Museo Nacional de Arte

El sacrificio de la princesa Acolhua




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El sacrificio de la princesa Acolhua

El sacrificio de la princesa Acolhua

Artista: PETRONILO MONROY   (1836 - 1882)

Fecha: s/f
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

Un imaginario recinto prehispánico, sirve de escenario para plasmar la leyenda de la princesa acolhua, quien se encuentra postrada en un altar de sacrificios. Se aprecia su torso desnudo iluminado por un mechero, única fuente de luz, que alumbra por igual parte del interior de la cámara. El haz luminoso también permite ver a un personaje masculino a los pies de la joven , así como un gigantesco ídolo que suponemos sea Huitzilopochtli. Junto a éste se encuentra una figura femenina. A pesar de la oscuridad que predomina en el interior del templo se puede diferenciar el género de los personajes por el atavío que visten. La otra mitad de la obra, que por la poca luz pareciera de mayor tamaño, da cabida a varios personajes que observan la escena desde el fondo, en donde un sujeto parece indicar, mediante un gesto corporal, el gran terror que siente al ver la escena que tiene lugar en el lecho de piedra elevado sobre un escalón. El cuadro aunque de pequeñas dimensiones no carece de monumentalidad.

 

Comentario

Esta obra fue adquirida por la Academia en 1882, año de la muerte de Petronilo Monroy, maestro de ornato de la entonces Escuela Nacional de Bellas Artes. El precio fijado fue de 25 pesos y se le identifica en el documento de compra como un boceto de El Sacrificio de la princesa azteca..

 

Monroy fue un artista que logró muchas de las aspiraciones de los pintores de la época. Consiguió la cátedra de ornato a sólo cinco años de haber entrado como estudiante, superando a compañeros con mayor antigüedad y quienes se disputaron la plaza dejada vacante por Juan Manchola. Al conocerse la designación de Petronilo, tanto Ramón Sagredo como Fidencio Diaz de la Vega, se inconformaron con el veredicto de los directores.

Durante el gobierno de Maximiliano tuvo a su cargo varias comisiones importantes, tanto para el Palacio Imperial, como para el Castillo de Chapultepec. Sus afectos e inclinaciones hacia el Imperio fueron más allá de sus tareas artísticas. Cuando el régimen solicitó, en mayo de 1867, que se alistaran los maestros de la Academia en el batallón Hidalgo, Petronilo Monroy prestó sus servicios junto con otros tres profesores. Después de este incidente y al triunfo liberal, Monroy pidió sendos permisos para no asistir a la Academia y fue hasta enero de 1868, establecida ya la República, cuando el Presidente Juárez le rehabilite sus derechos como ciudadano mexicano. Será en el curso de ese año y del siguiente cuando pinte el cuadro alegórico de la Constitución de 1857, que le da notoriedad y críticas muy positivas de los liberales con motivo de su exposición en 1869.

Fue reinstalado en 1876 como profesor de la clase de ornato y decoración con un sueldo de 1200 pesos anuales Un año antes había cubierto el interinato de la clase de paisaje, misma que en 1877 ocuparía José Ma. Velasco. Monroy, como pocos de los maestros, aparecía con asiduidad en las exhibiciones académicas, no sólo como docente, sino como expositor independiente en la ¿sala de cuadros originales de fuera de esta escuela¿ o en la ¿sala de pinturas modernas, presentadas por artistas particulares¿. A través de los años presentó una larga lista de retratos, entre ellos los de Alberto García (1873) gobernador del estado de México, Satur López de Alcalde, la Sra. de Romero Rubio, (1875), Virginia Maldonado, Encarnación Maldonado de García, José Guadalupe Gómez, Sra Peiró de Maldonado, Francisco Maldonado, Vicente Riva Palacio, (1879), Porfirio Díaz, (sin fecha), a más de obras como El Abrazo de Acatempam para la Exposición Internacional de Filadelfia en 1876 y el Salvador (1880). Al mismo tiempo que se ocupaba de estos encargos privados, tenía a su cargo la decoración del Conservatorio de Música y una de la alegoría para la galería de pintura de la Academia (1879). El reconocimiento de la Escuela para Monroy motivó que en junio de 1886 se tomara el acuerdo de hacer un retrato que para conservara su memoria.

En palabras de Fausto Ramírez, la vigésima exposición de 1881 marcó un hito en dos sentidos: fue la ultima de carácter bienal y abrió el gran momento de la pintura histórica de asunto nacional. A este periodo corresponde El sacrificio de una princesa acohua. El cuadro de mayores dimensiones del que nos hablan los documentos no fue expuesto, en virtud de que Monroy falleció en 1882 y la siguiente muestra se llevó a cabo hasta 1886.

El tema desarrollado por Monroy, tiene su fuente en una antigua leyenda prehispánica, la cual relata que una vez asentados los aztecas en Tenochtitlan, ¿Huitzilopochtli les ordenó que fueran a pedir al rey Achitometl nuevo rey de Culhuacan a su hija, para convertirla en su diosa Yaocihuatl ¿La mujer guerrera¿ Pensando que su hija se iba a convertir en diosa viviente de los aztecas el Señor de Culhuacan aceptó, pero el designio de Huitzilopochtli no era mantener viva a la joven, sino que fuera sacrificada y con su piel se ataviara un sacerdote como la mujer guerrera. La última parte de la orden de Huitzilopochtli consistió en imponer a los aztecas a invitar al anciano señor de Culhuacan. ¿[...] El humo del interior del templo no le permitió ver lo que sucedía y [...] empezó su sacrificio de codornices ante quien pensaba era su hija viviente diosa de los aztecas [¿] pero de pronto cayó en la cuenta de lo sucedido.

La escena representa el momento en que el padre comprende la crueldad de los aztecas y de ahí el espanto del personaje. La historia se narra en la crónica Mexicayotl de Fernando Alvarado Tezozomoc. Sin embargo, uno de los libros más usados por los maestros de la Academia para entresacar las historias que los alumnos debían desarrollar, era la Historia Anecdótica de México escrita por José María Roa Bárcena y fue seguramente de ese libro de donde Petronilo Monroy tomó la leyenda. Este pasaje, informa el historiador, había sido convertido en un romance que publicó José Joaquín Pesado en el periódico religioso y literario La Cruz. Fue ésta la única obra de tema prehispánico que trabajó tardíamente Monroy.

El boceto El sacrificio de la princesa azteca aparece así mencionado en varios documentos, uno dentro de las compras realizadas entre 1877 y 1882 y otro más específico que la sitúa en este último año. Existe también un inventario de 1895 que habla del cuadro El Sacrificio de la princesa azteca, de dimensiones mayores 1.03 x 76 y no identificado como boceto, pintura que hoy día no está registrada en las colecciones institucionales. El boceto siguió apareciendo con el nombre de El sacrificio de la princesa azteca y fue valuado en el inventario de 1917 en 500 pesos, los siguientes registros la sitúan en las bodegas de la escuela. En 1965, cuando se realizó el montaje de la pintura académica mexicana del siglo XIX en la sala Diego Rivera del Palacio de Bellas Artes, la identificación de la princesa como azteca había cambiado por acolhua. La obra ingresó a la colección del Museo Nacional en 1982 como parte del acervo constitutivo.

 

Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 73

Descripción:

"El sacrificio de una princesa acolhua, de Petronilo Monroy, no fue expuesto en los certámenes bienales ni está aún ubicado el momento en que lo adquirió la Escuela Nacional de Bellas Artes, debe de datar de mediados de los años setenta. Representa el interior tenebroso del santuario de Huitzilopochtli, deidad del cielo y de la guerra y dios tutelar de los mexicas; la lumbre de un gran incensario deja entrever el cadáver, desnudo y sangriento, de una mujer sacrificada yaciendo sobre un altar, a cuyos pies se yergue la figura de un sacerdote; a la derecha, junto a la puerta del santuario, un hombre contempla la escena con expresión de asombro y espanto. El asunto está documentado tanto en las crónicas históricas recogidas en el siglo XVI (Diego Durán, el Códice Ramírez…), como en fuentes del XVIII (Clavijero); ya en el XIX tuvo varias elaboraciones literarias, anteriores a la fecha probable del cuadro de Monroy (Pesado, Roa Bárcena, Chavero). Lo primordial del relato es cómo, en los tiempos legendarios del primer asentamiento de los mexicanos en el valle de México, Toci, hija del señor de Culhuacán, Achitometl, fue pedida a su padre por aquéllos, por orden de Huitzilopochtli, para tenerla como diosa; y cómo, una vez que tuvieron a la doncella en su poder, la sacrificaron y desollaron, cubriendo luego a un mancebo con su piel. Convidado con engaños el padre de la víctima a adorar a su hija deificada, la penumbra del santuario le impidió al principio ver lo que había ocurrido, pero al alzarse la llama de un braserillo con copal que los propios sacerdotes le dieron, reconoció a su hija muerta y salió como loco gritando a su gente que tomasen venganza de aquel bárbaro atentado.

Si bien la persistente noción de "decoro" en los círculos académicos disuadió a Monroy de representar los detalles del sacrificio en todo su horror (el desollamiento y el ulterior uso de la piel de la princesa), la negrura reinante en el cuadro, además de poner de relieve la pericia del pintor, es el correlato narrativo y expresivo justo para tan escalofriante relato de crueldad y barbarie. José Joaquín Pesado, con arreglo a su posición conservadora, concluía su versión de la leyenda con una maldición profética puesta en boca del padre de la víctima: en castigo de sus abominables prácticas "idolátricas", la justicia divina tenía ya decretado el derrumbe de los antiguos reinos. Los historiadores liberales rechazaban por igual las multitudinarias hecatombes que los indígenas ofrecían a sus dioses, y por lo regular encomiaban la introducción del cristianismo en tierras americanas como el aporte civilizador más valioso de la Conquista, puesto que había puesto fin a aquellas prácticas rituales lamentables".

(Ramírez, Fausto, 2003, p. 74)