Descripción
El artista reprodujo una idealización del Nazareno crucificado en el Monte Calvario a lo largo de la vertical del primer plano. La figura, iluminada y nimbada, se recorta sobre la penumbra en la que se perfilan las montañas en el horizonte, bajo un sutil tono cálido.
El ángulo superior izquierdo, más claro, parece anunciar un rompimiento de gloria donde el Eterno Padre escucha a su agonizante hijo, quien pide clemencia al cielo ante el intenso dolor de su martirio y encomienda su alma. Un cendal blanco marmóreo sujeto por una soga lo envuelve a la altura de la cadera. El semidesnudo es veraz en color y anatomía, trazado con una delicadeza apenas violentada por unos hilitos de sangre que emanan de las heridas.
Un clavo al centro del crucero afianza un pergamino con una serie de caracteres inscritos alusivos al condenado.
Comentario
Jesús clavado en su cruz en una composición en solitario y ambientado en la penumbra producida por las tinieblas que se manifestaron durante el culmen del Calvario, fue uno de los temas elegidos por el alumno de la Academia Nacional de San Carlos de México, Santiago Rebull, para el año lectivo de 1850 y concursar en la Tercera Exposición Anual de la Academia, la cual se llevó a cabo en enero de 1851.
En el catálogo de la exposición, impreso para los suscriptores, se lee: ¿Jesucristo en agonía. Sobre un fondo oscuro y triste aparece el Hijo de Dios clavado en la Cruz, en el acto de dirigir al Eterno Padre las sentidas palabras: En tus manos encomiendo mi espíritu.
El tema, de larga tradición plástica en occidente desde el arte bizantino, fue concebido por el autor durante la clase de composición impartida por el director del ramo de pintura, el catalán Pelegrín Clavé (1811-1880), quien fue un pilar del proyecto de reorganización jurídica y artística de la Academia a partir de los decretos de 1843 -durante uno de los mandatos de Antonio López de Santa Anna- e ideólogo de la postura conservadora de recrear los episodios de las sagradas escrituras que representaran los valores tradicionales.
Rebull, joven de veintiún años, salió premiado en el ciclo escolar de 1850 y obtuvo el tercer lugar en la exposición anual del siguiente año. Así inició una exitosa trayectoria que incluso lo llevó a convertirse en el pintor oficial de la corte imperial de Maximiliano de Habsburgo (1864-1867). Su Jesucristo representa en el colorido, la selección del dramático episodio y la perfección anatómica, la sensibilidad de una modalidad del romanticismo cultivada por la escuela ¿nazarena¿ y asimilada por Clavé y por la Junta Directiva de afiliación conservadora en un tiempo de serias pugnas por un proyecto cultural para el país.
Respecto a la anatomía correcta, fue el resultado de la severidad del dibujo en la institución sobre la base del copiado de dibujos y modelos que exigió la pintura académica. La violenta iluminación del cuerpo recortado sobre un fondo oscuro, obliga a la precisión en la elección de tonalidades para resolver adecuadamente el color de la piel, por lo que se requiere de una paleta diestra y un soporte teórico que Clavé inculcó a sus discípulos. El rigor de la composición y el intenso dramatismo, al representar al redentor en una conmovedora soledad, impacta al espectador e invita a la reflexión sobre el intenso dolor físico y psicológico al sentirse abandonado por Dios y por su pueblo: para salvar al hombre. Un mensaje está implícito como en el grueso de las obras sacras producidas en el seno de la Academia durante la dirección de ideología conservadora (1843-1861).
La escena es el episodio cumbre de la Pasión; el instante previo a la expiración, plasmada por un artista que gustó de reproducir el clímax de los temas seleccionados, como lo ejemplifican dos de sus obras: La muerte de Abel (1851) capturando el momento en que Caín acaba de perpetuar el fratricidio y huye volteando horrorizado a observar su ruin acto; y el El sacrificio de Isaac (1858), donde en una osada composición espiral, un ángel oportuno detiene el brazo de Abraham en el preciso instante en que pretendía asestar una puñalada a su hijo a petición, como muestra de fidelidad, de Dios.
La elección de Rebull fue por una cruz de madera tallada en rectángulo y no los troncos cilíndricos como también se ventilaba en la pintura durante el Virreinato, a la vez que evitó el registro por demás sangriento de las marcas del suplicio presentes en algunas obras barrocas. El pergamino clavado en el crucero está basado en los evangelios de Lucas (23, 38) y Juan (19, 19) en cuyos escritos se señala que el mismo procurador romano, Pilato, mandó escribir en un papiro las iniciales de la frase ¿Jesús de Nazareth Rey de los Judíos¿ en hebreo, en griego y en latín.
Los evangelios aluden a que estando Jesús clavado en la cruz, ¿desde la hora sexta hasta la hora nona, quedó toda la tierra cubierta de tinieblas¿ (Mt 27, 45) y (Mc 15,33); el sol se oscureció. Jesús sediento pidió agua, y luego de que un centinela le diera vinagre en una esponja envuelta en una caña de hisopo, miró al cielo con una mueca de intenso dolor diciendo: ¿perdónalos señor, no saben lo que hacen¿; para luego añadir: ¿Por que me has abandonado¿ (Mt 27, 46); ¿En tus manos encomiendo mi espíritu¿ (Lc 23, 46), y dicho lo último expiró, cumpliendo las predicciones de los profetas. Rebull interpretó este pasaje luego de que se utilizara la Biblia como fuente documental en el programa escolar de Clavé para el correcto desarrollo de los temas sacros.
Es, en general, una buena obra para ser de las primeras composiciones originales de Rebull; apenas en 1846 había ingresado al plantel y ya era una realidad de la comunidad pictórica y uno los discípulos predilectos de Clavé. El crítico Rafael y Rafael opinó, en el semanario El espectador de México del 16 de agosto de 1851, sobre estos primeros inicios.