Descripción
En un paraje montañoso el niño Giotto, visto de perfil, está sentado sobre el suelo y vestido a la usanza medieval con pantalones azules, chaqueta rojiza, botines marrones y gorro, se dispone a trazar con un carboncillo punzante, el contorno de una de las ovejas de su rebaño, que echada sobre la yerba, le sirve de modelo sobre una roca. Para acentuar su calidad de pastor, lleva en la mano derecha un callado. Detrás de él, Cimabué, quien casualmente pasaba por este lugar, va vestido con calzas, túnica corta y capa con capucha y se detiene para observar, con asombro, la escena que le revela el talento natural del futuro pintor.
Hacia la derecha y a lontananza se alcanzan a percibir las siluetas arquitectónicas de una villa. Las cúspides de algunas montañas y un cielo con cúmulos cierran la composición en la parte superior de la pintura.
Comentario
La representación de pasajes de la vida de los grandes artistas se convirtió en un tema de enorme popularidad en Europa durante la primera mitad del siglo XIX. Las pinturas que trataron este asunto fueron acogidas por un público cada vez más interesado por la historia del arte y por las biografías de los viejos maestros; en ellas, se revelaron algunas de las ideas, anhelos y obsesiones de la sensibilidad romántica entre las que figuraba el "descubrimiento" de la vocación temprana en la infancia o la adolescencia. En México, este fenómeno tuvo en las exposiciones de la Academia de San Carlos se mostraron durante la segunda mitad del siglo XIX un número importantes de pinturas que aludían a algún episodio significativo de la vida personal o profesional de artistas, entre los que se puede citar a Rafael, Tintoretto, Canova, Rubens, Andrea del Sarto, Filipo Lippi, Homero, Ariosto, Molière y Rousseau.
La biografía de Giotto, uno de los grandes pintores del trecento, y en particular el fragmento que narraba el mito del niño pastor, tuvo su origen en el siglo XVI en el célebre libro Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos que Giorgio Vasari publicara en 1550 y reeditara en 1568 en Florencia. A partir de las semblanzas de los artistas que el autor consideraba más destacados realizó el desarrollo de la pintura italiana desde el siglo XIV hasta el XVI, en el que dio el lugar de padre o pionero a Giotto, cuya figura se convertiría en el emblema del inicio de la pintura moderna.
Pelegrín Clavé, director de pintura de la Academia de San Carlos entre 1846 y 1867 y maestro de Obregón, en sus Lecciones estéticas aconsejaba a sus discípulos estudiar a los grandes pintores para aprender las máximas del arte, nunca para copiarlos y entre ellos recomendaba copiar ¿algo del Giotto
Sin embargo, el texto en el que de forma contundente expresa la importancia que para él tenían el pintor florentino y su maestro en la historia de la pintura, es en el discurso que con motivo de la distribución de premios en la Academia, leyó el 20 de diciembre de 1863. Su alocución versaba sobre cómo la pintura cristiana, venida de Europa, había encontrado en México un suelo propicio:
De la escuela fecunda de Giotto se levantó una falange de excelentes pintores religiosos, que difundieron el arte cristiano en toda Italia, y desprendiéndose de ella como un rocío vivificador por toda Europa, hizo desaparecer la pintura caduca, que transportada de Bizancio y propagada en los estrechos límites de las catacumbas, era, como he dicho, puramente simbólica, monocroma..
El discurso de Clavé revela no sólo su opinión respecto al lugar que tanto Giotto como Cimabué ocupaban en la evolución de la pintura naturalista europea, sino también, su credo de la estética nazarena ponderando su temática de corte religioso.
Es muy probable que Obregón se haya inspirado para su cuadro en el pasaje biográfico de Vasari:
Y cuando alcanzó la edad de diez años, mostrando en todos sus actos aun infantiles una vivacidad y presteza de ingenio extraordinarios, que lo hacían grato no sólo a su padre sino a todos aquellos que lo conocían en la aldea y fuera de ella -su padre- le dio la custodia de unas ovejas. Mientras recorría el campo, apacentándolas ora en un lugar, ora en otro, impulsado por la inclinación de su naturaleza al arte del dibujo, en las piedras en la tierra o en la arena dibujaba constantemente alguna cosa del natural o bien alguna fantasía suya. Así, un día, mientras Cimabué iba por sus asuntos de Florencia a Vespignano, se encontró con Giotto quien, mientras pacían sus ovejas, sobre una piedra lisa y pulida, con un guijarro un tanto afilado, dibujaba una oveja del natural, sin haber aprendido la manera de hacerlo con ningún maestro que no fuera la naturaleza. Detúvose Cimabué muy maravillado y le preguntó si quería ir a vivir con él. Contestó el niño que si esto era del agrado de su padre, iría gustoso.
Por otra parte, no por acaso el relato de Vasari cobró un nuevo significado a partir del Romanticismo, pues ponía de relieve algunos de los conceptos que daban sustento a las ideas en boga sobre la vocación artística como un don innato y sobre la estrecha relación, casi paternal, que debía mediar entre maestro y alumno; además ponía sobre la mesa uno de los mitos fundacionales de la pintura occidental desde el Renacimiento: el de que el arte debía basarse en la observación directa de la naturaleza, tal y como lo apuntaba Clavé en su discurso. En el ambiente de la Academia de mediados del siglo XIX, la anécdota de Vasari sobre el pastorcillo descubierto y guiado por Cimabué y convertido en un gran artista, debió tener eco como una alusión a las relaciones que guardaban Clavé y Vilar con sus discípulos. En este sentido, es necesario subrayar la asociación estilística de la pintura con las características plásticas que definieron a los artistas del trecento, tales como la brillantez del color, la transparencia de la atmósfera y la marcada precisión lineal del dibujo.
La leyenda del joven pastor fue también evocada en otras obras producidas en la Academia como en El genio de la pintura de José Guadalupe Montenegro, presentada en la decimoquinta exposición de 1871.
Giotto y Cimabué se expuso en la décima muestra de la Academia, celebrada en 1857, con la siguiente descripción:
El joven Giotto apacentaba el rebaño de su padre, cerca de la ciudad de Florencia, e impulsado por el instinto de su genio artístico, continuamente copiaba los objetos interesantes que se le presentaban. Pasó por fortuna en una de estas ocasiones el distinguido pintor Cimabué, y descubrió en el instinto del pastor, el gran talento que debía de llenar de gloria a la Europa, fundando la sabia y sentida escuela italiana.
Con esta obra Obregón ganó el tercer premio en la clase de composición de pocas figuras y fue recompensado con 115 pesos. Pese a que no tenemos conocimiento de textos críticos contemporáneos a la obra, podemos afirmar que gozó de un amplio reconocimiento y difusión por las numerosas copias que los alumnos de la Academia realizaron de ella a lo largo del siglo y por su participación en el lote artístico que representó a México en la Exposición de Filadelfia en 1876.
Giotto y Cimabué pasó a formar parte de las galerías de la Academia como obra premiada. En la década de 1960 se concedió en préstamo al del Museo Regional de Morelia, en donde permaneció hasta 1992, cuando se recuperó para incorporarse al acervo del Museo Nacional de Arte.