Museo Nacional de Arte

La cazadora de los Andes




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La cazadora de los Andes

La cazadora de los Andes

Artista: FELIPE SANTIAGO GUTIÉRREZ   (1824 - 1904)

Fecha: ca.1891
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

Un paisaje montañoso con un terreno árido y rocoso cubierto en algunas partes de hierbas silvestres es el escenario en el que yace una mujer desnuda, acostada sobre una piel de animal colocada sobre la tierra que, a la vez que le evita el contacto con la aspereza del terreno, le sirve de almohada.

  La solución compositiva del cuadro, con el pronunciado escorzo de la modelo dispuesta cabeza abajo, nos impide apreciar la expresión de su rostro o la dirección de su mirada. Por otra parte, se logra una sensación singularmente armoniosa del cuerpo en reposo, sugerida por la relajación de los músculos y la acertada pose de las extremidades: el brazo derecho y la pierna izquierda extendidos y el brazo izquierdo y la pierna derecha flexionados, pero con las piernas cerradas.

Comentario

Una de las transformaciones más tangibles que sufrió la representación artística del cuerpo humano en el siglo xix fue el evidente incremento del desnudo femenino en detrimento del masculino, que había dominado las artes occidentales desde el Renacimiento tanto en las prácticas académicas de aprendizaje, es decir en el dibujo, como en la pintura y la escultura. Los estudios más recientes sobre el tema han atribuido este cambio a la apropiación política y económica del cuerpo femenino con el advenimiento de la burguesía como clase hegemónica y el nuevo papel que la mujer desempeñó como objeto de deseo y de posesión masculina.1 Sin embargo, en la Academia de San Carlos de México, como sucedía en algunas academias de otras latitudes, el estudio del desnudo femenino "del natural" fue excluido de los planes de estudio en el momento de su fundación a fines del siglo XVIII y sólo en 1867, cuando se renovaron los programas de estudio ya en la República restaurada, se consideró su inclusión; sin embargo, no parece que esta medida se haya llevado a la práctica.

  Si la pintura académica producida en México invalidó el desnudo femenino por razones que aún no han sido estudiadas con profundidad, en los certámenes celebrados por la institución se mostraron numerosas pinturas de mujeres semidesnudas desde los años cincuenta, en general, ambientadas en escenarios orientales o exóticos que las alejaban del entorno y la realidad inmediatos (como La odalisca de Decaisne, hoy en el Museo de San Carlos).También deben tenerse en cuenta las obras que Juan Cordero realizó en esta línea y que presentó en una exposición individual en 1864 en los salones de la Academia de San Carlos, con la anuencia del emperador Maximiliano. Se trataba de mujeres semidesnudas expuestas, como La cazadora, al aire libre, en una naturaleza exuberante, si bien trabajadas con el idealismo propio del estilo del pintor. Con todo, aunque de alguna manera estas obras constituyen un importante antecedente de La cazadora de Gutiérrez, debe subrayarse que la ejecución de las diversas versiones que el artista realizó de este tema y sus soluciones finales no fueron el resultado de un proceso propio de la pintura mexicana sino el fruto de sus muy particulares experiencias artísticas y estéticas en Roma y París.

  En efecto, la personalidad inquieta y aventurera de Gutiérrez lo llevó a viajar por gran parte del territorio nacional, Estados Unidos, Europa y Sudamérica. A su singular espíritu aventurero, manifiesto en su apetito por conocer el mundo, poco común entre los artistas mexicanos de su generación, debe sumarse otra característica también singular: su interés por la escritura, que lo llevó a convertirse en uno de los principales críticos de arte en la segunda mitad del siglo. Pero sin duda, el producto más valioso de su quehacer literario fue la publicación de sus memorias de viaje en forma epistolar que dio a conocer por entregas el periódico El Diario del Hogar entre 1882 y 1883 bajo el título de Viaje de Felipe S. Gutiérrez por México, los Estados Unidos, Europa y Sud-América. Dirigidas a Alaría, una amiga ficticia, las cartas dan testimonio de sus impresiones sobre las costumbres de las ciudades que visitó, narran sus peripecias y describen los monumentos artísticos que conoció, así como sus apreciaciones sobre el estado del arte.

  Luego de una breve estancia en París, Gutiérrez arribó a Roma en septiembre de 1868. Después de visitar algunos de los monumentos más importantes en compañía de José Salomé Pina, su antiguo condiscípulo en la Academia de San Carlos, Gutiérrez decidió permanecer en la Ciudad Eterna en lugar de establecerse en París, gracias a las instancias de Pina, pese a la mala impresión que en un primer momento le causó la ciudad por su aspecto sucio y descuidado y sus costumbres religiosas. Así, en noviembre de 1868 se encontraba rentando un estudio en el Viccolo di Greci: Me sentía ya con verdadero deseo de comenzar a pintar, y pintar el desnudo de la mujer, que es tan necesario para los cuadros históricos y mitológicos, que en la Academia de México es desconocido y únicamente se estudia vestida en los cuadros bíblicos y, cuando más, con los brazos desnudos y pies hasta el tobillo. Con esta circunstancia debes comprender la avidez con que desearía yo entregarme al estudio de este género que en Roma se facilita extraordinariamente.

  Con toda seguridad, a las emociones inherentes al pintor que visita por vez primera Roma, Gutiérrez sumaba la posibilidad de satisfacer la mayor aspiración del artista moderno: la posesión de un estudio propio (el espacio de la creación artística en "la capital del arte") y el reto que suponía, en la construcción ideológica del arte moderno, el enfrentamiento del artista-hombre con el cuerpo desnudo de la modelo-mujer para crear "la gran obra". 

Temeroso de que su narración pudiese despertar suspicacias indeseables entre el público lector, encarnado además en un personaje femenino: María, Gutiérrez se tomaba la molestia de defender el recato de las modelos con las que, según él mismo declaraba, apenas había empezado a tener contacto, refutando así el estereotipo generalizado de promiscuidad sexual que se les atribuía

Gutiérrez trataba así de convencer a sus lectores del decoro de las modelos y de la formalidad de los artistas, a quienes también el imaginario colectivo les atribuía una vida sexual relajada, y para evitar cualquier sospecha al respecto, declaraba que sólo lo movían intereses meramente artísticos.

 Durante su estancia en Roma, Gutiérrez afirmaba haber realizado dos estudios de la Gallesiara y algunos de otras modelos, así como tres estudios "de varón". Sin duda, su familiarización con la práctica del desnudo femenino lo entusiasmaba de manera creciente, pues en una de sus cartas confesaba: "cada vez encuentro más encanto en este género, porque adiestra, no solamente en practicar y conocer a fondo la figura de la mujer, sino en el empaste de la suavidad y morbidez de sus carnes".

En 1870, con el propósito de visitar la Exposición de Bellas Artes en el Palacio de la Industria, Gutiérrez viajó a París. Poco entusiasta de la pintura francesa, de la que le desagradaba el frío colorido. Esta inquietud por el estudio del desnudo lo llevó a inscribirse en una academia particular "en donde se reunían una veintena de aficionados y artistas para estudiar por las mañanas el natural desnudo de hombre y de mujer", pero su estancia en ella debió ser breve pues al poco tiempo de su llegada se declaró la guerra entre Francia y Prusia y Gutiérrez tuvo que salir rumbo a España.

  En el arte moderno, el desnudo femenino se convirtió en la imagen con la cual el artista ambicioso podía dominar y destacar: el desnudo femenino encarnaba como ninguno la idea del genio creador, "la obra de arte" por antonomasia (piénsese si no en algunas de las pinturas paradigmáticas de esta construcción: la Maja desnuda de Goya, la Olimpia de Manet o Les demoiselles d'Avignon de Picasso o en las célebres novelas "de artista": L'oeuvre de Zola, La maja desnuda de Blasco Ibáñez o Reconquista de Federico Gamboa). La ambición de Gutiérrez por incursionar en este género muestra las altas metas que se proponía lograr; pensemos que ninguno de los pintores mexicanos que hasta entonces habían estudiado en Roma o París (Cordero, Miranda, Rebull, Pina, Ferrando) trabajó el desnudo femenino, al menos no para una obra terminada, habiendo tenido la posibilidad de hacerlo, como bien lo indica Gutiérrez.

  A casi veinte años de distancia, en 1891, la exposición de ese año en la Academia de San Carlos contó con una peculiaridad hasta entonces desconocida: se ofreció al público un gabinete dedicado al desnudo femenino. El catálogo de la exposición registra la presencia de La cazadora de los Andes de Felipe S. Gutiérrez entre cuatro pinturas de artistas extranjeros. Sin embargo, ninguna de las reseñas publicadas en la prensa que hasta hoy se conocen hace referencia a la obra del pintor mexicano. Esta ausencia en la crítica de arte, más que la invalidación por silencio de la pintura, nos lleva a pensar que, aunque registrada en el catálogo de la exposición, acaso la obra no llegó a exponerse, pues de otra manera sería inexplicable el mutismo de los críticos sobre una pintura que no se prestaba a la indiferencia ni por su tema ni por su tratamiento y dimensiones. Una nota publicada en el diario El Partido Liberal el 16 de diciembre de 1891 informaba que el pintor mexicano Felipe S. Gutiérrez había permanecido durante toda la guerra de Chile en Valparaíso y luego se había trasladado a Bogotá. Es decir, que Gutiérrez se encontraba fuera del país mucho antes de que se verificara la exposición y aun después de ésta. Lo más probable es que el pintor haya prometido el envío de la pintura para la muestra (de ahí su registro en los catálogos) y que por algún motivo ésta no hubiese llegado.

  Algunos de los investigadores de la obra de Gutiérrez han afirmado que la composición original de La cazadora de los Andes fue ejecutada durante la primera estancia del pintor en Bogotá, entre 1873 y 1875. Y citan un poema que le dedicó su amigo, el poeta y diplomático Rafael Pombo, quien era justamente el que lo había convencido de visitar aquel país. El poema reza así:

La mujer y la tierra,

La reina y su dominio, excepto el hombre:

Eso es tu cuadro, nada más encierra.

Pero eso basta, eso ha llenado el mundo

De embeleso y de horror, y es el secreto

De la gloria o baldón de tanto hombre."

 

  El problema es que ignoramos a ciencia cierta si la pintura a la que se refiere Pombo es la misma que posee el Munal. Lo más posible es que no, y que Gutiérrez haya ejecutado varias réplicas de la misma, una práctica legítima y muy común entre los artistas del siglo XIX, como está perfectamente documentado para el caso de José María Velasco.Tampoco podemos asegurar que, a lo largo de los años, la concepción original no haya sufrido modificaciones y variantes. En el Museo Felipe S. Gutiérrez deToluca se conserva una versión abreviada de esta composición, pero falta hacer un seguimiento y un estudio profundo de las posibles versiones sucesivas de la composición original, fijar las fechas y las variantes correspondientes. Pese a ello, me atrevo a aventurar que la pintura que Gutiérrez pretendió exponer en las salas de San Carlos en 1891, bien pudo ser ejecutada en Sudamérica, puesto que ahí se encontraba cuando propuso su exhibición y por el título que le adjudicó, y que ésta es la que custodia el Munal. Pero esta cuestión no deja de plantear incógnitas por el momento insolubles.

  No existen tampoco noticias sobre su adquisición en el archivo de la Academia. En 1899 se la menciona en una lista de 30 pinturas que el artista ofrecía en venta a la institución. Pero para 1916 aparece registrada en el inventario de las galerías de la Academia levantado por Mateo Herrera.

 

Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 212-213

Descripción:

"Obra del texcocano Felipe Santiago Gutiérrez, La cazadora es una de las piezas emblemáticas del acervo institucional que custodia el Museo Nacional de Arte. Más que eso, se trata de uno de los tres estudios conocidos que el autor realizó sobre el tema, adecuando el encuadre del paisaje de fondo y manifestando una cromática particular en cada uno de ellos. Las contribuciones de Felipe Santiago Gutiérrez han sido escasamente estudiadas en el ámbito de la historiografía del arte mexicano."

(Baz Sánchez, Sara Gabriela, 2017, p. 10)

"…, entre las obras conocidas, destacan sus cuadros de desnudo femenino, donde se aprecian las cualidades que el pintor reputaba como propias de la mejor pintura: la fluidez del pincel, el buen uso del color y de la materia para recrear sobre la tela <<la frescura y morbidez de las carnes>>, la armonía general y el equilibro entre todos los elementos que integraban el cuadro. Me refiero al Desnudo femenino, título genérico de un cuadro que quizá podamos identificar como La bañista, expuesto varias veces por el artista fuera de México y que es una obra luminosa, gozosamente celebratoria de la belleza de la mujer y muy bien resuelta en su difícil escorzo (cat. 102). O la célebre Amazona o Cazadora de los Andes (cat. 103-105), inspirada en un poema de su amigo colombiano Rafael Pombo, de la cual Gutiérrez pintó sucesivas versiones, y que nos parece una alegoría telúrica de la potencial fiereza de la América que duerme pero está pronta a despertar y defenderse, en caso de verse amenazada, y acaso también una exaltación, entre gozosa y admonitoria, del poder de la mujer para conducir al hombre a la grandeza o a la perdición morales: una suerte de mujer fatal <<continentalizada>>, no muy lejana de las damas inmisericordes y letales que pocos años después plasmarían Julio Ruelas (1870-1907), Roberto Montenegro (1885-1968) y Germán Gedovius (1867-1937), imbuidos del decadentismo finisecular."

(Ramírez Rojas, Fausto, 2017, p. 38-39)

"En 1867, con el triunfo político y militar del partido liberal, se inició una reestructuración nacional en el campo de la educación que modificó la organización y los programas de estudio de la Academia, entre cuyas reformas cabe señalar su nueva designación como Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA) y el establecimiento del estudio del modelo vivo de ambos sexos. Pese a ello, hasta ahora no ha podido comprobarse que esta disposición se haya puesto en práctica antes de 1890.

En este sentido, la resolución de los directivos de la Escuela Nacional de Bellas Artes de destinar una sala en la vigésimo segunda exposición en 1891 para mostrar pinturas del desnudo femenino, resulta una medida insólita en la historia de la institución que puede asociarse con las diversas iniciativas que los directivos venían proponiendo desde una década antes para mostrar pinturas del desnudo femenino, resulta una medida insólita en la historia de la institución que puede asociarse con las diversas iniciativas que los directivos venían proponiendo desde un década antes para enriquecer las exposiciones, una de las cuales era la participación de artistas extranjeros. El número de obras presentadas en el gabinete fue en realidad muy reducido: los dibujos <<del natural>> del cuerpo femenino realizados por los alumnos y cinco pinturas. El catálogo de la exposición registró los títulos y autores de estas últimas: Una esclava ante el César y <<otra figura>> del italiano Aleardo Villa (1865-1906), Una bacante del francés Jules-Joseph Lefébvre (1836-1911). Una media figura de mujer de Soriano Soria [sic] y La cazadora de los Andes del mexicano Felipe Santiago Gutiérrez (1824-1904).

La cazadora de los Andes en sus tres versiones es sin duda el testimonio del exitoso encuentro de Felipe S. Gutiérrez con el desnudo femenino como resultado de sus estudios en Europa y el contacto directo con la tradición del género, desde la de los italianos Giorgione, Tiziano y Veronés hasta la de los franceses de la segunda mitad del siglo XIX, así como de su fascinación por el tema que lo obsesionó durante casi tres décadas. En este sentido, debe señalarse igualmente, la modernidad del artista en su preferencia por vincularse a la práctica del desnudo femenino por la vía del realismo representada por artistas como Camille Corot (1796-1875) o Gustave Courbet (1819-1877) y no por la del academicismo <<pompier>> de Jean-Léon Gérome, Alexandre Cabanel (1823-1889) o William-Adolphe Bouguereau (1825-1905), que según Kenneth Clark mostraban la falsedad forma y moral del desnudo académico.

Con pocas variantes en sus tres versiones, La cazadora de los Andes presenta a una mujer totalmente desnuda acostada sobre una piel en un terreno árido y rocoso en el que crecen algunas yerbas y flores silvestres. En vez de recurrir al modelo establecido por Giorgione y Tiziano de la Venus yacente exhibiendo su desnudez mientras duerme o dirige la mirada al espectador en total quietud, Gutiérrez optó por un complicado escorzo cuyo perímetro conforma una figura romboide al centro de la composición y coloca el rostro del personaje en sentido contrario a la vista del observador. La distensión de los músculos sugiere el reposo, mientras que a encarnación rojiza de las mejillas y el pelo suelto con un mechón fuera de lugar (que varía en la tres versiones), evoca la agitación producida por una imaginada travesía por los campos. Ha depuesto las armas, pero las conserva cercanas y se mantiene expectante con los ojos abiertos. El Ángulo de vista adoptado por el pintor para el cuerpo de La cazadora, de arriba hacia abajo, y para el paisaje montañoso en el fondo de la composición, varía en las tres versiones, en las del Museo Nacional de Arte y la colección Blaisten aparece un volcán. Beatriz González Aranda propone que el paraje representado pudiera ser el paisaje andino entre las ciudades de Popayán y Pasto, de ser así la cima nevada en las pinturas podría aludir al Puracé.

No sólo en el complicado escorzo resuelto con maestría por Gutiérrez se evidencia la huella de los desnudos femeninos de Courbet, como por ejemplo el de Mujer con un loro, de 1866 (Nueva York, The Metropolitan Museum of Art). La estética realista del francés se hace presente también en otros detalles como el discreto vello púbico y el tratamiento <<naturalista>> del paisaje y del color, no por azar Pombo se refería a su amigo como <<pintor de la verdad>> en un poema que le escribió en 1874. La exaltación de la naturaleza americana, manifiesta en la producción poética del escritor colombiano parece ser compartida por Gutiérrez en el paisaje que sirve de escenario a La cazadora que él llama <<Venus bogotana>>

Y todo el asombro que causan las figuras anteriores se suma y duplica ante la Venus Bogotona que el Sr. Gutiérrez ha bautizado La cazadora de los Andes, figura perfecta, entera y de tamaño natural, en que el atrevido mexicano ha amontonado dificultades enormes de escorzo y de colorido para jugar con ellas vencerlas con pasmosa facilidad y limpieza. El escorzo es cuádruplo o de cuatro ángulos, la cara aparece al revés; la luz y el color presentan, por lo consiguiente, innumerables variaciones y matices, y sin embargo se encuentra todo tan natural y sencillo como visto en un espejo.

El entusiasmo de la crítica colombiana por La cazadora de los Andes se manifestó también en la escritura de varios poemas que inspiró, como el del historiador, pintor y poeta José Manuel Groot (1800-1878):

¿Quién no admira tu estilo y tu manera?

¿Esas carnes tan mórbidas y puras

con que imitas las lindas hermosuras

como el mismo Ticiano si hoy viviera?

El que le dedicó Pombo puede interpretarse como el correlato literario de la pintura porque expresa el poder de la mujer como fuerza de la naturaleza, ya sea en sentido positivo o negativo y, desde esta perspectiva, la presencia del volcán no resulta casual: se revela así su capacidad como generadora de vida, como medio civilizatorio y moral, pero también como baldón del orgullo masculino:

La mujer y la tierra,

La reina y su dominio, excepto el hombre:

Eso es tu cuadro, nada más encierra.

Pero eso basta, eso ha llenado el mundo

De embeleso y de horror, y es el secreto

De la Gloria o baldón de tanto nombre.

Si la vía del desnudo femenino, ya no como un ejercicio académico, fue una de las más reiteradas desde el Renacimiento para demostrar la maestría artística, con La cazadora de los Andes en sus distintas versiones, Gutiérrez se consagró como pintor en el proceso de la plástica latinoamericana del siglo XIX."

(Velázquez Guadarrama, Angélica, 2017, p. 193, 200-202)