Museo Nacional de Arte

El hijo pródigo




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El hijo pródigo

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El hijo pródigo

Artista: LUIS MONROY   (1845 - 1918)

Fecha: 1869
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

La figura de un joven semidesnudo se recorta sobre una atmósfera al aire libre en un paraje natural. Portando un taparrabo o ceñidor de piel de oveja, se ubica sentado sobre unas gruesas raíces cubiertas por un encendido paño rojo con caídas de finos pliegues curvilíneos. De cuerpo estilizado y extremidades largas, en tres cuartos a la izquierda, medita absorto con la cabeza un tanto erguida y la mirada languidecida clavada en el cielo justo a la orilla de un lago.

La figura presenta una anatomía correcta resuelta con convicción; la pose tiene una dinámica ondulación, relajada, con los brazos tendidos sobre su regazo. El recio cuello sostiene una cabeza ovoide con larga cabellera negra que contrasta con la pálida entonación de la piel. En sus manos sostiene unas ramillas con las bellotas del encino que le sirven de alimento.

 

La pigmentación azul pastel del difuminado paisaje, produce una sosegada escena estática, con una ausencia de otros atributos iconográficos que dificulta la relación de la obra con el pasaje bíblico del Hijo pródigo.


Comentario

 

La pintura narrativa de corte clasicista tenía en los temas bíblicos un importante foco de inspiración para las composiciones de una o más figuras. La reproducción idealizada de los episodios de las sagradas escrituras fue una constante en la pintura romántica de la antigua Academia de San Carlos de México desde su organización en 1843, hasta bien avanzado el siglo. Esto era acorde con los ideales estilísticos del director del ramo de pintura, el catalán Pelegrín Clavé (1811-1880) ¿sustituido por José Salomé Pina (1830-1909) a partir de 1869.

 

En múltiples ocasiones los pasajes de la Biblia y los personajes descritos, no eran más que motivos para que los alumnos mostraran primero a sus profesores, y luego al público en las exposiciones periódicas de la institución- y sobre todo a la joven crítica de arte de la capital-, sus talentos y sus adelantos artísticos en la asimilación de las ¿lecciones  estéticas¿ bajo un plan de estudios ¿moderno¿ basado en la enseñanza rigurosa del dibujo como tronco común.

 

 El joven Luis Monroy se ocupó de uno de los asuntos bíblicos que ejemplifican las parábolas de La oveja descarriada en evangelios como el de Lucas.El hijo pródigo es la narrativa de aquel que no obstante descarriado e insensato, se arrepiente para que, en una aleccionadora muestra de  compasión, sea perdonado y recibido en el seno paterno con banquete y música.  Es una parábola alusiva a la bondad de Jesucristo por cobijar a los pecadores arrepentidos y esta fue la respuesta del Nazareno a aquellos quines lo criticaron por compartir la mesa con los penitentes quienes solicitaron su ayuda.

 

En la obra de Monroy, el hijo que ha perdido el camino reflexiona sobre la miseria en la que ha caído y la posibilidad de retornar a recibir el castigo del padre por haberse visto segado por la ambición y actuar como un malagradecido. La figura del hijo menor que recibió la parte de su hacienda y ¿se marchó a un país remoto y allí malbarató todo su caudal, viviendo disolutamente (Lc 15,13)¿, sirvió a Monroy para resolver un desnudo académico de un joven impecable en su dibujo y teatralización, bajo los cánones idealistas del prototipo racial de la Europa meridional.

           

Luis Monroy nació en la capital mexicana e inicio su formación académica en 1864, a los diecinueve años, bajo la dirección de Clavé. En 1866 fue pensionado por la Academia , y dos años más tarde pintaba una de sus primeras composiciones originales: El hijo pródigo, con la que obtuvo el primer premio en la clase de composición de una figura y lo representó en la décimo cuarta exposición de la Escuela Nacional de Bellas Arte que se verificó en diciembre de 1869. En ella se presentó con tres obras, dos copias y la aplaudida ejecución aquí comentada. Era la primera exposición luego de la caída de Maximiliano de Habsburgo y la restauración de la República en 1867.

          

 

  La llegada de los liberales al poder significó para la principal Academia de la nación la aplicación de significativos cambios administrativos y un nuevo rumbo ideológico en la directiva y en la plantilla docente, esto tras la caída de la estructura organizativa original dominada por lo conservadores. Los cambios, ante el nuevo proyecto cultural republicano para un Estado moderno, también se verificaron en la elección de los contenidos temáticos, ahora más distanciados de los episodios histórico-religiosos, como los asuntos costumbristas de lo local; de la historia nacional inmediata; del México antiguo; o de la literatura universal. Pero estos cambios fueron paulatinos, pues se siguieron desarrollando en forma simultánea los temas tradicionales, entre ellos los casos bíblicos. En la obra de Monroy, sin embargo, la síntesis de elementos iconográficos me lleva a pensar que el lienzo pudo haber recibido cualquier otro título ante la ausencia de referencias más sólidas al pasaje evangélico. Hubo en el artista, hasta cierto punto, un desinterés por ser lo más veras con la representación figurada de los atributos iconológicos. El tema, aunque no gozaba de una profunda tradición en la pintura occidental, fue tratado por artistas como Esteban Murillo, quien en su obra El Retorno del hijo pródigo, integró múltiples figuras alusivas al emotivo instante del recibimiento paterno y que claramente evidencia un fuerte interés por que la escena se relacione sin complicaciones con el asunto bíblico.

 

En la obra del mexicano, el merito se centra en las calidades dibujísticas de la anatomía y en la belleza de la figura resultado de la aguda observación del modelo desnudo dentro de la constante práctica del dibujo ¿del natural¿ en la Academia. La escénica ambientación, deslucida en los detalles paisajísticos del segundo plano, acentúa la atención en la imagen central, trazada con una vigorosa ondulación en sus líneas que provoca la correlativa mirada del espectador. La figura, bien resuelta en su representación pictórica, contrasta con la ficción de las rocas, troncos y frutos que la envuelven. Por su parte, la crítica de arte se refería a la pieza en un artículo del periódico El Siglo XIX, con fecha del 24 de diciembre de 1869, de esta manera.

      

 Firmado por un crítico anónimo que escribía bajo las iniciales LGR, es sólo una muestra del patente desagrado por la manera en que resolvió los motivos vegetales y las rocas del primer plano. Es un entorno estático e impersonal, distinto por ejemplo a la obra de Rodrigo Gutiérrez (1848-1903), El pescador, realizada dos años después y que, aunque es un tema de género, el virtuosismo es similar en el tratamiento de la única figura. En Gutiérrez, el acento en la imagen semidesnuda tiene la facultad de estar rodeada por una localidad lacustre bien definida, muy del altiplano mexicano, reconocible por el público y que ya manifestaba, junto con otras obras, el uso de elementos figurativos propios de la vida cotidiana y el paulatino salto del gusto romántico de la tradición figurativa idealista por cierto realismo con contenidos actuales y locales.

 

Es así que para la XV exposición de 1871, exhibición inmediata a la que presentó El hijo pródigo, otras obras además de El pescador se sumaron al del giro del gusto por la composición de una figura, apoyados en las imágenes histórico-religiosas a la recreación de los tipos y atmósferas costumbristas. Fausto Ramírez dio cuenta de ello en un libro sobre Manuel Ocaranza (1841-1882) ¿quien presentó en ese mismo año La flor del lago; condiscípulo de Luis Monroy y ambos alumnos de José Salomé Pina: ¿podemos advertir  que en la ejecución de la reglamentaria composición de una figura con que los estudiantes de pintura hacían sus primeros ensayos de invención, bajo la tutela magisterial de José Salomé Pina, empezaba a abandonarse ya toda referencia a personajes sacados de la Biblia, como se puede observar en El Hijo Pródigo. En cambio, comenzó a incrementarse la representación de modelos que, si bien aparecían idealizados, eran plenamente identificables en su especificidad geográfica y ocupacional.

Parte de la relevancia de la obra de Luis Monroy radica en que se encuentra en el contexto estilístico de este umbral, pues si bien aun nos remite a un personaje bíblico, hay una intencionalidad por desnudarlo de elementos iconográficos que hagan énfasis en su relación con el pasaje evangélico.

La obra ingresó a la colección del Museo Nacional de Arte proveniente de la Oficina de Registro de obra del Instituto Nacional de Bellas Arte en junio de 1982, y adjudicada como acervo constituido en noviembre de ese mismo año.