En esta obra se presenta un retrato, o "estudio de media figura" con paisaje, de un pescador mallorquí. Se le ve de espaldas en una pose muy estudiada, con la cabeza girada de tres cuartos a la derecha y con la mano izquierda reposando sobre la cintura, mientras que con la derecha sostiene un gran platón de pescados frescos de vivos colores.
Una suntuosa cortina vegetal, formada por delgadas ramas de árboles y exuberantes chumberas, se interpone entre la figura y el accidentado paisaje costero que le sirve de fondo, con sus arrecifes cayendo a pico sobre los entrantes y salientes de un mar azul profundo. De la rama de uno de los árboles pende un bule, por la izquierda, a la altura de la cabeza del hombre. El esquema cromático se basa en la tríada de acordes complementarios, azul-naranja, rojo-verde y amarillo-violeta, esparcidos sobre la figura y los objetos, lo que le confiere a la tela una rica vivacidad. Tanto el color como la luz obedecen a una distribución imaginaria y abstracta, alejada de todo propósito naturalista.
Esta pintura ilustra las afinidades de Montenegro con el estilo decorativo de su mentor, el catalán Hermen Anglada Camarasa, a quien desde antes del estallido de la Primera Guerra Mundial siguiera el pintor tapatío a su refugio en la mayor de las Islas Baleares. Instalado en la Cala de San Vicente, cerca de Pollensa, permaneció Montenegro durante media docena de años, mientras se consumían los fuegos de la contienda europea, pintando asuntos mediterráneos así en cuadros de caballete como en murales (los del antiguo Círculo Mallorquín, hoy sede del Parlamento de las Islas Baleares).
Hay, en maestro y discípulo, una explícita voluntad de crear ambientes de un lujo visual casi fantástico. Aquí, la vegetación y los pescados, los acantilados y el mar forman un marco opulento, como de vitral o de mosaico, a la figura musculosa y broncínea del pescador. Mallorca se vuelve así una suerte de Edén recobrado, un refugio contra el horror de la guerra y los asedios de la vida urbana moderna. En un tardío libro de memorias, Montenegro evocaría con placer nostálgico los años y las gentes de Mallorca: "Mallorca, Pollensa, nombres que tengo grabados en el corazón... Sigo conservando la visión primitiva de mi adorado puerto de Pollensa, la fuga de montañas, los mares azules, los cuatro años más bellos de mi vida, y mi nostalgia se ha vuelto un sueño adormecido por los recuerdos sin esperanza"...
El cuadro figuró en la Exposición Montenegro celebrada en el Salón Arte Moderno de Madrid, en 1919. Forma parte del acervo del Museo Nacional de Arte desde 1982.
Fausto Ramírez
BIBLIOGRAFIA FUNDAMENTAL
Montenegro, Roberto. Planos en el tiempo. México, 1962.
Ortiz Gaitán, Julieta.
Ramírez, Fausto. "El nacionalismo modernista (1906-1920): En busca del alma nacional", en Salas de la colección permanente, siglos XVII al XX. Museo Nacional de Arte, INBA, México.
Ramírez, Fausto. Crónica de las artes plásticas en los años de López Velarde. 1914-1921. Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1990.
Roberto Montenegro Nervo perteneció a una familia acomodada jalisciense, su padre fue alcalde de la ciudad y uno de sus primos, el poeta Amado Nervo.
A través de la Secretaría de Instrucción Pública obtuvo en 1905 una beca para perfeccionar su formación académica en Europa. En París estudió en L'École
des Beaux Arts y en L'Académie de la Grande Chaumière. Al finalizar el verano de 1910 regresó a México y para 1912 viajó nuevamente a Europa, en donde permaneció hasta 1919. En plena Primera Guerra Mundial vivió en Mallorca, donde fue compañero de exilio del pintor catalán Hermenegildo Anglada Camarasa. En la obra Pescador de Mallorca, Montenegro hizo tangible la afinidad pictórica entre él y Anglada. Es notable la riqueza de los elementos del fondo, realzados por una paleta colorida y lumínica, en la que se presenta al pescador conocido como Mateo el negro. En este óleo muestra un paisaje paradisíaco en contraposición con la realidad de Ia guerra que se vivía en aquella época. El retratado, en postura rebuscada, caracteriza a un hombre común dentro de un contexto cotidiano como la pesca, actividad primordial de la isla. Su mirada cautiva al espectador, inivitándolo a adentrarse en la obra, cuyo paisaje fantástico y tropical recuerda alguna de las estructuras compositivas de Paul Cézanne (1839-1906). Al igual, el nopal de la derecha remite a la flora de México, que presumen los trabajos posteriores del autor, realizados en nuestro país dentro del proyecto nacionalista de José Vasconcelos. La obra se presentó en el Salón de Arte Moderno de Madrid en 1919. Ingresó al MUNAL como parte del acervo constitutivo en 1982.
Ana Celia Villagómez