Museo Nacional de Arte

La Villa de Guadalupe tomada en globo




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La Villa de Guadalupe tomada en globo

La Villa de Guadalupe tomada en globo

Artista: CASIMIRO CASTRO   (1826 - 1889)

Fecha: ca. 1855 - 1856
Técnica: Litografía con color
Tipo de objeto: Estampa
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Reproducción panorámica de la Villa de Guadalupe y sus alrededores un 12 de diciembre y dibujada desde la canastilla de un globo en un encuadre de sur a norte. La vista posteriormente pasó a la piedra litográfica para su distribución comercial.

El amplio rectángulo en posición horizontal que domina los primeros planos a  todo lo ancho, indica el espacio ocupado por el santuario guadalupano y, dentro de esta área, se alzan las fachadas, torres y cúpulas de los monumentos de devoción mariana las cuales destacan sobre las homogéneas y bajas azoteas de las manzanas de casas que conforman el poblado en torno al conjunto católico: al centro izquierdo la Colegiata o Basílica Antigua con sus cuatro torres; al lado derecho del edificio que custodiaba la imagen sacra, el Convento de las Capuchinas y, a la escuadra, la Parroquia Vieja de los Indios que se comunica con el portón de la Colegiata a través de un improvisado corredor con toldo de lona dispuesto como parte del programa oficial de la celebración. La capilla de El Pocito, al extremo derecho, se encuentra dentro de los límites del poblado.

            Hacia los planos superiores nace y se extiende la Sierra de Guadalupe empezando por el cerro del Tepeyac que luce sus rampas de fábrica humana y, en el remate, la Capilla del Cerrito. En lontananza, en el ángulo superior derecho, se ubica una lejana serranía y el lago de San Cristóbal[1].

            La composición apaisada se encuentra minuciosamente animada por una multitud de devotos y peregrinos que siguen arribando a la plaza, como un torrente, por la Calzada de Guadalupe, la cual se encuentra trazada al centro en primer término. Una fuente, unos carruajes y una serie de puestos y barracas de tejamil, asoman de entre la miniaturizada congregación.

 



[1] Por la dirección en la que se encuentra este espejo de agua, rumbo al noreste, deduje que se trata del lago de San Cristóbal, apoyándome en la Carta del Valle de México impresa en Antonio García Cubas, Atlas Pintoresco e Histórico de los Estados Unidos Mexicanos, imprenta de Debray Sucesores, 1885. En otros tiempos, el lago de San Cristóbal y el de Zumpango eran uno mismo, hoy no existentes, Su rivera llegaba hasta el margen de Teotihuacan y en la actualidad en su lugar están los poblados municipios de Ecatepec, Coacalco, Ojo de Agua, etc.


Archivo del Departamento de Documentación del Acervo. Víctor T. Rodríguez Rangel

En el devenir de la historia, la humanidad había expresado, entre sus sueños y fantasías principales, el deseo de volar. Fueron muchos y curiosos los proyectos antes de la era del avión para esa misión, notables fueron por ejemplo, en la historia del arte y de la ingeniería, los planos trazados por el multifacético Leonardo Da Vinci (1452-1519); pero fue hasta el siglo XVIII cuando el hombre pudo elevar un globo con aeronautas los cuales asumieron la conquista del aire y contemplaron el mundo desde altos vuelos, como lo miran los pájaros y las aves. Se trato del invento de los hermanos Montgolfier en Francia en el año de 1783. A las vistas panorámicas desde un globo, o idealizadas composiciones desde perspectivas aéreas, se les empezaron a conocer como ¿a ojo de pájaro¿.

            En el nacimiento y desarrollo de la tecnología aerostática, quien iba a suponer que entre los usos y beneficios que se obtendrían al elevar un globo tripulado, estaría el de elaborar admirables dibujos captando el paisaje y las ciudades desde ese singular ángulo. Son vistas consistentes de múltiples y sucesivos planos con perfecta relación visual que sólo se podrían captar, fuera de un globo, desde una alta serranía. Las obras pasaron a la piedra litográfica y de ahí a ilustrar en serie la más increíble publicación gráfico-literaria mexicana de la década del cincuenta del siglo XIX: México y sus alrededores[1]. Monumental trabajo publicado para entregas a los suscriptores, como era costumbre, por la impresora litográfica de Decaen, editor, en los años de 1855 y 1856, y reeditado varias veces, con nuevas láminas, en los años de 1864, 1874 y 1878.  Todas las ediciones contienen textos descriptivos a las vistas, obras de los más connotados literatos de su tiempo.

            La proliferación de los talleres litográficos en el país significó una verdadera revolución cultural que llevó la imagen, a través de la ilustración comercial, a casi todos los sectores urbanos del siglo XIX. De las prensas surgió la expresión visual de los liberales, de los conservadores, de los románticos, de los científicos, de los paisajistas y se ventilaron novedades entre ellas las vistas aéreas como recurso de un dibujante del género del paisaje urbano (entre otros instrumentos modernos como la caja negra, teodolito, daguerrotipo, fotometría, gonioscopio y binoculares) y que se incorporaban al quehacer de la valoración visual de los monumentos, plazas y ciudades. La sociedad capitalina y nacional se maravilló con aquellas deliciosas estampas dibujadas y litografiadas por Casimiro Castro y su equipo y editadas en México y sus alrededores, el éxito comercial fue innegable. De esas obras de arte, ningunas más espectaculares que las que Castro bosquejó desde la canastilla de mimbre de un globo: La Villa de Guadalupe, Tomada desde Chapultepec, La Plaza de Armas de México vista a ojo de pájaro, La Alamenda de México. Tomada en globo, El Valle de México. Tomado desde las alturas de Chapultepec, La ciudad de México. Tomada en globo y, por supuesto, La Villa de Guadalupe, Tomada en globo[2]. 

                                                                              

Es admirable en aquel hombre de Tepetlaoxtoc, Estado de México, no sólo la refinada calidad artística alcanzada, sino también el valor de ascender a las alturas en estas, hasta cierto punto, novedades curiosas de siglo en México, ejemplo del repunte de la ciencia y la tecnología en sociedades tradicionales y en vías del progreso. En este caso Castro superó el vértigo y el terror ¿por amor al arte¿.

            Los globos, en el mediar del siglo XIX, eran un atractivo espectacular que no se veía todos los días, pero que ya habían forjado su historia en nuestro país. El primer globo no tripulado fue elevado en Veracruz en enero de 1785, y lo hizo el capitán Antonio M. Fernández.

            La noche del 4 de marzo de 1786 Valdés, el autor de las gacetas, elevó en el patio del Palacio Virreinal un globo en honor del Virrey Gálvez. En lo alto apareció un letrero que decía ¿Vivan sus excelencias¿. Posteriormente vino un extranjero, el Sr. Eugenio Robertson, quien hizo ascensiones con gas hidrógeno (1835); una la hizo a caballo, acentuando las connotaciones pintorescas y circenses del globo, y otra acompañado de una pobre muchacha muerta de miedo.

            El único mexicano que hizo ascensiones con gas hidrógeno fue el ingeniero don Benito León Acosta el primero de mayo de 1842. El vuelo lo dedicó al bello sexo mexicano. Por esos años fue común que las casas editoriales dedicaran románticas publicaciones al ¿bello sexo¿, es decir a la mujer, por ejemplo el Calendario de las señoritas megicanas o el Semanario de las señoritas[3].

            En Tulancingo, Hidalgo, tuvo lugar un ascenso con un globo inflado con aire caliente y en el subió un cirquero de apellido Alemán, haciendo cabriolas en un  trapecio.

            El más famoso volador en globo de la segunda mitad del siglo XIX, fue el célebre don Joaquín de la Cantolla y Rico, empleado de telégrafos federales y que tuvo la extravagancia de gastar todo su dinero en hacer ascensiones que duraban unos cuantos minutos[4]. El globo, popularmente llamado ¿de Cantolla¿, es un hito en la historia cotidiana de la ciudad de México del cambio de los siglos XIX al XX.

            La Villa de Guadalupe. Tomada en Globo, es una de las 31 estampas que forman parte de la primera edición (1856) de México y sus alrededores. Colección de vistas, trajes y monumentos ¿aunque la celebración plasmada es la del año de 1853, como más adelante se sustenta. El dibujo y la litografía son ejecuciones de Casimiro Castro, bajo la dirección de José Antonio Decaen quien era dueño del establecimiento y al mismo tiempo su suegro, pues Castro estaba casado con su hija Soledad Decaen. La reproducción de la Villa de Guadalupe y sus alrededores es simplemente sorprendente, con un dibujo educado y detallado de la arquitectura, una perspectiva vertiginosa y panorámica, un miniaturismo refinado y minucioso, y una vitalidad a través de las multitudes que saturan cada uno de los espacios del conjunto monumental guadalupano y la perfectamente cuadriculada pequeña población que circunda el santuario y que había alcanzado la categoría de villa.

             La vista salió de la plancha litográfica bajo el proceso de ¿Camafeo¿, ¿que utiliza dos piedras complementarias con sus respectivas tintas, por lo general una negra y la otra amarilla o café claro¿[5], y en ella destaca el balance de los elementos pictóricos, por ejemplo, al centro del primer plano el rectángulo del santuario y justo en medio, a la izquierda, la alzada de la colegiata con sus cuatro torres y los macizos del convento de las capuchinas a la derecha. La villa envuelve con sus límites perfectamente simétricos al conjunto mariano más importante del mundo y tras de sí, hacia los planos superiores, nace la sierra de Guadalupe a partir de las laderas del cerro del Tepetlyecaczol[6] (Tepeyac) que se corona con la Capilla del Cerrito, y se extiende, con simas dinámicamente cada vez más elevadas, rumbo al norte (son los cerros semiáridos de Atzacoalco, Santa Isabel, Guadalupe, del Tenayo, del Chiquihuite, etcétera)[7]. Los altiplanos se abren a los flancos de la sierra: a la izquierda, las llanuras del lago de Guadalupe, y al oriente, las llanuras del lago de Texcoco -planicies que se inundaban y se secaban según la temporada climatológica. Debido a que la celebración se efectúa el 12 de diciembre, fecha en que concurre una exorbitante multitud, como lo ejemplifica la lámina, en las inmediaciones están ausentes las lagunas estacionales, como la de Santa Isabel.

 Más arriba, en lontananza, el lago de San Cristóbal y un conjunto montañoso distante se suman a la reproducción fidedigna de los accidentes físicos de la región.

            La línea del horizonte es notablemente elevada, dadas las posibilidades que ofrece la perspectiva desde el globo y que permitió a Castro reproducir la peculiar fisonomía de la ciudad de México y sus zonas aledañas con tal belleza y maestría solamente igualadas en el siglo XIX por las vistas panorámicas a campo abierto de José María Velasco (1840-1912). Son, por sus expresiones, los paisajistas por definición de la añorada ciudad de México de aquella centuria, pero los motivos de sus obras parecen seguir dos sendas distintas, como acertadamente se consigna en el libro Nación de Imágenes de 1994: ¿Ambos son paisajistas y sin embargo resultan antagónicos. El trasfondo conceptual de la obra de Velasco es, por lo general, la naturaleza virgen y sin presencia humana, percibida con la mirada de un científico. Por lo contrario, el paisaje de Castro plasma al hombre en el escenario de la vida cotidiana, con su urbanismo, su arquitectura civil, religiosa y militar; las costumbres de su sociedad, y sus actividades comerciales y culturales¿[8].

            Castro, desde la máquina que se eleva ingrávida, en principio gracias al aire dilatado por el calor en su interior, legó el testimonio ilustrado de la conmemoración de las apariciones de la Virgen María al indio Juan Diego del 9 al 12 de diciembre de 1531 y documentadas por primera vez en el Códice Nican Mopohua[9]. La celebración festejaba el 322 aniversario (1531-1853) de lo divinamente acaecido y como objeto tangible de lo ocurrido, se encontraba (y se encuentra) la imagen estampada en el ayate o la tilma, considerada por la institución eclesiástica y los devotos como ¿aquerotipa¿, es decir, de origen o mano divina y no trazada por ser humano alguno[10]. El motivo de la concurrencia entonces es la veneración a esta imagen y a través de los siglos en el mítico lugar se erigió un monumental santuario que, en tiempos de la lámina, no formaba parte de la megalópolis, como en la actualidad ocurre. El poblado en torno al recinto se constituyó como una villa satélite de la ciudad de México, por lo que entra entre el bloque de láminas de Castro y su equipo que se consideran de los alrededores de la capital.

            Por las implicaciones del sincretismo cultural mexicano, la Villa de Guadalupe constituye el culto fundamental del sentimiento religioso nacional, y esto lo dejó muy en claro el liberal Manuel Payno en su testimonio de corte narrativo a la presente litografía, en ella consigna:

              

                Pocos santuarios hay  en  el mundo  tan  célebres como este, es el símbolo  de  la

                 religión y de  la independencia,  la  representación viva y patente de   la  creencia

                 social. Lugar famoso desde los tiempos  antiguos,  lo es todavía  y  lo  será en  lo

                 lo futuro, por estar ligados con él  los  sucesos mas importantes de nuestra  histo-

                 ria.   Más adelante continua:  El día 12 de cada  mes  concurre mucha  gente

                 principal  de esta ciudad á oír misa y  rezar; pero  el día 12 de  Diciembre  el jefe

                 del gobierno y  las autoridades todas  de  México concurren de  grande  uniforme

                 y   en  solemne   procesión  á  la  catedral  de  Guadalupe, donde  se  celebra  una

                 función  religiosa con  tanto lujo y  esplendor como pudiera en  la  misma capital

                 de la cristiandad. [¿]

                 Además de la función del día 12,  los indios tienen  una  festividad, y  concurren

                 á  millares  de  sus  pueblos mexicanos   y  otomíes,  vestidos con  sus  trajes  de

                 lana  y  bailando  mitotes,  como   en  los  tiempos  antiguos.  Desgraciadamente

                 esta solemnidad religiosa es un  pretexto para que se entreguen  á la  embriaguez

                 y á los más repugnantes desordenes.[11]

 

                No podía Manuel Payno dejar de referirse a la importancia de la Virgen de Guadalupe no sólo en el rubro de la religiosidad nacional que recoge elementos del catolicismo europeo y las creencias prehispánicas dando pie una devoción muy particular, sino en el terreno de la política, presente en el estandarte del cura Hidalgo, y que se incorporó al repertorio visual emblemático requerido para el proceso de la búsqueda y construcción visual de la identidad del mexicano a partir de la Independencia, y aun años atrás, con el sentimiento criollo.

            De ahí la relevancia de la celebración y la asistencia de las máximas autoridades políticas y religiosas quienes seguro arribaron a la Colegiata en esos elegantes carruajes que vemos en la lámina estacionados justo a un lado del atrio.

            Pero en ese año de 1853 la tradicional fiesta religiosa fue particularmente especial, algo que no señala en su texto Payno pero que si consigna Jaime Cuadriello en el libro Maravilla Americana: [¿] ¿la espléndida litografía de Casimiro Castro tomada desde un aerostato y que recoge el momento del traslado, de la vieja capilla de Indios a la Colegiata, del estandarte que se creía enarboló Hidalgo al inicio de la revolución de Independencia. En medio del gentío que inundaba el atrio, las plazas y las rampas de ascenso al cerro, la llegada del carruaje del presidente Antonio López de Santa Anna -entonces afiliado al sistema centralista- se convierte en el foco de atención de todo el evento.¿[12] Es por ello que el documento visual trazado por Casimiro Castro integra un corredor con toldo de lona que, en forma de L, conecta la Colegiata con la Capilla de Indios.

No podía Payno dejar de documentar los vistosos actos que llevan a cabo la etnias que de distintos puntos del territorio se dan cita a rendir tributo a la ¿virgen morena¿, así como los desmanes y excesos que suelen presentarse en la euforia de la conmemoración, pero no hay que olvidar que al ser una fiesta popular salían a relucir los vicios y hábitos de las clases inferiores, que, junto con sus andrajosos portes, escandalizaban a las ¿clases cultas¿ y dominantes, ya fuesen liberales o conservadores.

     La Linterna de José Tomás de Cuéllar sabía tener también matices opacos:

      la  villa de  Guadalupe ha sido siempre el  pueblo más feo  y más  pobre de

      todos  los  alrededores de México,  y  su concurrencia,  en sus tres  cuartas

      partes, compuesta  de  hordas idólatras, a  las cuales  ni la civilización  ni la

      la religión cristiana han logrado todavía catequizar[¿]¿[13].

 

Esta festividad pública, que involucraba a diferentes sectores de la sociedad, solía -y suele- constituir un canal de euforia sobre todo entre las clases humildes ¿¿la plebe¿- sumidas en la desesperación de sus situaciones económicas, objeto de discriminaciones, al margen de una formación educativa y relegados de las supuestas ¿costumbres refinadas¿ de la aristocracia mexicana del siglo XIX.

 

OBSERVACIONES: Donación del Patronato del Museo Nacional de Arte, A.C., 1992. La presente estampa es constantemente utilizada para la rotación de gráfica de la sala 22: Retrato del México Independiente; fue desprendida del álbum México y sus alrededores; colección de vistas, trajes y monumentos. México, Taller Litográfico de Decaen, 1855-1856.

 La vista reproduce desde la canastilla de mimbre de un globo las celebraciones de las apariciones de la virgen de Guadalupe un 12 de diciembre a mediados del siglo XIX. La litografía integró desde su impresión dos tintas: negra y sepia.

Víctor T. Rodriguez Rangel



[1] México y sus alrededores; colección de vistas, trajes y monumentos. Prefacio de José E. Iturriaga. México, Facsímil de la segunda edición publicada por José Decaen en México 1864- Inversora Bursátil, 1989.

[2] Ricardo Pérez Escamilla, ¿Casimiro Castro. Por los frutos conoces el árbol, a México por sus artistas¿ en Casimiro Castro y su taller. México, Fomento Cultural Banamex-Instituto Mexiquense de Cultura, 1996: p.77

[3] Clementina Díaz y de Ovando, ¿El grabado comercial en México 1830-1856¿ en la Enciclopedia Historia del Arte Mexicano, México, Salvat, 1982.

[4] José L. Cossío, Guía retrospectiva de la ciudad de México.  2 ed. México, Inversora Bursátil, 1994: p. 75-76.

[5] José N Iturriaga, prólogo a John Phillips, México Ilustrado, Reproducción facsimilar. México, CONDUMEX, 1994.

[6]  Manuel Payno, reconocido literato que realizó el texto descriptivo a la lámina, acertadamente consigna que en tiempos del culto a Tonantzin, deidad de la tierra y del sustento, en la lengua náhuatl se le llamaba al cerro Tepetlyecaczol, que quiere decir nariz o punta del cerro, y que los españoles por dificultades léxicas comenzaron a pronunciar Tepeyacac, lo cual derivó en Tepeyac. Manuel Payno, Santuario de Guadalupe. Texto para la primera edición de México y sus Alrededores¿ de 1855-56.

[7] Fausto Ramírez, introducción a José María Velasco 1840-1912; Homenaje Nacional. (Catálogo de la exposición en el Museo Nacional de Arte) 2 v. México, MUNAL, 1993.  El autor hace alusión a estos montes, porque desde sus simas José María Velasco realizaba estudios del natural para sus vistas panorámicas del valle de México desde el norte.

[8] Nación de Imágenes México, Museo Nacional de Arte, 1984: p. 27.

[9] Miguel León Portilla, Tonantzin-Guadalupe, México, Fondo de Cultura Económica, 2000, y Horacio Sentíes La Villa de Guadalupe; crónica centenaria, México, Del. Gustavo A. Madero, 1999: p. 11. El Códice Nican Mopohua narra las apariciones de la Virgen y fue traducido por primera vez al español por Antonio Valeriano en la segunda mitad del siglo XVI.

[10] La Ruta de los Santuarios en México, México, Cus Publicaciones, 1994, y Sergio G. Román, Guía del Peregrino para visitar la Basílica de Guadalupe y el Tepeyac, México, Arquidiócesis de México, 1997.

[11]  Manuel Payno, ¿La Villa de Guadalupe¿ en México y sus alrededores; colección de vistas, trajes y monumentos. Prefacio de José E. Iturriaga. México, Facsímil de la segunda edición publicada por José Decaen en México 1864- Inversora Bursátil, 1989.

[12] Jaime Cuadriello, Maravilla Americana; variantes de la iconografía guadalupana (siglos XVII-XIX), México, Patrimonio Cultural de Occidente, 1989: p. 114-117.

[13] Manuel de Ezcurdia, ¿José Tomás Cuéllar o de la irreverencia¿ en Escritores en la diplomacia mexicana¿. T. 3. México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 2002: p. 244.