La efigie de un hombre joven de cuerpo completo visto de perfil a su izquierda, ocupa casi en su totalidad toda la vertical del primer plano. Es la personificación del que se abocó o tuvo por oficio la distribución del agua a sus clientes en la ciudad de México durante buena parte del siglo XIX.
Ataviado a la usanza del menester, se ve la preocupación del dibujante por recrear con meticulosidad los ropajes e instrumentos para la empresa de trasladar la mayor cantidad de agua posible soportada por un hombre del depósito a los hogares y negocios. La limpieza de la indumentaria, las zapatillas y el rostro criollo con bigote y barbilla, es más una idealización que el registro veraz de la apariencia típica de esos personajes urbanos.
Hacia el fondo del ilusorio espacio tridimensional, creado por el vehículo de las reglas de la perspectiva, se recreó una fuente llena hasta el tope de agua; de tasa circular y dos escalones. En la parte superior derecha de la pila, se observa la silueta difuminada de un individuo que parece que acaba o se dispone a llenar un cántaro de barro del vital líquido.
La apariencia del México del siglo XIX y de sus pobladores a partir de la independencia nacional, tuvo en la producción artística un registro congelado de ese mundo. Para ello intervino la pintura a través de género costumbrista, el retrato, el paisaje natural y las vistas urbanas, pero fue en las artes gráficas visualmente divulgadas en revistas, libros, almanaques, álbumes y calendarios, en donde se dio el auge ilustrado de lo local.
A este reconocimiento visual se incorpora una técnica decisiva: la litografía, grabados ahora delineados con lápiz graso sobre piedra que al dibujante le da una libertad manual que el grabado tradicional no tenía. ¿A la libertad de ejecución que el grabado consigue haciendo uso de la nueva técnica, se añaden otras ventajas: el tiempo de elaboración de un grabado se acorta sustancialmente, con lo que se abaten los costos y se incrementa la producción. Al mismo tiempo se empieza a crear un público de obras artísticas que no existía; debido a los costos más bajos los consumidores aumentan rompiendo en parte el estrecho mercado de los que podían comprar óleos, que por sus características resultaban únicos y costosos. La innovación también repercute en los vehículos materiales que soportan a la obra artística: se imprimen en hojas sueltas susceptibles de ser enmarcadas y colgadas en paredes más modestas y los dibujos circulan profusamente en libros y otras clases de impresos.¿[1]
El éxito de la técnica litográfica de estampado en serie permitió la democratización de la imagen en México con penetración en amplios sectores, como acertadamente se diserta en la anterior cita, y como todo, tuvo un génesis. La litografía fue introducida al país por el italiano Claudio Linati de Prévost (1790-1832), natural de la ciudad de Parma y un romántico apasionado de la libertad y el progreso. Linati desembarcó en Veracruz en 1825. ¿De antemano había solicitado apoyo del gobierno mexicano para establecer un taller en sociedad con Gaspar Franchini, que empezó a funcionar en 1826 [¿][2]. Su socio Franchini desafortunadamente murió por las enfermedades que producía el ¿malsano¿ clima de Veracruz y fue sólo Linati el que escribió su nombre en la historia de la litografía en México.
A la salida del país en 1828, publica en Brúcelas, Bélgica, el reconocido álbum Trajes civiles, militares y religiosos de México[3]. Linati, en esta publicación, emplea sus conocimientos litográficos en el retrato de ciudadanos; el retrato de las personas que le dan vida a las calles y algunos de raigambre campirano. El italiano acompaña todas y cada una de sus imágenes con breves textos que completan el interés de la estampa; ¿los textos, además, tratan de volver asequibles las imágenes a los inocentes ojos pero sobre todo a la experiencia de quienes observan en el extranjero, lejos de América y sus aflicciones. Estos textos descubren a un observador que se sabe rebasado por los usos y costumbres del pueblo a que atisba; pero ellos son como los tanteos de una novedosa manera literaria.¿[4]
El italiano, aunque un fino observador de los oficios, atavíos y atributos de los tipos mexicanos que captó, el tratamiento de las proporciones anatómicas y los rostros son muy ¿clasicistas¿, debido a su formación en el taller de Jaques-Louis David, distanciándose de la veracidad.
Tras el auge de los talleres litográficos a mediados del siglo XIX, un equipo de mexicanos se dieron a la tarea de realizar la versión local de la obra de Linati: el notable álbum Los mexicanos pintados por sí mismos. Tipos y costumbres nacionales (1854-55), inspirado también, aunque con su toque particular, por obras similares previas como Les Francais peints par eux mêmes (1844) y por Los españoles pintados por ellos mismos (1851).
Los mexicanos pitados por sí mismos fue la obra más interesante publicada por el empresario M. Murguía, quien fundó la editorial de M. Murguía y Cía. en 1846, ¿establecida en el No.2 del Portal del Águila de Oro. En ella se hicieron los famosos Calendarios, con ilustraciones costumbristas (posadas, Día de muertos, Semana Santa alegorías y retratos de personajes históricos).¿[5] La vertiente artística y literaria del ¿Romanticismo¿ y una de sus más evocativas modalidades, el ¿Costumbrismo¿ arraigaba en ambos lados del Atlántico con un notable auge. Los mexicanos, como se ventilaba en la época, fue publicado por entregas, las ocho primeras estampas aparecieron en 1854 y las restantes en 1855. La obra consta de treinta y tres ilustraciones con un texto descriptivo en prosa y en verso por seis muy conocidos escritores de la época; más dos estampas sin comentario y la portada. Las ilustraciones corrieron a cargo de los dibujantes y litógrafos Hesiquio Iriarte y Andrés Campillo.
¿Para Toussaint, Los mexicanos pintados por sí mismos es la obra más interesante por Murguía y representa ¿un jirón acendrado de nuestro folklore demisecular y pocas obras ofrecen un tono tan cabal de mexicanismo, como este florilegio de costumbres, ambientes, caracteres y tipos de la metrópoli. Constituye indudablemente una página de importancia en la historia de las artes del libro y del grabado en piedra, en México y en la América española.¿[6]
Los suscriptores recibieron a mediados de 1854 su primera estampa, una recreación algo idealizada de un aguador, aseado de sobremanera, con todos los implementos de su labor finamente detallados por Hisiquio Iriarte, quien firma en el ángulo inferior izquierdo de la lámina. La composición nos recuerda mucho a la representación del mismo personaje de la obra de Linati, Trajes Civiles, Militares..., el mismo perfil, de cuerpo completo con una fuente y un personaje difuminado hacia el segundo plano. El lápiz del mexicano, a diferencia del italiano, ennobleció a su tipo popular, con zapatillas, un pulcro pantalón de chinaco, el cabello recortado y aligerándolo de la brusca postura que el europeo le da tomando en cuenta que tienen que soportar más de 25 litros del líquido. La efigie de Hesiquio Iriarte, con sus cantaros vacíos, se postura orgulloso.
Respecto a los utensilios que emplea el aguador para surtir el líquido a la población, no parecen haber cambiado en los veintiséis años (1828-1854) que separan la obra de Linati de la de Iriarte, parecía ser un ser inamovible y fundamental en la sociedad mexicana, su proceso precario y sus herramientas tendían a no modificarse en lo absoluto. Sus ocios, sus vicios y sus procedimientos eran conocidos por todos e inspiraron las plumas costumbristas, ahora estas estampas son un registro histórico de un personaje desaparecido por los embates de la modernidad y la tecnología, dominando el agua a partir del tercer cuarto del siglo XIX a través de cañerías y del sistema de tuberías para el suministro de agua ¿delgada¿ limpia y potable. ¿En la actualidad, las fuentes dejaron de suministrar agua a la población para servir como meros aspectos decorativos y conmemorativos de las urbes y el aguador es sólo parte de los pintorescos oficios del pasado.¿[7]
Al respecto, la doctora María Esther Pérez Salas opina sobre el aporte visual a la ciencia histórica de estos personajes hoy desaparecidos, que: ¿Desde el punto de vista iconográfico las ilustraciones de Los mexicanos pintados por sí mismos presentan la posibilidad de reconstruir con bastante exactitud la indumentaria de un sector importante de la sociedad urbana de la ciudad de México que a mediados del siglo pasado era considerado típico, como ¿La China¿ o ¿El Aguador¿, al igual que los otros grupos. Asimismo, permiten percibir los instrumentos de trabajo empleados en varios oficios, como el del aguador, desaparecido al principio del siglo XX con el establecimiento en la ciudad de la red hidráulica.¿[8]
La pluma de Claudio Linati que por todos los medios intentaba tratar de explicar al público ajeno europeo la particular apariencia de los aguadores mexicanos, escribió lo siguiente.
En las plazas de la otrora ciudad de México existían fuentes públicas, alcantarillas y chorros
de agua de donde se abastecía la gente común. De la necesidad de proveer a las casas del
preciado líquido surgió el aguador. Este pintoresco personaje acostumbraba transportar
veinticinco litros de agua en un cántaro de barro que pesaba casi lo mismo y era soportado
por la frente del sujeto mediante una correa de cuero. Una reserva complementaria contenida
en otro cántaro era amarrada con un cinto similar y pendía de la cabeza, a manera de contra-
peso, sujeto por medio de un gancho al delantal del personaje para evitar su balanceo. Las
citadas correas impedían al aguador usar sombrero, por lo que portaba bonete.[9]
El aguador vestía camisa y calzón de manta, calzoneras de gamuza, mandil de cuero, de igual material el casquete que cubría la cabeza, el cinturón que sostenía por detrás de rodete y con el que apoyaba el chochocol de barro, otro cuero estaba suspendido por delante para llevar el otro cántaro.[10] Semejante atavío se incorporaba al colorido mundo de los personajes urbanos.
La riqueza literaria del costumbrismo que trasluce el ámbito de lo cotidiano y ennoblece la cultura popular, está presente en Los mexicanos pitados por sí mismos, colección en la que a cada tipo corresponde una ilustración a toda página y un texto que describe al personaje representado.
La galería se inicia con El aguador, con el ensayo de Hilarión Frías y Soto, artículo fechado el 27 de septiembre de 1854:
Este es el aguador: comedido, entregado al trabajo, casi siempre buen padre y buen esposo
pasa la mitad de su vida con chochocol [ enorme cántaro] a la espalda, como un emblema
de las penalidades de la vida.
Se levanta con la aurora, pone sus ropas, ciñese sus cueros, carga con su chochocol, se
cuelga por delante el cantarito, cubierta antes la cabeza con la coqueta gorrita, y se dirige
a la fuente más inmediata¿
Surtidos ya sus cantaros, sube y baja escaleras, conduciendo encerrada la indispensable y
fecunda agua que ha de regar salas, gabinetes y cocinas¿
para el aguador se rompe el velo de lo doméstico; mudo testigo de las escenas privadas
de las familias que lo ocupan¿
Pero si el aguador tiene sus enredos con las criadas, entonces prolonga más su permanencia
en las cocinas, ocupado en chismes y murmuraciones. Infinitas veces hace siempre lo
mismo hasta que suenas las doce, hora en que hace su mezquina comida, no sin antes haber
descansado y refrescado en la pulquería. Casi nunca come en su casa: su activa mujer lo
espera con la canasta tapada con una servilletita cerca de donde se suerte de agua y allí
reunido con sus compañeros come con apetito. Su gorra le sirve de almohada, y recargado
en su chochocol descansa su siesta¿ En la tarde vuelve a emprender su faena siempre
contento¿
En medio de la monotonía tiene sus días de holgorio, llega la fiesta de la Santa Cruz y ese
día adornan su fuente, comen en comunidad, tiran cohetes, y tienen música por la noche.
también la festividad del Sábado de Gloria es para el aguador uno de sus goces.¿[11]
Interesante crónica de las características y las actividades habituales del aguador que se traduce en un costumbrista relato tan evocativo como añorado cuando desde nuestro tiempo leemos la pluma romántica de Hilarión Frías, sin embargo, esta información también se traduce en un informe de corte descriptivo etnográfico o, de la manera en que no lo presenta, parece a aquel científico que en su laboratorio de pruebas observa como se comporta una especie observando cualidades en donde sólo ven, las clases superiores, malos modales.
OBSERVACIONES: El Museo Nacional de Arte cuenta con siete estampas del sub-género costumbrista de tipos populares del álbum de Los mexicanos pintados por sí mismos, donación de la Sociedad de Amigos del Museo Nacional de Arte, mayo de 1992. Las piezas están en muy buen estado y suelen ser utilizadas para ser exhibidas en las rotaciones semestrales de gráfica de las vitrinas de la sala 22: Retrato de México Independiente.
[1] Carlos Aguirre Anaya, introducción a México y sus alrededores. Colección de monumentos, trajes y paisajes. (facsimilar en formato de bolsillo de la primera edición del taller de Decaen, 1855-56). México, CONACULTA- FONCA, 2000. Pág. 15. (Breve Fondo Editorial)
[2] Elisa Vargas Lugo, El paisaje urbano de México; a través de las mejores litografías del siglo XIX. México, Banco de México, s/f; Clementina Díaz de Ovando, El grabado comercial en México 1830-1856 en Historia del Arte Mexicano. México, Salvat, 1986: p. 166; y Manuel Toussaint, La litografía en México en el siglo XIX. México, 1934.
[3] Claudio Linati, Trajes civiles, militares y religiosos de México. Brúcelas, Charles Satanino editor, taller litográfico Royale de Gobard, 1828.
[4] Antonio Saborit, ¿Tipos y Costumbres. Artes y guerras del callejero amor¿ en Nación de imágenes. La litografía mexicana del siglo XIX. (Exposición en el Museo Nacional de Arte, abril-junio,1994) México, INBA-MUNAL, 1994. Pág. 63.
[5] José Ignacio Echeagaray, ¿Introducción¿ en Los mexicanos pintados por sí mismos. (facsimilar de la primera edición de 1854 de M. Murguia) México, Celanesa Mexicana-San Ángel Ediciones, 1979. Pág. 11.
[6] Clementina Díaz y de Ovando, ¿El grabado comercial en México 1830-1856¿ en la enciclopedia Historia del Arte Mexicano. Volúmenes sobre el siglo XIX. México, SALVAT-SEP, 1982. Pág. 181-182.
[7] Víctor T. Rodríguez Rangel, Comentario a la fuente de El Salto del Agua de Casimiro Castro. Archivo documental del Departamento Estudio del Acervo y Fuentes de Investigación, 2003. Pág. 3.
[8] María Esther Pérez Salas, ¿Genealogía de Los mexicanos pintados por sí mismos¿ en Historia Mexicana. XLVIII:2 (190), octubre-diciembre, 1998. México, Colegio de México. Pág. 199.
[9] ¿Oficios y ocupaciones¿ en Recuerdos de México; gráfica del siglo XIX del Banco Nacional de México. México, INBA-BM, s/f. Pág. 49.
[10] Gustavo Casasola, Efemérides ilustradas del México de ayer. Ediciones Archivo Casasola, 1901
[11] Fragmentos de la descripción de Hilarión Frías y Soto para la estampa de El aguador, en Los mexicanos pintados por sí mismos. (facsimilar de la primera edición de 1854 de M. Murguia) Introd. y estratos de José Ignacio Echeagaray. México, Celanesa Mexicana-San Ángel Ediciones, 1979.