Ana Paulina Gámez. Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte Pintura Nueva España T. II pp. 149
Descripción
Dentro de un espacio que parece oscurecerse y desvanecerse hacia la derecha, se encuentra la rígida figura de sor María Clara Josefa. Su rostro maduro muestra los estragos del tiempo: el entrecejo y las arrugas alrededor de los labios marcados, así como las mejillas flácidas. Por otro lado, los ojos cerrados, los labios ligeramente apretados y la cabeza inclinada sugieren una actitud de introspección, mientras que las manos ocultas dentro de las bocamangas de su hábito le dan un aspecto de recogimiento.
Como capuchina profesa, sujeta a la primitiva regla de santa Clara, viste sayal y hábito de burda lana gris, este último con los codos parchados y ceñido con el cordón nudoso de la orden franciscana, del que penden rosarios de diez y quince misterios; completan su atuendo la toca y el velo negro, así como unas sandalias de correas.
En el ángulo superior izquierdo hay un grabado del Sagrado Corazón sujeto a la pared por cuatro clavos. Más abajo, una mesa de palo muestra un cajón entreabierto, con un cordón por tirador. Sobre el mueble se ven un reloj de arena y dos libros, uno de ellos ostenta en el lomo el título Trono mexicano.
Por último, en el ángulo superior derecho y en la banda inferior hay inscripciones alusivas a la monja.
Comentario
La obra sigue el diseño compositivo de los retratos de la orden capuchina: espacios neutros; mujeres solitarias con la cabeza inclinada, la mirada baja o los ojos cerrados y las manos ocultas en las bocamangas, y una paleta casi monocroma.1 Todo esto para hacer hincapié en el ideal de la orden: la pobreza. El esquema adoptado al menos desde fines del siglo XVII se mantuvo vigente hasta la primera mitad del siglo XIX y funcionó por igual en el convento de San José de Gracia de Querétaro, que en el de San Felipe de Jesús de México o, como en este caso, en el de San Joaquín y Santa Ana de Puebla.
A pesar de estas similitudes de la obra con otros retratos de su orden, posee también algunas particularidades. La monja ya no goza de la juventud de otras hermanas retratadas y la acompañan los objetos que están sobre la mesa, el grabado y las inscripciones, lo que nos hace pensar que la profesa ocupaba un puesto importante en el convento cuando se pintó su retrato y que, tal vez, el pintor no la conoció, lo cual habría supuesto violentar sus votos de clausura; idea que se sustenta en lo impersonal del rostro.
Por otro lado, la composición posee algunas características del retrato civil, en el que los personajes, casi siempre, se encuentran de tres cuartos delante de un cortinaje, vestidos con sus mejores galas y con un costoso mueble a un lado, sobre el que se hallan algunos objetos propios de su condición (aristocrática, política, militar, académica o religiosa), como son: libros, instrumentos o escudos y armas en la pared y, a veces también, algunas inscripciones, que ubican al espectador dentro del mundo del retratado.
En este caso, las austeras paredes pardas ocupan el lugar de los lujosos cortinajes; el hábito sustituye los elegantes vestidos; la mesa de palo releva los suntuosos muebles, y el grabado del Sagrado Corazón hace lo propio con los aristocráticos escudos y armas. Todo habla de una persona que vive de manera ejemplar la primitiva regla de santa Clara: clausura absoluta, vida en común, pero, sobre todo, extrema pobreza.
Esa renuncia al mundo llegó a tal grado que, incluso, en una de las inscripciones se narra cómo la monja renunció a su "nombre del siglo": María Rosa, "porque cual flor no sonara entre Monjas Capuchinas, quien sólo entre las espinas tiene su corona Clara"; así su nombre de claustro quedo como María Clara Josefa; además, mediante ese juego de palabras se hace referencia al grabado del Sagrado Corazón colocado en la pared, el que también "tiene entre espinas su corona" y que pudo ser una de las devociones de la monja.
La otra inscripción da algunos datos de la religiosa e informa: sobre su nombre, que es hija legítima de don Juan Chamorro de Bayona y doña María Andrea de Salas Maldonado, que nació en la ciudad de Zacatecas y que profesó en el convento de San Joaquín y Santa Ana de religiosas capuchinas de Puebla el 25 de junio de 1769. La mención sobre la legitimidad del nacimiento de doña María Rosa es importante, ya que según Josefina Muriel2 esto, junto con el ser española, es decir peninsular o criolla, eran requisitos indispensables para ingresar al convento de San Felipe de Jesús de México, primero de la congregación en la Nueva España, y que seguramente se aplicaban en las demás casas de la orden fundadas más tarde.
Respecto a los objetos que reposan sobre el mueble: el reloj de arena está relacionado con el paso del tiempo y con lo efímera que es la vida y lo pronto que llega la muerte y, por lo tanto, también representa la vanidad de los bienes terrenales.
Éste es uno de los objetos que aparecen en algunos retratos de este tipo, junto con la disciplina de sangre, el crucifijo y la calavera.
Los libros hacen alusión al estudio, el aprendizaje y la enseñanza, lo que podría identificar a la monja como maestra de novicias. Vale la pena detenernos en el Trono mexicano: la obra, escrita por el franciscano fray Ignacio de la Peña, fue publicada en México por la imprenta de Francisco del Hierro en 1728 y cuenta la historia del convento de San Felipe de Jesús, primera casa de capuchinas de la Nueva España. La narración da inicio antes del viaje de las fundadoras de Toledo a la ciudad de México en 1665 y continúa con los avatares que superaron las monjas para el establecimiento de su primera casa en tierras novohispanas.
La presencia de este título nos habla de la conciencia histórica en el interior de la orden, lo que no era raro en el caso de los conventos femeninos novohispanos, tan prolíficos en biografías y crónicas. El libro podría ser una lectura edificante y ejemplar para las hermanas profesas y novicias de la congregación, además de dejar constancia de la comunicación entre las comunidades.
Esta pieza no es el único retrato religioso con esta composición: por un lado, y como ejemplo femenino, está el anónimo queretano, de 1824, del Museo Nacional de Arte, en el que a un lado de la monja capuchina hay una sencilla mesa de palo sobre la que se encuentran una calavera, un crucifijo y una disciplina, y por el otro, como muestra masculina, tenemos el de fray Francisco de Santana, del Museo Nacional del Virreinato, en cuyo ángulo superior derecho aparece un grabado de la Virgen y debajo de éste otra sencilla mesa de palo con un reloj de arena, una calavera y un libro.
La obra, sin caer en lo popular, tiene una factura digna, con un buen manejo de la perspectiva, proporciones anatómicas correctas y un gran cuidado en el tratamiento de paños y rostro; además, emplea un recurso muy socorrido en la pintura novohispana en la representación de los burdos hábitos de sayal franciscanos: el puntear en líneas con un marrón oscuro sobre el hábito pardo. La pieza está firmada en el ángulo inferior derecho: Castillofecit y según la fecha de la inscripción podemos datarla alrededor de 1769. Cabe la mención de que se trate del pintor poblano José Mariano del Castillo, quien contrajo matrimonio el 20 de marzo de 1757, o de Miguel del Castillo, involucrado en la creación de un arco triunfal en 1755 , ambos en la Angelópolís.
Inscripciones
[En el ángulo superior derecho:]
Por Dios dexó aquesta Esposa / hasta el Nombre, que tenía: / pues aunque quedo María, / ya no quedó Alaria Rosa. / Renuncia hizo escrupulosa / de Rosa su virtud rara / porq~ qual flor no sonara / entre Monjas Capuchinas / quien solo entre las espinas / tiene su corona Clara.
[En el margen inferior:]
V. R. de la M. Soror María Clara Josepha (en el siglo Da. María Rosa Chamorro) Hija lex°.
de Dn.Juan Chamorro de Bayona y Da. María Andrea de Salas Maldonado: Nacida en la
Ciud. de Zacatecas y Professa en el Comtc. d S.S.Joachin y Sa. S'a.Anna de Religó. Capuchinas
de esta Ciu . de la Puebla; a 25 de Junio de 1769 as.