Museo Nacional de Arte

San Agustín y un ángel




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San Agustín y un ángel

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San Agustín y un ángel

Artista: JOSÉ JUÁREZ   (1617 - ca. 1664)

Fecha: s/f
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

Sentado en un sillón frailuno en lo que parece ser su cámara de estudio, el obispo de Hipona sostiene una pluma de ave en la mano mientras contempla la aparición luminosa de un ángel. Ataviado con el hábito negro de los "padres ermitaños" pero revestido con la cruz pectoral de esmeraldas y la mitra propias de su rango eclesiástico, san Agustín está representado en la etapa de su "sabia vejez", con larga barba canosa, los ojos hundidos y el rostro enjuto. Se encuentra en el acto de hacer anotaciones a un volumen que descansa sobre su scriptus y con el que juega con los dedos. Un tintero metálico y un pliego doblado también están dispuestos sobre el paño que cubre la mesa. A sus pies se apilan seis volúmenes ¿uno de ellos marcado¿, y detrás suyo otros dos muestran el canto. En el ángulo superior izquierdo se observa el corazón inflamado y transfijo de la orden agustiniana, en medio de un breve rompimiento que clarea la oscuridad de un fondo neutro o impreciso.

  San Agustín, sorprendido y atento, voltea con el ánimo de acatar las indicaciones de un ángel muy llamativo, figurado como un doncel vestido "a lo romano", asexuado, de cabellera rubia y rizada, rasgos delicados y que, de manera sugerente, muestra descubiertos el costado y el hombro. El ángel parece levitar o descender y a esta sensación de ligereza contribuye el juego de paños de su atuendo, sujetado por broches de lujosa pedrería, y sus dos alas encorvadas. Pero su actitud es más bien de autoridad: con el dedo índice señala sobre las páginas del libro todo aquello que san Agustín, por inspiración divina, deberá anotar.

Comentario

Por su prestigio y la sabiduría con que redactaba sus obras, san Agustín encabezaba las series de los doctores de la Iglesia. De entre todas sus virtudes cristianas y políticas, luego de su conversión, destacó su perfil de teólogo ortodoxo, según dice La leyenda dorada: "en la exposición de nuestra fe, y comentarista de indiscutible autoridad en sus explanaciones de las Sagradas Escrituras".1 Retórico y filósofo desde muy joven, conservó la lucidez de sus facultades intelectuales hasta la vejez, y la fecundidad y profundidad de su pluma lo sitúan como el más reconocido e influyente de los cuatro doctores latinos. Es muy común, pues, sobre todo en la iconografía contrarreformista, que se le vea en su papel de "doctor eclesiástico", como un escritor prolífico e inspirado por los cielos y, por lo mismo, piedra angular de la teología católica; y máxime que el grueso de sus obras, con carácter apologético, estaba enfilado a contrarrestar las afirmaciones heterodoxas de las herejías o las prácticas de las sectas tan comunes en su tiempo (354-430).

  Si bien se ven los ciclos iconográficos tradicionales de la vida del santo, no parece ser ésta una escena precisa o peculiar. Aunque este prototipo se reproduce de un modo semejante como parte de la serie de los doctores de la Iglesia romana, encabezada por él mismo y por san Jerónimo, san Ambrosio (estos dos últimos sus contemporáneos) y san Gregorio. La "sacra conversación" entre el obispo y el ángel que lo ha visitado quizá sea sólo una alusión de carácter alegórico para connotar la sabiduría divina o la "summa angélica" que impregnaba a sus escritos.

  A una inspiración semejante puede relacionarse cuando, ya anciano e investido como ejemplar obispo de Hipona, san Agustín redactó su Regla para la vida monástica, y algunas de sus mejores obras místicas, entre las que descuella La Ciudad de Dios, o cuando emprendió la revisión o corrección de sus propios escritos juveniles, labor de carácter expurgativo conocida como las Retracciones.

  Tampoco hay que olvidar el origen del escudo de la orden agustiniana que campea en el ángulo superior izquierdo, mismo que proviene de otra revelación hecha en el libro IX de sus Confesiones. Se trata de una declaración de amor a Dios cuando san Agustín, inflamado de fe, expresó con su pluma: "Traspasaste mi corazón con las saetas de tu caridad [¿] con las agudas flechas de tu amor me animabas y con el fuego abrasador de tu caridad recalentabas mi alma." Pasión e intelecto se funden, así, en este caso de dualidad iconográfica al que Louis Réau se ha referido como prototípico de san Agustín: el visionario de Dios, personificado por igual en un ser "cardióforo y otro cefalóforo".

Mediante un cuidadoso cotejo estilístico, Rogelio Ruiz Gomar ha desmentido la atribución que de antiguo se hacía de este cuadro a Luis Xuárez y que Toussaint ya ponía en duda (en 1934 escribió: "estuvo atribuido a Luis Juárez, pero no es de él, seguramente"). Ruiz Gomar conviene en que se trata de un artista de primera línea activo en la segunda mitad del siglo XVII, en el que el gusto barroco ya se ha impuesto del todo y donde precisamente el tratamiento de los ropajes angélicos lo ligan al efectismo lumínico del zurbaranismo en boga, introducido en Nueva España con la llegada de López de Arteaga.3 Este autor se inclina a pensar en la posible intervención de su hijo José Xuárez y, en un caso mucho más remoto, en la de Antonio Rodríguez. En efecto, el colorido, la figura y los paños tornasolados del ángel constituyen la clave para sospechar, y documentar en el futuro, que allí trabajó la diestra mano de Xuárez hijo, al menos por medio de su reconocido taller. Pero sobre todo destaca el rostro asexuado del ángel que se enlaza, por su innegable familiaridad, con los seres que vemos en La Porciúncula de la Pinacoteca de San Diego (o la Visita de la Virgen y el Niño a san Francisco). En un trabajo reciente y definitivo sobre este último artista, Nelly Sigaut también reafirma la atribución al segundo de los Xuárez. En los inventarios del INBA, con los que ingresó al Museo, también estuvo registrada como obra de Antonio Rodríguez pero, aunado a lo dicho anteriormente, bastaría compararla con el San Agustín de Antonio Rodríguez en la misma Pinacoteca Virreinal para percatarse finalmente de sus notorias diferencias.

  Se desconoce el emplazamiento original de San Agustín y un ángel. En 1934, procedente de la Academia, pasó a constituir parte de la "sección colonial" del Museo Nacional de Artes Plásticas. En 1964 se trasladó a la Pinacoteca Virreinal de San Diego. Desde 1982 forma parte del acervo constitutivo del Museo Nacional de Arte.