construidas por el pintor, aunque lo sugiere por estar las bestias cautivas dentro de una obra humana, como es un corral de trancas.

     Icaza contó con ventajas que no tuvieron algunos artistas que plasmaron al ¿charro¿ o a su predecesor el ¿chinaco¿ para lograr una mayor veracidad,  y es el hecho de haber pintado desde adentro el mundo de las haciendas y las cosas que, con los caballos, amos y peones solían hacer, así como haber sido un buen ejecutor de estas suertes y faenas. Gusto por el medio que lo llevó a participar en la consolidación de la charrería, la cual se fortaleció en 1921 con el nacimiento de la Asociación Nacional de Charros, para que a la postre, estos ejercicios de exhibición que nacieron del trabajo campirano en las haciendas, fueran considerados por los medios gubernamentales, como el deporte nacional. Esta condición permitió a estos ejercicios sobrevivir a la disolución de las extensas propiedades rurales con la Reforma Agraria.

     La producción pictórica legada por el artistas se caracteriza por tratar diversos temas, pero siempre, por regla general, cuenta con un hilo conductor que es el estar enteramente dedicada a plasmar al caballo y a las costumbres del charro en su minucioso pormenor; en reconstruir las labores y destrezas de los vaqueros en las haciendas de los valles de Apam, de los altiplanos de México, Puebla y Tlaxcala y de las llanuras de Jalisco.

     Sus pinturas, con el paso de las décadas y el arribo de los cambios en las políticas de la propiedad de la tierra, adquirieron el carácter de ser un testimonio de una sociedad y una espacialidad definida y en ellas pueden verse reconstruidas las primeras décadas del siglo XX. Son decenios que a la par de que el pintor capitalino retrataba la fisonomía de la acaudalada aristocracia rural de las extensas fincas, en el país se desarrollaban turbulentos movimientos sociales y militares que en su derrotero, conformaron la primera revolución del siglo XX en el mundo.

     Las pinturas de Icaza parecen, en su primera impresión, remontarnos al tiempo de las escenas costumbristas y de los tipos populares donde están implícitos los caballos y jinetes mexicanos y que tuvieron una fuerte tradición artística en el siglo XIX, siendo captados por nacionales y extranjeros, así como ¿al recuerdo de aquellas deliciosas estampas y grabados ingleses de la época victoriana.¿[5] Sin embargo, la totalidad de su obra está firmada en el siglo XX, de hecho, para 1950, fecha de su primera valoración estética (Palacio de Bellas Artes), el pintor tenía ya 24 años de haber muerto (1866-1926).

     En los meses de abril y mayo del año de 1950, la Sala de la Estampa del Museo Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, presentó la exposición titulada: 100 obras del charro pintor Ernesto  Icaza 1866-1935[6]; pintor del charro mexicano.[7]  Esta exhibición difundió por primera vez entre el público urbano que se interesaba por el arte, la obra de Icaza, quien había sido hasta entonces conocido por los charros, entre los cuales muchos poseían un cuadro suyo, pero prácticamente desconocido en otros ámbitos. El espectador de esta muestra, en letras de Justino Fernández: ¿pudo dar cuanta precisa de lo variado de sus temas, de lo atractivo de sus cuadros y de su fecundidad como pintor.¿[8]

     Al estudiar el contexto de esa exposición, se infiere que dos situaciones fueron relevantes para su realización, por un lado, la producción constante, durante dos decenios, de cine mexicano donde se reconstruyó la colorida expresión campesina a través de la imagen del charro, que se consolidó como emblema del hombre rural - añoranza por el pasado en un México en proceso de industrialización y de urbanización -y en uno de los símbolos pintorescos de la identidad nacional. Estas cintas tuvieron mucho peso en el gusto del público capitalino y conformaron una fuerte trayectoria dentro del cine, desde aquellas primeras películas: En la hacienda (1921), de Ernesto Vollrath y La boda de Rosario (1929)[9], dirigida por el jalisciense Carlos Rincón Gallardo, miembro de una importante familia hacendada y que tenía por vida cotidiana el apego a las labores y destrezas charras[10]. Por otro lado, dentro de la historia del arte mexicano, los proyectos culturales, en los gobiernos de los presidentes Manuel Ávila Camacho (1940-1946) y Miguel Alemán (1946-1952), tuvieron como lugar idóneo para ser aterrizados al Palacio de Bellas Artes, espacio que se convirtió en el gran salón de exhibición nacional, a través de sus exposiciones temporales, tanto de los artistas llamados ¿populares¿ que bajo los supuestos nacionalistas postrevolucionarios encarnaron la inspiración autentica de lo mexicano aislados de academicismo de las rigurosas directrices europeas, tanto que esta institución también exhibió y valoró la producción plástica de los más destacados pintores académicos mexicanos decimonónicos.[11]

     La exposición sobre Icaza dio pie a que especialistas de las artes y de las cosas de la charrería como Ceferino Palencia y Fernando Gamboa, participaran con los textos que se integraron al catálogo, y concedieran, en un par de ensayos, positivas críticas a este artista, refiriéndose al encanto pintoresco de su temática, a su ¿ingenuidad¿ y ¿espontaneidad¿ en su quehacer plástico y considerándolo como uno de los más grandes talentos que captaron el arte de charrear.  

 

                               

 

     Las pinturas ejecutadas por Icaza en los años que van de 1910 a 1920, son cuantitativamente muy superiores a las realizadas en la primera y tercera década del siglo XX, por lo que es este lapso el más activo de la corta vida artístico-productiva del pintor, lapso al que se integra la pintura Caballos y Potrillos (1916), por lo cual, paralelo al auge de su vida activa como retratista plástico del entorno de las haciendas y de las jerarquizadas labores del campo, se suscitó la Revolución Mexicana y corrieron sus convulsionados y violentos primeros diez años, por lo que la apacible  cotidianidad, orden y festividad de la clase rural burguesa que retrató Icaza, contrasta con la anárquica situación bélica en el territorio, resultado de un descontento en todos los niveles que desembocó en el derrocamiento de las aparentes sólidas estructuras nacionales del porfiriato y que a la postre, degeneró el conflicto en pugnas intestinas entre las diferentes facciones rebeldes que pretendieron, al triunfo de la revolución, consolidar sus propios idearios de nación, hecho que extendió el conflicto por muchos años.

     Lo anterior nos permite contextualizar a Icaza, tanto en su particularismo pictórico-temático, como en la temporalidad y espacialidad en la que produjo, bajo esta visión, la obra Caballos y Potrillos es singular. Por un lado, esta obra es única respecto a que se pierde una generalidad, la parte medular de sus escenas, que es la relación humano-equino como fundamento de la señorial y noble imagen del jinete, ya sea posando, a manera de estampa, o en los quehaceres y exhibiciones que dieron fisonomía al concepto visual del charro, aunque, como ya se mencionó, estando los caballos dentro de un potrero, no dejan de hacer referencia a un propietario de caballerías y, posiblemente, a un acaudalado hacendado. En este sentido, los caballos en esta obra carecen de la presencia humana y de sus monturas y accesorios. Equipo en el corcel que por su rigurosa veracidad en su representación pictórica, es una de las principales características en las obras de Icaza y que seguramente gustoso, delineaba y coloreaba. Por otra parte, la calma y quietud en la escena, contrasta con lo que fue la noticia cotidiana por aquel año, -Carranza y los constitucionalistas se consolidan en la capital; Zapata se repliega a Morelos y Villa saquea Columbus en territorio norteamericano, por lo que se espera una inminente incursión invasora, en represalia, en nuestro territorio[12]- que eran los sucesos y episodios que el violento tornado revolucionario producía y que, seguramente, los hacendados seguían con expectación y a la vez evadían un conflicto que directamente podría fracturar sus generosos patrimonios. No hay que olvidar que en noviembre de 1916 se formó el Congreso Constituyente para redactar una nueva carta magna, -promulgada en febrero de 1917- y en las leyes de carácter agrarias estaban implícitos duros reveses para los intereses de los latifundistas.

     El pintor, aunque de origen y domicilio capitalino, fue un admirador apasionado de las labores charras del campo y estrechamente vinculado a los ranchos y las haciendas. Amigo de los propietarios de estas unidades económicas, seguro conoció los temores que en los patrones infundió la Revolución.

     Las haciendas, fundadas en el siglo XVI con la encomienda española, y habiendo tenido en la segunda mitad del siglo XIX y en particular durante el porfiriato su etapa más brillante en producción y en el aumento de sus territorios, se veían amenazadas por los postulados revolucionarios y con riesgo de su disolución, y aunque Icaza ya no vivió la peor época para los hacendados con la aplicación de la reforma agraria durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas[13], los últimos años de su vida fueron decadentes e inciertos, como la suerte de la propiedades de sus ¿compadres¿, los aristócratas charros del campo.

     En la década de los treinta, muchas de las haciendas fueron invadidas y saqueadas, de nada sirvió que los dueños de estas las defendieran con fuerzas armadas propias, ¿fue inevitable la destrucción total de las grandes propiedades rurales [...] el sistema de haciendas había muerto y los hacendados habían sido desarticulados como grupo de poder.¿[14]

 

 

 

OBSERVACIONES: La obra fue adquirida por el Instituto Nacional de Bellas Artes en 1964 al Comité de Construcción de Escuelas. Ingresó al MUNAL en 1982 como parte de su dotación de origen. Se encuentra en bodega por sus cualidades menores respecto a otros dos Icaza que sí se encuentran en sala.



[1] Luis Ortiz Macedo. Ernesto Icaza; maestro del ingenuismo mexicano. México, Banca Serfín, 1985: 93.

[2] ¿Fue el tercer hijo del Licenciado Don Joaquín de Icaza y Mora, caballero de elevada posición económica y social¿ vid. Leovigildo Yslas Escarcega y Rodolfo García Bravo. Iconografía Charra. México, Ediciones Charras, 1969.

 

[3] Carlos Rincón Gallardo. ¿Colores, manchas y remolinos¿ en El libro del charro mexicano. México, Editorial Porrua, 1977: 14.

[4] Leovigildo Yslas  op. cit.: 9.

 

[5] Luis Ortíz Macedo  op. cit.: 16.

[6] Hoy se sabe que la fecha de su muerte fue en 1926 y que sus restos se encuentran en el nivel C de las criptas de la nueva Basílica de Guadalupe.

[7] Fernando Gamboa y Ceferino Palencia. Cien obras del charro pintor Ernesto Icaza 1866-1935. (Exposición en el Palacio Nacional de Bellas Artes, 1950) México, INBA, 1950.

[8] Justino Fernández. ¿La pintura en la charrería¿ en Artes de México. México, Revista Artes de México, 1980.  No. 200.

[9] Estas cintas, en su argumento, más que tratar el problema de la tenencia de la tierra, defienden la institución de la gran propiedad agrícola. En la misma situación está la película Allá en el rancho grande (1936), de Fernando Fuentes. apud. Aurelio de los Reyes, et. al. A cien años del cine en México. (Exposición en el Museo Nacional de Historia en Castillo de Chapultepec, 1996) México, INAH-IMCINE, 1996: 50.

[10] El mismo Carlos Rincón Gallardo publicó en 1939, El libro del charro mexicano. (Con posteriores ediciones) Excelente compendio de todo lo que involucra la charrería.

[11] Pretéritas a la muestra de Icaza, por sus salones se presentaron las exposiciones de: Pintura jalisciense en el siglo XIX (1942), La obra de José María Velasco (1942), Los grabados de Posada (1943), Los pintores veracruzanos del siglo XIX (1944),  La obra de Juan Cordero (1945),  La obra del dibujante Julio Ruelas (1946) y, posterior a la de Ernesto Icaza, la obra de Hermenegildo Bustos (1956). John F. Scott. ¿La evolución de la teoría de la historia del arte por escritores del siglo XX sobre el arte mexicano del siglo XIX¿ en Anales. Núm. 37. México, UNAM-IIE, 1968.

[12] Charles Cumberland. La Revolución Mexicana; los años constitucionalistas. México, F.C.E., 1975.

 

[13]  Angélica Velázquez Guadarrama. ¿Pervivencias novohispanas y tránsito a la modernidad¿ en Pintura y vida cotidiana en México; 1650-1950. (Exposición en el Palacio de Iturbide, 1999) México, Fomento Cultural Banamex, 1999: 222.

[14] Ricardo Rendón Garcini. Haciendas de México. México, Fomento Cultural Banamex, 1994: 45.