Museo Nacional de Arte

San Pedro




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San Pedro

Fotografía: David Álvarez Lopezlena Retoque fotográfico: Perla Godinez Castillo

San Pedro

Artista: MANUEL ARELLANO   ((activo en el primer tercio del siglo XVIII))

Fecha: s/f
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Transferencia, 2000. ExPinacoteca Virreinal de San Diego.
Descripción

 

Rogelio Ruiz Gomar. Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte Pintura Nueva España T.II pp.93

Descripción

Cuadro rectangular en el que se inscribe un elaborado marco oval fingido, en cuyo interior, dispuesto sobre un fondo oscuro, se encuentra representado de medio cuerpo el apóstol san Pedro; se trata de un hombre de avanzada edad, de pronunciada calvicie, pero con abundante barba blanca y vestido con una túnica azul y manto ocre, que se halla de tres cuartos, perfil derecho, con la mirada dirigida hacia el espectador, al tiempo que sostiene un par de llaves con la mano derecha y un libro con la izquierda. En las enjutas que deja el marco oval quedan unos calados triangulares con ramilletes de flores pintados igualmente sobre fondo oscuro.

 

Comentario

Simón, el sencillo pescador así llamado antes de que Jesús le impusiera el nuevo nombre de Pedro y le designara como cimiento de su Iglesia, es sin duda uno de los santos del mundo cristiano que goza de más veneración; es por esta razón que cuenta con un enorme número de representaciones realizadas a lo largo del tiempo, en las que se le encuentra bien de manera aislada o en grupo, bien como cabeza de los doce apóstoles o como primer papa. Desde fines de la Edad Media, en que se empezó a buscar la manera de diferenciar a cada uno de los apóstoles, es posible reconocer a san Pedro tanto por su aspecto físico, pues comenzó a representársele como un anciano vigoroso, casi calvo, con una corona de cabellos blancos sobre la nuca y las sienes, y corta barba redondeada,1 como por los distintos atributos con que se le fue asociando, entre los cuales ¿barca, peces, libro, gallo, cadenas, etcétera¿ el más frecuente es el de las llaves.

  Es de esta manera como le ha plasmado el enigmático artista apellidado "Arellano" que ha firmado el cuadro que nos ocupa. Sin tratarse de una obra de altos vuelos, podemos convenir en que dicho autor ha realizado un buen cuadro, pero sobre todo en que ha logrado imprimir una dignidad y fuerza pocas veces conseguidas en la plástica novohispana para la representación del burdo pescador al que Jesús transformara en el "Príncipe de los apóstoles". La fortaleza interior que exhibe su semblante ¿en el que a la fuerza penetrante de la mirada suma la energía que proyecta su aguileña nariz y saliente mandíbula inferior¿ se intensifica con el vigor del gesto con que sostiene en alto las enormes llaves con que Jesucristo le invistió como cabeza del colegio apostólico y fundamento de su Iglesia.

  Según el testimonio del evangelista Mateo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús les preguntó a sus discípulos quién decía la gente que era Él; ellos le respondieron que unos decían que era Juan el Bautista, otros que Elías, que Jeremías o algún otro profeta. Pero al preguntarles "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo", Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo."  

  De esa manera, Jesús no sólo le escogió como cimiento de la nueva comunidad que estaba formando (Petrus en latín significa "piedra": la roca sobre la que iba a edificar su Iglesia), sino que lo elevó sobre el resto de los apóstoles, pues fue a él a quien le confió las llaves del cielo. Distinción que adquiere su verdadera importancia al advertir que dentro de la tradición judía la llave era un símbolo de poder (Isaías22, 22), ya que si sólo el que tiene la llave de una casa puede entrar y salir, o puede abrir y cerrar, aquel que tenga las llaves del palacio será el que tenga la posibilidad de permitir o impedir la entrada a la presencia del soberano. En el caso de san Pedro, el poder es de tipo espiritual, pues Jesús le invistió con autoridad para retener o perdonar los pecados de los hombres. Como era habitual en el mundo del arte, el pintor de este cuadro le ha representado con dos llaves, una de oro y otra de plata, que simbolizan el poder de abrir o cerrar las puertas del cielo y del infierno respectivamente.

  La devoción a san Pedro en la Nueva España está avalada por la numerosa cantidad de representaciones suyas que han llegado a nosotros. No sólo nos recibe acompañado por san Pablo en las portadas de la mayoría de las iglesias erigidas por todo el territorio, sino que suele ocupar un destacado lugar en los retablos, tanto en los a él dedicados como en los que se incluye la representación del colegio apostólico, y ello sin contar las numerosas obras aisladas que le representan, sea en pintura o en escultura. Del mismo modo, a él están dedicadas muchas poblaciones y es el titular de una buena cantidad de iglesias, capillas y altares. Con todo, es entre fines del siglo XVII y principios de la centuria siguiente ¿época a la que pertenece el cuadro que nos ocupa¿ en que su devoción parece haberse incrementado. Dan prueba de ello el auge que entonces experimentó la congregación a él consagrada ¿fundada precisamente para "promover el culto a San Pedro entre los miembros del clero y ofrecer ayuda cristiana, material y espiritual a todos los clérigos"¿ así como el que se emprendiera por esas fechas la renovación de la capilla a él dedicada en la catedral metropolitana con la erección de un nuevo retablo, hecho por Alonso de Jerez, y que en una sesión del cabildo de dicha catedral, en 1685, se dispusiera festejar con gran solemnidad la fiesta de san Pedro. Para el mayor lucimiento de ésta se mandó hacer a principios del año siguiente un fino ornamento rojo al maestro bordador Francisco Romero, el cual, a juzgar por el muy elevado costo del mismo ¿siete mil doscientos ochenta y un pesos seis tomines¿, debió ser verdaderamente espectacular.

  Como ha ocurrido con otros cuadros que lucen sólo la firma de "Arellano", pudiera ser que la pintura que nos ocupa fuese concedida a José de Arellano. Sin embargo, es preciso advertir que no hay ninguna evidencia que avale la existencia de un pintor con ese nombre, y que, en contraparte, contamos con diversos documentos que nos confirman la actuación en la Nueva España de dos pintores, Antonio y Manuel, padre e hijo respectivamente, que llevaron ese apellido entre los últimos años del siglo XVII y las primeras décadas del XVIII. El problema al que se han enfrentado en los últimos años los estudiosos es el de decidir a cuál de los dos corresponden los diversos cuadros que, como éste que ahora nos ocupa, lucen la misma rúbrica. Para complicar más la situación, debe agregarse que existen también algunos cuadros firmados "el Mudo Arellano", lo que parece indicar que se trata de un tercer pintor con ese apellido, pues tal y como se ha señalado en fechas recientes no parece que Antonio y Manuel carecieran de la capacidad del habla, dado que el primero dictó su testamento y el segundo compareció a declarar ante el Tribunal del Santo Oficio al verse envuelto en una denuncia que fue levantada por la hechura de unos cuadros con desnudos, y ello no hubiera sido posible si carecieran de aquella facultad.

  Este cuadro formó parte de la donación que en 1929 hizo la Secretaría de Hacienda a la Escuela Nacional de Bellas Artes. No se le consignó en la guía de la Pinacoteca Virreinal de San Diego, publicada en 1968 con motivo de los Juegos Olímpicos celebrados en la ciudad de México.