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Santa Catalina de Alejandría discutiendo con los sabios




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Santa Catalina de Alejandría discutiendo con los sabios

Santa Catalina de Alejandría discutiendo con los sabios

Artista: BALTASAR DE ECHAVE Y RIOJA   (1632 - 1682)

Fecha: 1678
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Transferencia, 2000. ExPinacoteca Virreinal de San Diego.
Descripción

 

Jaime Cuadriello. Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte Pintura Nueva España T. II pp. 321

Descripción

Sentada en primer plano y ante el estrado del emperador Maximino (para otros era Majencio Augusto), santa Catalina diserta o expone sus saberes acerca de la existencia de Dios. Está flanqueada por dos bancadas o "colegios" de sabios, doctores y santos. La joven, iluminada por el palio de luz, reflejo de la sabiduría del Espíritu Santo, que rompe los ennegrecidos nubarrones desde las alturas, se ha colocado como protagonista central y es, así, el objeto de atención de todos los demás integrantes de la escena. Es de notarse que para lograr este efecto lumínico y dramático, el pintor no haya recurrido a un formato simétrico y convencional; y sí apuesta, en cambio, por una complicada composición diagonal, en la que, merced a una corta perspectiva marcada por el piso tablerado, va graduando el tamaño y la jerarquía física ¿ y también moral¿ de los allí presentes. El monocorde claroscurismo, quizás aprendido de las enseñanzas de López de Arteaga, subraya, como veremos, el contenido simbólico del asunto a tratar.

  A la joven doctora se le mira de acuerdo con su investidura real, diademada y enjoyada con ajorcas de gemas engastadas sujetas en los antebrazos, conforme a la moda cortesana de una dama noble del Renacimiento. Eleva la vista en dirección al trono y el dosel imperial, al tiempo que gesticula con sus manos en ademán de sostener o reafirmar, con la fuerza de sus palabras, su credo religioso. Así, hay un contraste dramático entre el aplomo y serenidad de la santa (foco de luz) y la turbación del empequeñecido tirano, ataviado "a la romana" y coronado de laurel, que se incorpora inquieto o azorado de su solio (no por acaso desde la parte más ensombrecida de la composición). A sus espaldas pueden distinguirse, por sus rasgos y vestimentas, las figuras extratemporales de san Juan Evangelista, san Pedro, Moisés o el profeta Elias. En la bancada de enfrente hay cuatro doctores, el primero en ademán admirativo, otro con turbante y quevedos y uno más de rasgos casi demoniacos. En el último plano se mira un piquete de alabarderos, tocados de yelmo empenachado, que entablan una conversación. Ellos no sólo cumplen con su papel de guardia imperial sino muy probablemente con el de sayones, quienes finalmente someterán al martirio a la santa alejandrina.

Comentario

Esta escena procede de un largo pasaje narrado por Jacobo de la Vorágine en su Leyenda áurea, cuando Catalina se presentó valientemente ante el césar romano para    increparle, en público, la promulgación de unas leyes idolátricas y la extrema intolerancia que manifestaba hacia los cristianos. El gobernante quería imponer a todos sus súbitos la adoración de las deidades paganas y que juraran, además, todas las falsedades y torpezas que conllevaba ese culto; a todo lo cual, so pena de muerte, se tenían que sujetar los nuevos cristianos que día a día surgían en las provincias del imperio. Por eso, a manera de "didascalio", se lee un versículo tomado del libro de los Salmos, inscrito en la cartela del cuadro y que, puesto en boca de santa

Catalina, reclama tanto sus derechos de género como el don de la confesión de la fe para poder vencer, por medio del saber, al tirano: "La Ley del Señor es Inmaculada y ella convierte a las almas; el testimonio del Señor es fiel, y da sabiduría a los  pequeñuelos" (18, 8).

  Catalina, en lugar de arredrarse, se echó a cuestas la tarea de persuadirle sobre la verdad de la divinidad de Jesucristo, utilizando las tres partes de la lógica ¿llamadas demostrativa, probable y sofística¿, y así, "mediante un prolongado debate compuesto por innumerables silogismos perfectamente dialécticos, recurriendo alegorías, metáforas, aduciendo argumentos unas veces rigurosamente realistas y otros místicos, demostró la verdad de una serie de proposiciones". Luego de esta forma de exposición "académica", la santa doctora terminó con un osado exhorto ante la majestad de su interlocutor: "En la disertación que acabo de hacer he preferido emplear un lenguaje y unos procedimientos científicos porque te he hecho el honor de considerarte hombre inteligente y culto, familiarizado con la filosofía."  A todo lo cual "el césar durante largo rato la escuchó atónito, sin poder aducir ni un solo argumento en contra de la doctrina que la joven exponía".

  Una vez concluida la bacanal y los sacrificios a los dioses, el emperador, prendado de la elocuencia, la sabiduría y la hermosura de Catalina, la mandó recluir a su palacio para someterla a un certamen público ante cincuenta sabios y retóricos de la corte. En el debate, ella se impuso con superioridad, rebatiendo y venciendo los argumentos de cada contrincante sin que finalmente "se asustara y retractara de sus temerarias afirmaciones". Todo ello irritaba aún más al despótico gobernante. Los sabios, por su parte, no conseguían refutar sus tesis y demostraciones con suficiente contundencia y rapidez, hasta que, ante "las objeciones de sus oponentes [...], llegó un momento en que, acorralados por ella, quedaron atónitos y se vieron obligados a guardar silencio y a permanecer como mudos. Ninguno de ellos sabía contestar a las preguntas de Catalina ni replicar a las respuestas que ella misma daba. El césar, al verlos tan anonadados, terriblemente enfurecido, se encaró con los cincuenta y les dijo: ¿No os da vergüenza haberos dejado derrotar tan manifiesta y humillantemente por una muchachuela?" Los doctores no sólo quedaron impresionados con sus asertos, del todo irrebatibles, sino que ellos mismos fueron convertidos al cristianismo y persuadidos de que "por su boca hablaba el Espíritu de Dios". Todo lo cual despertó de nuevo la ira del tirano "que con ademanes violentos mandó preparar a toda prisa una hoguera en la plaza principal de la ciudad para quemar vivos a los cincuenta sabios, a los cuales se acercó Catalina y animó a que aceptaran con fortaleza el martirio".

  No obstante el carácter legendario de su relato, Vorágine hizo el encomio de las virtudes intelectuales de la santa, objeto de admiración para sus devotos, pero que pasó a la historia sin obra o escritos conocidos: sabiduría, elocuencia, fortaleza, purísima castidad y honra de Dios. Por su dominio de todas las ramas de la ciencia filosófica, ya teórica, práctica y lógica, y todas las suertes de la expresión retórica, ya se entenderá que esta figura cobró un especial significado para todas las ramas del entendimiento y las artes liberales y sus practicantes cristianos, como eran los filósofos, teólogos, predicadores, apologistas y estudiantes.

   Sin embargo, al parecer, este tema echaviano es un caso excepcional en toda la iconografía virreinal hispanoamericana e incluso peninsular; a pesar, además, de la popularidad que tuvo este culto, con origen en la Iglesia oriental y extendido en toda América desde el siglo XVI. Más aún como modelo de santidad para millares de vírgenes de clausura, que tomaban su nombre en la ceremonia de imposición de velo; en razón, además, de que se trataba de una doncella premiada y triunfante, por sus desposorios místicos con Jesucristo encarnado, al que tanto defendió con la mente y el corazón.5 En realidad esta escena, en términos retóricos e iconográficos, evocaba un grandilocuente teatro de disputatio intelectual, semejante a las "cátedras" de santo Tomás de Aquino o san Agustín, o a las polémicas sostenidas por jesuitas, franciscanos y dominicos sobre la doctrina de la Inmaculada Concepción. En este cuadro queda claro que la voz vencedora está iluminada por la presencia inspiradora del Espíritu Santo, que la cubre desde las alturas para destierro de la falsedad y la impostura. No por acaso la santa entonces defendía, como materia de disputa, la doctrina de la encarnación del Verbo o la divinidad de Jesucristo hombre, que padeció por los hombres.

  Por ello, pero sobre todo por la escasez del tipo iconográfico que, como veremos, atendía a una petición específica de los doctores de la Universidad de México, no es fortuito que Echave Rioja se haya servido de dos grabados de contextura similar, que ilustraban sendas escenas del Nuevo Testamento grabadas por Cornelis Cort en el tercer cuarto del siglo XVI. No tanto para ocultar "el hurto" como para resolver convincentemente la escena, tomó y combinó la postura de distintos personajes, tanto del pasaje de Jesús entre los doctores como del Pentecostés o de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. No obstante que ambas escenas son composiciones frontales, salta a la vista que la figura del tirano es préstamo de la de Jesús Niño disertando, o que de las bancadas de los apóstoles y los doctores, salen los tipos azorados de los sabios o la misma idea de colocar a santa Catalina perfilada en un primer plano. Incluso hay partes del escaso mobiliario que son idénticas, o el recurso, en las alturas, de transcribir la manifestación del Espíritu Santo en forma de paloma.

  No deja de ser revelador que el pintor acudía al expediente de modelos gráficos, ya centenarios entonces, que había heredado como "cartapacio" de su dinastía y que, como patrimonio visual, se habían utilizado desde los tiempos de su abuelo. Pero es evidente que no se conformaba sólo con la copia, como sucedía en otros casos en que sigue una estampa, sino que cita y recompone merced a su peculiar y distintivo registro estilístico. Sabía imprimir, sobre todo en estas obras de sus últimos años, un estilo personalizado y totalmente distinto al realismo practicado en el taller de José Xuárez, que ya anuncia la desmesura visual y el ritmo coreográfico de Cristóbal de Villalpando (si no es que la comparte).

  Por otra parte, no deja de ser inquietante que esta obra sea estrictamente contemporánea al debate novohispano sobre las "mujeres sabias", alentado entonces por la figura de sor Juana Inés de la Cruz y cuya leyenda narraba precisamente escenas de disputatio similares: tanto por un clamoroso certamen infantil que encabezó en el palacio virreinal, en que por orden del virrey fue sometida al examen de los doctores, como por su aspiración infructuosa por ingresar a las aulas universitarias, travestida de varón. Hay que recordar, tal como lo ha señalado Elias Trabulse, que el tema de santa Catalina como paradigma de mujer docta y estudiosa, se reavivó por el año de 1672 cuando se publicó en México el voluminoso tratado hagiográfico intitulado La Rosa de Alexandria, entre flores de divinas y humanas letras. Este libro salió a la luz por empeños del cura de la parroquia de Santa Catalina, don Pedro de la Vega, su autor, precedido con una aprobación del confesor jesuita de sor Juana, el padre Antonio Núñez de Miranda.6 Trabulse ha demostrado cómo la misma monja jerónima se sirvió de este libro, escrito con un tufo antifeminista, y de la figura literaria de la doctora egipcia, para reclamar, en sus villancicos para la catedral de Oaxaca de 1691, su derecho de género al saber y al obrar; y trazar, así, su propio perfil autobiográfico e intelectual. El estribillo y algunas de las coplas que aludían directamente a la escena de este cuadro, y en que curiosamente la santa personificaba a la Razón, decían así:

En esos años, la recusación de sor Juana estaba dirigida no sólo contra su viejo confesor jesuita sino ahora ante los poderosos obispos que la acosaban, por eso, como concluye Trabulse, "la Respuesta a sor Filotea fue un acto de defensa y los Villancicos fueron la ofensiva".

  Tómese en cuenta que en su voluminoso libro, el licenciado De la Vega también consagraba varios párrafos a exaltar el patrocinio, orgullosamente novohispano, de la sabia Catalina sobre la Real y Pontificia Universidad de México. Por eso, en tanto había sido la patrona juramentada de esa institución desde el siglo XVI, no resulta nada extraño que la iconografía de un cuadro como éste se haya avenido muy bien con sus intereses, su tradición y su vida académica. Era común que los muros de los claustros universitarios se engalanaran con los retratos reales y corporativos junto con las devociones titulares, sobre todo cuando sus miembros eran los máximos garantes intelectuales de la doctrina y la defensa de la fe y quienes, con aprobación real y pontificia, detentaban la ortodoxia de los saberes o los métodos escolásticos.

  Hay noticias, pues, de que esta obra colgaba de una de las aulas de este plantel. También algo más sabemos de la figura del comitente que encargó la obra, tal como lo señala la inscripción latina de la cartela derecha. Se trata del doctor Luis Martínez Hidalgo y Montemayor, quien muy probablemente se hubiera motivado a escoger esta escena, luego de haber leído el largo "poema heroico" de la Rosa de Alexandría y del encomio que allí se hacía de su patronato sobre la Universidad. El canónigo Beristáin anotó en su bibliografía novohispana que el doctor Martínez Hidalgo había sido "Natural de la Nueva España y doctor en ambos derechos y Catedrático de prima y leyes en la Universidad Megicana, Fiscal del Rey en la Audiencia de Santo Domingo y después en la de Guadalajara. Escribió: Didascalia in TT. de Pactis, et de Transaction. Manuscrito en un cuarto. En la Biblioteca de la Universidad de México. Disertación legal por la Real Justicia en Causa de Inmunidad local. Impreso en México por el año de I65O, en un folio."9 Nótese, entonces, que el versículo de los Salmos puesto como epígrafe, no sólo ensalzaba a la jurisprudencia como ciencia inspirada por la sabiduría divina, rama en la que se movía el mecenas, sino que concedía que esa facultad podía ser extensiva, casi como dádiva del varón a su sexo opuesto, a otras criaturas de condición "pequeñuela"; haciéndose eco, quizá, de la mirada intolerante y de aversión a las "mujeres sabias" propalada por De la Vega y Núñez de Miranda.

  Este jurisconsulto seglar aparece como donante de la obra, según las efemérides universitarias compiladas por Alberto María Carreño, en que se lee: "Año de 1678. Noviembre El doctor Luis Martínez Hidalgo ofreció un cuadro de Santa Catarina para el [salón] general de cánones, y que se colocaría en la capilla el día de la Santa."10 Hay que agregar que por ese tiempo don Luis también obsequió al claustro su retrato de cuerpo entero, blasonado y ataviado a la moda austríaca, para reconocerse como hijo y lustre de esa comunidad (que hoy, maltratado, se guarda en las bodegas del Castillo de Chapultepec).

Tal parece, entonces, que en ese momento el joven y apuesto donante se hallaba construyendo su ascendente carrera de méritos, ya que un año después de su donación pictórica, en medio de una intensa polémica, se presentó a las oposiciones para tomar posesión como "sujeto digno y suficiente de la cátedra de propiedad de prima de Leyes para que la goce por todos los días de su vida, con salario de los $700 en cada año". Al final de cuentas, para zanjar los antagonismos, tuvo que intervenir el arzobispo virrey para darle la colocación en su cátedra, mediante decreto, y "en vista de sus honrosísimos antecedentes".

 Sin embargo, dado que don Luis estaba más interesado en su carrera pública de funcionario que en la propiamente académica, dos años más tarde, en abril de 1681, renunció a su cátedra en aras de una promoción burocrática que lo beneficiaba con el nombramiento real de fiscal de la Audiencia de Santo Domingo, despidiéndose de su alma mater y de su patria. Un par de años después se hallaba desempeñándose con el mismo puesto en la Audiencia de Guadalajara y exigía al pleno del claustro, con la anuencia de don Carlos de Sigüenza y Góngora, que se le liquidaran "las diferencias" respecto a sus sueldos atrasados.

  Todos estos testimonios prueban, por una parte, que el patrocinio de las grandes obras de la pintura novohispana era eminentemente corporativo y que entre sus múltiples intenciones destaca, por el protagonismo que ejercen los individuos, el concebir el contenido del discurso y la funcionalidad de las obras como eficaces aparatos de gestión. No es fortuito que el comitente fuera un abogado experimentado y que desde su posición, como consejero del Santo Oficio o catedrático, también velara por la defensa del patrimonio ideológico de su gremio o tomara una posición en las disputas de su tiempo.

  No sabemos en qué momento ni con qué destino haya salido de las aulas de la Universidad. Es posible que, dado que este lienzo fechado y firmado permaneció fuera de las colecciones oficiales desde Couto hasta Toussaint, nadie se ocupara de comentarlo o registrarlo en sus obras. Desconozco por ahora cuándo fue incorporado a las colecciones del Estado 

Inscripciones

[Cartela izquierda:)

Lex / Domini imma / culata, convertens / animas: testimo¿ / nium Domini fi~ / dele, sapientiam / prcestans parvu¿ / lis. / Psalm. 18. 8.

[Cartela derecha:]

B. / Catharinam / V. et M. inclytam: / Julgentissimam divine / legis ad iustitiam erudu / intem Magistram, le= / galis, peritioe Tutelarem / vocitat: et in sui defensio= / nem reproducit Patronam / D.Aloisius Martínez, Hi= / dalgo, et Monte-Mayor, / J. V.D. Primus clementi=/ narumEx-Professor:codicisJustiniani,insimul/ que legum perpes iam¿ / dru vespertinus Inter= / près: Regalis Curia, et / Sanctoe Inquisitionis / gravissimi Tribuna¿/ lis fisci Regij incar~ / ceratorumque eius¿ / dem Sancti 0£fi= / cij propietarius / Patronus.