Museo Nacional de Arte

El cautiverio de los hebreos en Babilonia




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El cautiverio de los hebreos en Babilonia

El cautiverio de los hebreos en Babilonia

Artista: JOAQUÍN RAMÍREZ   (1839 - 1866)

Fecha: 1858
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

A orillas de un río, y en la ribera opuesta a la ocupada por una ciudad, están dispuestos varios grupos de israelitas en torno a una gran roca central y bajo unos sauces, de uno de los cuales una lira cuelga. El primer término lo componen cinco figuras: delante de la roca aparecen sentados un hombre maduro en actitud melancólica, con la cabeza inclinada y sostenida por su mano derecha y con una lira puesta en el suelo al lado contrario; una mujer que se lleva las manos a la cabeza con un gesto de dolor extremo y dos niños recostados sobre su regazo; detrás se alza un anciano sacerdote, tocado por un bonete puntiagudo provisto de una diadema de oro, viendo hacia el suelo en una postura de total abatimiento. El plano intermedio lo forman dos grupos más de figuras, a ambos lados de los árboles centrales: a la izquierda, un hombre sentado mira hacia abajo, con las manos cruzadas en el regazo, en tanto que otro, de pie y con las manos a la altura del pecho en un gesto de imploración, eleva sus ojos al cielo. A la derecha, una mujer abraza a un niño mientras que su consorte reitera la pose tradicional de melancolía adoptada por el hombre del primer plano; un segundo hombre, visto de perfil, se apoya meditabundo sobre un peñasco. Más al fondo, del lado derecho, un par de figuras masculinas repiten la consabida alternativa de mirar abajo y arriba, con el propósito de multiplicar las expresiones de dolor meditativo o exasperado, humillación y arrepentimiento característicos de la composición. Un colorido sobrio y apagado, dominado por ocres y pardos, se extiende por la tela.

Comentario

Esta composición le fue encomendada originalmente a Ramírez por el arquitecto Lorenzo de la Hidalga, asiduo coleccionista. Expuesta en la undécima exposición de la Academia de San Carlos, en 1858, le valió a su autor el premio en la categoría de Composición de muchas figuras. Pero los consiliarios de la Academia de San Carlos reputaron la obra por una de las mejores que Ramírez había ejecutado, y le solicitaron su repetición, para conservarla en las galerías del establecimiento. Esta repetición fue presentada en la duodécima exposición, que tuvo lugar en enero de 1862. En 1866, al morir el pintor, su viuda reclamó la gratificación prometida y aún no liquidada por entonces. Es, pues, esta copia autógrafa la que el Museo Nacional de Arte conserva.

            Se trata de un típico estudio académico de composición, bien resuelto, con arreglo a los cánones y modelos consabidos, tanto por lo que se refiere a la integración y subordinación de las figuras como a la interpretación expresiva del asunto.

            La historia está tomada de la Biblia: relatan o aluden a la cautividad de los judíos en Babilonia el Segundo Libro de los Reyes y dos de los libros proféticos, el de Jeremías y el de Ezequiel, así como los Salmos (en particular, el 136). En México, dieron sus versiones poéticas del salmo 136 dos de nuestros escritores románticos más destacados, José Joaquín Pesado y Manuel Carpio, ambos entusiastas hasta el delirio de la recreación imaginativa de la Tierra Santa y de los tiempos bíblicos. Uno y otro estuvieron muy vinculados con la Academia como miembros de la junta de gobierno y, en el caso de Carpio, como profesor de anatomía artística y como secretario interino de aquella institución, entre 1856 y 1857.            La cautividad de los hebreos en Babilonia fue el resultado deplorable de un largo período de decadencia que sobrevino tras el esplendor logrado en tiempos del rey Salomón. El territorio y el pueblo judíos, divididos en los dos reinos de Israel y Judá, se trabaron en una cadena interminable de luchas intestinas que acabaron por extenuarlos, cayendo primero el de Israel en poder de los asirios, y luego el de Judá en manos de los caldeos. El templo de Salomón fue saqueado, Jerusalén destruida, y los hebreos deportados a Babilonia, en donde permanecieron cautivos durante setenta años, lamentando la grandeza perdida y los errores cometidos, al tiempo que soñaban con la vuelta a la patria y con la regeneración nacional. Es fácil apreciar así lo apropiado de los sentimientos que embargan a las figuras pintadas por Ramírez.

            Al grupo conservador que regía las actividades de la Academia, tan versado en el conocimiento de la Biblia y tan involucrado en los destinos políticos de la nación, no debe de habérsele escapado la cifrada afinidad postulable entre la historia de los hebreos derrotados y cautivos en la opulenta Babilonia y la situación contemporánea de México. También los mexicanos, debilitados por las contiendas partidistas y divididos ideológicamente, habían sucumbido ante el avance expansionista de los Estados Unidos, cuyos ejércitos sentaron sus reales en la propia capital del país entre 1847 y 1848. El precio de su salida fue cederles la mitad del territorio nacional. Pese a todo esto, los liberales no ocultaban su admiración por el modelo estadounidense de progreso, lo que en opinión de los conservadores ponía en peligro la preservación misma de la nacionalidad. De allí la relevancia tópica del tema tratado por Ramírez, y la encomienda que la junta de gobierno de San Carlos le hizo, de pintar una réplica de su composición original.

            No por azar, una imagen litográfica de Jeremías meditando sobre la ruina de su patria sirvió de ilustración al "Discurso pronunciado en la Alameda de la ciudad de México en el día 27 de septiembre de 1850, por el ciudadano senador general de división José María Tornel y Mendívil". Un discurso que se caracterizó por su tono admonitorio y profético: admonitorio, en cuanto que censuraba a sus conciudadanos por no haber sabido valorar y preservar el legado patrio, obtenido con la Independencia y en buena medida perdido en 1848; profético, porque Tornel expresaba al final su esperanza en la regeneración moral y cívica del país, y le auguraba un porvenir feliz.

            Por otra parte, el tema del exilio tenía entonces una particular significación vivencial para los mexicanos, quienes por largos años habían venido sufriendo una serie ininterrumpida de cambios violentos de poder, con los consecuentes destierros y represalias para con los vencidos. El joven poeta Juan Díaz Covarrubias resumía estas experiencias dolorosas en su "novela de costumbres mexicanas" La clase media, publicada en abril de 1858 (el mismo año en que Ramírez pintó la primera versión de su cuadro), cuando escribe 

            Así pues, la atroz experiencia del desarraigo forzado y del alejamiento de la tierra natal para llevar una vida de ¿proscrito¿ en suelo extranjero, con la consecuente amenaza de disolución de la familia, llegó a convertirse en una vivencia compartida por un sector de la ciudadanía, con una relevancia singular en la percepción emotiva de los espectadores de la época y que dejó huella en la literatura y en la plástica.

                        Para entonces, hacía ya casi veinte años que el pintor había muerto, en agosto de 1866. Ramírez había tenido una participación no desdeñable en uno de los mayores proyectos simbólico-decorativos del Segundo Imperio, y a él se le debe el magnífico Retrato de Miguel Hidalgo (1865), que con beneplácito singular de Maximiliano estuvo colgado en la Galería de Iturbide del Palacio Imperial. También fue uno de los pintores que asistieron al maestro Clavé en la ejecución de los murales de la cúpula de la iglesia de La Profesa. Con todo, fue uno de los primeros alumnos de Clavé que, al concluir sus estudios, sufrieron la falta de encargos del género histórico para el cual habían sido encauzados en los años de su formación académica. En 1862, un crítico de El siglo XIX comentaba con indignación cómo dos artistas tan prometedores como eran Ramírez y Ramón Sagredo estaban dedicados últimamente a oficios de pan llevar, tan indignos de su talento, y de los largos años y esfuerzos invertidos en su educación pictórica, como era la "iluminación" de retratos fotográficos.

            En 1982, esta pintura pasó al Museo Nacional de Arte como parte de su acervo constitutivo.

Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 220

Descripción:

"Otro de los temas bíblicos cargados de hondas resonancias figurales era el de la destrucción de Jerusalén (y las lamentaciones de Jeremías sobre sus ruinas) y el de la cautividad consecuente de los hebreos en Babilonia. En este episodio se hace hincapié en el dolor y la vergüenza que se enseñorea de todo un pueblo a causa de los gravísimos errores cometidos, cuyas consecuencias fueron la invasión y pérdida de la patria. No es casual, pues, que una viñeta grabada con la figura de Jeremías llorando la ruina de Jerusalén adorne la oración cívica que José María Tornel pronunciara en la Alameda capitalina el 27 de septiembre de 1850. Ni tampoco que Joaquín Ramírez haya pintado al menos dos versiones de la El cautiverio de los hebreos en Babilonia: una de ellas en 1858, por encargo particular del arquitecto Lorenzo de la Hidalga, generoso mecenas del México de mediados del siglo XIX; y la otra en 1861, por encargo de la Junta de Gobierno de la Academia, para enriquecer sus galerías.

Al grupo conservador que regía las actividades de la Academia, tan versado en el conocimiento de la Biblia y tan involucrado en los destinos políticos de la nación, no debe de habérsele escapado la cifrada afinidad postulable entre la historia de los hebreos derrotados y cautivos en la opulenta Babilonia y la lamentable situación contemporánea de México. También los mexicanos, debilitados por las contiendas partidistas y divididos ideológicamente, habían sucumbido ante el avance expansionista de los Estados Unidos y sufrido la ocupación del territorio nacional durante un año. Más aún, los liberales persistían en su admiración por el modelo estadunidense de progreso, lo que en opinión de los conservadores ponía en peligro la preservación misma de la nacionalidad.

En vista de lo generalizado de semejantes experiencias, un tema como el que Ramírez escogió tenía una singular relevancia en la percepción emotiva de los espectadores de la época. Incluso para los no identificados con los ideales del conservadurismo, éste y otros asuntos bíblicos les resultaban interesantes y significativos por su intenso contenido humano y "universal" y por sus hondas connotaciones morales, como ya lo había advertido Mora a fines de los años veinte.

La emotividad del asunto pintado por Joaquín Ramírez se manifiesta en la expresividad de rostros y poses, reveladores de los dolorosos "afectos" que embargan a los personajes, a saber, la humillación, el arrepentimiento, el dolor meditativo o exasperado. El sobrio colorido, dominado por pardos y ocres, sin ningún toque cálido que avive el esquema cromático, acentúa la tristeza de la escena. Esta tristeza se ve resaltada aún más por la importancia asignada al sauce, árbol funerario por excelencia, en cuyo tronco se ve una lira colgada y cuyo espeso follaje sirve de pabellón al grupo principal".

(Ramírez, Fausto, 2000, p. 223, 225)