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La estanquillera




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La estanquillera

La estanquillera

Artista: HESIQUIO IRIARTE   (ca. 1824 - 1903)

Fecha: ca. 1853 - 1855
Técnica: Litografía
Tipo de objeto: Estampa
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Donación Patronato del Museo Nacional de Arte, A.C., 1992
Descripción

Protagonista de la estampa, al centro se erige la figura completa de una joven dama de tres cuartos girada hacia su derecha. Ensimismada en su quehacer, mantiene sus brazos y manos activos abocados a la tarea de sustraer rollos de tabaco del cajón, para depositarlos sobre la mesa del estanquillo al menudeo de puros, tabaco y cigarros.

            La coqueta muchacha se encuentra detrás del mostrador del negocio y comparte este estrecho espacio con otros objetos de diversa índole: unas botas y un cesto de basura por debajo del sesgado mueble; una canasta de costura y una calceta en el suelo al otro extremo; y una silla al fondo que le da profundidad a la escena y que presenta las mismas líneas fugadas en perspectiva que el exhibidor.

La vendedora viste de acuerdo a la moda de las ¿jóvenes hermosas y decentes¿ de su clase, quienes ya no se encargan de tiempo completo a las faenas domésticas: tiene el cabello ondulado y bien peinado de raya en medio recogido en bola por detrás; un clavel por arriba del oído, arracadas, collar de perlas o corales y adusta expresión. Un largo túnico (vestido completo) con pañoleta por encima de una blusa arremangada; broche y  la falda hasta los tobillos de la que asoma, apenas, unas naguas. Las zapatillas son chicas e incomodas, por lo que se ha desabrochado una para descansar su pie. La estilizada figura de la mujer está acentuada por un corséate que reduce la cintura al mínimo, y una crinolina que abomba a la altura de la cadera.           

            Sobre el mostrador, sucesivamente, se encuentra un gato absorto en el exterior; un pebetero, los mencionados rollos de tabaco y una caja de puros.


Archivo del Departamento de Documentación del Acervo. Víctor T. Rodríguez Rangel

Los mexicanos pintados por sí mismos[1] (1853-54), contiene una de las más completas colecciones litográficas impresas en una publicación distribuida por entregas durante el siglo XIX. Esta edición ofreció en su tiempo y hasta nuestros días, un panorama narrativo-ilustrado de los más emblemáticos tipos populares urbanos y semi-rurales del centro de México durante la época del Romanticismo -vertiente filosófica, ideológica y artística que despunto en el orbe occidental al mediar de una centuria de convulsiones y transformaciones[2]. Tiempo en el que la nueva nación, a unas décadas de haber alcanzado su independencia, construía un imaginario colectivo de apropiación de nuestra fisonomía humana, arquitectónica, costumbrista y geográfica.

            A la par de los modelos oficiales alegóricos de identidad: símbolos nacionales, efigies de los próceres, escenas de batallas gloriosas y episodios idealizados del mundo prehispánico, la gráfica de los tipos; las costumbres; y los espacios urbanos, ocuparon un lugar preponderante en la divulgación democrática y masiva del conjunto de aspectos del país, que amalgamados, dieron una identidad reconocible en el ámbito local y externo.

            Lo vernáculo de la población está magistralmente dibujado y narrado a través de una literatura costumbrista en Los Mexicanos pintados por sí mismo. Junto a las estampas que nos atañen de El Evangelista y La Estanquillera, se integran: El pulquero, El barbero, El Cochero, El Cómico de la Lengua, La Costurera, El Cajero, El Sereno, El Alacenero, La China, La Recamarera, El Músico de cuerda, El Poetastro, El Vendutero, La Coqueta, El Abogado, El Arriero, El Jugador de ajedrez, El Cajista, El escribiente, El Ranchero, El Maestro de escuela, La Casera, El Criado, El Mercero, La Partera, El Ministro, El Cargador, El Tocinero, El Ministro ejecutor, El Panadero y La Lavandera[3]. Como parte del acervo del Museo Nacional de Arte se unen a las dos estampas aquí comentadas, El Pulquero, El Aguador, La Casera y El Jugador de Ajedrez. Sin embargo, el Museo es depositario de la colección completa al custodiar en comodato indefinido la litografía del siglo XIX del Fondo Ricardo Pérez Escamilla.

            La Estanquillera y El Evangelista (o El Escribiente), son las estampas número veintidós y veintitrés, respectivamente, de Los mexicanos pintados por sí mismos ¿o, como prefieren varios de los autores de sus artículos, por ellos mismos.¿[4] Esta publicación es de la categoría de ¿folletines¿, distribuidos por entregas a los suscriptores por la editorial de M. Murguía y Cía. a partir de agosto o septiembre de 1854 hasta julio de 1855.         

            Los mexicanos¿ fue la obra más interesante publicada por el empresario M. Murguía, quien fundó la editorial de M. Murguía y Cía. en 1846, ¿establecida en el No.2 del Portal del Águila de Oro. En ella se hicieron los famosos Calendarios, con ilustraciones costumbristas (posadas, Día de Muertos, Semana Santa, alegorías y retratos de personajes históricos).¿[5]  Primero se vendió por entregas -de a lámina comentada por época- y posteriormente  conformó un volumen con la colección completa, integrada por treinta y seis ilustraciones litografiadas: treinta y cinco del subgénero costumbrista de tipos populares en su mayoría del entorno urbano  del centro del país y del sector social medio y bajo. De estas, treinta y tres contienen un texto descriptivo de los redactores al tipo correspondiente y dos no cuentan con comentario: El panadero y La lavandera. Una impresión litográfica más es la que corresponde al frontispicio o portada en la que un grupo de personajes típicos rodea al encargado de colgar una manta con el título del álbum. ¿La manta está flanqueada por dos elementos vegetales, que desde el punto de vista iconográfico se identificaban con la exuberante vegetación del continente americano: una palmera y un árbol del plátano.¿[6] Elementos iconográficos convencionales para los frontispicios de las publicaciones ilustradas y literarias de influencia ¿costumbrista¿, junto con otros elementos como los vestigios prehispánicos, el cocodrilo, la amazona, las cactáceas, el chinaco, la nopalera, el maguey y el tlaquichero.

            Los mexicanos pintados por sí mismos (1854-55) junto con México y sus alrededores (1855-56) de la Casa de Decaen, impresa por Ignacio Cumplido, son las ediciones demiseculares por entregas más importantes de su época. Sus imágenes, producto del hasta cierto punto novedoso sistema de estampación litográfica en serie, empezaron a decorar las paredes de los suscriptores, por el hecho de ser distribuidas primeramente sueltas y asimiladas por sus cualidades artísticas por los receptores. ¿Estas dos publicaciones parecen complementarse, pues si Los mexicanos¿se refieren a las diferentes clases sociales y a sus menesteres, México y sus alrededores recrea el ambiente en el que se desenvuelve el diario acontecer de esas clases sociales, al recrear los ámbitos urbanos exteriores de la ciudad de México y sus alrededores.¿[7]

            Las más celebres plumas de la prosa y de la crónica costumbrista de México participaron: Juan de Dios Arias, Hilarión Frías y Soto, Ignacio Ramírez, Pantaleón Tovar y Niceto de Zamacois. Estos autores, más otros reconocidos por propios y extreños, como Altamirano, Payno, Prieto y Martí, marcaron un hito en el rumbo de la literatura de lo cotidiano en la segunda mitad del siglo XIX. Por otra parte, fueron contratados Hesiquio Iriarte y Andrés Campillo, en ese orden de importancia, para dibujar sobre la piedra litográfica la galería de los personajes más representativos de la sociedad ¿singulares, coloridos y vernaculos o populares. Las piedras, ya con los dibujos, pasaron a las prensas y por un proceso químico, inventado por el alemán Alois Senefelder quien creo el procedimiento litográfico en 1789 y lo patentó en 1800[8], se estampaba la imagen en serie en las múltiples ediciones.

            La firma de Iriarte aparece al margen de las dos estampas: H. Iriarte dibujó  en La Estanquillera y H Iriarte lito. en El Evangelista. La calidad dibujistica visible en la delicadeza y buena proporción de los personajes es patente, al igual que una técnica depurada en la construcción de los escenarios en los que se desenvuelven los protagonistas. Los entornos de los tipos plasmados en la colección son de diferente índole: los oficios más duros que se desempeñan en la calle, los funcionarios públicos, los profesionistas y los que se ocupan al interior de comercios o contextos domésticos.

Aunque Iriarte ennoblece a sus personajes, dentro de la concepción ideológica del costumbrismo que valora las fisonomías y los oficios de los humildes, existió y existe una marcada división por clases de la comunidad, propia de un modelo de producción capitalista y acentuada en un país con una tradición de desigualdades extremas. La Estanquillera y El Evangelista representan sectores que van a menos, pero que ostentan un orgullo por diferenciarse de los pobres cultivando una dedicación por el aspecto personal: uno viste como los ricos peninsulares y criollos, aunque con ropas viejas, jactándose de su cultura letrada como escribano público en el Portal de Mercaderes de la Plaza de Santo Domingo; marcando la frontera con el grueso de la población analfabeta. La otra, la encargada del estanquillo de tabaco, ¿[¿] debe ser joven, hermosa y decente; con su juventud conquista el puesto que ocupa; con su hermosura aumenta el número de los marchantes; y la decencia de su cuna, es una garantía de que no se ocupará en ninguna faena doméstica, y de que enteramente se entregará al cumplimiento de su augusta misión, que es la venta del tabaco¿ La estanquillera no es mujer de su casa, sino del estanquillo.[9]  Es una mujer moderna, es una coqueta, es una ¿china poblana¿ decorada con toda la parafernalia vernácula de las jovencitas de la clase media.  El padre, probablemente funcionario público, recibe del estado los privilegios y las rentas de administrar un pequeño negocio de tabaco controlado por el gobierno.

            Los estancos no eran otra cosa que el monopolio estatal de la producción y comercialización de ciertos productos desde el auge de la teoría económica denominada Mercantilismo, introducida por los reyes borbones españoles en sus colonias en el último tercio del siglo XVIII. El nuevo estado moderno que pretendía la corona ibérica abarcaba el control de la economía en la metrópoli y en sus dominios, reduciendo el poder de organismos sociales delimitados como las corporaciones locales o regionales que desafiaban el domino monárquico, fue el caso del Consulado de Comerciantes de la ciudad de México; la jerarquía eclesiástica y/o las bandas del contrabando[10]. Durante el Despotismo Ilustrado surgió el provechoso monopolio o estanco de la cera, la lana, el papel, la cochinilla de grana (        origen del tinte rojo desde tiempos prehispánicos), las pieles, los naipes y, precisamente, el tabaco. La explotación de los territorios americanos bajo las Reformas Borbónicas -versión de las ideas de Ilustración en España- fue más provechoso económicamente para el Estado peninsular[11]. Este sistema fue tan beneficioso que los nuevos gobiernos mexicanos, hijos de la Independencia Nacional, no dudaron en mantener algunos monopolios para llenar sus pobres arcas. El estanco del tabaco significaba que los pequeños negocios para la venta de cigarros, puros y tabaco en rollos, fueran del Estado, y que las mismas hijas o ahijadas de funcionarios públicos de clase media-alta, los atendieran. Su coquetería, juventud y belleza, significaba el éxito del local: ¿Ninguna mujer más sociable que la estanquillera; una parvada de colegiales le canta la alborada al nacer el día, después llegan en comunidad los felices habitantes del convento cercano; más tarde se presenta su padrino, empleado en la renta, que se complace en pasear siempre con un séquito de oficiales y escribientes; a la mitad del día la visitan los vecinos tenderos; por la tarde los militares; de noche todo el mundo. La estanquillera sostiene la conversación con todos los tertulianos, despacha a todos los marchantes, dirige miradas a los tímidos admiradores, que por contemplarla frecuentan su calle.¿[12]

            Es por las tardes y noches cuando la estanquillera recibe al grueso de sus clientes, por lo que durante los ratos de ocio por la mañana no deja de cultivar las labores propias de las señoritas ¿decentes¿ del siglo XIX. En la ilustración se insinúa que teje descansada en una modesta silla, seguro ha remendado la calceta dispuesta en el suelo y por algún rincón del negocio tendrá su Biblia[13]. Los estanquillos de tabaco proliferaban sobre todo en las hoy calles de Donceles y República de Cuba; desde la Plaza de Santo Domingo llegaban los evangelistas a comprar sus cajas de puros, propios de la idealización de su semblante ¿refinado e intelectual¿.

            El evangelista fue el secretario público de la comunidad, lo mismo daba ocurso a un documento oficial dirigido a quien corresponda, que escribir cartas de amor, poemas o reflexiones filosóficas. Era, sin duda, un tipo singular que mostraba orgullo aun en su situación decadente; algunos apenas revestidos con puros harapos de ¿catrín¿: ¿[¿] el pobre evangelista, barbudo por arranquera, sucio por pobreza, hambriento por necesidad, gastaba la vida, aniquilado el entendimiento, es el verdadero tipo de la paciencia. Es ignorante y vive de la ignorancia ajena, y esa ignorancia es su verdadera profesión; pero en medio de todo goza alguna independencia, es el secretario particular del público que no sabe escribir; no necesita protocolo, ni tienen responsabilidad; su ramo abraza todos los ramos: como redactor no tiene que exponerse a la torpeza de un cajista; como escribiente, donde él pinta no hay quien borre; tiene su ortografía peculiar, su estilo y formulas propias; es un artesano sin más arte que el de escribir; un secretario sin secretos; y de pluma come de las ideas ajenas sin entenderlas: la prosa y el verso son para él lo que para el carpintero la caoba y el pino: tan pronto es el instrumento de una venganza como de una buena obra: planta parásita vegeta como tantas otras con las cuales se confunde, porque al evangelista no se le distingue sino cuando con su mesa se le ve adherido al portal, es, en fin, un empleado sin ascenso: una máquina hecha para la correspondencia confidencial, un archivo viviente y heterogéneo de epístolas amorosas, felicitaciones, pésames, reprimendas, celos, peticiones, y cuanto ha desechado la literatura y la retórica antigua y moderna¿¿[14]

            Sin su presencia, el Portal de Santo Domingo no era el mismo. Vivía en torno a la plazoleta situada al norte de la Plaza Mayor (Zócalo); en general residía en las humildes vecindades de los barrios de  Peralvillo, Tepito y el Baratillo, y no había quien no requiriera de sus servicios o no entablara una amistad con alguno de ellos.

            Al oeste de la plazuela de Santo Domingo, trazada por los primeros miembros de la orden de Domingo de Guzmán en México[15], un viejo portal sostenido por pilares de mampostería, albergaba un sin fin de comerciantes de baratijas y artículos; un par de pulquerías y a los evangelistas: algunos de ellos con curiosos capotes, se ubicaban junto a su mesa que servía de escritorio con papelería, tinteros, plumas y todo tipo de contenedores de agua para saciar la sed, aunque antes de establecerse en su menester, por la mañana, era común una visita fugaz a la pulquería. Llegaban a su sitio preestablecido por un incipiente gremio ¿[¿] y por si se dudara que oficio tienen, hay en cada mesa un letrero muy visible que dice: Escribiente.¿[16]

            ¿El evangelista piensa constantemente en conseguir  un sueldo del gobierno, ilusión dorada que no puede realizar porque le faltan influencias; no gusta de ser maestro de escuela, porque no le es dado lidiar con muchachos; no queriendo servir a ningún amo se lanzó al portal para aventurar y buscar fortuna en medio de los goces de la independencia; el evangelista usa pluma de ave, la prueba y con gallarda letra española redacta.¿[17]  Todo indica que el texto de Manuel Rivera Cambas de finales del siglo XIX está describiendo al personaje dibujado por Iriarte casi 50 años antes, sin duda el más ennoblecido de todos los testimonios gráficos del tipo popular durante esa centuria. Sus virtudes en el dibujo parecen ser mayores que sus imperfecciones. El semblante es digno. Su espíritu libre, letrado y de poeta parecen ser firmes argumentos para la sensibilidad romántica de uno de los más grandes artistas del lápiz litográfico del país. Iriarte hace de su personaje un artista de la pluma  absorto en su noble trabajo; substraído ambientalmente de la romería del portal.

            La litografía Mexicana del siglo XIX se convirtió en el espacio de representación social por excelencia, al presentar la realidad inmediata de la nación independiente. Desde la majestuosa ciudad capital, hasta las indumentarias y costumbres de sus habitantes. En las estampas aparecen los semblantes de ciudadanos merecedores de fama nacional, regional y local. Hesiquio Iriarte tuvo un peso específico en la historia de ese esplendor, fue el gran costumbrista de los tipos urbanos.



[1] Juan de Dios Arias, Hilarión Frías y Soto, Ignacio Ramírez, Pantaleón Tovar y Niceto de Zamacois, Los mexicanos pintados por sí mismos. México, litografía de M. Murguía y Cía., 1853-1855

[2]  México Ilustrado por Europa; del Renacimiento al Romanticismo. México, Fomento Cultural Banamex, 1983. 114 p.

[3]  Los mexicanos pintados por sí mismos. (facsimilar de la primera edición de 1854 de M. Murguia) Introd. y estratos de José Ignacio Echeagaray. México, Celanesa Mexicana-San Ángel Ediciones, 1979; y CD-ROM Nación de Imágenes. Litografía Mexicana del siglo XIX.  INBA, 1995.

[4] José Ignacio Echeagaray, ¿Introducción¿ en Los mexicanos pintados por sí mismos. Ibidem. Pág. 12.

[5] Echeagaray, Ibidem. Pág. 11.

[6]  María Esther Pérez Salas, ¿Genealogía de Los mexicanos pintados por sí mismos¿ en Historia Mexicana. XLVIII:2 (190), octubre-diciembre, 1998. México, Colegio de México. Pág. 196.

[7] Clementina Díaz y de Ovando, ¿El grabado comercial en México 1830-1856¿ en la enciclopedia Historia del Arte Mexicano. Volúmenes sobre el siglo XIX.  México, SALVAT-SEP, 1982.

[8] José N. Iturriaga, prólogo al facsimilar de John Phillips, México Ilustrado, México, CONDUMEX, 1994. p. 13-15.

[9]  Extracto de la descripción a la lámina de La Estanquillera  fechada en mayo de 1855, Los mexicanos pintados por sí... Op. cit.

[10] Ernesto de la Torre Villar, ¿La Ilustración y el Mercantilismo, marcos conceptuales y reales en Nueva España¿, en La Independencia de México. México, F.C.E., 1992: 13-20.

[11]  Ibidem.

[12]  Extracto de la descripción a la lámina de La Estanquillera. Op. cit.

.[13]  Para conocer las actividades propias de las mujeres ¿decentes¿ y de buena familia durante el siglo XIX, veáse  Angélica Velázquez Guadarrama, ¿Castas o marchitas¿ en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas. Núm. 73. UNAM-IIE, 1998: 125-160.

[14]  Extracto de la descripción a la lámina El Evangelista  fechada en enero de 1855, Los mexicanos pintados por sí... Op. cit.

[15]  Víctor T. Rodríguez Rangel, Comentario a La Plaza de Santo Domingo: dibujo litografiado por John Phillips, 1848. Archivo Documental del Departamento de Estudio y Fuentes de Consulta del Acervo, Museo Nacional de Arte.

[16]  Manuel Rivera Cambas, ¿El Evangelista¿ en México pintoresco, artístico y monumental, T.2, México, Editorial del Valle de México, s/f: 5-6.

[17]  Ibidem.