Museo Nacional de Arte

Retrato de Pelegrín Clavé




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Retrato de Pelegrín Clavé

Retrato de Pelegrín Clavé

Artista: FELIPE SANTIAGO GUTIÉRREZ   (1824 - 1904)

Fecha: s/f
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 65, 118

Descripción:

"Pintor de academia, acuarelista, promotor del liberalismo republicano, viajero infatigable, narrador literario y cronista plástico de su errante periplo, Felipe Santiago Gutiérrez (1824-1904) fue esto y más. El visionario artista, tratadista y crítico de arte fue un representante nacional sin igual del impulso humanista por explorar la cultura universal –y sus matices regionales- que fecundó en los artistas el romanticismo, como corriente hemisférica del siglo XIX. Los países que recorrió entre 1862 y 1882 superan la docena y los poblados y capitales que visitó fueron tantos que para el propio Gutiérrez debió ser difícil de precisar. Algunas de las urbes fueron los epicentros del arte <<culto>> occidental en aquella centuria: Roma, París, Madrid, Florencia, Barcelona o Nueva York.

Entre los legados materiales de estos desplazamientos y estancias por diversos lugares del mundo, a la fecha perdura un conjunto de retratos de personajes y autoridades que Felipe S. Gutiérrez tuvo a bien recrear, son efigies pintadas con los artilugios compositivos para la disposición espacial del modelo, con los atributos propios del retrato de <<aparato>> o aristocrático y trazadas en diferentes formatos: busto perfilado, tres cuartos o cuerpo completo; figuras sentadas, reclinadas o de pie; composiciones de una figura, dos o conjuntos. Los cuadros revelan en el pintor las aptitudes artísticas de su progresivo refinamiento como fisonomista y el eco de las convenciones de dos poderosos lenguajes estilísticos del siglo XIX, el romanticismo y el realismo, tendencias filosóficas y artísticas de las cuales fue testigo, aprendiz y paladín.

La pintura de retrato se posicionó como el género central dentro de la versatilidad temática que Felipe S Gutiérrez atendió como pintor profesional, resultado de la gran demanda entre las diversas clases sociales que se diversificaron conforme el modelo capitalista se afianzó en la sociedad urbana. La fase temprana del trotamundos de Gutiérrez por el centro-norte de México y California se financió gracias a la encomienda que sus clientes le encargaron para dejar su imagen, idealizada y ennoblecida, perpetuada a través de la aguda representación pictórica.

La favorecedora impresión artística de la personalidad del retratado empatada con las modas de la época o la prenda tradicional, son un termómetro de los anhelos por la idealización del porte y son cánones que perduran a través de los tiempos. Así, el retrato es <<imperecedero, se comenta con entusiasmo de vidente, fija alcurnias y sitios en la escala social y cumple con lo interno y lo externo su gran función: divulgar las imágenes inmejorables>>

Los retratos realizados por Gutiérrez destacan actitudes como el orgullo y el prestigio en los protagonistas y, en la mayoría de las efigies de las autoridades de la política, la economía, la cultura o la artes, se denota el sentido del retrato de <<aparato>>: altivo, honorable y simbólico, lo que hace de éste género pictórico por excelencia en proporción de la creciente demanda entre los mecenas.

La historia del retrato de aparato en [sic] casi tan larga como la de la civilización misma. Los primeros ejemplos se encuentran en los retratos de los faraones del Antiguo Egipto, y desde entonces hasta hoy la producción de retratos de Estado se ha desarrollado ininterrumpidamente. Esta notable continuidad puede quizá explicarse por la tendencia de las sociedades humanas a organizarse en jerarquías de riqueza, poder y rango, y a investir a sus dirigentes de virtudes especiales, mágicas incluso. Esta tendencia garantiza que el retrato de aparato, que manifiesta ese poder y ese rango mediante mecanismos simbólicos, sea una presencia constante en la historia del arte.

La pintura de retrato conjunta una gama de valores estéticos, históricos, sociológicos y psicológicos. La diversidad de posibilidades interpretativas en los órdenes de lo descriptivo y lo analítico, aunado al simple goce visual provisto de la fascinante curiosidad por las prendas, accesorios, joyas y mobiliarios de otros tiempos, así como la noción de vernos a nosotros mismos reflejados en estos retratos, hacen de estas piezas un fascinante objeto artístico. Si bien la obra no puede ser un documento histórico fehaciente, ya sea por la subjetiva interpretación de la realidad, debido al imaginario de los lenguajes estéticos que dominan el universo del artista, o por la imagen mejorada que añora el cliente respecto a cómo se percibe en el espejo. No obstante, nos contextualiza en la época.

El retrato no sólo es una excelente fuente histórica, sino que para determinados aspectos, como los que tienen que ver con las identidades colectivas, los cambios de mentalidades o las modificaciones en las formas de ver y entender el mundo social, resulta imprescindible. Un retrato puede definir la situación histórica de una sociedad en un momento determinado tan bien o mejor que decenas de documentos escritos, sólo es necesario saber leerlo.

Tanto si son pinturas como si se trata de fotografías lo que recogen los retratos no es tanto la realidad social cuanto las ilusiones sociales, no tanto la vida corriente cuanto una representación especial de ella. Pero por esa misma razón, proporcionan un testimonio impagable a todos los que se interesan por la historia del cambio de esperanzas, valores o mentalidades.

Para Felipe S. Gutiérrez el retratado tuvo con él diferentes grados de apego. Desde aquéllos cercanos: el amor platónico, el maestro, el amigo entrañable o la esposa, hasta aquéllos con los que no tuvo otra relación social más que la mera contratación de sus servicios para inmortalizar a un preponderante sujeto de la sociedad.

Uno de los retratos que para nuestro artista debió de significar un valor sentimental de peso, seguro fue el que realizó a su exprofesor de Pintura Pelegrín Clavé (1811-1880) posiblemente en 1871 en un formato ovalado, de medio cuerpo, en tres cuartos y con la cabeza ligeramente girada hacia su derecha para situar el rostro de frente, lo que permite ver con detalle su carnación facial escénica, luminosa, emergiendo de las penumbras a la manera del lenguaje barroco tenebrista del siglo XVII (cat. 60). El prólogo a la ejecución de este cuadro nos remite a la bitácora de viaje. Era el inicio del mes de marzo de 1871 cuando Gutiérrez se trasladó de Madrid a Roma, realizando la correspondiente escala en Barcelona. La emoción debió de dominar a nuestro artista deseoso de encontrarse con su antiguo profesor de Pintura de Figura en la antigua Academia de San Carlos y director del ramo, el catalán Pelegrín Clavé, quien llegó a México en 1846 –proveniente de la prestigiosa Accademia di San Luca de Roma- y abandonó el país en 1868, unos meses después del fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo, cuando la Academia volvió al control de los republicanos, ahora como parte de la nueva Secretaría de Justicia e Instrucción Pública.

Entre el 11 y el 18 de marzo de 1871, llegó el emotivo encuentro de los viejos conocidos.<<En esta ciudad me encontré con mi maestro Clavé y tuvo la galantería de acompañarme muchas veces en la excursión que me propuse hacer en ella.>> En general, son tres los factores que entiendo en este cuadro para considerarlo relevante dentro de la abundante producción de retratos del mexiquense. En primer lugar, la trascendencia de Clavé en la formación académica de Gutiérrez, quien no obstante que ya tenía diez años estudiando en el plante a la llegada de Clavé en 1846, fue por obra del barcelonés cuando finalmente detonó su talento para reproducir figuras pictórica de mérito.

Si bien bajo el plan de estudios del español -que comprendió el dibujo del natural, el anatómico, la perspectiva, el paisaje y el empleo de modelos vivos y maniquíes- Gutiérrez produjo composiciones originales de una de más figuras sobre asuntos judeocristianos y pasajes latinos o mitológicos, el mexicano se percató que Clavé cosechaba prestigio y bienestar económico al margen de la Academia, al abrirse mercado como retratista de lo más granado de la sociedad. Desde su llegada a México impresionó a la sociedad capitalina con sus obras de corte clasicista y suave idealismo. El biógrafo Manuel G. Revilla respecto a Clavé escribió <<agradaron tales retratos no sólo por el exacto parecido, sino por la distinción y elegancia que sabía poner en los de toda persona distinguida y elegante; por el carácter y la propiedad en la expresión y actitudes>>.

Con base en las aptitudes figurativas y coloristas que de Clavé asumió, Gutiérrez entendió que al igual que el catalán, él podría ejercer como retratista y cosechar el prestigio público y el recurso económico para financiar un proyecto que ambicionaba: realizar un intenso, descriptivo y humanista viaje por México y el mundo, con las capitales europeas del arte como la meta principal.

El segundo aspecto del retrato de Clavé es la modernidad de su proceso de ejecución, toda vez que Gutiérrez no estampó la efigie sobre el lienzo apoyado en la observación del modelo estático por considerable y tedioso tiempo, sino que se inspiró a través de una fotografía que el catalán tuvo a bien regalar a su querido exalumno, con dedicatoria, valiosa pieza que se conserva en la colección del maestro Raúl Arturo Díaz Sánchez, bisnieto y biógrafo de Felipe S. Gutiérrez.

Ante la singularidad del proceso constructivo del retrato, el tercer factor destacable, gracias a la preservación de la fotografía, es ver la proximidad naturalista de la interpretación pictórica respecto a la veracidad figurativa de la reproducción fotográfica. La escenificación tenebrista del claroscuro de la pintura y la agudeza de las líneas de expresión en la refulgente tez, que incluso incorpora las dos verrugas que se aprecian en l foto –bajo el ojo izquierdo y bajo el labio inferior-, colocan a la obra dentro del tratamiento realista que superó por esos años la consolidad tradición idealista del romanticismo. Pero hay algo más fascinante, ya que –no obstante que Gutiérrez estaba instalado para el género de retrato en el naturalismo que recuerda al Caravaggio o a José de Ribera del siglo XVII, el Siglo de Oro español- al cotejar las imágenes se aprecia que la creación de Gutiérrez tendió a estilizar y rejuvenecer el semblante del maestro. El castaño cabello y barba que se aprecian en la construcción pictórica no luce la abundancia de canas que se adivina en la platina imagen fotográfica, mientras que el rostro fue adelgazado y alargado. La tendencia a la idealización positiva del retratado siguió siendo una constante aún en el tratamiento realista de finales del siglo XIX, no obstante que Clavé no solicitó su efigie mejorada como síntoma del ego de todo ser humano, sino que Gutiérrez lo hizo para sí mismo, conservándolo como un objeto sentimental.

Para 1871, fecha de la realización del retrato de Clavé, advertimos el refinamiento y madurez de Gutiérrez para el género un <<verdadero maestro>>, con años de práctica, esmero y perfeccionamiento. A la distancia, en tiempo y calidad, quedaron los modestos retratos de un aprendiz, el de su madre, Rosa Cortés de Gutiérrez (1835), cuando el pintor sólo contaba con once años, o su autorretrato por el mediar del siglo XIX (cat.47). Obras que evidencian los tempranos años espontáneos e ingenuos en el asunto del retrato y sus avances al respecto, trayectoria contextualizad entre la idealización <<preciosista>> del romanticismo y la veracidad naturalista del realismo, en su incursión histórica del claroscuro tenebrista de siglos atrás."

(Rodríguez Rangel, Víctor T., 2017, p. 61-65)

Descripción

El artista catalán fue retratado por su discípulo en un formato ovalado, de medio cuerpo, en tres cuartos y con la cabeza ligeramente girada hacia su derecha para situar su rostro de frente, lo que permite ver con detalle sus facciones. Plasmado en plena madurez, no esconde la cercanía de la vejez, pero ello no le resta vigor, pues inspira una energía plena, sobre todo a través de los ojos, que se abren más de lo normal proyectando una fuerte y profunda mirada.

  El fondo en penumbra ¿en tonos verdes y pardos¿ contrasta con la luminosidad del rostro, solucionado con una viva policromía. La carnación facial, bien lograda, es rosada, sonrojada, casi colérica, lo que no debe extrañar teniendo en cuenta que se trata de un europeo mediterráneo, de ojos color miel y barba y cabello castaños, tendiendo a rubios.

  La amplia frente, acanalada, acentúa el ceño fruncido de este hombre estricto. Más abajo se localizan dos verrugas, una bajo su ojo izquierdo y la otra entre el labio inferior, delgado y carmesí, y el mentón partido. Las entradas son pronunciadas. Los largos cabellos, aunque escasos, descienden por las sienes y se abultan a media oreja. La barba y el bigote son tupidos y carecen de canas.

  Con un toque elegante, Clavé viste un grueso gabán sobre una camisa de cuello alto y corbata anudada en forma de moño. Entre ambas prendas se sugiere una más, poco distinguible, que pudiera ser un chaleco.

Comentario

Pelegrín Clavé (1811-1880) fue una figura importante en la reorganización y consolidación artística de la Academia de San Carlos de México desde fines de la década de 1840. La renovación de la institución nació oficialmente con el decreto del presidente Antonio López de Santa Anna del 2 de octubre de 1843. Contratado para dirigir la cátedra de pintura, Clavé se trasladó de Roma, donde fue parte activa de la Academia de San Lucas, rumbo a México, a donde arribó en enero de 1846.

Clavé formó a toda una generación de excelentes pintores mexicanos que dio una fisonomía peculiar al arte académico del tercer cuarto del siglo XIX. Herederos de las virtudes de sus lecciones estéticas, resultado de un nuevo plan de estudios, sus discípulos recibieron una sólida formación que les permitió, una vez concluidos sus estudios, proyectarse hacia nuevos horizontes, ya fuese con una pensión o por sus propios medios. Este fue el caso de uno de sus alumnos más aventajados y queridos: Felipe Santiago Gutiérrez, artista polifacético que incursionó en el dibujo, el óleo y la acuarela.

  Entre los diversos temas y géneros que cultivó, se reconoce en Gutiérrez una notable aptitud para los retratos, siempre de buena factura, producto de su talento y un esmero infatigable. Por su calidad, el artista oriundo de Texcoco gozó de prestigio entre sus mecenas ¿de distintos sectores de la sociedad mexicana¿ y pudo hacerse de los recursos indispensables para financiar sus constantes viajes por la nación y por el mundo.

  La vasta producción retratística de Gutiérrez la componen políticos, mujeres de sociedad, individuos humildes y campiranos, familiares, artistas y amigos. La presente obra fue realizada a partir de una fotografía del otrora distinguido maestro de la Academia de San Carlos, dedicada "A mi muy distinguido discípulo y amigo D. Felipe Gutiérrez" y firmada por el propio Pelegrín Clavé en Barcelona el 1 de abril de 1871.3 Las similitudes entre la fotografía y el cuadro son notables, sólo hay algunas pequeñas modificaciones que responden, sobre todo, a estilizar y rejuvenecer el semblante del maestro. A estas modificaciones, parte de los recursos de un retratista, me referiré más adelante. Estamos, pues, ante una nueva forma de construir retratos pictóricos en el último tercio del siglo XIX: ya no se trata sólo del modelo posando físicamente, sino que el retratista puede apoyar su labor en una fotografía ¿práctica tecnología que, por otra parte, le hizo dura competencia al artista de este género.

  Es sabido que Gutiérrez estuvo en 1871 en la Ciudad Condal, una de las muchas urbes visitadas por este viajero incansable, por lo podría pensarse que Clavé le entregó personalmente la fotografía a su ex discípulo en ese momento de reencuentro, luego de algunos años sin verse. Sin embargo, de acuerdo con sus Impresiones de viaje, Gutiérrez estuvo en Barcelona a mediados de marzo y la imagen tiene fecha del 1 de abril. En una carta fechada en Roma el 30 de marzo escribe: "Llevo cuatro días de haber llegado a esta ciudad [¿]" y relata sus actividades de un mes atrás a la fecha. Precisa su traslado de Madrid a Roma con sus respectivas escalas, entre ellas Barcelona. Dice: "Al otro día, a las seis de la mañana, Sábado de Gloria, entraba yo de nuevo a la ciudad de Roma, después de diez meses de ausencia." El Sábado de Gloria cayó el 25 de marzo, como se comprueba consultando un calendario de ese año, y había transcurrido una semana exacta desde su salida en tren de Barcelona con destino a Marsella, para ahí tomar un vapor que lo aproximara a Roma: "Salí de la ciudad [Barcelona] el Sábado de Ramos a las seis de la tarde, y llegué a Marsella el Lunes Santo a mediodía." Un poco antes escribe: "Una semana permanecí en Barcelona paseando de mañana a tarde, unas veces con el señor Clavé, que ha sido para mí un excelente cicerone [...]." Así, por los datos que proporciona, se deduce que permaneció en esa ciudad del 11 al 18 de marzo, por lo que para el i de abril ya había dejado aquella ciudad del levante español y la fotografía debe haberle sido remitida posteriormente por su antiguo profesor.

 Es posible que durante este encuentro, Gutiérrez le planteara a su maestro la ejecución de su retrato, teniendo en cuenta que se sabía con méritos suficientes en este género. Había recibido múltiples elogios al respecto, como la nota publicada, años atrás (i868), en el periódico The Examiner de San Francisco, California: "[...]

  Gutiérrez el pintor de retratos, es bajo todos los aspectos el mejor retratista profesional que jamás haya estado en San Francisco [...]."

  Gutiérrez conservó el retrato de Clavé puesto que no se trataba del encargo de algún comitente. Cuatro años después de su muerte, el cuadro se encontraba en poder de una sobrina suya, la señorita Luz Fuentes, quien lo ofreció en venta a la Escuela Nacional de Bellas Artes por tan sólo cien pesos.

La adquisición y conservación de esta pintura por parte de la Academia está documentada.

En el inventario de las galerías de pintura de dicha institución correspondiente al año de 1916 está registrada como: "Retrato del pintor Clavé por F. Gutiérrez. 61 x 51,"

  Clavé inauguró sus cursos en San Carlos el 6 de enero de 1 847. Gutiérrez ya llevaba once años en la Academia, pero la influencia del maestro sería determinante para él. El profesor propuso un nuevo programa de trabajo que comprendía el dibujo del natural, el anatómico, la perspectiva y el paisaje, así como el empleo de modelos vivos y maniquíes. Estas bases permitían a los alumnos dibujar y colorear, con acierto, estudios de partes anatómicas, composiciones de una y de varias figuras y retratos.

  El propio Clavé fue un gran retratista. Desde su llegada a México impresionó a la sociedad capitalina con sus obras de corte clasicista y suave idealismo. Al respecto, Manuel G. Revilla escribió: " [¿] agraciaron tales retratos no sólo por el exacto parecido, sino por la distinción y elegancia que sabía poner en los de toda persona distinguida y elegante; por el carácter y la propiedad en la expresión y actitudes."

  Esta elegancia en el modelo fue también una constante en Gutiérrez. El Retrato de Pelegrín Clavé no es la excepción, y aunque en su estilo esté implícito el realismo o naturalismo propio de su tiempo ¿visible, por ejemplo, en la objetividad de la colocación de las verrugas¿, no está exento de modificaciones. La veracidad no es total con respecto a la foto. En la pintura, la forma de la cara es más ovalada, estilizada; la nariz más larga y fina; y disimuló algunos mechones de canas que en la foto abundan en barba, bigote, cabello y copete.

  Respecto a la postura, ésta es muy común en los modelos plasmados en un interior no especificado, y cuyo interés se concentra en el rostro. Esta colocación le da al retrato sobriedad y refinamiento, y sobre todo dinamismo, por el hecho de disponer el cuerpo en diagonal, sesgando el espacio pictórico y formando un ángulo gracias al giro contrario de la cabeza, lo que provoca el movimiento correlativo de la mirada del espectador.

  La aplicación del color y la pincelada reflejan esta etapa intermedia en la vida activa como retratista de Gutiérrez. En las postrimerías de su existencia, en general, su pincelada fue delineada, la tez menos rosada y uniforme en la aplicación cromática. Aquí, la pincelada en el rostro es gruesa, suelta y embarrada; con yuxtaposición de colores vivos: rosas, blancos y rojos, favoreciendo los tonos rojizos en la piel, algo común tanto en éste como en periodos anteriores. Para comprobarlo, basta cotejar las mejillas sonrojadas de la figura en primer término en La caída de los ángeles rebeldes (1850),que le valió un premio de la Academia.

  El Retrato de Pelegrín Claré formó parte del acervo de constitución del Museo Nacional de Arte. Proviene de la Oficina de Registro de Obras del Instituto Nacional de Bellas Artes.