Descripción
Sentado en lo alto de una roca a la orilla del mar, el joven Colón, vestido con calzón corto, calzas, capa, gorro y zapatos a la usanza del siglo XV, dirige la vista al horizonte en el ocaso del día y con gesto meditativo se lleva la mano derecha a la quijada. Sobre la roca se extiende un mapa sobre el que se hallan un compás, un lápiz y una brújula. Hacia la izquierda, sobre la mar se advierten tres manchones grises en forma velas que señalan la presencia de tres embarcaciones en el horizonte.
Obregón se sirvió de una composición piramidal en la que la cabeza de Colón conforma, simbólicamente, la cúspide y la luz ilumina su rostro. El colorido rojizo del primer plano en el que se encuentra Colón, contrasta con las tonalidades frías, grises y azules, del mar y el cielo en el segundo plano.
Comentario
Si bien desde la octava exposición de la Academia de San Carlos, celebrada en 1855, José Obregón presentó las primeras obras originales que realizó como estudiante de pintura bajo la tutela de Pelegrín Calvé (El martirio de San Lorenzo, El Señor en el sepulcro y Prometeo en el suplicio a que fue condenado por haber burlado a Júpiter) fue con La inspiración de Cristóbal Colón con la que el artista empezó a ser conocido y ganar reputación en el medio artístico. Esta obra le mereció a su autor el segundo premio en la clase de composición de una figura y fue mostrada en la novena exposición en el paso de 1856 a 1857 .
Para el público decimonónico Colón representaba el arquetipo del gran hombre, cuya osadía, constancia y tenacidad podían sobreponerse a los intereses mezquinos, el fracaso y las intrigas, como lo imaginó Washington Irving en su obra de 1829. Pero para los románticos significó la personificación del genio guiado por Dios, como lo mostraba Alphonse-Marie de Lamartine en su biografía del navegante (1852-1854). En este sentido, Obregón eligió uno de los temas más caros a la sensibilidad romántica: el momento en que la inspiración toca a los grandes genios de la humanidad. La imagen del hombre genial apostado en la cima de una roca meditando en la soledad, de la que se sirvió el artista mexicano, fue una de las metáforas visuales más repetidas en la iconografía romántica en la literatura y las artes visuales, por su capacidad para revelar la superioridad del artista o del ¿gran hombre¿ sobre el resto de la humanidad. El artista se asumía así, desde una perspectiva de analogía religiosa, en las figuras de Moisés o de Cristo en la montaña, y se convertía, como ellos, en una especie de elegido, intermediario entre los designios divinos y la humanidad.
Los artistas románticos encontraron en la figura de Cristóbal Colón uno de los símbolos que mejor representaban los avatares del genio incomprendido. La consagración del navegante por el pensamiento romántico junto con el espíritu conmemorativo que caracterizó al siglo XIX, produjo una enorme cantidad de ilustraciones, pinturas y monumentos escultóricos sobre Colón.
En México la figura de Colón fue también un tema recurrente en la plástica durante la segunda mitad del siglo XIX y asunto de diversos monumentos públicos a lo larga del país, incluso hasta el siglo XX.Cuando Obregón mostró La inspiración de Cristóbal Colón en los salones de la Academia de San Carlos, la figura del genovés había sido ya tratada con anterioridad por otros artistas, no así el pasaje que representó, único en la iconografía colombina realizada en México. En 1850 Juan Cordero había enviado desde Roma una de sus más ambiciosas composiciones: Cristóbal Colón ante los reyes Católicos, exhibida con gran éxito en la muestra de 1851 y Jesús Corral había presentado Cristóbal Colón (en el momento de desembarcar en La Española) en la séptima exposición de 1854.En la misma exposición en la que Obregón expuso su obra, uno de sus condiscípulos, Juan Urruchi, dio a conocer su Cristóbal Colón en la Rábida, uno de los pasajes más representados en la pintura europea, y en ese mismo año Manuel Vilar inició los trabajos de una escultura monumental del navegante. En 1875, en la decimoséptima muestra, Manuel Revilla realizó su escultura Cristóbal Colón cargado de cadenas y conducido a España, uno de los episodios preferidos por el gusto romántico. Años más tarde, el director del ramo de pintura, José Salomé Pina, eligió el tema Colón en el monasterio de la Rábida, tomado de la biografía de Lamartine, para el concurso bienal de pintura de 1891, en el que participaron Leandro Izaguirre y Joaquín Ramírez..
Mientras que Zuleta, en El Siglo XIX, sólo objetaba algunos defectos técnicos, en La cruz, se reproducía una revista publicada en el Eco Nacional en la que se consideraba la pintura de Obregón entre las tres más notables de la exposición, junto con El Sacrificio de Abraham de José Salomé Pina. Sin embargo, luego de transcribir la descripción impresa en el catálogo, el articulista echaba en cara al artista el haber incurrido en la imprecisión histórica de afirmar que Colón hubiera podido exclamar: ¡Esto es hecho, hay otro mundo que hasta aquí ha sido desconocido!, ya que Colón nunca se imaginó que con sus viajes iba a descubrir un nuevo mundo, por lo demás la ejecución del cuadro le parecía "irreprochable".
Pese a las deficiencias formales o conceptuales que los críticos hallaron en la pintura, ésta se convirtió en una de las imágenes más reproducidas por los discípulos de la Academia en la clase de copias. y también en una de las más apreciadas en la segunda mitad del siglo XIX como lo muestra un comentario de Manuel Gutiérrez Nájera, El Duque Job, escrito en 1883 a propósito de las pinturas de las ¿viejas galerías¿de la Academia, en el que con nostalgia, exaltaba entre otras pinturas, La inspiración de Cristóbal Colón.
La inspiración de Cristóbal Colón formó parte de las galerías de la Academia desde 1857, en 1885 formó parte del contingente artístico enviado por México a la exposición universal de Nueva Orleáns, y en 1982 se integró al acervo constitutivo del Museo Nacional de Arte.