Museo Nacional de Arte

El ministerio de San José




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El ministerio de San José

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El ministerio de San José

Artista: JOSÉ DE ALZÍBAR   (1730 - 1803)

Fecha: ca. 1771
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Pinacoteca, 1986
Descripción

Comentario

Durante los trabajos que culminaron con la reapertura de la colección permanente del Museo Nacional de Arte, en junio de 1987, ingresaron a nuestro acervo, procedentes de otras dependencias del INBA, algunas obras de amplia significación histórico-artística que apoyan los diversos conceptos con los cuales ahora quedan articuladas cada una de las salas y el sentido global del recorrido museográfico.

Entre otros criterios empleados para agrupar las colecciones merecen destacarse las tareas, ramos o programas artísticos prioritarios del período, los temas y modos narrativos con que los artistas expresan sus ideas o inquietudes y, finalmente, la identidad social, académica y humana de estos últimos, siempre cambiantes. Este ensayo nos permitió, además. cumplir ventajosamente con la vocación primordial que mantiene el Museo: "ofrecer al visitante una visión sintética general del proceso histórico del arte producido en el territorio mexicano a lo largo de cuatro siglos". De aquí, pues, la necesidad de reestructurar nuestras colecciones y franquear mediante el préstamo, el intercambio y la adquisición los muchos escollos que origina el estado tan desequilibrado de las mismas. Por ejemplo. el Museo todavía carece de piezas fundamentales en las siguientes salas: Pintura novohispana (siglo XVIII), La Real Academia de San Carlos de 1783, Primeras imágenes para la nación. Costumbrismo del siglo XIX (aún por montarse) y El apogeo del nacionalismo académico. Así, la llegada de nuevas obras que subsancn esas áreas será siempre motivo de beneplácito, y por esas cualidades significativas para el guión general de nuestro Museo ameritan, desde luego, un comentario especializado.

Tal es el caso del presente cuadro que antaño en las bodegas de la Pinacoteca Virreinal de San Diego -y conocido como La Alegoría de San José como protector de la Fe-, hoy se exhibe como pieza central en nuestra sala número dos gozando de un título que consideramos más afortunado: El Ministerio de San José (óleo sobre tela, 243 x 223 cms). Este lienzo de dimensiones semimonumentales, de antiguo atribuido a Miguel Cabrera o a su taller, nos parece paradigma estilístico y conceptual de la pintura novohispana del siglo XVIII, ya por la rica y luminosa paleta de tonalidades dulces, peculiar de la escuela cabreriana, ya por el tratamiento temático pleno de contenidos simbólicos o bien por la complejidad de su significación iconológica, El Ministerio de San José ejemplifica con creces el sentido celebratorio que poseen las grandes series murales de entonces. Aquéllas que campeaban en los claustros, las aulas o los coros de los colegios de las congregaciones militares y reformadas (jesuitas, carmelitas y filipenses) y ponderaban los valores devocionales de los criollos exaltados. Aún más, pese a una representación alegórica llena de figuras que hoy consideramos herméticas más propias de la exégesis que de la simple erudición histórica-, la pintura josefina constituye. ante todo, una inquietante invitación para penetrar en el universo expresivo de la devoción barroca (finalmente en el sentido narrativo del arte dieciochesco). Por tanto, repetimos, es pieza clave que atestigua y explica aquel rubro capitular bajo el cual se agrupan las obras de la sala: "De la grandeza novohispana al criollismo militante: los pintores de la Maravilla Americana". Veamos.

La obra de marras posee la virtud de representar, bajo la presencia rectora de los protagonistas centrales, es decir, San José y el Niño, distintos asuntos -o episodios secundarios que conviven armoniosamente pese a la estructura ilógica de esos planos frente a la realidad (el Padre Eterno y el Espíritu Santo en las alturas constituyen, más bien, presencias tutelares). De tal suerte allanado el problema que plantea a la composición el disponer coherentemente a los diecisiete personajes que la integran, no existe contradicción entre el ámbito celestial y las demandas o peticiones del mundo terrestre. Es más, ambas realidades jamás son irreconciliables en la pintura barroca; todo lo contrario, merced a un "rompimiento de gloria" o al manejo efectista de la luz y las nubes se estrecha aún más la comunión de los mortales con el patrocinio divino. El Padre Eterno, en lo alto de su poder. parece dirigirse a la esfera del mundo que, a su vez, funciona como vínculo que le une con sus criaturas (que en mutua correspondencia contemplan implorantes el prodigio de la escena superior). Un querubín, además, cumple con la tarea de mediador o enlace entre quienes otorgan los dones y quienes los reclaman. Y desde luego la presencia inquietante de un obelisco, que desde su base asentada a un costado del plano inferior hasta su vértice rematado en palma con corona y don de mando, unifica formal y conceptualmente toda la composición. Los clérigos donantes que asoman en primer plano y con la vista fuera del cuadro representan, si acaso, elementos discordantes. Sin embargo, al tratarse precisamente de retratos del todo reconocibles para los ojos "del siglo", tal parece que el pintor ha querido conferirles esa posición marginal para contrastarlos notoriamente con los rostros idealizados de los demás protagonistas. subrayando así la individualidad: historicidad de aquéllos.

Por su contenido temático, que exalta los beneficios que se obtienen de la devoción de San José para distintos aspectos de la vida diaria, la obra se encuentra cercana a la forma narrativa de los llamados "cuadros de ánimas"; es decir, de aquellos que muestran un purgatorio poblado de almas en espera de la intercesión de un abogado -gracias a las oraciones o limosnas de los fieles que las redima y las haga partícipes de la gloria celestial. El tipo iconográfico deriva, sin duda. de algún grabado devocional al que se suman los retratos tradicionales procedentes de los cuadros de donante u orante y de la pintura de patrocinio. Empero, a diferencia de una simple imagen de devoción, nuestro asunto posee una profunda intención exegética: aparte de ponderar las bondades y ventajas del culto josefino, el mensaje cifrado que subyace en los diversos ministerios, epígrafes, atributos y, por supuesto, en el enigmático obelisco, tiene la cualidad de sugerir tanto la prefiguración bíblica del José, hijo de Jacob, casto y sabio, como del San José, patriarca evangélico, virtuoso, justo y casto. Virtudes que en uno y otro varón son compartidas en cumplimiento de las profecías reveladas, curiosamente, por medio del sueño. Incluso los doctores de la Iglesia ya habían aplicado las palabras inspiradas por Jacob al bendecir a José como un elogio profética: "En cuanto a José mi hijo querido, él será hijo de adelanto, no cesará de hacerse grande". Es decir, la obra también hace una interpretación de las Escrituras al destacar la sabiduría del ministro que salvó al pueblo de Egipto (librándolo del hambre y la muerte) y ponderar, sobre todo, la importancia de la castidad de San José para consumar la gran obra de redención.

En suma, estamos frente a un cuadro de estructura parafrástica e intrincada, cuya implicación simbólica nos recuerda el espíritu providencialista, y no por ello menos erudito. que leemos en los sermones dieciochescos novohispanos. Precisamente a esa riquísima literatura, que junto con las tesis universitarias o las hagiografías piadosas. permanece sepultada en los repositorios antiguos, hemos de acudir para comprender mejor el asunto y el significado de nuestras imágenes. Por cierto, una tarea de hermenéutica como aquellas que ocupaban la pluma de los entusiastas apologista barrocos.

Descripción

En una suerte de stanza se congregan distintos grupos que reciben los beneficios de este "ministerio" josefino: una pecadora, una familia que escucha a un predicador, un estudiante entogado, una viuda y su hijo junto a su menaje de casa, un hombre menesteroso, un moribundo y su mujer. En el primer plano de la derecha los retratos de tres clérigos del Oratorio de San Felipe Neri de la ciudad de México, alineados por su jerarquía y ataviados con alzacuello y capa talar: el prepósito José Gómez de Escontría, un "postulante" no identificado y el padre Juan José González (diputado y ex prepósito de esa comunidad). En el plano superior, sentados en un banco de nubes, san José y el Niño "ministran" los dones que distribuye un angelillo alado. Apoyados en un cartapacio, el padre toma la mano de su hijo adoptivo y juntos escriben sobre una papeleta.

  Desde las alturas, el Espíritu Santo baña con su luz las acciones de ambos, mientras el Padre Eterno, con el cetro en la mano y cubierto por un gran manto blanco que se alza en vuelo, se dirige a la esfera celeste y a la "vara florecida" que la cruza. Un ángel y un querube ayudan a sostener el globo cerúleo.

  En el flanco derecho se eleva un obelisco sobre una base cuadrangular moldurada que remata en un piramideón galonado por un atado de hojas de palma, una corona dorada y una bengala roja. La cara visible de este monumento piramidal se encuentra tapizada de varios ideogramas egipcios. En la base se alcanza a adivinar una escena pintada en grisalla simulando un relieve, posiblemente se trata de la llegada de los hijos de Jacob ante la majestad de José, su hermano, ahora ministro del faraón en Egipto.

Comentario

Este lienzo de grandes dimensiones fue pintado por encargo de los padres filipenses para conmemorar un hecho muy trascendente en la vida de su congregación y no exento de enfrentados asuntos políticos.1 Toda vez que los padres jesuitas sufrieron la expulsión por la pragmática real de 1767, los clérigos de San Felipe decidieron abandonar su antigua fundación afectada por un terremoto en 1768 (hoy en las calles de El Salvador) y se trasladaron ¿previa solicitud al rey Carlos III a la Casa Profesa que, por recomendación del mismo monarca, fue nuevamente bautizada con el título de San José del Real.

El padre Gómez de Escontría condujo con éxito estos trámites ante la Junta de Temporalidades, mismos que a la postre le granjearon a su hermandad el título de "Real", con las prerrogativas e inmunidades que concedía estar bajo el patronato carolino. En realidad se trataba de una permuta de propiedades que le imponía al Oratorio la obligación de remplazar algunas de las actividades apostólicas abandonadas por los jesuitas como eran las "casas de ejercitantes".  Es claro que la concesión tenía un carácter regalista y reparador y así debe mirarse el hecho de que los clérigos sostienen la cartela Salvos fac servos tuos y queden beneficiados de la intercesión del patriarca -transfigurado en Carlos III- y bajo cuyos títulos ahora se acogen: San José del Real.

   En la galería capitular del Oratorio de México no sólo se encuentran los retratos de medio cuerpo de los personajes aquí involucrados, sino que existe otro monumental documento pictórico que prueba la extendida devoción josefina en toda la comunidad filipense: un patrocinio del patriarca sobre los 29 congregantes, firmado en 1767 por José de Alzíbar, y que encabeza el entonces prepósito Juan José González. Sitios más atrás también se ve arrodillado y con las manos en oración del doctor Gómez de Escontría. Este clérigo, oriundo de la ciudad de México, fue también un orador sacro muy reconocido en su tiempo, colegial de San Ildefonso, doctorado en teología por la Universidad de México y catedrático de la misa. Murió en 1783. El padre José Antonio Pichardo, biógrafo del Oratorio, destacó sus facultades para la oratoria y su infatigable propagación del culto josefino.

  Tanto por sus elementos expresivos, iconográficos y el gran número de inscripciones, como por la presencia de un obelisco cubierto de jeroglíficos, esta obra encierra un intrincado contenido simbólico y queda sujeta de dos "lecturas" paralelas. Merced a los sermones de aquel tiempo ahora se sabe que la composición de El ministerio de san José tiene un propósito parafrástico. Del mismo que José fue a Egipto un varón casto, sabio y virtuoso, san José también era considerado un ministro o virrey que encarnaba en la Nueva España aquella prefigura bíblica. A esto se agregaba su reconocido patronato sobre la conversión de los indios, proclamado por el Primer Concilio Mexicano de 1555. En tanto José fue un ministro visionario en la corte del faraón (que tomó providencias ante los desastres en Egipto), también el esposo de María conoció mediante un sueño, antes que otro mortal, los misterios de la encarnación y la consecuente salvación del mundo. Del mismo modo habría obrado san José como padre procurador de los indios, también gentiles, aconsejando a Moctezuma mediante el sueño la rendición de su imperio para abrir paso a la llegada del reino de Cristo.

  Por lo que hace a sus aspectos compositivos, salvo los retratos y el obelisco, este cuadro tiene origen en un grabado europeo. Se han podido detectar en colecciones de México y España cuatro variantes más de este "ministerio". Un esquema muy semejante de representación, igualmente piadoso y benefactor, puede verse en los emblemas Christe audi nos y Christe exaudí nos de la conocida Letanía lauretana del jesuita Francisco Xavier Dornn (1742), grabados por los hermanos Klauber de la escuela de Augsburgo (cuyos modelos de gusto rococó tuvieron profunda repercusión en el arte novohispano de la segunda mitad del siglo XVIII).

Los "ministerios" subrayan el carácter munificente y paternal del Patriarca para cada una de las necesidades humanas en las cuales parece indicado, dada su calidad de padre nutricio y putativo de Jesús: la familia en su conjunto (Ojficiumfiat), tanto la mujer sola y descarriada (Veniam peccatorum Jiat) como la viuda desamparada y el niño huérfano (Panemjiat), así también el joven colegial o pupilo (Scientiam jiat), el hombre enfermo, miserable o sin trabajo (Sanitatemfiat), el anciano moribundo (Bonam mortemfiat) y los propios congregantes beneficiados (Salvos jac servos tuos). Estos "hágase" son recibidos conforme cada demanda no sin cierta mentalidad burocrática y regalista: en 1792 Alzíbar vuelve a repetir la idea del "ministerio" o "despacho celestial" en su óleo San José y la Virgen como mediadores, del acervo del Museo de América en Madrid.

  No es casual el empleo de un obelisco coronado y en cuyo ápice brota un atado de palmas cruzadas por una bengala. Este monumento alude, por sus valores genéricos y simbólicos, a la paternidad casta del "más justo entre los hombres" (elegido de Israel) y, a la vez, constituye un emblema de sabiduría política y buen gobierno. Esto último conforme a la literatura emblemática del Renacimiento y el Barroco. En la Emblemata centum regio política del jurista español Juan de Solórzano y Pereira (Emblema 79) se describe la asociación entre este mueble conmemorativo de las grandezas reales y su geometría ascensional como símbolo de perfección espiritual. Los oradores novohispanos ¿citando la obra de Solórzano¿ lo verán como figura josefina que sirve de estaca o apoyo al que se sujeta la parra de María (irrigada por las aguas del Espíritu Santo), para crecimiento de la vid de Cristo y redención eucarística por medio de su sangre. Los ideogramas son un préstamo simbólico de un obelisco que dedicó el jesuita Atañasio Kircher al emperador austríaco Fernando III en 1654 y que, en este contexto, exaltan al monarca como "Ojo del universo político e instrumento de la Divina Providencia."2 No debe olvidarse que las ascensiones al trono de Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV se celebraron en todas las provincias de la Nueva España mediante la erección de obeliscos o pirámides conmemorativas, alzadas en el centro de sus plazas mayores.

  El ministerio de san José posiblemente fue una de las obras provenientes de la incautación de los bienes eclesiásticos durante la gestión juarista.3 Antes de formar parte en 1934 del desaparecido Museo Nacional de Artes Plásticas del Palacio de Bellas Artes, estaba colocada en el gran salón de lectura de la biblioteca de la Academia (entonces atribuida a Cabrera y bajo el nombre de San José y el Niño Jesús con sus devotos). En 1964 se le trasladó a las bodegas de la Pinacoteca Virreinal de San Diego. Ingresó al Museo Nacional de Arte durante la reapertura de su exhibición permanente en 1986.

  Inscripciones

Las cuatro inscripciones, dos tomadas del Antiguo Testamento y dos del Evangelio, no sólo contribuyen a hacer más explícita la estructura dramática del "ministerio" sino que insisten en la relación parafrástica ya aludida: la prefiguración entre un José y otro, ambos castos, sabios y justos. La primera está escrita por encima de la representación del Espíritu

Santo y es un versículo que procede del Libro de los Salmos (104, 21), mismo que evoca la referida historia de José y celebra por esta figura la protección de Yavé sobre su pueblo elegido: Constituit eum dominum domus suce, es decir: "Y le hizo señor de su casa y príncipe de todos sus dominios." Este designio debe entenderse como una delegación que Dios, o el faraón en el orden terrenal, hacen de su poder al hijo de Jacob y que desde luego es extensiva, en el plano espiritual, a la tutela de san José para la familia y el Estado. Esta alusión escrituraria es el mejor fundamento de la devoción a san José en su carácter político y que lo hace "consejero de príncipes". Los dos versículos que le siguen son una confirmación de tal misión: "Para que con su ejemplo enseñase a los príncipes, y enseñase sabiduría a los ancianos / y vino Israel a Egipto, habitó Jacob en la tierra de Cam."

  La segunda inscripción sale de los labios del Padre Eterno y está dirigida a la esfera celeste: he ad Joseph. Esta exhortación, conforme el Génesis (41, fue hecha por el faraón cuando comenzaron los siete años de escasez y hambre en Egipto: "Acudid a José y haced lo que él os diga."

  Bajo esta circunstancia adversa, el faraón remitía a sus súbditos ante la sabiduría del ministro, mismo que prodigaba auxilio y ahuyentaba la indigencia. Así, pues, puede colegirse que el Padre Eterno ha querido transferir su misericordia para que san José ¿ quien ya no es más un simple gestor¿ procure per se otros muchos beneficios que no sólo remedian los infortunios materiales, sino que también sirven de fomento a la vida espiritual. El Altísimo es el primer propagador de la devoción josefina.

  La tercera leyenda se localiza al costado izquierdo de san José y la caligrafía describe un movimiento paralelo al de su brazo como si de esta forma se signaran los "ministerios" o el "hágase". La cita, tomada del Evangelio según san Mateo (15, 28) Fiat tibi sicut vis, recuerda las mismas palabras con que Jesús premió la fe de la mujer cananea, al tiempo que sanaba a su hija aquejada por la posesión del demonio: "Hágase en ti conforme tú lo deseas." La expresión de este milagro se aviene muy bien con la intención del Padre Eterno de avalar las acciones de su ministro, pero también con el carácter transitivo que supone la procuración de dones. La oración también puede entenderse como una confirmación, para todos los fieles allí reunidos, de que sus peticiones han sido escuchadas y que el Patriarca las desahoga con presteza.

  La última leyenda se encuentra al pie del cuadro, quizá a modo de un epílogo o recomendación piadosa: Fidelis servus et prudens quem constituit dominis, suprajamiliam suam. Se trata de la pregunta con que Jesús cuestionó a san Pedro cuando éste último dudaba de su vocación y fidelidad: "¿Quién piensas que es el siervo [o provisor] fiel y prudente a quien el Señor confió el cuidado de su familia?" (Lucas 1 2, 42). Aparte de ser un elogio del cristiano que ha sabido mantenerse alerta y prudente al llamado de su Señor también alude, a manera de colofón, a la susodicha comisión con que el Padre honró a la persona de san José al conferirle la tutela de su Hijo; y, por último, pone sobre aviso a los devotos del Patriarca respecto del celo con que se empeña en conservar el bienestar y la seguridad de su familia. Un patrocinio, pues, que se extiende al estado y al reino de la Nueva España.