Museo Nacional de Arte

Atardecer en el mar, la ola roja




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Atardecer en el mar, la ola roja

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Atardecer en el mar, la ola roja

Artista: JOAQUÍN CLAUSELL   (1866 - 1935)

Fecha: ca. 1910
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 60-61

Descripción:

"… este artista que gustaba de capturar el instante a través de la plástica –como tiempo después lo haría Juan Rulfo por medio de la creación narrativa y fotográfica- abordó la pintura sólo en los momentos precisos: cuando sintió, con toda honestidad, que tenía algo que decir a través del arte. Lo anterior se nota en muchas de sus obras de paisaje, que son brillantes no sólo desde el punto de vista estético, sino también en la manera de aproximación y gozo del tema. Ver los amplios panoramas volcánicos, equivalentes en cierta forma, tanto pictórica como emocionalmente, a las vistas del Mont Saint-Victoire, de Paul Cézanne; los claroscuros boscosos e interminables zigzagueos de canales y ríos hoy desaparecidos o en curso bajo tierra debido a la creciente urbanización; y todo enmarcado por esa mirada íntima que tan naturalmente se dio en Clausell frente a las vistas de su país, es una aventura singular. En el mejor espíritu de las vedute de Canaletto, la suya resultó una propuesta sutil y fascinante para el público de su tiempo. Ante nuestros ojos, las vistas tienen aún más impacto por el contraste que establecen con la realidad actual de la ciudad y el campo circundante…

A diferencia de los dibujos de las cartas fechados con precisión, la gran mayoría de sus pinturas, como ya indique, carecen de datación. En algunas podríamos rastrear diversas influencias de Monet o Pisarro, sobre todo, maestros directos de Clausell durante aquella estancia francesa también de exilio en que, al igual que en los Estados Unidos, el pintor tuvo que enfrentar la vida cotidiana sin hablar la lengua del país…

Clausell parece admirar de Pisarro el enfoque más bien sereno, las tonalidades apagadas del paisaje y la forma en que el pintor ubicaba a la figura humana, casi ausente, como se puede observar en la obra del mexicano, por cierto, y con un peso delicadamente simbólico cuando aparece…

Otras escenas, ya sean terrestres o marinas, realizadas por el artista, se ubicarán más bien dentro del paisajismo mexicano de entonces, impregnado de espíritu vanguardista en algunos casos. Esta postura, enmarcada por una amplia tradición nacional, presumirá con generosidad, en apenas unos guiños plásticos, el estilo inconfundible y la mirada sin igual de Clausell; ambos arriesgados siempre, los dos desenvueltos a sus anchas. A la manera de Gerardo Murillo o de José María Velasco, pintores que asumieron la práctica como su única profesión, el también abogado y periodista, que siempre presumió ser apenas un amateur frente al arte, produjo una obra de paisaje de tal carácter y personalidad que la firma escamoteada en las superficies aparecería todo el tiempo al trasluz de cada composición plástica, de cada combinación cromática y cada trazo. A la manera de una marca de agua.

Como en los casos de Paisaje zapatista, Martín Luis Guzmán con sarape de Saltillo o La plaza de toros de Madrid, pinturas cubistas de Diego Rivera en las que su forma de abordar los temas y, sobre todo, el colorido y la textura dan personalidad única al trabajo desarrollado por el guanajuatense en el corazón mismo de esa corriente, muchos de los paisajes de Clausell, desde el interior o fuera del estilo impresionista, hablan de un artista con una clara visión del entorno propio, del colorido y, antes que nada, la luz sin igual de México. Elementos absolutamente distintos de los que dieron personalidad a las obras de Monet, Pisarro o Pierre-Auguste Renoir. Si uno encuentra rasgos en común entre las obras de tales artistas y los paisajes de Clausell como Reflejos en el estanque, Bosque amarillo, (FIG. 28) Campo de verano, Campo de otoño o Xochimilco, (FIG. 38) muchísimas otras imágenes del México de naturaleza desbordada serán clauselles indudablemente nacionales, aunque en absoluto nacionalistas.

El tríptico, en la cual aparecen figuras "primitivas" y "juguetonas", dedicado a homenajear la masa extraordinaria del Ixtaccíhuatl; sus otras pinturas en que apuesta por la holgada reinvención tanto del anterior volcán como del Popocatépetl; sus vistas de los Baños de Nezahualcóyotl; su Iglesia perdida entre la maleza, concebida inicialmente a la manera de Monet y luego rematada con una construcción típicamente virreinal, o la interpretación de los diversos ríos y canales (Santa Anita, (FIG. 17 Tlalpan, un segundo vistazo, en verdes, a Ixtacalco; la escena en rojos y rosas titulada Canal con puente) del Valle de Anáhuac se verán y sentirán como absolutamente propios del artista, en ambos sentidos de la palabra...

En pocos años y con largos intervalos de inactividad el campechano logró crear una obra sólida y variada. La suya fue una mirada curiosa pero sobre todo apasionada en los momentos justos. Al igual que algunos fotógrafos de su tiempo, de sus últimos años, gracias a un instinto singular desde sus inicios, Clausell conoció el secreto de la captura del instante, del uso de la luz y las tonalidades precisas.

Al revisar sus diversas personalidades como artista se va descubriendo que, efectivamente, para Clausell, el ejercicio de la pintura nunca fue una obligación. Por lo mismo, no pienso que esta práctica haya sido motivo de lucha, sufrimiento o pose, como sucede con tantos otros artistas. Más bien, el proceso de creación habría significado un misterio a desentrañar. Un juego, un reto a su astucia. Quizá a esto contribuyó el hecho de que desde muy joven el abogado, periodista, senderista y artista experimentó en carne propia lo que era retar a la otra naturaleza, la humana. Y perder casi siempre.

Pintar para Joaquín Clausell fue una lucha entre iguales, en la que ganar era posible. Y hasta normal."

(Perea, Héctor, 2012, p. 38, 41, 54, 57-58)