Rogelio Ruiz Gomar. Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte Pintura Nueva España T. II pp. 125
Descripción
Sentado ante su mesa de trabajo, con un libro frente a sí, y con la pluma suspendida en alto, se encuentra san Bernardo, de tres cuartos, con la cabeza girada sobre el hombro derecho y la mirada elevada hacia el rompimiento de gloria que se ha abierto hacia la parte superior. Se trata de un hombre de mediana edad, con tonsura y escasa barba y bigote, que viste el amplio hábito blanco o cogulla de la orden, con su caperuza plegada sobre el cuello y amplísimas bocamangas. Semioculto por las nubes del rompimiento de gloria, a espaldas del santo, se alcanza a ver un librero. El banco sobre el que se encuentra sentado adopta un moldurado perfil mixtilíneo y sólo apreciamos una de las patas torneadas de la mesa; ésta queda cubierta con un mantel rojo, y sobre ella se encuentra un libro de cantos rojos apoyado en un atril, así como unos tinteros rectangulares de plata labrada, y también un cojín de color azul sobre el que vemos una corona de espinas y tres clavos.
Al fondo se distingue una gran cruz de madera, ligeramente inclinada, y otros símbolos pasionarios atados a ella en forma de "X": la lanza y acaso la vara con la esponja. Sobre el piso, hacia las esquinas, se encuentran varios libros; dos parados y uno tirado, al lado izquierdo, y uno grande, inclinado, en el lado opuesto, junto al cual vemos también una larga hoja suelta.
Comentario
San Bernardo (1090-1153) , que nació en el seno de una noble familia de Borgoña, se le conoce como el reformador de la orden cisterciense en virtud de que, tras haber ingresado joven a la abadía del Císter en compañía de treinta amigos, pronto los convenció de seguirle al monasterio que fundó en Claraval, casa que gobernó hasta su muerte. Fue canonizado en 11 74, a escasos veinte años de su fallecimiento.
Por haberse distinguido como uno de los más fervientes difusores de la devoción a la Virgen María, es el "doctor mariano" por antonomasia, y se le ha llamado el "fiel capellán de la Virgen" o "el citarista de la Virgen". Exaltó a María en doce sermones escritos para conmemorar varias de sus fiestas y en su tratado De LaudibusVirginis, que puede considerarse como la primera recapitulación de discursos sobre la Virgen, pues es en realidad la suma de otras cuatro homilías reunidas bajo ese título. El "Doctor Melifluo", como también se le llama, fue el alma de todo el movimiento mariano de los siglos XII y XIII, ejerciendo un poderoso influjo sobre todos los mariólogos posteriores (baste mencionar que san Buenaventura le cita en más de 400 ocasiones). Y aunque para algunos su doctrina mariana acaso no fue muy superior a la de sus predecesores, otros sostienen que fue más rica y amplia, por cuanto que realizó una admirable síntesis en la que no faltan ideas originales ni precisión.3 Durante la Edad Media, su nombre quedó asociado a tal punto a la Virgen, que Dante en su Divina Comedia se hace introducir por él ante el trono de la Reina del Cielo (Paraíso, 31). Finalmente, cabe recordar que si bien fue a iniciativa suya que los cistercienses pusieron todas sus iglesias bajo la advocación de María, san Bernardo fue un decidido iconoclasta, pues amén de que no veía con buenos ojos ningún tipo de representaciones en las iglesias, en su abadía prohibió especialmente el uso de esculturas, por considerarlas un lujo pernicioso.
Hay igualmente pocas representaciones de san Bernardo en el arte europeo. Quizás el mayor número de ellas corresponda a la escena de la milagrosa lactación con que María le honró y agradeció por sus sinceras alabanzas y que, más que un hecho concreto, se ha entendido como una alegoría de la infusión de la "Divina Ciencia" en su alma. Tampoco en el mundo de la Nueva España hay muchas representaciones suyas, y ello, no obstante, que era el titular de un convento de monjas en la ciudad de México. En este lienzo, Cabrera le ha representado como místico y erudito ¿entre los libros que conforman su biblioteca se encuentran obras de san Gregorio, san Dionisio, san Ambrosio y san Juan Damasceno, según se lee en los lomos de los mismos¿, pero curiosamente no insistió en su calidad de abad, pues no incluyó el báculo abacial que es uno de los atributos con que se le suele representar. Y más curioso resulta aún advertir que no ha introducido nada que nos permita saber de su devoción hacia la Virgen. Por la inclusión de los símbolos de la Pasión, más parecería haber querido indicar su amor hacia Cristo. Sin embargo, la inclusión de éstos acaso esté en relación con la reflexión sobre el dolor y sufrimiento que debió experimentar María al acompañar a su Hijo en los momentos finales de su Pasión contenida en un libro por mucho tiempo indebidamente tenido como suyo, Líber Passione Christi et doloribus et planctibus Matris Eius, con lo que se le atribuyó a san Bernardo la concepción de que, junto con su Hijo, María fue partícipe de la dolorosa expiación del género humano con la que se alcanzó la reparación de la falta de Eva y la completa satisfacción del Padre.
san Bernardo fue quien sento las bases para valorar el papel de María como mediadora. Al pronunciarse de manera clara y explícita respecto al papel de cooperación de María en la adquisición y distribución de todas las gracias, san Bernardo quien habría de expresar: "Dios ha querido que todas las gracias nos vengan por las manos de María." Como era de esperarse, tanto san Anselmo como san Bernardo participaron en la discusión que durante el siglo XII se vivió en torno al privilegio de la inmunidad de la culpa original. Y aunque se repite con frecuencia que ambos fueron defensores de la Inmaculada Concepción de la Virgen, hay que señalar que ello no es del todo cierto. Para san Anselmo, el origen de la dignidad y de las prerrogativas de María residía en el hecho de ser la madre de Jesús; y era de este privilegio del cual deducía la pureza de María, su virginidad, su santidad y su poder de intercesión; pero al igual que muchos otros teólogos de su tiempo, no llegó a darse cuenta de las implicaciones de este principio con respecto a la Inmaculada Concepción. Con todo, tiene el gran mérito de haber contribuido a encontrar la solución final a la controversia sobre la Inmaculada Concepción por medio de sus especulaciones en Cur Deus homo y en De conceptu virginali et de origínale peccato, especialmente por su crítica de la tesis agustiniana sobre la transmisión del pecado.
Sorprendentemente, san Bernardo fue aún más contrario al singular privilegio. Al igual que muchos otros pensadores anteriores y de su tiempo, san Bernardo entendía que María no pudo haber sido santificada antes de ser concebida, ni cuando su concepción, sino que necesariamente se vio libre del pecado original después de su concepción pero antes de su nacimiento. Hay que hacer constar el hecho, pues, de que con todo su poder e influencia, y a pesar de su gran amor a María, se encuentra en el grupo de los que se oponían a la celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción, y así lo manifestó en una famosa carta que dirigió a los canónigos de Lyón que habían introducido dicha fiesta.
Se encuentra representado de cuerpo entero y de tamaño natural, sentados en ambientes íntimos, ante sus mesas de trabajo y rodeados de libros. El lienzo estuvo destinado a los salones de la Universidad se ha dicho que representan ese refinamiento religioso e intelectual que debió vivirse en la Nueva España, tanto entre los miembros del culto clero, como entre los de aquella institución, ámbitos en los que se combinaba lo cortesano y lo eclesiástico con el mundo de las letras.17 Ambos santos están representados en su calidad de escritores con la pluma en la mano, como esperando la inspiración o poniendo en orden sus ideas; pero mientras que san Bernardo eleva su mirada hacia el rompimiento de gloria, para subrayar que su sabiduría proviene del cielo ("ciencia infusa"),
Abelardo Carrillo y Gariel piensa que fue gracias a las gestiones que emprendiera Couto para formar una colección de pinturas coloniales en las Galerías de la Academia de San Carlos (1855), y a la buena repuesta que se dio por parte de los conventos y de los establecimientos que tenían obras de cierto mérito, que la Universidad donó varios cuadros, entre los que estaba este par de lienzos con San Bernardo y San Anselmo, y el de La Virgen del Apocalipsis.
Finalmente, por el ya mencionado José Joaquín Pesado nos enteramos también que los dos cuadros que nos ocupan no sólo fueron incorporados a las colecciones de pintura colonial que se estaban formando en la Academia, sino que quedaron integrados a los espacios concedidos en las Galerías de la institución, pues a ellos se refiere cuando agrega: "que [los] han colocado ustedes a los lados de la puerta". En un inventario de 1917 de las obras de la antigua Academia se les asigna una valuación de dos mil pesos.
Inscripciones
[3052. En el margen inferior:]
S. BERNARDO ABAD, DR. MARIANO.
[En los lomos de los libros:]
San Gregorio / San Dionisio / San Ambrosio / San Damaceno