Museo Nacional de Arte

El valle de México desde en cerro del Tenayo




Búsqueda Avanzada

El valle de México desde en cerro del Tenayo

El valle de México desde en cerro del Tenayo

Artista: EUGENIO LANDESIO   (1810 - 1879)

Fecha: 1870
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

Desde la serranía norte de la cuenca de México, el artista se coloca en la cima del Tenayo a una hora cercana a la puesta del sol para, de una manera escrupulosa, pormenorizar el panorama que se despliega ante sus ojos, que miran hacia el oriente. La luz rasante baña el cuadro produciendo grandes zonas de sombra y otras de gran luminosidad. En la cima del Tenayo, un grupo de indígenas descansa al caer la tarde; un perro echado los acompaña. Una mujer juega con sus hijos, y con los brazos extendidos muestra el pequeño a su hija mayor. Junto de ella se encuentra unos jarros, el itacate, una caja de madera donde se recarga un bastón, unas cobijas y otra jarra más. A manera de sombras chinescas, el perfil de este grupo se refleja en un pequeño montículo, sobre el que crece un gran tunal; del lado opuesto, un niño y un hombre disfrutan del descanso, otro perro brinca a su alrededor.

Una mujer, que parece no pertenecer al grupo, pasa por ahí, llevando en su mano derecha una jarra, seguida por un perro. En el camino que pronto tomará y que baja del cerro, se ven dos personajes más: un tlachiquero y otro apenas visible. Las mujeres visten faldas largas con complicadas cenefas bordadas ¿el sombrero que porta una de ellas no es el característico de la región. Como una frontera de la cima se erige un gran pirul junto al que crecen diversos cactus. Hacia la izquierda, el pintor despliega la serranía, al final de ella se ven los lagos y en la lontananza se aprecian los volcanes nevados, que cierran el lado este de la cuenca. El último plano lo ocupan los diversos cerros de la parte sur de la cuenca, donde se forman grandes cúmulos de nubes; a la extrema derecha, en el fondo, se aprecia la serranía del Ajusco. Las nubes balancean el cuadro en sentido vertical. El amplio espacio que queda circundado por esta gran variedad de cerros, montes, montañas y volcanes lo ocupa la ciudad decimonónica, de la que apreciamos su concentración en el centro del cuadro y los diversos caminos que salen de ella: uno que conduce a la Villa de Guadalupe, y otro aTlalnepantla. Estos dos sitios quedan unidos por la arquería que dibuja Landesio en toda su extensión. Una tolvanera en forma de remolino se aprecia del lado izquierdo, junto a los lagos, y opuestas a ella, e iluminadas por el sol, se erigen, en el lado derecho del cuadro, unas ruinas prehispánicas, que por su ubicación deben ser las de Tenayuca.

  El cuadro presenta un doble marco pintado, el más cercano a la imagen es dorado y el que sigue es café oscuro, ambos fueron hechos con posterioridad rodeando a la imagen sobre el lienzo original, que se encontraba cubriendo el bastidor.

De ahí la diferencia de las medidas actuales (150.5 X 2 13) tomadas por la parte posterior, con el tamaño de la pintura que, excluyendo el doble marco, coincide exactamente con la asentada en el catálogo de la exposición de 1871: 126 X 190 centímetros.

Comentario

En las teorías propuestas por Landesio, en su Tratado de pintura general o de paisaje y de perspectiva en la Academia Nacional de San Carlos, se desarrollan conceptos y definiciones que, aplicadas a este paisaje, nos permiten decir que está compuesto por las secciones de: 'celajes', 'follaje', 'terrenos' y 'aguas', pertenecientes al ramo de 'localidades', y por la de 'escenas populares', perteneciente al ramo de 'episodios'. El cuadro fue presentado en la exposición de 1869 aún sin terminar, a petición del director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, Ramón Alcaraz. El profesor tenía pendiente desde 1867 la obligación de trabajar un cuadro para la galería de paisaje de la escuela. Había producido con anterioridad algunas vistas del llamado valle de México, pero sin la majestuosidad que logra en éste. La primera le fue encomendada por Federico Gibbon y está tomada desde lo alto de Tacubaya: en el primer plano se encuentra un grupo de indígenas similar al del Tenayo, desde ahí se observa el castillo de Chapultepec y la ciudad como una masa borrosa, cierran el cuadro las cumbres nevadas. Podemos decir que esta forma de representar el paisaje está vinculada a la obra de los pintores viajeros que estuvieron en México treinta años antes. El cuadro tuvo un gran éxito y de él se hicieron tres copias más.

  La obra terminada fue exhibida en el certamen de 1871, con la advertencia de que no pretendía concursar para los premios ofrecidos. El catálogo correspondiente describe brevemente la obra: desde la cumbre del Tenayo, "se descubre la ciudad de México con sus inmediaciones y la parte del valle comprendida entre San Bartolo Tenayo y la Villa de Guadalupe hasta la cordillera, los dos nevados, el Ixtaccihuatl y el Popocatepetl y el Ajusco. El episodio representa un descanso de indígenas, en el cual una madre presenta su hijo de pecho a la hermanita, quien le abraza y besa con amor."

  Concebido en gran escala, y con un riguroso orden compositivo, Landesio escudriñó meticulosamente los alrededores de la cuenca de México desde el lado norte de la ciudad, que es donde los vientos soplan dejando el aire más límpido. El maestro debió haber subido varias veces para tomar múltiples bocetos que integrarían un dossier que, a manera de diccionario, le permitirla reconstruir en el estudio, palmo a palmo, la gran panorámica que a sus ojos se desplegaba y entregar a la escuela el gran cuadro del Valle de México.

  Como él mismo aconsejaría a sus alumnos, habrá subido con una cartera donde guardaba el papel, para ser usado sin restirar, empezaría a dibujar con un lápiz ¿que fuera más bien suave que duro¿, fijando bien sus puntos antes de señalar las partes, indicaría los contornos con una firme exactitud, no perdiendo nada de la elegancia, del carácter de totalidad, realizándolo con una ligera, pero firme y no dura, masa de sombra y algunos muy juiciosos toquecillos de gis... Recomendaba también usar papel de media tinta, por la comodidad de poner algún claro con albayalde líquido, ya fuera para recordar los puntos bañados por el sol o para desarrollar cierto efecto... Como el sol varía continuamente, éste hace que cambie el efecto, por ello cada día se debían hacer tres o cuatro estudios. Había dos clases de estudios: los improvisados y los concluidos. Como su nombre lo indica, en los primeros se busca obtener sólo una idea de color y del efecto total de la escena lo más rápido posible, y en los últimos se estudia con detenimiento y se pone en ellos todo lo que uno pueda, tomándose el tiempo necesario. Los apuntes incluían los cambiantes cielos y había que aprovechar todos los accidentes. Su estudio de la perspectiva aérea tenía en esta obra sus mejores resultados. A don Eugenio le llevó un buen tiempo integrar el acucioso y calculado estudio de los sucesivos planos que median entre el primero y el último.

  El asunto del cuadro se desarrolla como un episodio más de la vida campestre, vinculando al grupo de indígenas con la construcción cónica, que pareciera ser, por la ubicación más que por la forma, la pirámide de Tenayuca. Acaso la pirámide se ve cónica, y no como hoy se aprecia, por el hecho de estar cubierta de tierra, aún sin explorar. Aunque hay una vinculación con el pasado prehispánico, no existe una connotación histórica. El peso de la escena costumbrista se arraiga en la pintura de Landesio. Sin embargo, y a los ojos del observador del siglo XXI, el gran tema es la cuenca misma, donde la ciudad y sus inmediaciones se aprecian con las calzadas que las unen, los acueductos que la surten, la variedad de pequeños pueblecitos alrededor de los lagos, la gente que se mueve por las caminos y algunas lagunas estacionales como la de Santa Isabel. La vista desde elTenayo fue repetida en menores dimensiones y con ciertas variaciones, una de las más importantes es que, en la copia, la línea del horizonte es más baja que en el cuadro que nos ocupa.

  Esta obra tardía de Landesio, a pesar del grupo de indígenas que retrata, no pertenece a los episodios históricos sobre México que debía pintar para Maximiliano. Durante el segundo imperio, el emperador formó una serie de programas iconográficos de la historia mexicana que debían desplegarse sobre los muros de los edificios que tan afanosamente mandaba restaurar o construir. Maximiliano deseaba fomentar la recreación de la historia mexicana y para ello había solicitado al maestro, para el castillo de Chapultepec, la factura de seis frescos de paisajes históricos, cuyos asuntos, como el mismo Landesio escribió, serían tomados de la historia antigua de México. Las circunstancias que rodearon el patrocinio real no permitieron la ejecución de estos paisajes de carácter histórico ¿aunque Landesio ya había empezado los estudios¿, además de la enfermedad que el propio artista alegó. Si bien la historia no tuvo cabida en su obra realizada en México, en Europa sí pintó varios cuadros de historia, tanto sagrada como antigua de carácter europeo. En 1864, serían sus alumnos los primeros en representar en sus cuadros asuntos históricos del México antiguo.

Los trabajos con temas de la historia prehispánica se presentaron en la exposición de 1865. El de Luis Coto, La fundación de México, terminado el año anterior, fue premiado y adquirido más tarde por Maximiliano. José María Velasco presentó para el certamen dos paisajes: uno calificado por el maestro Landesio como completamente histórico, Xochitzin propone a Huactli para jefe de los chichimecas a fin de recobrar sus dominios usurpados por los toltecas, y otro de costumbres mexicanas antiguas, La caza.

  Aunque el encargo de Maximiliano no se llevó a cabo, en 1866, durante el imperio, Landesio publicó Cimientos del artista dibujante y pintor, compendio de perspectiva lineal y aérea, sombras, espejos y refracción con las nociones necesarias de geometría, folleto dedicado a la Academia Imperial de Nobles Artes de San Carlos. Landesio fue muy cercano al emperador: ambos hablaban italiano, conocían y admiraban la cultura italiana y Maximiliano había coleccionado cuadros del antiguo maestro de Landesio, el húngaro Karoly Markó.

  Esta cercanía de Landesio con el emperador, y su propia posición respecto a los liberales, afectaron su carrera una vez restaurada la República. La crítica, ahora realizada por Altamirano, López López, Hammeken y Mejía, Prieto, Sierra y, en general, por hombres de credo liberal, no se ocuparía favorablemente de la obra de Landesio expuesta en 1869 y 1871. En los años setenta, el pintor italiano fue acusado por la crítica de alejarse de la realidad y de idealizar el paisaje a partir de las reglas que había establecido en sus dos tratados.

  Con la restauración de la República, fueron sustituidos de sus puestos el director de escultura, Felipe Sojo, y el de pintura, Pelegrín Clavé. Luis Coto pidió la plaza de profesor de la clase de paisaje que impartía Eugenio Landesio, pero ello no le fue concedido, los profesores siguieron en sus asignaturas. En 1 868, el presidente de la República nombró a José María Velasco profesor de la clase de perspectiva pictórica, quedándose Landesio sólo con la clase de pintura del paisaje.

 Para la decimocuarta exhibición de la Escuela Nacional de Bellas Artes, en 1869, se establecieron nuevas bases para el concurso. El artículo 1º establecía un premio anual de mil pesos y un accésit de 200 pesos para los artistas de la República que presentasen un cuadro histórico, cuyo asunto sería tomado de la historia nacional; las dimensiones del cuadro no podían ser menores de 250 centímetros. Cuando Landesio presentó su obra El valle de México en esta exposición no recibió ninguna mención en la crítica periodística. Las reseñas estaban preocupadas por descubrir las "glorias patrias" o "encontrar lo verdaderamente nuevo". La prensa presentó como relevantes las obras de dos jóvenes maestros de la Academia: La joven Xóchitl en presencia del rey de Tula, de Obregón, el cual fue calificado de ser "enteramente nacional y [que] despertará el gusto por el género que él inicia", y La Constitución de 1857, de Petronilo Monroy.

Los tiempos indicaban cambios. La pintura de género, promovida por Justo Sierra, y la pintura histórica, por Altamirano, se desarrollarían; el paisaje de Velasco sólo triunfaría después de la Exposición Internacional de Filadelfia de 1876, cuando ya había engrandecido las enseñanzas de su maestro.

  En febrero de 1872, Velasco sustituyó temporalmente a Landesio en su clase de paisaje, misma que retomó en abril de ese año, para verse obligado en octubre de 1873 a renunciar a ella definitivamente. El decreto del 5 de octubre de 1873 que declaró constitucionales las Leyes de Reforma obligó a Landesio a renunciar a su clase, toda vez que se negó a protestar cumplimiento de estas leyes, atendiendo a sus creencias religiosas. El artista solicitó, como parte de su liquidación, un pago extra, viáticos para regresar a Italia y un ejemplar de su contrata.

  En 1874, Salvador Murillo fue nombrado para relevarlo en su clase. Landesio entablaría entonces una última polémica con Ignacio Manuel Altamirano, éste desde La Tribuna, y el primero desde el periódico conservador La Iberia. Ambos escritos dan luz sobre el posible fondo en la selección de Murillo. El articulista de La Tribuna es contundente: Murillo se separó de un profesor que se llenaba la boca con el panegírico de la intervención francesa y de su majestad imperial. Altamirano descalificó al maestro por sus nexos con el imperio y la intervención francesa. Landesio, por su parte, defendió con argumentos su desarrollo como maestro y el de la pintura de paisaje, dejando claro que tanto Velasco como Murillo habían sido sus alumnos. La simiente que dejó, y que años más tarde José María Velasco haría crecer, no fue identificada por los críticos liberales, con Altamirano a la cabeza. La ideología se impuso sobre los criterios de calidad pictórica. La generación que vio renacer la Academia en 1847 había desaparecido y el proyecto conservador que promovió estaba acabado. La crítica que en los primeros años de la década se desvivió por alabar los paisajes de Landesio, diez años más tarde los ignoraría; los valores eran ya otros. Los cuadros de Landesio permanecieron en los distintos inventarios clasificados como escuela italiana, separándolos siempre de la escuela moderna mexicana, la cual estaba conformada por los maestros Clavé y Pina, así como por sus alumnos.

  El inventario de 1917 valuó El valle de México desde el cerro del Tenayo en 6 000 pesos, pero el de 1934 solamente en 3 loo pesos.1 7 La obra permaneció en la Academia y forma parte del acervo constitutivo del Museo Nacional de Arte desde 1982.

Inscripciones

[Sobre las rocas:]

C.° Tenajo