Descripción:
"Las pinturas realizadas por Joaquín Clausell en las primeras décadas del siglo XX no pueden constreñirse únicamente al carácter impresionista que constantemente se les atribuye. Por ejemplo, Jorge Alberto Manrique ha dicho que no hay un solo pintor al que se debe considerar como impresionista puro u ortodoxo, ya que en México esta corriente plástica se tornó en "reflejos de aquella manera de pintar, en ecos del impresionismo más que de una afiliación precisa.
En la práctica del género del paisaje, las inmediaciones de Santa Anita, Huipulco, las Fuentes brotantes, Xochimilco, Iztacalco, San Ángel –zonas finalmente periféricas para la época-, se convirtieron en temas centrales de la producción de Clausell, con evocaciones literarias y poéticas. Estas obras claramente nos indican la oposición a las construcciones urbanas, ya que edificaron un imaginario en torno a un paisaje imperecedero, como si éste simbolizara el retorno o la recuperación del orden natural, Así, Clausell se inclinó por los nuevos postulados vanguardistas al eliminar las reglas y métodos tradicionales dentro de la pintura, al tiempo de seguir los lineamientos subjetivos del modernismo finisecular.
Para Clausell, la tela fue un medio ideal para el juego de las texturas, la aplicación de gruesas pinceladas y las combinaciones cromáticas. En medio de la profusión de planos –y la ausencia del dibujo- emerge un análisis espontáneo de la naturaleza abordado desde diferentes ópticas. A diferencia de "la seguridad matemática" de José María Velasco, en Clausell no existió ese interés científico, descriptivo y realista por el entorno natural. En sus composiciones el artista marcó la superficie a través de diagonales y líneas perpendiculares que reconcilió con la atmósfera. Bien ha dicho Fausto Ramírez que en las pinturas alusivas a las Fuentes brotantes –que pueden ser consideradas como una serie-, Clausell dejó claramente deslindadas las áreas del agua y de la tierra por la perfecta definición de sus materias pictóricas respectivas, así como por una estructuración compositiva en forma de parábola que dirige y ordena el recorrido visual al interior de la tela.
Las perspectivas abiertas del paisaje decimonónico se transformaron dando lugar a un paisaje de escenas limitadas y en apariencia, simples. Clausell se dio a la tarea de representar mantos acuíferos, fragmentos de cordilleras, vegetaciones, canales, playas, etcétera. El hilo conductor de sus pinturas fueron los ángulos: coordenadas dentro de la superficie que simultáneamente permiten la equilibrada combinación entre las luces y los colores que operan como gradaciones cromáticas; las manchas deliberadas y las pinceladas libres acompañaron una búsqueda de precisión. Los espacios deshabitados sugirieron un encuentro personal con el mundo natural que intentaba captar la "esencia eterna y divina que se ocultaba en el universo", las figuras humanas se perciben como lejanas y transitorias presencias que en nada alteraban la disposición del entorno.
Las obras con resonancias simbolistas reiteran este enfrentamiento con la naturaleza, irracional pero domesticada gracias a la pintura. De alguna manera, Clausell concibió este vínculo como una promesa de regeneración. Así, el aristócrata se consideró apto para descifrar el carácter hermético de la naturaleza: el "oráculo de la tierra". El profeta-artista hace apropiaciones a través de su pintura. Con vestigios románticos, Clausell mantuvo esta postura anímica que también denotó cierto poder. Si su colega "Dr. Atl" imaginó posteriormente delirantes construcciones utópicas –Olinka- Clausell se constriñó a dominar la naturaleza por sí mismo."
(Cruz Porchini, Dafne, 2008, p. 41-42)