Descripción
Sobre un fondo oscuro, una joven mujer rubia con el torso ligeramente volteado hacia la izquierda y la cabeza hacia la derecha, a donde dirige su mirada, posa ataviada con un vestido de seda azul con brocados dorados y cuello blanco en forma de olán que limita el discreto escote. Tocada por una pequeña diadema con plumas en la cabeza y alhajada con pendientes, anillo y un broche colocado en el centro del pecho, la retratada coge con la mano izquierda una orilla del chal encarnado que la cubre.
El chal repite las líneas descendentes que van del rostro a los hombros y envuelve el torso del personaje en un círculo que cierra la mano en el centro. El formato del lienzo con los vértices cortados acentúa esta forma circular y cerrada que constituye la mitad inferior de la pintura.
La linealidad de las cejas, la nariz fina pero con las aristas abiertas, los labios delgados y los carrillos un tanto henchidos conforman los rasgos de la modelo que la pintora supo hacer lucir en este retrato, logrando un armonioso juego de líneas, texturas y colores.
Comentario
El retrato y los bodegones fueron los géneros que con mayor frecuencia practicaron las pintoras mexicanas del siglo XIX. Privadas de una educación artística formal como la que recibían los hombres, ya que no estaba contemplado su ingreso a las instituciones públicas en las que podían profesionalizar su vocación, debían conformarse con las clases particulares que recibían, generalmente, en su propio domicilio, impartidas por artistas de renombre. Así, los modelos que se encontraban a su disposición eran aquellos que quedaban circunscritos al ámbito doméstico, aunque un gran número de ellas llegó a realizar obras de tema religioso, copiadas de sus maestros. La práctica del dibujo "del natural", y el estudio del desnudo y de la anatomía fueron, hasta fines del siglo xix, un privilegio y un coto exclusivamente masculinos. Por ello, lo que marcaba la diferencia fundamental entre la formación que recibían las mujeres, ya fuese en sus hogares o en el estudio de algún artista, y la que recibían los hombres en las academias, era el estudio del desnudo, el cual constituía la base de la educación académica, que permitía al estudiante abordar posteriormente los temas históricos, religiosos y mitológicos, los cuales, según la tradición académica, se encontraban en la punta de la jerarquía temática.
Pero, pese a las restricciones de su formación y a su exclusión de los temas del "gran arte", la producción pictórica de las mujeres constituye hoy una parte toral de la pintura mexicana del siglo XIX. Su obra, apenas recientemente conocida, ha abierto un nuevo universo para la historia del arte, y las artistas, catalogadas como aficionadas por sus contemporáneos, ocupan el interés de la academia como cualquier artista "profesional". Entre ellas, una de las figuras más destacadas de la segunda mitad del siglo es Pilar de la Hidalga.
Como la mayoría de las mujeres pintoras del siglo XIX, Pilar de la Hidalga pertenecía a las capas más altas de la sociedad, pero en su caso, como fue el de otras de sus congéneres del pincel (el de Eulalia Lucio, por ejemplo), debe subrayarse el ambiente culto y refinado en el que se desarrolló, rodeada no sólo de obras de arte, sino también de artistas, lo que con toda seguridad constituyó un importante influjo para definir su vocación. Su padre era nada más y nada menos que Lorenzo de la Hidalga, el notable arquitecto autor del Teatro Nacional y de otras numerosas obras que, además de prestigio y reconocimiento público, le redituaron significativas entradas económicas con las que pudo adquirir haciendas que lo convirtieron además en un próspero empresario. Además, don Lorenzo era, por otra parte, un asiduo suscriptor a las exposiciones de la Academia de San Carlos, amigo personal de Pelegrin Clavé y Manuel Vilar, un destacado comitente de obras y un pintor aficionado. Su madre era Ana García Icazbalceta, hermana del reconocido historiador y, por lo poco que se sabe, también aficionada a la pintura, y sus hermanos, Ignacio y Eusebio, también se destacaron como arquitectos. Aunque es probable que la pintora se haya iniciado en la pintura bajo la supervisión de sus progenitores, se sabe que fue discípula de Clavé, uno de los profesores preferidos por las pintoras.
Pilar de la Hidalga fue una de las artistas más asiduas a las exposiciones de la Academia de San Carlos, entre 1858 y 1891 participó en ocho ocasiones. Sólo estuvo ausente en las muestras de 1871, 1873 y 1875 y aunque desconocemos sus datos biográficos, es posible suponer que estos años en los que se mantuvo alejada de las exposiciones pudieran coincidir con los de su matrimonio o con los de la maternidad, razones que en muchas ocasiones orillaron a las mujeres a renunciar para siempre a la pintura, o al menos a su exposición pública.
De las 30 obras que la pintora presentó en las exposiciones nueve fueron retratos, entre ellos su propio autorretrato, cinco cuadros de comedor, cuatro cuadros de animales, cuatro de temas costumbristas, tres de tema religioso, dos paisajes, dos estudios del natural y un tema alegórico. De estas treinta obras sólo cuatro están anotadas en los catálogos de la Academia como copias: dos paisajes ¿El carro del sol, copia de Guido Reni, y El nacimiento, copia de Joaquín Ramírez¿, La Javorita, copia de Conrado Kiesel, y el Retrato de Rembrandt,
De los títulos de las obras presentadas por Pilar de la Hidalga registrados en los catálogos de las exposiciones, sólo La favorita, copia de Kiesel, exhibido en 1891, podría referirse al cuadro que obra en el acervo del Museo bajo el título de Retrato de dama, firmado y fechado en 1 886. Sin embargo, llama la atención que la pintora lo haya datado y rubricado y no haya dejado constancia de que se trataba de una copia, como era práctica usual entre los artistas de la época cuando no se trataba de un trabajo original. Por otro lado, cabe señalar que la diadema con plumas que corona la cabeza del personaje y la tela y el diseño del vestido, fuera de la moda femenina de la época, parecerían indicar una especie de disfraz. Así, de la misma manera en que el Retrato de dama puede tratarse del retrato de una mujer vestida con un traje de fantasía para un baile, también puede referirse, ¿por qué no?, a doña Leonora di Gusman, el personaje femenino principal de La javorita, la famosa ópera de Gaetano Donizetti, tan popular en México durante el siglo XIX, a lo que tan bien se prestaría la expresión solemne y el talante aristocrático que refleja el personaje.
Cuando se toma en consideración la larga lista de obras que Pilar de la Hidalga llegó a presentar en las exposiciones de la Academia de San Carlos, los premios que recibió de esta institución, su participación en la "sección de mujeres" para la Exposición de Chicago de 1893, y los elogiosos comentarios que sus trabajos despertaron en la crítica de arte, el conocimiento que se tiene de su producción resulta reducido y parcial e impide hacer una justa valoración de su trayectoria artística. Pese a ello, a partir de las escasas pinturas conocidas, se pueden inferir no sólo las calidades plásticas que llegó a dominar, sino también el evidente alejamiento del estilo de su maestro Clavé, manifiesto en el realismo crepitante de una obra como la Mendiga o Cabeza de vieja (colección particular). Además, los "estudios tomados del natural" que expuso en San Carlos en 1877 y 1886, los cuales marcan un indudable abordaje realista, bien podrían confirmar el sesgo moderno que pudo adquirir su obra en la madurez de su carrera.
Con todo y su exposición pública en los certámenes de la Academia de San Carlos, el carácter "privado" de la producción pictórica femenina, creada en el ámbito doméstico y circunscrita a las redes familiares y sociales de las autoras, fuera del dominio profesional y de las redes comerciales, explican su permanencia en las colecciones particulares así como su ausencia en los acervos nacionales. El Retrato de dama firmado por Pilar de la Hidalga es la única obra decimonónica de autoría femenina con que cuenta el Museo.
Por ahora, se desconoce la forma y la fecha en que esta obra de Pilar de la Hidalga entró a formar parte de las colecciones del INBA. En 1982 se integró al acervo constitutivo del Museo.