Museo Nacional de Arte

Cardón, estado de Oaxaca




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Cardón, estado de Oaxaca

Cardón, estado de Oaxaca

Artista: JOSÉ MARÍA VELASCO   (1840 - 1912)

Fecha: 1887
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 44

Descripción:

La connotada producción paisajística de José María Velasco, en cambio, con su luminosa y precisa recreación de vistas panorámicas, permite la apropiación del espectador –por medio de la mirada- del territorio nacional. Siguiendo las enseñanzas del maestro italiano Eugenio Landesio, profesor de Pintura de paisaje y Perspectiva en la Academia de San Carlos, Velasco, desde el último tercio del siglo XIX, creaba vistas que resaltan la magnificencia de los valles, montañas, cielos y flora del país. En ellas, a la vez despliega el terreno nacional ante la vista con detalle que permite una recreación empírica de su riqueza natural e introduce referencias a las incursiones de la modernidad en este escenario con la presencia de fábricas y ferrocarriles, signos de progreso para el optimismo positivista del periodo. La relación entre campo y ciudad, y entre la industria y la naturaleza se presenta así de forma armónica. Asimismo, la precisión empírica de la descripción paisajística de Velasco, refleja su dominio, a la par con el arte, de las ciencias naturales, a cuyo estudio se dedicó desde 1865; en obras como Cardón. Estado de Oaxaca (Cercus Candelabrus) queda claro que su acercamiento al ámbito rural incluía el estudio detallado de los fenómenos botánicos, a la par con su integración en su contexto espacial.

El éxito de las vistas del entorno rural mexicano en términos del gusto finisecular se puede apreciar tanto por las diversas versiones que pintó Velasco de sus vistas panorámicas, así como por los diversos galardones recibidos por esta producción a nivel nacional e internacional."

(Cordero Reiman, Karen, 2010, p. 46)

 Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 86

Descripción:

"En 1882, Velasco advertía: "Los naturalistas extranjeros han trabajado mucho para dar a conocer la naturaleza de México en sus diversos ramos, al grado que se experimenta cierta pena por lo muy poco que hacemos". Con todo, la aportación de la flora del pintor mexiquense es enlistada por Nicolás León en su Biblioteca Botánico-Mexicana de 1895. Esta inclinación por advertir a detalle la identidad espacial, determinó su concepción plástica.

Por ello, no es casual que, además de sus trabajos científicos, fuera minucioso en sus paisajes al dibujo, acuarela o al óleo, incluyendo detalles que sugerían una valoración y memoria del espacio propio. En Bosque de Pacho (1875), Puente curvo del Ferrocarril Mexicano en la cañada de Metlac (1881), (FIG. 33) Cárdon (1887), (FIG. 45) Vista de la fábrica de hilados La Carolina (1887), Volcán de Orizaba desde la Hacienda de San Miguelito (1892), Hacienda de Chimalpa (1892) (FIG. 37) y Cañada de Metlac (1897), (FIG. 34) aparecen de manera notable helechos, enredaderas, mafafas, liquidámbar, hojas de corazón, xerófilas, cladonios, palmas silvestres y encinos, entre otros más. Para él, no existía separación entre estos conocimientos, pues se sirvió del arte para dar claridad a la ciencia y la ciencia para dar veracidad del arte.

Aunque lo pareciera por su rigor científico, Velasco no fue hijo del positivismo, ya que a la vez que representaba detalles orográficos y botánicos que daba a sus obras un carácter de verdad; también alteraba el tamaño de las rocas, movía sutilmente la ubicación de los volcanes y ponía vegetación donde no la había. Con todo, el valle parecía ser como lo pintó, pero más animado por estas variaciones que su espíritu le otorgaba."

(Reséndiz Rodea, Andrés, 2013, p. 23)

"Velasco, desde luego, "traía lo suyo", como dice la voz coloquial; desde niño sus maestras y profesoras se quejaban de que al niño sólo le interesaba pintar y dibujar. En la Academia de San Carlos destacó muy pronto como ayudante y discípulo del maestro italiano cuya obra didáctica de dibujo y perspectiva ayudó a ilustrar. Además, hizo en la Escuela de Medicina estudios sobre la flora y la fauna nativas de México.

Con reveladora perseverancia, dedicó más de trece años a la investigación del "axolotl" o ajolote; (FIG. 16) estudió, además, el fruto conocido como "pitahaya" por sus previsibles beneficios a la industria. Se puede desprender de su obra que hizo estudios de ingeniería, urbanismo y aun geología –como dejan ver los títulos de algunos de sus cuadros: "Pórfido del cerro de los Gachupines", "Pórfidos del Tepeyac", (FIG. 48) Pórfido: palabra-contraseña entre los geólogos.

Esta formación tan solvente, así como los consejos de sus maestros y compañeros lo fueron encauzando hacia la realización de ese vasto designio artístico que cristaliza en esos lienzos, cuadros, paisajes cuyo común denominador es el valle de México. Entre tanto y a lo largo de los años, la mirada del artista se enriquece con el oficio del ojo científico, pues Velasco colaboraría con numerosos dibujos e ilustraciones para la revista mexicana La Naturaleza, fundada por uno de sus maestros, Manuel Villada.

No es raro que Octavio Paz aluda al artista como a una suerte de anfibio (axólotl) entre la ciencia y el arte.

Como quien no quiere la cosa, el artista va organizando un arsenal determinado por un afán de pureza y clasicismo y para desarrollar una obra específica: una anchurosa visión desvelada por medir el horizonte y por medirse con él desde una perspectiva aérea -uno de los temas tratados en el libro de Landesio.

Esta idea no es exclusivamente de orden pictórico y artístico. Es de índole espiritual o, si quiere peor, "mental".

(Castañon, Adolfo, 2013, p. 40)

La tierra como protagonista p.45

Dentro del género pictórico del paisaje se observa, a lo largo de este periodo, diferencias estéticas fundamentales que nos hablan de la transformación de la mirada implícita en las composiciones, así como de cambios en el modo de significar la tierra misma, como protagonista del campo visual. Como antecedente en este respecto encontramos en el siglo XVIII la exageración de las cualidades dramáticas de elementos paisajísticos que corresponden a la búsqueda de los sublime, como se evidencia en dos paisajes anónimos del periodo, pertenecientes a la colección del Museo Nacional de Arte. La representación en estas imágenes de conjuntos rocosos que parecen recobrar vida como protagonistas de los lienzos convierte a los árboles, el mar y las pequeñas figuras humanas que aparecen en el primer plano, con cómplices de la evocación de un mundo asombroso y lleno de misterio, que despierta la fantasía del espectador.

                La connotada producción paisajística de José María Velasco, en cambio, con su luminosa y precisa recreación de vistas panorámicas, permite la apropiación del espectador – por medio de la mirada- del territorio nacional. Siguiendo las enseñanzas del maestro italiano Eugeio Landesio, profesor de Pintura de paisaje y Perspectiva en la Academia de San Carlos, Velasco, desde el último tercio del siglo XIX, creaba vistas que resaltan la magnificencia de los valles, montañas, cielos y flora de su país. En ellas, a la vez despliega el terreno nacional ante la vista con detalle que permite una recreación empírica de su riqueza natural e introduce referencias a las incursiones de la modernidad en este escenario con la presencia de fábricas y ferrocarriles, signos de  progreso para el optimismo positivista de periodo. La relación entre campo y ciudad y entre la industria y la naturaleza se presenta así de forma armónica. Así mismo, la precisión empírica de la descripción paisajística de Velasco, refleja su dominio, a la par con el arte, de las ciencias naturales, a cuyo estudio se dedicó desde 1865; en obras como Cardón. Estado de Oaxaca (Cercus Candelabrus) queda claro que su acercamiento al ámbito rural incluía el estudio detallado de los fenómenos botánicos, a la par con su integración en su contexto espacial.

                El éxito de las vistas del entorno rural mexicano en términos del gusto finisecular se puede apreciar tanto por las diversas versiones que pintó Velasco de sus vistas panorámicas, así como por los diversos galardones recibidos por esta producción a nivel nacional e internacional. El atractivo del campo mexicano como objeto de representación artística se extendió además a artistas extranjeros. Entre ellos se encuentran Conrad Wise Chapman (1842-1910), pintor norteamericano quien, huyendo de las consecuencias de la Guerra Civil en su natal Virginia, viajó a México en dos ocasiones en la segunda mitad del siglo XIX, pintando vistas del Valle de México que tuvieron cierto éxito comercial. 1 (https://www.Iva.virginia.gov/exhibits/chapman/, consultado 21 febrero 2010. Esta página web de The Library of Virginia documenta la exposición Father and Son: The Works of John Gadsby Chapman and Conrad Wise Chapman, que se presenta en este recinto del 16 octubre 1998 al 22 marzo 1999.)  El óleo Valle de México (1907) enfoca la emblemática escena, con los volcanes Popocatepetl e Iztaccihuatl al fondo, desde un ángulo más bajo que la que acostumbra Velasco, y con un formato más alargado,  en un lienzo que resalta viñetas costumbristas en el primer plano, aprovechando la representación de tipos populares para aumentar el exotismo de la obra para el público norteamericano.

            En los años venideros de la revolución y posrevolución, el manejo del paisaje se torna más sintético, de acuerdo con las tendencias formales y conceptuales de vanguardia del momento. En la segunda década del siglo priva la influencia de Gerardo Murillo (Dr.Atl), cuyas vistas del paisaje local con colores y formas sintéticas resaltan su valor simbólico y, como experiencia afectiva, aprehensible a nivel de expresión. El dibujo al pastel de gran formato, Campesinos (ca.1913) de David Alfaro (quien pronto reemplazará la frima de Alfaro con la de Siqueiros), refleja claramente las enseñanzas de Murillo, tanto en la especial atención a elementos emblemáticamente referentes a “lo mexicano” (es el caso del nopal y el órgano) como por la influencia japonesa que se muestra en la composición, reemplazando la estructura académica tradicional con rasgos tomados de modelos “otros” que proponen un renovación de la mirada, la construcción de un punto de vista moderno. Así, el protagonismo de la tierra, cuyos gestos registrados en pastel se reiteran dando un movimiento vibrátil al dibujo, se encuentra balanceado por la postura vertical y la monumentalidad de escala y anatomía de la joven pareja rural que ocupa l primer plano. Esta obra se enmarca en el contexto de la primera Escuela de Pintura al Aire Libre fundada por Alfredo Ramos Martínez y por Saturnino Herrán. Así, por medio de las Escuelas, los artistas en formación entraron directamente en contacto con el entorno semirural de la cuidad de México provocando una observación del paisaje no sólo como espectáculo estético nacional, sino como una apreciación del entorno de personas de carne y hueso, y no sólo de “tipos costumbristas”. La identificación del paisaje con los ideales políticos de la revolución y de la reforma agraria, influyó en la representación de la tierra como fuente de bienes y trabajo, no sólo para los grandes terratenientes sino para los trabajadores. La descripción heroica y dignificante de las figuras en la obra del joven Siqueiros, rememora notablemente el trabajo de Herrán en este sentido.

                Este enfoque prosrevolucionario hacia una representación del entorno rural como un ámbito de vivienda y trabajo para el campesino, implicaba una revolución plástica de lo local y lo cotidiano que se refleja en Embarcadero de Ocotlán (1933) de Fermín Revueltas y Troje (1943) de María Izquierdo. Aquí el encuadre del paisaje es mucho más cerrado y cercano que en Velasco o en Campesinos de Siqueiros, creando un sentido de intimidad, de que estamos en el ámbito rural, identificándonos con él, no observándolo desde la distancia. Se busca recrear la mirada justamente de quien habita en este espacio y, a través de recursos plásticos retomados de la vanguardia europea y adoptados al contexto nacional, captar estados de ánimo y relaciones afectivas con el contexto. En la obra de Revueltas el manejo expresivo y antinaturalista del color, que constituye en este autor u tipo de “favismo mexico”, permite evocar, por medio de la imagen, tonos y ritmos que convierten sus piezas en símiles de una composición musical, evocadora de realizaciones cálidas, personales y armónicas, reiteradas en la estructura y síntesis geométrica de sus formas.

                Troje de María Izquierdo, en cambio, nos ubica en una relación incómoda con los elementos representados, naturales y construidos. Sin embargo, esto no es porque sugieren una suerte de “otredad” exótica, sino porque tanto los árboles como las casas y el granero o coscomate parecen cuerpos: en los sutiles distorsiones espaciales o en el caso del árbol, su amputación de un miembro, pierden su integridad como  signo lingüísticos neutros, representaciones típicas categorizables, para abordarnos como seres vivos, espejos de nuestra propia angustia y sensación de abyección. Curiosamente, sólo animales habitan éste lienzo, y sin embargo la obra se completa en nuestra humanidad que rellena y se proyecta sobre los vacíos vitales. También influida por las Escuelas de Pintura al Aire Libre, pero en una etapa posterior en la que asumieron una tarea de educación artística popular2(Más adelante en este texto se profundiza en el tema de las Escuelas de Pintura al Aire Libre y sus diversas etapas.), Izquierdo adopta un estilo deliberadamente naïf que compagina su familiaridad y fascinación por el mundo rural con una postura estética que rechaza contundentemente el distanciamiento estetizante del tema. Esta obra forma parte de una serie de obras realizadas por la artista jalisciense entre 1942 y 1945, que retoman insistentemente los mismos omtivos, en variaciones diversas, pero en las que el coscomate, construcción local curiosa, aparece reiteradamente.