Museo Nacional de Arte

La fuente del Salto del Agua




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La fuente del Salto del Agua

La fuente del Salto del Agua

Artista: CASIMIRO CASTRO   (1826 - 1889)

Fecha: ca. 1855 - 1856
Técnica: Litografía con color
Tipo de objeto: Estampa
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Vista parcial de un ámbito urbano regularmente concurrido cerca de la garita sur de la ciudad de México. Se alza al centro de la estampa la taza y la caja de la Fuente del Salto del Agua la que, a través del aguador, surtió del vital liquido a una  parte de la población de la capital en el último tercio del siglo XVIII y hasta el tercer cuarto del XIX.

            La vistosa estructura de la cual brotan los chorros que alimentan la fuente, fue reproducida con minuciosidad respecto a todos sus ornatos y decoraciones que en general guardan un estilo clásico constituido por alegorías, emblemas, florones, formas zoomorfas y pilastrones. Las columnas salomónicas que se erigen a los lados de los motivos centrales, rompen con la rigurosa sobriedad grecolatina del conjunto.

            Con un tratamiento menos detallado en el dibujo y difuminados, fueron trazados los elementos de trasfondo a la caja, como el acueducto de los Arcos de Belem dispuesto a la izquierda y que corre en diagonal o la edificación de dos pisos recreada a la derecha y que ostenta una marquesina: GRAN FABRICA DE [se interrumpe].

Toda la franja del primer plano está animada por una serie de bien logrados tipos citadinos de aquel siglo, ocupando los protagónicos centrales: una dama con sus cantaros y, pieza fundamental en el menester, el aguador revestido de su singular aspecto.


 

Víctor T. Rodríguez Rangel. Archivo del Departamento de Documentación del acervo

El agua es un factor primordial para la existencia humana, no sólo para saciar la sed, sino también para muchas de las actividades básicas rutinarias: para cocinar, el aseo personal, el lavado de las prendas y la limpieza del hábitat en el menester de evitar enfermedades; la preocupación por su suministro ha caracterizado a las sociedades de todos los tiempos y  ha sido un factor determinante para el sitio fundacional de una población.

            La ciudad de México en una buena parte del siglo XIX carecía de un sistema de tuberías y cañerías para el suministro de agua ¿delgada¿ (limpia y potable), por lo que los habitantes la obtenían de las 16 fuentes diseminadas por todo el entorno urbano[1], muchas de ellas eran alimentadas por los acueductos como el de Santa Fe (mejor conocido como el de La ¿Mariscala¿), que conducía el agua que brotaba en el poniente del valle (ladera arriba de Tacubaya) por toda la antigua Calzada de Tacuba, hasta la caja que se ubicaba al costado norte del convento de Santa Isabel (hoy Bellas Artes).

El Acueducto de Belem con sus 904 arcos fue uno de los más importantes, alimentado por los manantiales de Chapultepec, corría por la avenida hoy del mismo nombre hasta san Juan de Letrán, a un costado de la Garita de Belem (misma que marcaba el límite sur de la ciudad) y depositaba el agua en la caja de la Fuente del Salto del Agua, lugar donde se daba cita la población de la zona para llenar sus cantaros, así como los que asumían el servicio de repartir el líquido a domicilio y que conformaban todo un gremio. ¿Sin duda, de los personajes callejeros masculinos, el aguador constituye uno de los tipos más caracterizados del México decimonónico, descrito con el mismo entusiasmo por literatos y fotógrafos que por grabadores y pintores.¿[2]

            Las principales fuentes capitalinas como las de la Alameda, Santo Domingo, de La Mariscala, la de Tlaxpana[3] y la del Salto de Agua, entre otras, estaban en aquel siglo estrechamente ligadas con el oficio o la ocupación del aguador, conjunto siempre atractivo para literatos y artistas dispuestos a capturar y registras las costumbres y los hábitos de la vida cotidiana muy del gusto del romanticismo, que como vertiente filosófica, ideológica y estética, predominó en el hemisferio occidental en buena parte del siglo XIX.

 En la pintura, las fuentes y el aguador despertaron el interés en la década de los cincuenta de artistas como Edouard Pingret, Antonio Serrano y Miguel Mata y Reyes. Pero no sólo en esta disciplina se reprodujo el aguador y su contexto de aprovisionamiento, en medios de difusión comercial con una penetración más popular como la gráfica, abundaron las estampas y vistas al respecto. De hecho, las recreaciones costumbristas mexicanas tuvieron en las artes estampadas, el medio idóneo de difusión.

            Los grabados y litografías constituyen un rico muestrario de las diferentes actividades económicas desarrolladas en México durante aquel siglo. El estudio de los oficios y ocupaciones, resulta de especial interés si se considera que muchos han desaparecido con el paso del tiempo y con el cambio de las costumbres.[4] En la actualidad, las fuentes dejaron de suministrar agua a la población para servir como meros aspectos decorativos y conmemorativos de las urbes y el aguador es sólo parte de los pintorescos oficios del pasado.

            De las ediciones comerciales decimonónicas, ninguna tan relevante como México y sus alrededores¿ para difundir estampas de los sitios más atractivos de la ciudad de México, de la periferia y de las fisonomías de la población. Sus ilustraciones, basadas en los dibujos de artistas de la talla de Casimiro Castro y L. Auda, pasaron a la piedra litográfica y de ahí a ilustrar en serie la más increíble publicación gráfico-literaria mexicana de la década de los cincuenta: México y sus alrededores[5]. Este monumental trabajo fue publicado para entregas a los suscriptores por la impresora litográfica de Decaen, editor, en los años de 1855 y 1856, y reeditado varias veces, con nuevas láminas, en los años de 1864, 1874 y 1878.  Todas las ediciones contienen textos descriptivos a las vistas, obras de los más connotados literatos de su tiempo y con la tipografía del taller del prominente empresario Ignacio Cumplido.

            Es la vista de La Fuente del Salto del Agua una de las litografías que, a dos tintas (negra y sepia más la piedra fundamental), forma parte de la primera edición y constituye una de las más bellas de las 36 imágenes del álbum. Sin embargo, esta publicación no fue la primera en aludir al aguador, ya el italiano Claudio Linati, introductor de la litografía en México (1826)[6], había bosquejado un dibujo del personaje con el trasfondo de una fuente y que apareció en la temprana publicación sobre tipos mexicanos Trajes civiles, militares y religiosos de México (1828)[7].  En un catálogo se comenta, refiriéndose a esta lámina titulada Aguador. Portear d´eau, lo siguiente:

                 En las plazas de la otrora ciudad de México existían fuentes públicas, alcantarillas y  chorros

                      de agua de donde  se abastecía la gente común.  De la  necesidad de proveer  a  las  casas del

                    preciado  líquido  surgió el  aguador.  Este  pintoresco  personaje  acostumbraba   transportar

                    veinticinco  litros  de agua en un cántaro de barro que pesaba casi lo mismo  y era  soportado

                    por la frente del sujeto mediante una correa de cuero. Una reserva complementaria contenida

                    en otro cántaro era amarrada con un cinto similar y pendía de la cabeza, a  manera de  contra-

                      peso, sujeto por  medio de un  gancho  al delantal  del  personaje para evitar su balanceo. Las

                    citadas correas impedían al aguador usar sombrero, por lo que  portaba bonete.[8]

 

            Lo anterior escrito nos permite entender la extraña apariencia rígida y deformada postura del aguador en el primer plano de la lámina, fielmente reproducido por Casimiro Castro y que parece esforzarse por sortear las dificultades del excesivo peso, pues acaba de llenar sus cantaros y se aleja de la fuente.

            El aguador vestía camisa y calzón de manta, calzoneras de gamuza, mandil de cuero, de igual material el casquete que cubría la cabeza, el cinturón que sostenía por detrás de rodete y con el que apoyaba el chochocol de barro, otro cuero estaba suspendido por delante para llevar el otro cántaro.[9] Semejante atavío se incorporaba al colorido mundo de los personajes urbanos.

            Los aguadores en la estampa, como abejas a la miel, circundan la fuente (que aun existe en el mismo sitio) que se ubicaba en el decimonónico barrio del Niño Perdido, al centro de la plaza que se formaba en el cruce de la calzada de Belem (Avenida Chapultepec) y San Juan de Letrán (Eje Central), en la frontera sur de la ciudad. Dicha fuente, como lo indica una de sus placas y como lo consigna el historiador Manuel Rivera Cambas,  fue terminada el 20 de marzo de 1779 bajo el virreinato de Antonio María de Bucareli y Ursua.[10] Ostenta la caja en su remate un florón  y las alegorías de la América y de Europa, las dos raíces del mestizo país. Más abajo, en el frontis, se halla en relieve la representación de las armas de la ciudad de México: se ve un águila coronada con las alas abiertas y una cruz en el pecho. Entre las alas están los estandartes españoles y entre las garras los carcaj y macanas indígenas; pendiente del pecho de la misma águila está un medallón que representa el escudo nobiliario de la ciudad. Al pie del emblema se encuentra un tazón de piedra sostenido por un grupo de tres niños sobre delfines y, finalmente, la fuente que es el receptáculo en la que el público recoge el agua.

El tratamiento de éste tosco montículo de cantera es propio de la introducción del neoclasicismo durante el reinado de Carlos III, así como el manejo de toda una parafernalia alegórica que unas décadas después sería utilizada parte de esta simbología para la construcción visual de la identidad criolla y de la nueva nación independiente.

Es la imagen en México y sus alrededores¿ la parte protagónica de la publicación, al contrario de la mayoría de las obras hasta ese momento, donde las ilustraciones estaban subordinadas al aparato textual, sin embargo, los comentarios descriptivos a las estampas no dejan de aportar información histórica relevante y sobre la visión del mundo de los diversos escritores que participaron: Francisco González Bocanegra, Niceto de Zamacois, Lius G. Ortiz, Manuel Payno y Francisco Zarco, entre otros. Cada uno de ellos, a través de la pluma, imprimieron su estilo peculiar, que puede ir de la prosa romántica que raya en lo cursi, hasta punzantes críticas sobre la naturaleza del mexicano y su cultura.

El señor Zarco, prominente liberal, comentó La Fuente del Santo del Agua y se pregunta si el país mestizo ya ha construido una identidad propia. Se sirve de su participación en la descripción para consignar algunos de sus enfoques sobre nuestra historia y sobre lo que realmente somos: ¿No somos aztecas, no somos españoles; raza bastarda de las dos, tenemos la indolencia de la una, la arrogancia de la otra; pero aun no constituimos una raza propia, con cualidades peculiares, buenas o malas.¿[11]

Más que un romántico, Zarco pretende ser realista y se cuestiona sobre la grandeza de la historia de México y de sus próceres. Manifiesta incertidumbre por si realmente somos un pueblo con grandes monumentos históricos y propone el compromiso general de la sociedad por realmente progresar y erigir una cultura pujante. Claro que describe la fuente, pero no aporta mucho, es su análisis sobre lo mexicano lo subrayable y que nos muestra una manera más escéptica de pensar sobre la esencia nacional, un testimonio de las mentalidades del siglo XIX.

En la descripción esta presente la pluma costumbrista del escritor que entiende que el verdadero valor de la fuente no es la estructura en sí, sino el hecho de estar en una arrabal en las fronteras urbanas y donde se da cita la porción más popular de la población, sucediéndose en su en torno las cosas de la gente del pueblo:

     Allí está el aguador risueño, vivo, paciente, disponiéndose al  trabajo o descansado  de sus

      fatigas; el cargador brusco y arisco, el ranchero maliciosos  y  desconfiado, la  garbancera

      bisbirinda  y  picaresca,  el  mendigo a quien todos  ofrecen un  pedazo de  pan, el billetero

      que ofrece buena suerte con los gitanos, el  mercillero que vende sus efectos a precios más

      altos que en la ciudad, el soldado que a pesar del uniforme se complace en unirse al pueblo

      de donde salió, el guarda diurno vigilante y severo, aunque amable y parlanchín.  Allí anda

      el perro sin dueño, que es  conocido y amparado de todos, el muchacho que silba al mismo

      tiempo que salta y hace travesuras; la niña llena de harapos  y medio desnuda.[12]

 

 

            Al leer lo anterior, entendemos que es el tiempo en que despunta la literatura costumbrista y de la cual tenemos ejemplos notables, no sólo del mismo Zarco, sino también de Fidel (Guillermo Prieto) y Manuel Altamirano.

            El arte y la literatura en estas obras se conjugaron para que los hombres de su tiempo y del futuro, conocieran una parte de las fisonomías del siglo XIX. Los escritores y los grandes artistas como el pintor, dibujante y litógrafo del Estado de México, Casimiro Castro, pilar de la obra México y sus alrededores, recrearon el mundo que con genial minuciosidad observaron. ¿El joven Casimiro fue en el campo de la litografía lo que Guillermo Prieto fue en el de la crónica citadina. Ambos nos dejaron un retrato inapreciable del México decimonónico y de su cambiante población.[13]

 

 

OBSERVACIONES: Donación del Patronato del Museo Nacional de Arte, A.C., 1992. La presente estampa es constantemente utilizada para la rotación de gráfica de la sala 22: Retrato del México Independiente; fue desprendida del álbum México y sus alrededores; colección de vistas, trajes y monumentos. México, Taller Litográfico de Decaen, 1855-1856.

 La litografía integró desde su impresión dos tintas: negra y sepia, proceso que se llama de ¿camafeo¿ o ¿duotono¿, utilizando tres piedras litográficas, la fundamental y las de las dos tintas.



[1] Gustavo Casasola, Efemérides ilustradas del México de ayer. Ediciones Archivo Casasola, 1901: p. 108-110.

[2] Angélica Velázquez Guadarrama, ¿Ganarse la vida¿ en Pintura y vida cotidiana en México. México, Fomento Cultural Banamex, 1999: p.213.

[3] ¿La Fuente de Tlaxpana¿ en los límites occidentales del barrio de San Cosme y alimentada también por el acueducto de Santa Fe. Manuel Rivera Cambas, México pintoresco, artístico y monumental. T.1. México, Editorial del Valle de México: p. 323.

[4] ¿Oficios y ocupaciones¿ en Recuerdos de México; gráfica del siglo XIX del Banco Nacional de México. México, INBA-BM, s/f: p.48.

[5] México y sus alrededores; colección de vistas, trajes y monumentos. Prefacio de José E. Iturriaga. México, Facsímil de la segunda edición publicada por José Decaen en México 1864- Inversora Bursátil, 1989.

[6] Elisa Vargas Lugo, El paisaje urbano de México; a través de las mejores litografías del siglo XIX. México, Banco de México, s/f; Clementina Díaz de Ovando, El grabado comercial en México 1830-1856 en Historia del Arte Mexicano. México, Salvat, 1986: p. 166; y Manuel Toussaint, La litografía en México en el siglo XIX. México, 1934.

[7] Claudio Linati, Trajes civiles, militares y religiosos de México. Lám.17. Bruselas, Charles Satanino editor, taller litográfico Royale de Gobard, 1828.

[8] ¿Oficios y ocupaciones¿ en Recuerdos de México¿ op.cit.: p. 49.

[9] Gustavo Casasola, Efemérides ilustradas¿op. cit.

[10] Manuel Rivera Cambas, México pintoresco, artístico y monumental. T.2. México, Editorial del Valle de México: p. 241-244.

[11] Francisco Zarco, ¿Fuente del Santo del Agua¿ en México y sus alrededores; colección de vistas, trajes y monumentos. Prefacio de José E. Iturriaga. México, Facsímil de la segunda edición publicada por José Decaen en México 1864- Inversora Bursátil, 1989.

 

[12] Ibid.

[13] Guadalupe Jiménez Codinach, ¿Casimiro Castro y sus alrededores¿ en  Casimiro Castro y su taller. México, Fomento Cultural Banamex, 1996: p. 38.