Museo Nacional de Arte

Trinidad del cielo y Trinidad de la tierra




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Trinidad del cielo y Trinidad de la tierra

Trinidad del cielo y Trinidad de la tierra

Artista: ANDRÉS LÓPEZ   ((activo entre 1763-1811))

Fecha: s/f
Técnica: Óleo sobre lámina de cobre
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Transferencia, 2000. ExPinacoteca Virreinal de San Diego.
Descripción

En un formato casi cuadrado se han dispuesto los cinco personajes de la pintura. En cuatro de ellos, Dios Padre, Dios Espíritu Santo, san José y la Virgen, los rasgos faciales son casi idénticos; sólo los distinguen sus atributos y las barbas en el caso de los varones. Dios Padre, en la parte superior izquierda, viste una túnica azul pálido con un manto rojo, lleva un cetro en su mano derecha y con la izquierda da la bendición; en su pecho lleva un sol. A su derecha, Dios Espíritu Santo, lleva una túnica roja pálido con un manto rojo también. Igual que el Padre, lleva un cetro en la mano derecha y con la otra bendice, pero en su pecho se ha representado una paloma. Debajo de Dios Padre, la Virgen María lleva una túnica roja, un manto azul y un lienzo blanco muy suelto sobre el cuello a manera de chalina, y del lado derecho, san José lleva su túnica verde con el manto marrón. Ambos flanquean el paño de la Verónica, que representa el rostro de Cristo, el cual es a su vez sostenido por el Niño Jesús, vestido con un camisón blanco. El Padre, el Espíritu Santo y el Niño llevan aureolas.

 

María Teresa Suárez. Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte Nueva España T. II pp. 357

Descripción

En un formato casi cuadrado se han dispuesto los cinco personajes de la pintura. En cuatro de ellos, Dios Padre, Dios Espíritu Santo, san José y la Virgen, los rasgos faciales son casi idénticos; sólo los distinguen sus atributos y las barbas en el caso de los varones. Dios Padre, en la parte superior izquierda, viste una túnica azul pálido con un manto rojo, lleva un cetro en su mano derecha y con la izquierda da la bendición; en su pecho lleva un sol. A su derecha, Dios Espíritu Santo, lleva una túnica roja pálido con un manto rojo también. Igual que el Padre, lleva un cetro en la mano derecha y con la otra bendice, pero en su pecho se ha representado una paloma. Debajo de Dios Padre, la Virgen María lleva una túnica roja, un manto azul y un lienzo blanco muy suelto sobre el cuello a manera de chalina, y del lado derecho, san José lleva su túnica verde con el manto marrón. Ambos flanquean el paño de la Verónica, que representa el rostro de Cristo, el cual es a su vez sostenido por el Niño Jesús, vestido con un camisón blanco. El Padre, el Espíritu Santo y el Niño llevan aureolas.

 

Comentario

El primer momento en que se manifiesta la Santísima Trinidad dentro de las Escrituras es el bautismo de Jesús en el río Jordán; sin embargo, el origen del dogma es visto por estudiosos de la Biblia como san Agustín en la Teofanía de Mambré. Se narra en el Génesis (18, 1-4) que Yahvé se le apareció a Abraham "junto al encinar de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres de pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo: Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis bajo el árbol."

  A pesar de este antecedente, hubo cierta reticencia a representar a las tres personas de la Santísima Trinidad como tres hombres iguales. Esta oposición está ya presente en los escritos de los Padres de los primeros siglos del cristianismo y el dogma de la Trinidad fue determinante, hacia el siglo XI, en la separación de la Iglesia ortodoxa de la católica. Los escritores griegos del periodo iconoclasta afirmaban: "Sólo el Verbo, después de haberse encarnado, puede ser representado en forma humana." Por lo tanto, las representaciones trinitarias en que el Padre y el Espíritu Santo aparecen como hombres o como ángeles van en contra de las normas de la Iglesia oriental.1 Por su parte, el papa Gregorio III (siglo XVIII) afirmaba: "¿Por qué no pintamos al Padre del Señor Jesucristo? Porque no le conocemos.

Si le hubiéramos visto cara a cara, como al Hijo, también le pintaríamos." Y Benedicto XIV (1675-1758), ya en la edad moderna, si bien no estaba de acuerdo con la representación del Espíritu Santo en forma humana, "porque nunca se apareció así en las sagradas Escrituras", tampoco la condenaba de manera abierta.

  La primera representación de la Trinidad, tal vez la que aparece en un sarcófago del siglo IV, encontrado en los cimientos de un altar en la basílica de San Pedro Extramuros en 1 838, se muestra en forma antropomorfa. Lo esencial en este tipo de manifestaciones es la figuración de tres hombres, los cuales pueden ser idénticos o no. En este último caso se representan con la misma edad, actitud y expresión.

  En la última sesión del Concilio de Trento, en 1563, se decía: "El Santo Concilio prohibe que se sitúen en las iglesias imágenes que se inspiren en un dogma erróneo y que puedan confundir a los simples de espíritu [...] Para asegurar el cumplimiento de tales decisiones, el Santo Concilio prohíbe colocar en cualquier lugar e incluso en las iglesias que no estén sujetas a las visitas de la gente común, ninguna imagen insólita, a menos de que haya recibido el visto bueno del obispo."5 En concreto sobre la Trinidad se pronunciaba el Cuarto Concilio Provincial de Santa Fe, aunque nunca fue sancionado, en mayo de 1774: "Pero prohibimos expresamente la pintura o pinturas de las tres personas de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, estando esta tercera persona en figura corporal de hombre, y no de paloma; y del mismo modo las imágenes de escultura e impresas en la forma referida."

  A pesar de todas las restricciones, la Trinidad antropomorfa tuvo un culto muy extendido a todo lo largo de la Nueva España, especialmente hacia el final del Virreinato, ya que en el fondo no era una representación proscrita como sí lo llegó a ser la Trinidad trifacial. El mismo Francisco Pacheco, comisionado por el Tribunal de la Santa Inquisición para inspeccionar las pinturas que se vendían en lugares públicos, reprueba la Trinidad en forma de hombre con tres rostros, pero no la antropomorfa: "Otra pintura [¿] es poner tres figuras sentadas, con un traje y edad, con coronas en las cabezas y cetros en las manos, con que se pretende manifestar la igualdad y distinción de las Divinas Personas."

  En el caso de la lámina de Andrés López, la tradición de la Trinidad antropomorfa ha sido modificada al incluir al Dios Hijo en el paño de la Verónica y, además, se ha ligado con la devoción a la Sagrada Familia, la llamada Trinidad terrestre. Ha representado, además, a san José y a la Virgen con los mismos rasgos de Dios Padre y Dios Espíritu Santo. La unión de ambas Trinidades en la plástica fue común desde el siglo XVII; en ella, la Trinidad celestial es protectora de la terrenal, nombrada así desde el siglo xiv por el canciller de la Sorbona de París, Jean Gerson.

  Por su parte, el llamado sudario de la Verónica (personificación de vera icona, la verdadera imagen de Cristo) es la representación de una tradición legendaria basada en la plasmación de los rasgos de Jesús en el paño que una mujer, identificada como la Hemorroísa, colocó sobre su rostro cuando ascendía al Calvario. De esta manera, sus rasgos habrían quedado impresos sobre la tela. "Este sudario o Volto santo era una de las cuatro reliquias más insignes de San Pedro de Roma, hasta que desapareció de allí durante el saqueo de 1527 [el cual] en realidad se trata de un icono bizantino muy posterior a la muerte de Cristo." Adquiere aquí el sentido de imagen premonitoria como fue común en algunas representaciones del Niño Jesús en el siglo XVII, como Niño de Dolores, acompañado con la cruz y los instrumentos de su Pasión. El sentido profundo de este tema es la permanente Pasión del Salvador desde el momento de su nacimiento.

  Andrés López, contemporáneo de Alzíbar, sigue de cerca el estilo fijado por la generación de la Maravilla Americana, presidida por Cabrera, pero, a su vez, está ya abierto a las nuevas ideas del academismo novohispano de fines del siglo XVIII y principios del XIX . Esta obra fue adquirida para las colecciones de la Academia de San Carlos entre 1884 y 1886, según consta en un informe presentado por la Escuela.