Museo Nacional de Arte

El velorio




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El velorio

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El velorio

Artista: JOSÉ MARÍA JARA   (1866/1867 - 1939)

Fecha: 1889
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

En el umbral de una capilla, una joven indígena de pie y con un cirio encendido en la mano preside a un grupo de campesinos de diferentes edades, quienes se arrodillan y, en actitud de recogimiento, se congregan para manifestar su pesar por la muerte de su deudo, que yace en una caja de madera sobre el piso junto a otro cirio. Un lienzo blanco cubre el cadáver pero deja al descubierto sus pies. Frente a la caja, un joven inclinado, con una pala y una cuerda en las manos, parece anunciar el inminente entierro. En el extremo inferior derecho de la pintura, un anciano de espaldas al espectador, con las ropas desgastadas y rotas, se ha quitado el sombrero y en señal de humilde ofrenda al difunto le lleva un cesto lleno de flores silvestres.

  Dentro de la capilla se distingue una pintura religiosa de gran formato con la imagen esbozada de una figura masculina con un llamativo marco dorado y, al fondo, parte de un retablo de diseño churrigueresco. Las dimensiones del recinto y del retablo, así como las paredes y la pilastra carcomidas, nos remiten a una antigua construcción colonial; podría tratarse tanto de la capilla de una hacienda como de una capilla de indios.

Comentario

La vida cotidiana de los campesinos suscitó un gran interés por parte de los artistas hasta convertirse en uno de los temas más socorridos en la literatura y el arte del siglo XIX. Por una parte, el desarrollo de las grandes urbes modernas, caracterizadas por su materialismo en el que encajaba mal el sentimiento religioso, y, por otra, la idea de que las comunidades rurales no habían sufrido los estragos del liberalismo y se mantenían aún ajenas a los efectos de la modernidad, fieles a sus tradiciones y a sus prácticas religiosas, llevaron a los artistas a buscar en ellas una fuente de inspiración. Así, las fiestas, costumbres y prácticas religiosas de los campesinos se convirtieron en tema del arte. El romanticismo popularizó la imagen idealizada del campesino devoto que, sin conflicto, continuaba rigiendo su trabajo a partir de los ciclos naturales. La corriente realista centró su interés en sus penosas condiciones de vida y en la miseria cotidiana. Con todo, la pintura decimonónica construyó una imagen de los campesinos asociada ya fuese con el fervor religioso o con la superstición.

  Es con esta tradición iconográfica surgida durante el romanticismo, pero vigente hasta fines de siglo, que se vincula El velorio. Sin embargo, en su obra, Jara no recurre al esquema del festivo campesino idealizado, por el contrario, la majestuosidad y la gravedad impresas en los personajes les confieren un sello de dignidad que revela una mirada de respetuoso distanciamiento a las costumbres y a la sincera pesadumbre de los campesinos. En este sentido, cabría mencionar el interés del pintor por representar a las clases rurales en sus ritos religiosos, manifiesto en otras de sus obras, como La fiesta de la Santa Cruz de 1891 (paradero actual desconocido) y El carnaval de Morelia de 1899 (colección particular).

  Desde este punto de vista, El velorio era una pintura novedosa no sólo porque rompía con su realismo la manera en que hasta entonces se venían abordando los temas de la vida rural y la representación de los campesinos, sino también por su tamaño, casi monumental, si pensamos que se trata de una obra de género costumbrista y no histórico, al que tradicionalmente estaban consagradas los mayores formatos. Así, las dimensiones usadas por Jara ayudan también a monumentalizar, en forma simbólica, el tema de la obra.

El velorio constituye uno de los mejores ejemplos de la imagen renovada de la piedad rural. Los campesinos no visten un traje especial de luto, su atuendo es el de todos los días, roído y gastado, y nos muestra toda la miseria de su condición. A diferencia de los usos burgueses o urbanos, sus ropas marcan una diferencia cultural con los patrones sociales de las clases alternas, caracterizados por la pompa y el lujo y los códigos de la apariencia. Más importante aún parece la manera en que este hecho acentúa la supuesta naturalidad y la sinceridad religiosa que los grupos rectores y el público entendido de las exposiciones deseaba ver en las imágenes de la población rural, en la creencia de que en esos estratos el orden social se sostenía todavía en la fe. En este sentido, la construcción simbólica de Jara nos lleva a pensar, dado el papel capital que el personaje femenino ocupa en el centro de la composición, presidiendo la ceremonia y ocupando simbólicamente el supuesto lugar del sacerdote, que en realidad tanto la fe como las prácticas religiosas se apoyaban en la población femenina, de la misma manera que ocurría en las clases sociales más altas.

Igualmente significativa es la ausencia de un sacerdote, quien vendría a representar a la religión institucionalizada. Así, la imagen religiosa y el retablo, los cuales ocupan un lugar secundario de la composición, constituyen los únicos elementos que determinan el espacio como un recinto sagrado, pero la escena que en él tiene lugar niega cualquier rigor o código litúrgico.

 Tal vez por ello, por tratar un tema tan en boga en el arte europeo del XIX, pero sobre todo por la perspectiva desde la que fue tratado, es por lo que la pintura fue premiada con una medalla de bronce en la Exposición Universal de París de 1889 con el título Entierro de un indígena. La obra formaba parte del contingente artístico que el gobierno mexicano envió para representarlo en ese certamen. El velorio fue mostrado más tarde en la vigesimosegunda exposición de la Escuela Nacional de Bellas Artes, en 1891. Desde entonces mereció elogiosos comentarios por parte de la crítica, con algunos reparos. Luis G. Urbina, bajo el seudónimo de Daniel Eyssette, en su crítica a la exposición, publicada en El Siglo XIX, comentaba:

Unos meses después de cerrada la exposición, Eduardo A. Gibbons publicó en La Federación el artículo "Reflexiones sobre arte nacional. La última exposición de bellas artes en la Academia de San Carlos. Escultura y pintura", en el que consideraba El velorio un cuadro "de vigoroso claroscuro aunque tristísimo en su asunto fielmente representado". Así, pese al comentario desfavorable de Urbina sobre el aspecto formal (el color) o de Revilla sobre el estético (la evidencia material de la muerte revelada en la representación de una parte del cadáver), puede afirmarse que la pintura de Jara contó también con la aprobación generalizada de la historiografía.

La comparación de Justino Fernández no es sino la secuela de la antigua polémica decimonónica sobre el debatido término del "realismo". De hecho, lo que marca la gran diferencia entre ellas no es el realismo o la veracidad con la que ambas están pintadas, sino la contemporaneidad del asunto representado, que es al mismo tiempo lo que hace demodé a una y moderna a la otra. Bajo esta misma perspectiva estaría la posición de Raquel Tibol, más radical y explícita, quien sostenía aún en 1975.

 Además de ser expuesta en el pabellón mexicano en la Exposición Universal de 1889, la obra formó parte de la remesa artística que México envió a la Exposición Colombina de Chicago en 1893 junto con otras obras de Jara: La fundación de México y Costumbres del pueblo (Lafiesta de la Santa Cruz). La pintura permaneció en las colecciones de la Academia y en 1982 se integró al acervo constitutivo del Museo.